De una carta a un actor
Como he podido ver, muchas de mis
declaraciones sobre el teatro son erróneamente interpretadas. Lo
advierto, más que nada, a través de las cartas y artículos cuyos
autores dicen estar de acuerdo conmigo.
En esos casos me siento como un
matemático que leyera: “Estoy completamente de acuerdo con usted en que
dos por dos son cinco.” Creo que ciertas manifestaciones han sido mal
interpretadas porque he dado por sentadas cosas importantes, en lugar de
formularlas.La mayoría de estas manifestaciones están contenidas en
notas que he incorporado a mis obras, para que se las represente
correctamente. Eso les otorga un tono un poco seco, artesanal. Es como
si un escultor escribiera cómo deben exponerse sus trabajos, en qué
lugar, sobre qué zócalo... Son indicaciones frías.
Quizá los destinatarios esperaran
algunas declaraciones acerca del espíritu con que se crearon esas
obras. Ahora sólo les resta deducirlas laboriosamente en base a esas
indicaciones.
Tomemos, por ejemplo, la descripción
de técnicas artísticas. Por supuesto que el arte no se desenvuelve sin
la técnica artística y es importante describir “cómo se hace”, sobre
todo cuando las artes han atravesado un decenio y medio de barbarie,
como ha ocurrido entre nosotros. Pero no se debe creer que, por ser
susceptible de ser descrito, se trata de algo que debe aprenderse y
ejercitarse “en frío”.
Ni siquiera el aprendizaje de la
dicción —tan necesario para la mayoría de nuestros actores— puede
hacerse con absoluta frialdad, como algo mecánico.El actor debe
aprender, por ejemplo, a hablar con claridad; pero eso no es sólo un
problema de consonantes y vocales; la claridad depende,
fundamentalmente, del sentido de las palabras. Si al mismo tiempo que
aprende a articular no aprende a extraer el sentido de sus réplicas,
pronunciará las palabras mecánicamente y su “bella dicción” destruirá
el sentido de las frases que pronuncia.
Y en cuanto a la claridad, existen
diferencias y gradaciones de todo tipo. Las diferentes clases sociales
tienen diferente tipo de claridad: un campesino puede hablar con
claridad, comparado con otro campesino; pero su claridad será de
naturaleza diferente que la de un ingeniero. Por eso, el actor debe
cuidar de que su idioma se mantenga flexible, adaptable. No debe dejar
de pensar en el verdadero idioma de los hombres.
Después está el problema del dialecto.
También en ese aspecto es preciso vincular lo técnico con lo general.
Nuestra dicción teatral se ajusta al alemán culto, pero con el correr
del tiempo se ha ido haciendo muy amanerada y rígida; se ha convertido
en una especie muy particular de alemán culto, que no es tan flexible
como el idioma culto cotidiano. No hay razón para dejar de utilizar un
lenguaje “elevado” en escena, para impedir que el teatro desarrolle su
propio lenguaje. Pero ese lenguaje debe ser capaz de evolucionar, debe
ser variado y vivo. El pueblo habla en dialecto. En ese dialecto expresa
sus sentimientos más profundos.
¿Cómo es posible que nuestros actores
retraten al pueblo y hablen al pueblo sin apelar a ese dialecto y sin
incorporar su dejo al alemán culto de la escena?Otro ejemplo: el actor
debe aprender a economizar su voz; nunca debe enronquecer.
Sin embargo, debe estar en condiciones
de mostrar a un hombre que, dominado por la pasión, habla con voz
enronquecida o grita. Sus ejercicios foniátricos tienen, pues, mucho de
actuación. Pero esa actuación se hará formalista, vacía, exterior,
mecánica, si en el curso de su formación artística el actor olvida
—aunque más no sea por un instante— que su misión es representar a gente
viva.
Y llego así a su pregunta: usted
quiere saber si mi exigencia de que el intérprete no se transforme
totalmente en el personaje de la obra, sino que —por así decirlo— se
mantenga a su lado, censurándolo o alabándolo, no transforma la
actuación en un asunto puramente técnico y, hasta cierto punto,
deshumanizado.
A mi juicio no es así.
Sin duda ha sido mi manera de escribir —que da demasiadas cosas por
sentadas— lo que ha creado esa impresión. ¡Maldita sea esa costumbre
mía! Por supuesto que en el escenario de un teatro realista deben
aparecer seres vivos, completos, contradictorios, con todas sus
pasiones, con todas sus expresiones y acciones espontáneas.
La escena no es un herbario ni un
museo zoológico con animales embalsamados. El actor debe que ser capaz
de crear esos seres (y si usted pudiera ver nuestras representaciones
vería esos seres ¡y no a pesar de nuestros principios, sino gracias a
ellos!) Pero existe un disolverse-totalmente-en-el-personaje que hace
que el actor presente a la figura como algo sobrentendido, como algo que
no puede ser de otra manera.
Eso da lugar a que el espectador se
limite a aceptarlo tal cual es y entonces se produce ese estéril
“comprender es perdonar”, que alcanzó su punto culminante en el
naturalismo.Nosotros, que nos empeñamos en modificar la naturaleza
humana en la misma medida en que se está modificando al resto de la
naturaleza, tenemos que encontrar la manera de “mostrar al hombre desde
un ángulo” que admita la intervención de la sociedad.
Para eso, el actor debe modificar
fundamentalmente su enfoque, porque el arte dramático se ha basado
hasta ahora en ‘el concepto de que el hombre es como es, y seguirá
siendo así para mal de la sociedad o para su propio mal; seguirá siendo
“eternamente humano”, “por naturaleza; así y de ninguna otra manera”,
etcétera, etcétera.
El actor debe tomar posición, mental y
emotivamente, respecto a su personaje y a su escena. Ese cambio de
enfoque, que considero necesario, no es una operación fría, mecánica.
En el arte no puede haber nada frío
ni mecánico y esta nueva actitud es de naturaleza artística. Si el actor
no se siente legítimamente unido a su nuevo público, si no siente un
apasionado interés por el progreso humano, el cambio no podrá
producirse.
Así, esos movimientos escénicos, por
medio de los cuales nuestro teatro procura reproducir con fidelidad el
sentido de una pieza, no son fenómenos “puramente estéticos” que
persiguen efectos o la belleza formal. Son parte de un teatro que
encara grandes temas destinados a la nueva sociedad y no pueden
realizarse sin una profunda comprensión y una apasionada aceptación del
nuevo orden que rige las relaciones humanas.
No puedo rehacer todas las notas que
acompañan a mis piezas. Tome usted estas líneas como un suplemento
provisorio a esas indicaciones, como un intento de compensar lo que he
dado erróneamente por sobrentendido.
Por cierto, me queda aún por explicar
esa manera relativamente calma de actuar, que es característica del
Berliner Ensemble y que suele llamar la atención de algunos
observadores.
No tiene nada de objetividad
artificial —los actores toman posición respecto a sus personajes— ni de
sutileza racional —la razón nunca interviene fríamente en la lucha—; se
debe, simplemente, a que las piezas ya no quedan libradas al ardiente
“temperamento dramático”. El verdadero arte se excita ante el tema.
Si el espectador cree percibir, de
tanto en tanto, una cierta frialdad, es porque ha chocado con la
soberanía, sin la cual el arte no puede existir.Un nuevo tipo de
apasionamientoEl teatro, en todas sus ramas, se caracteriza por tener un
alto grado de impaciencia. Esta actitud es propia de todo individuo
que interviene en un juego, ya sea de competencia o de azar.
El éxito en el teatro es siempre
inseguro, todo depende de tal o cual circunstancia —un momento
favorable, una moda nueva o vieja, un gran nombre, etc.— y, además, de
que los actores principales o toda la compañía estén o no en forma esa
noche. Por ello se requiere un apasionamiento muy particular; una
tensión muy especial, condicionada por el instante. Aún hoy se contrata
y se valora a los actores por su temperamento.
En las entrevistas, generalmente
tienen arrebatos que les permiten lucir sus “medios”. En la primera
lectura, cuando aún no saben qué va a pasar, extraen todo lo que de
temperamental tenga su papel y se van dando cuerda desde el comienzo,
hasta alcanzar un ritmo “febril”... y arrastran.
La acción es para ellos un simple
pretexto para expresar estados de ánimo, sobre todo los de naturaleza
violenta; es una oportunidad para crear tensiones. En una palabra, todo
es una empresa de gran impaciencia y orientada a contagiar esa
impaciencia al público.
De modo que ciertas consideraciones
imprescindibles al elaborar una nueva forma de actuación —sobre todo si
esa forma de actuación desecha el acostumbrado enfoque temperamental—
lesionan el nervio motor del teatro.Pero el teatro alemán necesita,
indefectiblemente, elaborar una forma de actuación acorde con la nueva
estructuración social.
Es preciso renunciar al temperamento
como clave de todo arte, y no sólo porque hace mucho que ha pasado a
ser un pobre sustituto de ese apasionamiento que alentaba en la cultura
burguesa mientras duró el revolucionario ascenso de la burguesía y que
podría definirse muy bien como “espíritu de lucha”.
Sin duda en aquellos tiempos la
pasión tenía las mismas resonancias bélicas que los tambores que
incitaban a la lucha a los nuevos ejércitos burgueses de Francia. Pero
el nuevo apasionamiento, el espíritu de lucha del proletariado en
ascenso, se manifiesta de otra manera. Los arrebatos del individuo ya
no son erupciones a través de una brecha. Los personajes ya no hacen la
historia ni las historias. Ha llegado el momento de emplear la
paciencia para trabajos que exigen un nuevo tipo de apasionamiento.
El actor de la nueva era
En el actor de la época feudal había
algo de lacayo y de bufón, pero el actor de la época burguesa era un
señor o un funcionario. Burbage tenía acciones en su teatro; Matovsky
cobraba una pensión. La fama se ganaba tanto en la época feudal como en
la burguesa y los medios artísticos no variaron totalmente por el
hecho de que se actuara ante un público feudal o ante un público
burgués o porque los fines hubieran variado.
En el socialismo, la posición del
actor también variará y se adaptará a la nueva forma de producción,
muchos de sus recursos artísticos perdurarán, otros serán reemplazados y
el objetivo de su actuación se ampliará notablemente, pero no cambiará
del todo.
La burguesía no pudo crear un actor de
la era científica de la misma manera que creó un ingeniero de la era
científica. Eso se debe a que las ciencias que se ocupan de la
naturaleza de la sociedad dejaron de ser burguesas y su acción no se
hizo sentir sobre el teatro.
En la sala había ya espectadores que
eran científicos, o cuyos trabajos y negocios exigían una postura
científica, pero esa postura quedaba en el vestuario, junto con los
sombreros y los abrigos, y ellos se contentaban con entretenimientos de
otras épocas. Los recursos artísticos y la labor del actor de la nueva
era tendrán que ajustarse a los nuevos objetivos, que no reemplazan a
los antiguos sino que se suman a ellos.El teatro vocacional de los
trabajadores.
Es un error que los teatros
profesionales se cierren a los vocacionales de trabajadores, y es un
error que el teatro vocacional se cierre totalmente al profesional. El
teatro vocacional tiene hoy un nuevo sentido y el profesional también.
Soy partidario de que los mejores actores profesionales no sólo enseñen
a los grupos vocacionales, sino que actúen con ellos. También se
debería brindar a los mejores aficionados la oportunidad de actuar en un
teatro profesional.
Cuando Helene Weigel representó La
madre en Berlín, en 1932, la secundaron aficionados. Lo mismo ocurrió
en 1951. Además, esta actriz representó en el exilio Los fusiles de la
madre Garrar, y tanto en Copenhague como en París fue secundada por
grupos vocacionales. Las representaciones no mostraron una sola falla.
Sobre la formación de actores
En la actual fase de búsqueda —propia
del constante cambio de estructuras, en condiciones como las impuestas
por la difícil situación alemana— el sectarismo, el afán de monopolio,
la “solución” administrativa de problemas, etc, sólo pueden ejercer un
efecto nocivo sobre las artes y actuarán sobre ellas como un factor de
inhibición.
Para desterrar de nuestros institutos
de enseñanza ese estéril espíritu de consagración a un culto y esa
empecinada suficiencia de la escuela de Stanislavsky y dar lugar a la
legítima búsqueda, a la competencia de ideas, a la discusión y a la
orientación de los jóvenes artistas hacia una creación independiente,
se debería hacer lo siguiente:
La enseñanza
específica de la actuación escénica se realiza momentáneamente a través
del estudio de escenas. Los maestros cumplen la función del director
teatral.
Sin práctica en esa actividad no hay
talento pedagógico que valga. Por lo tanto, es preciso determinar si el
docente está capacitado para conducir el estudio de escenas.
La sección de Arte Dramático de la
Academia de Artes podría hacerse cargo de este control de capacitación
y, eventualmente, completar el tribunal con alguna otra personalidad
interesada. Pero, por encima de todo esto, la enseñanza de esta materia
fundamental debería estar regida por la competencia artística (en
lugar de estarlo por algo tan hostil al arte como es el examen).Los
diferentes grupos deberían estudiar —por lo menos de vez en cuando— las
mismas escenas, para que los alumnos advirtieran las diferencias y las
discutieran. (Según tengo entendido, en la actualidad cada grupo
estudia una escena diferente y luego se rinden exámenes en los que el
cuerpo docente señala deficiencias; juicio autoritario éste, que rara
vez es compartido por el alumnado.)
Además, los grupos deberían ponerse
—al menos por un tiempo— bajo la conducción de un maestro, aunque más
no sea porque tiene que existir una diversidad de opiniones entre los
pedagogos y no es posible que los alumnos estén permanentemente
expuestos a esas diferencias de opinión.
Lamentablemente, la opinión
“imperante” en este momento (una opinión que impera en forma despótica,
dictatorial, administrativa) da resultados que hacen dudar seriamente a
los profesionales en la materia...
Se debería pensar, también, en una
concentración de las escuelas. La ciudad ideal es Berlín, que tiene más
y mejores teatros que Leipzig, por ejemplo.
El actor necesita ejemplos para su
formación; los jóvenes tienen que observar la labor de grandes actores,
maduros en su oficio, y observarlos tanto en funciones corrientes como
en los ensayos. Por lo demás, es muy importante incorporar grandes
actores a la docencia. Aparte de ejercicios, estudio, etcétera, debemos
ofrecer a las nuevas generaciones el arte dramático actual, creativo y
viviente.
Realmente es incomprensible que
toleremos que la escuela sea un compartimiento estanco dentro de la
vida y que no aprovechemos una institución como la Sección de Arte
Dramático de la Academia —que reúne a los mejores actores, directores
teatrales y críticos— para una misión tan decisiva como es la educación
de las nuevas generaciones.Nota:
Es sintomático el hecho de que los
alumnos sean separados de la escuela por falta de condiciones, después
de dos años de enseñanza. ¡Por lo visto, el traspié lo han dado en
algún santuario interno! Por supuesto, siempre hay diferencias de grado
en las dotes naturales y su verdadero nivel puede llegar a ponerse en
evidencia años después de concluidos los estudios; por otra parte, la
mayoría de los egresados no pasará de los teatros de segundo orden.
Pero decidir que una persona no reúne las condiciones mínimas después
de dos (costosos) años de estudio es un disparate.
Propuestas para la formación de actores
1
Los teatros necesitan actores jóvenes.Dado que la
preparación escolar básica ha mejorado y que la enseñanza de algunas
materias importantes para los actores puede impartirse en la escuela
de arte dramático, sería conveniente que el alumno ingresara a la edad
de 16 años.
2
Los estudiantes tienen que incorporarse, también, más temprano a los teatros.
Para comenzar basta con dos años de formación técnica.
Es decisiva la enseñanza del idioma, por supuesto desde puntos de vista
artísticos. Materias a incorporarse: pantomima y fundamentos de danza
clásica; tiro (en lugar de esgrima); filosofía, historia del arte y del
teatro.
3
Los teatros de la República podrían enviar jóvenes bien
dotados a la escuela, para que allí se los sometiera a prueba.
Diferentes teatros de Berlín podrían ejercer una especie de tutoría
sobre algunos alumnos. Lo decisivo no debe ser la apariencia física, la
voz o el “temperamento”; sólo deben tenerse en cuenta el talento y el
interés.
4
En el tercer año comenzarán los trabajos prácticos en
escena. Los alumnos serán incorporados a diversos teatros y participarán
allí en los ensayos o en las representaciones, en papeles de poca
monta.
[El actor puede extraer enseñanzas de todas las artes,
porque el teatro toma elementos de todas las artes. Debe brindar una
imagen grata, como la pintura, y replegarse en sí mismo como una
escultura. También tiene que alegrar (y educar) el oído con
sonidos armoniosos. Debe saber relatar y lograr que se
vea con \ placer la naturaleza humana, incluidas sus
contradicciones.Aprender de todas las artesEl actor puede extraer
enseñanzas de todas las artes, porque el teatro toma elementos de todas
las artes. Debe brindar una imagen grata, como la pintura, y
replegarse en sí mismo como una escultura. También tiene que alegrar (y
educar) el oído con sonidos armoniosos. Debe saber relatar y lograr
que se vea con placer la naturaleza humana, incluidas sus
contradicciones.
La profesión de actor
1
Puesto que la profesión de actor siempre exige gran
tensión, el actor debe aprender a relajarse. En todo momento debe
evitar la extrema tensión y la laxitud total.
2
Aunque más no sea para que el teatro sea siempre algo
especial para el actor, renunciará a todo lo teatral en su vida privada.
Empero, no renunciará al estilo, se encuentre o no en público.
3
Su profesión lo enfrentará a dos tentaciones: la de
apartarse de los demás o la de arrojárseles a los brazos. Debe
resistirse a ambas.
4
Su profesión lo enfrentará a otra tentación más: la de
compadecerse de sí mismo... Inconscientemente está clamando por
compasión desde la escena, aun para los personajes más malvados.
También debe resistirse a esta tentación.
5
Debe procurar no ser demasiado vulnerable ni acorazarse demasiado.
6
El arte de observar lo ayudará a salvar muchas dificultades.
(Fragmento)
Reglas elementales para el actor
1
No cambiar la voz para representar ancianos, bribones o personajes amigos de cantar verdades.
2
Dar lugar a la evolución de los personajes. Por ejemplo,
en La madre, Pavel Vlassov se convierte en revolucionario profesional.
Sin embargo al comienzo no lo es, de modo que no hay que representarlo
como tal.
3
No caracterizar a los héroes mostrándolos como incapaces
de ateinorizarse ante nada, ni a los cobardes como incapaces de un
rasgo de valor. Las características contenidas en una palabra como
héroe o cobarde son muy peligrosas.
4
No levantar la voz cuando se habla de prisa; no caer en el patetismo cuando se levanta la voz.
5
Cuando el actor quiera conmover al espectador, no debe
conmoverse a sí mismo. En general, el realismo sale perdiendo cuando el
actor se “deja dominar por la compasión”, por el entusiasmo o lo que
sea.
6
La mayoría de los personajes de la escena alemana no han
sido tomados de la vida real, sino del teatro. Tenemos al anciano de
teatro, que temblequea y tartamudea; al joven de teatro, que es fogoso o
irradia inocencia infantil; a la cocotte de teatro, que habla con voz
velada y balancea las caderas; al burgués de teatro, que se mueve con
estrépito, etcétera, etcétera.
7
La sensibilidad social es indispensable para el actor.
Pero eso no reemplaza el conocimiento de las situaciones sociales. Y el
conocimiento de las situaciones sociales no reemplaza el permanente
estudio de las mismas. Cada personaje, cada situación, cada discurso
exige nuevo estudio.
8
Por espacio de un siglo se seleccionó a los actores
por el temperamento. Ahora también se necesita temperamento —mejor
dicho, vitalidad—; pero no para arrastrar al espectador, sino para
lograr la gradación que exigen los personajes, situaciones y discursos
en escena.
9
En las piezas mediocres suele ser necesario “hacer algo
de nada”. Pero en las obras de calidad no hay que exprimir todo, para
que dé más de lo que ofrece. No se debe transformar la serenidad en
excitación, la distensión en tensión. En las obras de arte hay —y en
eso tienen algo de organismos vivientes— altibajos. Es preciso
respetarlos.
10
En lo referente al pathos: cuando no se trate de
componer un personaje patético, hay que ser muy cauto con el pathos.
Recordemos el refrán popular alemán que dice: Si no hubieras trepado,
no te habrías caído.
Tendencias generales que el actor debería combatir
Buscar el centro del escenario.
Apartarse de los grupos, para quedar solo.
Aproximarse a la persona a la cual le está hablando.
Mirar constantemente a la persona con la cual dialoga.
No mirar a la persona con la cual dialoga.
Colocarse siempre en línea paralela al borde del escenario.
Levantar la voz a medida que aumenta la velocidad del discurso.
En lugar de representar una cosa después de la otra, representar una cosa a partir de la otra.
Esfumar los caracteres contradictorios de un personaje.
No investigar las intenciones del autor.
Subordinar las propias experiencias y observaciones a las presuntas intenciones del autor.
Consejos para actores
1
Al ensayar hay que cuidar de no levantar la voz; porque
cuando uno habla en voz muy alta se oye mal a sí mismo. Además,
hablar en voz alta proporciona una sensación de seguridad y al ensayar
se debe tantear con legítima inseguridad en busca del gestus y del
acento apropiados. Aun más tarde, al actuar, el tono -aunque ya
establecido (por experiencia, intención, placer)- debe tener siempre
algo de tentativo, como si se estuviera pro poniendo, consultando.
2
En los actores de la vieja escuela, la intención y la
realización suelen fundirse tan completamente que la primera desaparece
para el espectador. Con eso logran mostrar lo natural. Pero para
nosotros, lo natural tiene la desventaja de no mostrar
nada.Dificultades de los pequeños papelesB. comentó en una ocasión,
refriéndose a un joven actor: “Tiene condiciones, pero no tiene
técnica. Todavía no puede desempeñar papeles pequeños.” B. señalaba así
la dificultad de los pequeños papeles.
Pero también sabía, naturalmente, que
hay quienes
tienen condiciones para grandes papeles y quienes tienen
condiciones para papeles pequeños. Refiriéndose a este hecho, solía
relatar una anécdota del finés Nurmi, un corredor de resistencia. Por
la estupidez y el afán de lucro de sus agentes, Nurmi debió
intervenir en una carrera de trayecto corto.
Sorprendentemente incapaz de apresurar su carrera regular, calculada
para trechos largos, salió perdedor en la competencia.
Mímica
Por el momento, al hablar de mímica
dejaremos de lado la pantomima ya que ésta es una rama aparte del arte
de expresarse como el teatro, la ópera y la danza. En la pantomima todo
se expresa sin palabras, hasta las palabras. Pero nosotros nos
ocuparemos de la mímica que se utiliza en la vida diaria y es
perfeccionada en el arte teatral.
También hay ademanes y
gestos aislados, que reemplazan a la expresión oral y que se entienden
por tradición, como (entre los occidentales) la señal afirmativa que
se hace con la cabeza, o ciertos ademanes ilustrativos, como los que
describen el tamaño de un objeto o la curva descripta por un coche de
carrera. Luego está la plétora de gestos y ademanes que demuestran una
actitud o un estado espiritual: desprecio, tensión, perplejidad, etc..
Hablaremos también del gestus
(la intención gestual). Por gestus entendemos todo un complejo de
gestos y ademanes, de naturaleza muy variada, que —junto con expresiones
orales— constituye la base de una situación dada que está viviendo un
grupo de hombres y que determina la actitud total de todos los que
participan en ese suceso (un juicio, una deliberación, una pelea,
etcétera) o un complejo de gestos y expresiones orales que, al
presentarse en un individuo, desencadena determinados sucesos (la
actitud vacilante de Hamlet, la convicción de Galileo, etcétera) o,
simplemente, la actitud subyacente de un hombre (por ejemplo,
satisfacción o expectación).
Un gestus define las relaciones entre
personas. El desempeño de una tarea, por ejemplo, no determina un
gestus, en tanto no implique una relación social como sería la
explotación o la cooperación.
Del gestus (intención gestual)
El gestus global de una pieza sólo
puede determinarse de manera muy vaga y no es posible formular
preguntas que servirían para determinarlo. Pero siempre está la actitud
del autor respecto al público. ¿Enseña? ¿Aguijonea? ¿Provoca? ¿Alerta?
¿Pretende ser objetivo? ¿Subjetivo? ¿Procura poner al público de mal
humor o de buen humor? O sólo pretende que participe de su propio
estado de ánimo? ¿Apela a los instintos? ¿A la razón? ¿A ambas cosas?
Etcétera, etcétera, etcétera.
Luego está la actitud de una época, de
la época que vive el aútor o en la que se sitúa la acción. Por
ejemplo ¿es representativo el autor? ¿Lo son los personajes de la obra?
Luego está la distancia respecto a
los sucesos. ¿Es la pieza una pintura de época o describe un proceso
íntimo? Y dentro de esa distancia está el tipo de obra. ¿Se trata de
una parábola, que pretende demostrar algo? ¿Se trata de una descripción
desordenada de sucesos?...
Todas éstas son preguntas que deben
formularse. Pero quedan pendientes muchas otras. Y quien las formula no
debe dejarse amilanar por el hecho de que las respuestas se
contradigan entre sí; porque la pieza adquiere vitalidad a través de
sus contradicciones. Pero al mismo tiempo debe plantear claramente esas
contradicciones y no proceder en términos vagos, confiado en la cómoda
sensación de que la cuenta no va a dar un resultado exacto.
Para mostrar con claridad el gestus
(la actitud subyacente) de una escena aislada, tomaremos la primera
escena del III cuadro de Madre Coraje y sus hijos, según dos
concepciones distintas. La Coraje hace un negocio deshonesto con
material del ejército y, a renglón seguido, exhorta a su hijo a ser
siempre honesto. Al interpretar esta escena, la Weigel hacía señas a su
hijo para que no asistiera al negocio, puesto que no le incumbía.
En la representación
de Munich, puesta según el modelo de Berlín, la Giehse procedía de otra
manera. Con un ademán instaba al Intendente —que vacilaba ante la
presencia del hijo— a seguir hablando; su hijo podía asistir
tranquilamente al negocio. La función dramática de la escena se
conserva en ambos casos:en un medio corrompido se está exhortando a un
joven a que se mantenga ciegamente honesto. Pero el gestus, la actitud
subyacente, de la Coraje no es igual en las dos interpretaciones.
Preguntas sobre la labor del director
— ¿Qué hace el director cuando pone en escena una obra?
— Expone una historia ante el público.
— ¿Con qué cuenta para hacerlo?
— Con un texto, un escenario y actores.
— ¿Qué es lo más importante de la historia?
— Su sentido, es decir aquello que tiene importancia desde el punto de vista social.
— ¿Cómo se descubre el sentido de la historia?
— Estudiando el texto, las características del autor, la época en que surgió.
— ¿Si la historia data de otra época ¿es posible representarla con el sentido exacto que le dio su autor?
— No. El director tiene que escoger una modalidad de lectura que interese a su propia época.
— ¿Cuál es el procedimiento fundamental mediante el cual el director expone la historia ante el público?
— La disposición escénica, es decir la distribución de
los personajes, la ubicación de unos respecto a los otros, sus
desplazamientos, sus entradas y salidas. La disposición escénica debe
narrar la historia con riqueza de matices.
— ¿Hay disposiciones escénicas que no lo hacen?
— Muchas. En lugar de narrar la historia, se preocupan
por otras cosas. Ubican a determinados actores, a las estrellas, en
posiciones ventajosas (de modo que la vista caiga sobre ellos), aunque
sea en desmedro de la historia; también crean en ci público
determinados estados de ánimo que explican los procesos superficial o
erróneamente; o se crean tensiones que no coinciden con las de la
historia, etcétera, etcétera.
— ¿Cuáles son las disposiciones escénicas más erróneas de nuestro teatro?
— Las del naturalismo, en las cuales se imitan
posiciones casuales, “que se producen en la vida”... Las del
expresionismo, en las cuales se proporciona a las personas la
oportunidad de “expresarse”, sin tener en cuenta la historia que en
realidad sólo se está utilizando como un medio... Las del simbolismo en
las que se procura hacer resaltar “lo que se oculta detrás”, las
ideas, sin tener en cuenta Ja realidad... Las del formalismo puro, en
las cuales se persigue un “agrupamiento pictórico”, que no suministra
impulso a la historia.
Experiencia
Sería conveniente transmitir ciertas
experiencias a los directores teatrales: que lo cómico no surte efecto
en la penumbra, que los actores levantan innecesariamente la voz cuando
deben apresurar el ritmo de una escena; que las escenas pequeñas y
hasta insignificantes pueden detener la marcha de la acción si no han
sido elaboradas hasta en sus más mínimos detalles.
Por lo general el
efecto de una escena innecesariamente tediosa se hará sentir sólo en la
siguiente, que parecerá aburrida (“demasiado larga”). La fatiga del
espectador aparecerá sólo entonces. Por eso, cuando una escena parezca
demasiado larga, habrá que examinar cuidadosamente la anterior; es
probable que el exceso esté en ella.
Si un suceso es
interrumpido por otro en escena, la situación nunca podrá volver a ser
la misma que antes; la situación inicial no podrá restablecerse El
suceso interpuesto influye sobre todo lo demás, lo
transforma.Iluminación clara y parejaPara determinadas obras, entre las
que figura El señor Puntila y su sirvjent Matti, conviene iluminar el
escenario con luz clara y pareja.
El público se mantendrá así
consciente de que está presenciando teatro y no un episodio de la vida
real, por natural y vívido que sea el trabajo de los actores. La
ilusión de estar viendo un trozo de vida real en el escenario sólo es
buena para las piezas en las cuales el público se limita a vivir los
sucesos, sin pensar demasiado; es decir, aquellas en las que le basta
con pensar lo que piensan los personajes que se mueven en escena.
Las obras en las cuales se procura
brindar al público el placer de advertir las conexiones de orden social
que existen entre todos los actos cumplidos por los personajes salen
ganando con una iluminación clara y pareja. De esa manera el espectador
no cae con tanta facilidad en ese estado de ensoñación que produce la
luz crepuscular; permanece lúcido, más aún, alerta. El escenógrafo
puede encargarse de los efectos cromáticos y de los contrastes, sin
necesidad de recurrir a la luz de color.
Los actores se ven favorecidos por la
iluminación clara y pareja, cuando se trata de una comedia. La
comicidad surte más efecto en un ambiente bien iluminado; cualquier
cómico lo sabe.
Por otra parte, cuando se representan
sucesos no risueños, la ausencia de esa penumbra que contribuye a
crear “atmósfera” obliga al actor a una labor particularmente eficiente
desde el punto de vista artístico. ¿Y por qué no habría de obligárselo?
Los actores del Globe Theater shakesperiano sólo contaban con la fría luz de la tarde londinense.
Fuente: Revista de Artes