Formado en el trotskismo, este pensador argentino que sólo vivió 32 años, es un autor fundamental para leer el pasado desde una perspectiva materialista. Su “Historia del pueblo argentino”, una reedición necesaria, reabre discusiones actuales nunca zanjadas.
“Una vida breve, una obra perdurable”, escribe Horacio Tarcus en la introducción a Historia del pueblo Argentino, volumen en el que el sello Emecé reunió seis tomos de un proyecto en el que el historiador marxista Milcíades Peña (1933-1965) se propuso reescribir 500 años de historia. Lo hizo a fuerza de derribar mitos tan instalados –aún hoy lo están, y eso es lo que le da una profunda actualidad a su obra-- que parecían independientes de las premisas y perspectivas que los construyeron. ¿Estamos seguros de que la independencia de 1810 fue una revolución social lograda gracias a un levantamiento popular? ¿Eran nacionalistas los gobiernos de Rosas y de Roca? ¿El peronismo encauzó el desarrollo nacional autónomo?Decir que Peña era autodidacta no es del todo falso, pero tampoco estrictamente cierto: la formación política puede ser más productiva que la escolarización indefinida. Y Peña se formó en el trotskismo morenista desde muy joven. Sus estudios son, de hecho, una precisa aplicación de la teoría materialista a los procesos históricos, lejos de cualquier reduccionismo economicista, aunque (o precisamente por eso) su influencia, en lugar de reducirse a los teóricos de izquierda, llegó a las más diversas corrientes historiográficas. De esa enorme y ecléctica influencia nos habla el panel de intelectuales que presentó esta edición definitiva días atrás, en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA: la socióloga Maristella Svampa, el historiador Horacio Tarcus, el filósofo José Pablo Feinmann y el editor Fernando de Leonardis (faltó, con aviso, Eduardo Grüner). Pero también, como recuerda el propio Tarcus, en las décadas de 1970 y 1980, cuando nadie sabía muy bien quién había sido Milcíades Peña, una gran diversidad de autores comenzaron a utilizar sus categorías; Oscar Oszlak y Waldo Ansaldi recurrieron al concepto de “suboligarquía financiera” para pensar el juego de las facciones internas a la burguesía en el proceso de formación del Estado. El historiador británico David Rock y el francés Pierre Salama reconocieron su deuda con Peña en sus estudios sobre Latinoamérica. Los más prestigiosos autores que ensayaron una interpretación sobre el peronismo –Carlos Fayt, Alberto Ciria, Miguel Murmis, Juan Carlos Portantiero, Alejandro Rofman, Tulio Halperin Donghi y, más recientemente, Felipe Pigna-- retomaron sus tesis, a pesar de que en ellas se caracterizaba al movimiento justicialista como “bonapartimo”. El propio Feinmann arrancó su exposición, a la que concurrió con aquellas viejas ediciones publicadas como folletín, llenas de notas y subrayados, destacando que entre los autores más importantes de su formación estaban “Marx, Hegel, Sartre y Milcíades Peña”.
Es difícil imaginar hasta qué punto hubiese sido importante su producción si en 1965 y con sólo 32 años no hubiera acabado con su vida. Como es difícil imaginar hoy un intelectual de tan sólo 25 años escribiendo esta obra monumental, alejada de cualquier academicismo sin perder por eso rigurosidad, y publicándola escondido tras un seudónimo. Detrás de aquella fatal ingesta de pastillas pudo haber una infancia tortuosa –varias enfermedades y una madre con problemas psiquiátricos que terminó dándolo en adopción a sus tíos-, pero sin duda también un desencuentro con la clase obrera que, en esa época de peronismo conscripto pero omnipresente, lo habían dejado solo otra vez: los trabajadores no querían encabezar la revolución, querían que volviera su líder. No deja de ser sintomático que, en una obra poco propensa a los nombres propios, donde los sujetos históricos y las fuerzas políticas son remitidos a los procesos sociales, las figuras de Sarmiento y Alberdi se destaquen en su dimensión trágica. Donde el drama personal –la desconexión del intelectual tanto con la burguesía como con los trabajadores— expresaba el drama argentino: la falta de clases donde apoyar su programa de construcción de una gran Argentina.
Esa Argentina grande con la que soñaban tanto Alberdi como Peña podría haberse parecido al Paraguay de mediados del siglo XIX, un país esplendoroso hasta que la “Guerra de la triple infamia” (en términos del propio Peña) lo destruyó, dejando diezmada a una nación que lo tenía todo: medios de transporte (se desarrollaron los ferrocarriles y en su astillero se construían modernas embarcaciones) y comunicación (telégrafo), y ni una sola deuda. No porque les faltara el crédito externo sino porque se bastaban con lo que generaban internamente. Fueron los intereses británicos sobre esos territorios donde se producía el algodón que ya no se podía conseguir en el sur de los EE.UU. después de la Guerra de secesión (finalizada, justamente, en 1865, cuando comenzó la Guerra del Paraguay), los que forzaron a las elites argentinas, brasileñas y uruguayas a enviar a sus ejércitos contra las tierras gobernadas por el mariscal Solano López. La justificación retórica de Bartolomé Mitre que extracta Peña en Historia del pueblo argentino no se diferencia de la que podríamos escuchar hoy de los voceros de la OTAN: la guerra no se hacía “contra el Paraguay sino contra el tirano que la esclavizaba” y se hacía en nombre de la civilización y el liberalismo contra la barbarie. Esa es la versión que llegó a Wikipedia. Cinco años le tomó a esa alianza latinoamericana digitada por Inglaterra doblegar la voluntad de lucha guaraní, que no cesó sino cundo quedó el 15% de la población masculina, entre 200 y 300 mil hombres, en pie.
Pero por qué, como recuerda Feinmann, “el modelo paraguayo era el único proyecto alternativo en Sudamérica para Peña”. Porque para él, el drama nacional era, precisamente, la “falta de síntesis entre las dos clases que había en la Argentina”. Por un lado, una burguesía comercial porteña, que no producía nada pero necesitaba un mercado interno para vender los productos importados; por otro, los estancieros y saladeristas, vinculados a la producción del país, “pero que eran antinacionales porque tenían el control del puerto y de la aduana y no estaban interesados en la conformación de un mercado interno”. Esta es la síntesis que no fue, y que podría haber generado una clase cuya producción nacional necesitara de la generación de un mercado interno, que fue lo que sucedió en EE.UU. y, en parte, era el proyecto del Paraguay.
Maristella Svampa se detuvo en tres de los mitos que nuestro autor se empeña en derribar. Contra el mito de nuestro pasado feudal y la superioridad de la colonización inglesa, “Milcíades analiza los modos de producción que conoció la América colonial siguiendo a un historiador olvidado, Sergio Bagú, quien defendía la hipótesis de que, después de la colonización española y portuguesa, América latina asume el patrón de organización capitalista adoptando una forma singular: el capitalismo colonial”. En este, si bien subsisten formas de organización feudal y esclavista, se produce para un mercado internacional. Peña retoma esta perspectiva para hablar de un desarrollo desigual y combinado, algo que no era evidente en la época y que llegará a conceptualizarse de manera más acabada con la teoría de la dependencia en los 70.
Peña discute, así, con los que tienen una visión idealista de la historia. La colonización inglesa, para él, no fue superior a la española; de hecho comprendió tanto el norte liberal e industrial como el sur esclavista de los EE.UU. El problema argentino, para este autor, es otro: “la maldición de la abundancia fácil”. “Es precisamente la prodigalidad de la tierra (la riqueza natural) lo que explica para Peña el retraso de nuestras sociedades y la emergencia de una clase dominante parasitaria”, señaló Svampa y se refirió a teorías recientes que retoman esta perspectiva en América latina para explicar, por ejemplo, fenómenos como el extractivismo, la sobreexplotación de los recursos naturales o la “república sojera”. ¿Cómo van a salir del atraso exportando vacas y cueros?, se pregunta el autor. En su presentación, Svampa propuso reemplazar “vacas” por “soja” para interpretar la realidad actual.
Milcíades propone leer a Sarmiento y Alberdi “sin lagañas tradicionales” para desmitificar la dicotomía civilización o barbarie, como si se trataran de categorías fijas. Para ambos próceres, que tenían proyectos nacionales distintos (uno apoyaba la centralidad de Buenos Aires y el otro la Confederación), la barbarie estaba tanto en el interior como en Buenos Aires. Pero lo que pone en diálogo a los tres autores, para Svampa, es que “identifican a la civilización con el desarrollo nacional autónomo”.
Por último, la socióloga rescató una nota a pie de página donde Peña dice que el peronismo, como el bonapartismo, es el gobierno del “como sí”, que tiene “la capacidad de colocarse por encima de las clases pero extrae su fuerza de los conflictos de clase”. Vale decir, explicó Svampa, que detrás del progresismo y de una posición pretendidamente revolucionaria, lo que el autor trotskista veía es un gobierno conservador.
Si bien Svampa se lamentó por no encontrar en las páginas de Historia del pueblo argentino el sujeto emancipatorio que sería capaz de escribir otra historia, no es menos cierto que con su análisis de las clases dominantes y la situación colonial en la que se encontraba el país, Peña se adelantaba a esos estudios que hacen foco en las elites más que en quienes las resisten; estudios que hoy son reclamados no sólo desde las academias sino desde los nuevos movimientos sociales, quienes comienzan a percibir que el germen de los problemas sociales no arraiga en la pobreza extrema sino en su reverso: la riqueza desmesurada.
Peña Básico:
La Plata, 1933 – Buenos Aires, 1965. Fue militante trotskista desde su adolescencia hasta su temprana muerte. Autodidacta, escribió sobre historia y sociología, fue editor y traductor. Se convirtió en un referente de los intelectuales marxistas. Polemizó con Abelardo Ramos (“un apóstol del disparate”), con los revisionistas y con la historiografía liberal. “El desarrollo histórico no es armonioso y lineal, sino contradictorio y desigual”, decía Peña. Historia del pueblo argentino fue su proyecto más ambicioso. Redactado entre 1955 y 1957, fue publicado póstumamente en 6 entregas y ahora reunido en un solo volumen: Historia del pueblo argentino, donde analiza la formación económico-social del país y su estructura de clases desde la colonización española hasta el golpe militar que derrocó a Perón en el 55.
Fuente: Agustín Scarpelli (Ñ)
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