miércoles, 31 de diciembre de 2014

ENTREVISTA AL FILÓSOFO MARXISTA HERBERT MARCUSE EN 1978



En 1978, Herbert Marcuse concedió cuarenta minutos de su tiempo a participar de una serie de entrevistas realizadas por el profesor británico y divulgador Bryan Magee, una especie de análogo anglosajón de Joaquín Soler Serrano. Dichas entrevistas fueron publicadas en forma de texto en un libro titulado Men of Ideas (1978), donde se reúnen diálogos que el inglés mantuvo con Noam Chomsky, Iris Murdoch y Marcuse, entre muchos otros.

Con un imborrable acento teutónico, con un discurso pausado, preciso, Herbert Marcuse evoca con admiración los años turbulentos de la República de Weimar que vieron florecer al Instituto de Investigación Social, hoy conocido como la Escuela de Frankfurt, que lideraron Horkheimer y Adorno. Para cuando se llevó a cabo la entrevista, Marcuse, que ya lo había escrito todo (moriría unos pocos meses más tarde, en el verano del 79), era una estatua viva del pensamiento continental exportado a Norteamerica, donde había escrito en inglés sus libros más brillantes, como El hombre unidimensional (1954) y Eros y civilización (1955), ensayo en el que conjuga a Marx y a Freud con una lucidez asombrosa.

Bryan Magee está siempre intentando correr a Marcuse un poquito más hacia la derecha, arrastrarlo hacia Occidente, barrer para casa y llevarlo a su terreno. Se concentra en las discrepancias que Marcuse mantiene con el marxismo tradicional, subraya con entusiasmo su heterodoxia. Le pone palabras en la boca a Marcuse que, escandalizado, niega rotundamente suscribir; esboza prejuicios en boca de televidentes hipotéticos o de críticos anónimos y ajenos. Prejuicios que, intuimos, también son suyos. Se nota que estamos en la guerra fría, donde la batalla ideológica era un debate abierto que se ponía en escena. El profesor, a veces, se sobresalta un poco, y sin perder la compostura contraargumenta de forma rigurosa, mientras divulga sus ideas con nivel pedagógico envidiable.

Desde la perspectiva que nos otorga volver a ver esta entrevista desde siglo XXI, la conversación que mantienen, sobre cómo el poder económico parece sojuzgar al poder político y sobre la presunta acumulación de capital que se había estado gestando durante la década de los setenta, no puede más que provocarnos una sonrisa algo amarga.

Fabricio Tocco

martes, 30 de diciembre de 2014

"ESTRUCTURA MORAL DEL PARAÍSO", UNA EXPOSICIÓN DE JONÁS TORRES


En la Sala Kstelar, de la Agencia Andaluza de Instituciones Culturales de Sevilla, encontramos hasta el mes de febrero “Estructura moral del Paraiso”, proyecto de Jonás Torres, seleccionado por el programa iniciarte 2014/2015. Exposición que ha trazado una sensibilidad social a un proyecto que engloba tres creaciones fotográficas y otra en formato video, bajo el proceso de Stop-motion, a partir de 878 fotografías digitales.

Tal como afirma el autor,  el fotógrafo Jonás Torres, ha querido plasmar dos planos semánticos con sus fotografías, el conceptual y el descriptivo. En todas sus fotografías observamos una narración secuencial, cuyos pilares se centran en la emigración, precariedad laboral y los desahucios, y por supuesto, “el estado de personas miserables, aún aferradas a tiempos pasados de bonanza.” Añade Natalia Vearr, gestora cultural, que junto a Jonás Torres han articulado esta atractiva exposición sita en la sala Kstelar, calle Castelar, número 22.

La exposición pretende ser una toma de consciencia, en torno al modo en que el discurso expositivo debe encarar la representación de la historia. Está organizada en relación a 4 secciones. La primera de ellas nos alerta de una crisis constante, dado que el ser humano no ha aprendido de su propio pasado. Se trata de El exiliado (2010), personaje obligado a dejar su vida atrás con la esperanza de encontrar un futuro mejor. Observamos en una serie de 7 obras fotográficas, un personaje en un espacio abandonado y bajo una atmósfera fría y ciertamente desasosegante, donde vemos una recreación secuencial de un camino ciertamente perdido, ausente.

El Exiliado (serie de 7) 2010 73,5 x 58,5 cm.
Fotografía digital sobre papel baritado

La costurera (2012) es una serie de siete fotografías en blanco y negro, que simboliza la precariedad laboral sometiendo a personajes que rodean a la personaje principal, la costurera.

La Costurera (serie de 7) 2012, 73,5 x 58,5 cm
Fotografía digital sobre papel baritado

La extirpada (2013) es la última serie con siete fotografías con un contexto definitorio y común a toda la exposición donde podemos observar un personaje ciertamente mística que ha perdido su hogar, esperando atónita un devenir ausente.

La Extirpada (serie de 7) 2012, 73,5 x 58,5 cm
Fotografía digital sobre papel baritado

El stop-motion denominado Un hombre miserable 4.0, reproduce más de 800 fotografías en algo más de 2 minutos, donde vemos una persona donde el día a día le hace ser consciente de su realidad tan paupérrima.

En su obra observamos dos disciplinas,fotografía y cine. Ambos términos pueden identificarse, reconocerse y comprenderse por separado—lo cual supone que su necesidad ha sido superada y sólo pueden asociarse indisoluble­mente entre sí y sustituirse en todas partes el uno al otro.

Observamos la intencionada alteración de la estructura paisajística, que pone constantemente a disposición de la percepción una atmósfera y una significación presente durante todas sus series.
Una buena elección de espacio y de diseño expositivo. Las fotos, en blanco y negro y color y papel mate, están expuestas sobres marcos de calidad, todo envuelto de una sencillez “atrezada”, con dos instalaciones realizadas por el propio autor.

Instalación sobre Un hombre miserable 4.0 (2009)

Cuando el silencio y la quietud impregnan el material real, la acción en movimiento, la semántica que el autor requiere proyectarnos, tenemos que hacer ese mínimo esfuerzo para introducirnos en ese movimiento que J. Torres, nos ofrece, 7 fotogramas por la velocidad que tus pasos paseen entre las fotografías.

Fuente: Parabelum

Catálogo

lunes, 29 de diciembre de 2014

LA UÑA ROTA PUBLICA "ESCRITOS DE MUJERES DESDE EL SITIO DE LENINGRADO"

Escritos de mujeres desde el sitio de Leningrado.
Cynthia Simmons y Nina Perlina.
Traducción de Joaquín Fernández-Valdés y Gemma Deza Guil.
La Uña Rota.
Segovia, 2014.
400 páginas.
18,90 euros

VOCES DE LAS TROYANAS DE LENINGRADO

Las mujeres fueron esenciales en la defensa de la ciudad, que Hitler no logró doblegar. La investigación de Simmons y Perlina amplía la visión sobre el terrible asedio


Sofia Nikoláievna Buriakova era ama de casa en Leningrado. Su vida cambió radicalmente con la invasión alemana de 1941 y el asedio a la ciudad. Al comenzar este, pasó un mes cavando trincheras antitanque, luego sirvió en la defensa civil. A su hermano lo asesinaron para robarle la cartilla de racionamiento, que significaba seis gramos más de pan. En marzo de 1942 murió su padre de agotamiento: con 79 años, iba y volvía caminando a la fábrica, donde hacían cinturones de munición para el frente. Sofia consiguió llevar el cadáver hasta uno de los cementerios de la ciudad, metido en un ataúd improvisado con tablones. Pero no pudo enterrarlo en una tumba individual. Logró que aceptaran sepultarlo en el margen de una fosa común, aunque hubo que sacarlo del ataúd y envolverlo en una sábana. De camino, volvió la vista varias veces: "Me pareció que el rostro de papá, que no había quedado cubierto con la sábana, me miraba con un reproche tácito. Me había pedido que no lo enterráramos en una fosa común. Toda mi vida he sufrido punzadas de remordimiento por no haber sido capaz de cumplir la única petición que me hizo mi padre".

El de Buriakova, que recuerda la dificultad corriente de enterrar a los seres queridos en la ciudad sitiada —como si no bastara el dolor de perderlos—, es uno de la treintena de testimonios que se recogen en Escritos de mujeres desde el sitio de Leningrado, una colección interesantísima de textos variados (diarios, cartas, memorias, entrevistas y prosa documental) recopilados para mostrar la experiencia del asedio desde una singular perspectiva de género. Ellas, las mujeres, las blokádnitsy, las asediadas, las modernas troyanas (aunque en Leningrado tuvieron un papel muchísimo más activo que en Troya), componían la mayor parte de la población civil y fueron las verdaderas protagonistas.

"Todos estamos en el corredor de la muerte", escribió la artista y enfermera Liubov Vasilevna Shapórina. En el asedio murieron más de un millón de civiles, lo que supera a los muertos que ha tenido EE UU, civiles y militares, en todas las guerras libradas ¡desde 1776 hasta ahora. El protagonismo de las mujeres, en el valor, la abnegación y el sufrimiento, lo recalcan las autoras del libro, las investigadoras Cynthia Simmons, profesora de Estudios Eslavos en la Universidad de Boston, y Nina Perlina, del departamento de Lengua y Literatura Eslavas en la Universidad de Indiana y superviviente del sitio de Leningrado, que padeció de niña.

Entre las cosas más emotivas está la pena de las mujeres por la pérdida de su feminidad a causa de los brutales efectos físicos del hambre. "Nuestro aspecto es espantoso, la ropa nos cuelga como si fuéramos una percha", escribe Evguenia Shavrova. Es destacable, sin embargo, que los hombres morían de inanición antes que las mujeres porque el cuerpo masculino tiene menos grasa y su sistema cardiovascular es menos fuerte.

El libro contribuye enormemente a ensanchar nuestra visión del asedio de la primera gran ciudad de la Europa continental que Hitler no consiguió conquistar, desmonta tópicos y ofrece numerosos datos (no dejen de leer el magnífico prólogo del historiador Richard Bidlack), como que Leningrado era ya antes de 1941 uno de los mayores centros de fabricación de munición de la URSS y estaba preparada para la guerra —tenía la experiencia de la Guerra de Invierno contra Finlandia—, con una economía movilizada y militarizada. En 1940, las mujeres ya eran el 47% de la mano de obra. En diciembre de 1941, a los tres meses del asedio, el 90%. Con los hombres en el frente, Leningrado se convirtió en "una ciudad de mujeres", y el cerco, en "una experiencia de mujeres". Ellas no dejaron de trabajar para proteger a su ciudad y a sus familias.

Hicieron mucho más: defender Leningrado inmovilizaba a cientos de miles de soldados alemanes que podían haberse dirigido contra Moscú y protegía el corredor hacia el Sur del vital armamento estadounidense que arribaba a Múrmansk.

La historia de Leningrado y su asedio, en continua revisión, se desarrolla a muchos niveles: la hostilidad de Stalin hacia la "segunda capital" de la URSS, las diferencias entre la versión oficial de la heroica resistencia y la realidad hecha de sucesos mucho menos edificantes —la universalización del mercado negro, el robo generalizado de comida, los 2.000 detenidos por canibalismo (abundaban los cadáveres sin nalgas)— o el papel de la religión.

Los textos seleccionados nos adentran en muchos de esos ángulos de la historia del asedio y ofrecen información directa y privada que va más allá de los relatos habituales acerca de las raciones misérrimas, el pan con serrín y el frío. El que haya testimonios de mujeres de la élite intelectual de la ciudad proporciona amplitud al abanico de experiencias. Una bailarina del Mariinski, Vera Kostrovitskaia, denuncia que la directora las obligaba a bailar aunque no se aguantaran de pie: incluso La muerte del cisne.

La calidad y el interés de los textos varían mucho y quizá se sacrifica demasiado la amenidad en aras de la cantidad y el interés histórico. Es interesante comparar este libro coral con otro reciente como es el diario de la adolescente Lena Mujina (Ediciones B, 2013). Aquí son muchas las que recuerdan lo que era comer gato.

Fuente: El País

Lee las primeras páginas de 'Escritos de mujeres desde el sitio de Leningrado': http://ep00.epimg.net/descargables/2014/12/17/33ee29e3cbaa986aafecaed9ad0a9928.pdf

domingo, 28 de diciembre de 2014

"MASACRE DE PUERTO MONTT", DE LUIS CAMNITZER


Masacre de Puerto Montt
Luis Camnitzer (Lübeck, Alemania, 1937)
1969
Instalación de pared y suelo con vinilos adheridos de textos relativos a la acción armada y líneas de puntos que aluden a las trayectorias de las balas.
Dimensiones variables
Centro de Arte Reina Sofía

El 20 de junio de 1969 Luis Camnitzer (1937) mostró en el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de Chile la instalación Masacre de Puerto Montt en la que recreaba una matanza que ha permanecido en la memoria colectiva del país, que en ese momento vivía el último periodo del gobierno de Eduardo Frei. El hecho se había producido el 9 de marzo anterior, durante el desalojo de unas 90 familias de la finca Pampa Irigoin en Puerto Montt, y supuso la muerte de nueve campesinos por disparos de los carabineros y la de un bebé por asfixia. Camnitzer abordaba el tema del desigual reparto de la propiedad de la tierra y la represión violenta desde el punto de vista del conceptualismo del grupo New York Graphic Workshop, en el que estaba integrado desde 1964 junto a la artista Liliana Porter, que también expuso en esa muestra.

New York Graphic Workshop se había propuesto llevar el medio tecnificado del grabado a la contemporaneidad, revelándose ante su tradicional subordinación al dibujo y la pintura. En el caso de Camnitzer se centraba especialmente en el texto para profundizar en el significado y en el contexto espacial de la imagen artística. Basándose en la idea de reproductividad y seriación de la técnica del grabado, Camnitzer se centra en la función descriptiva y evocadora del lenguaje. Según él mismo escribió en el catálogo de la exposición en Chile, buscaba las claves que liberasen la facultad de creación como un bien público y que condujeran a la revalorización de la percepción de la realidad «sin escapismos ni opios».

En Masacre de Puerto Montt el texto es tratado de acuerdo a conceptos espaciales del minimalismo, pero la obra se aparta del reduccionismo para concentrarse en el significado. Las palabras dibujadas a lápiz se colocan en los muros, mientras en el suelo se sitúan las nueve trayectorias de bala, construidas por sendas líneas seriadas de dibujo a lápiz, cada una de ellas con el texto: «Proyección horizontal de trayectoria de la bala...», y el correspondiente número que sirve para contabilizar los disparos. La frase mantiene la frialdad descriptiva del signo, del mismo modo que los textos de las paredes proporcionan información sobre las troneras, las armas y los soldados que acribillaron las chozas de los campesinos en el centro del terreno ocupado.

Como ha recordado Camnitzer, en 1969 Masacre de Puerto Montt fue incomprendida, pues la «derecha descartó la obra por tendenciosa, y la izquierda por la ausencia de manchas de sangre, detalle necesario para calificarla de arte político». El rigor conceptual de la instalación, realizada en los años en los que una generación de artistas latinoamericanos se autoimponían la necesidad de hacer un arte que influyera en la realidad política, y en un momento en el que el interés por la semiótica y el estructuralismo lingüístico imperaba en su conceptualismo, ha sido determinante para que el Museo Reina Sofía plantease la recuperación de la obra para la Colección.

sábado, 27 de diciembre de 2014

"LA HISTORIA DE LIU BAO", PELÍCULA CHINA DE 1957


Título: The Story Of Liubao Village
Título V.O: Liu bao de gushi
Director: Wang Ping
Año: 1957
País: China
Duración: 80 minutos
Reparto: Lia Youliang, Tao Yulin
Guión: Shi Yan, Huang Zongjiang.

Episodio de la lucha bélica que precedió a la implantación de la República Popular China.

VER PELICULA CON SUBTITLULOS EN CASTELLANO:

viernes, 26 de diciembre de 2014

ARTE Y ANTIFASCISMO EN ITALIA

Spagna, 1937, Aligi Sassu, 1939, Fondazione Aligi Sassu e Helenita Olivares, Lugano.

ARTÍCULO DE JUAN JOSÉ GÓMEZ PUBLICADO EL 5 DE DICIEMBRE DE 2014 EN EL NUEVO BLOG "MEDITACIONES SOBRE EL ECLIPSE"

Cuando el fascismo toma el poder en Italia en 1922, ya contaba con una amplia base intelectual que incluía gran parte de la escena artística nacional. Al conocido caso de los futuristas —poco influyentes a partir de entonces— pueden sumarse exponentes de la Pittura Metafisica como Sironi o Carrà, la abstracción lombarda y toscana, Novecento, las revistas Valori Plastici, Casabella, la mayor parte de la crítica de arte… Esta constelación, afín al Régimen en distintos grados, buscaba inspiración en las difusas categorías nacionalistas de “italianidad”, “romanidad” o “mediterraneidad” que, por una parte promovían un arte “popular” de masas y por otra entroncaban la cultura italiana con los fundamentos de la civilización occidental mediante la idea de de lo clásico.

A diferencia de Alemania, las políticas artísticas fascistas eran lo suficientemente abiertas como para integrar tendencias diferentes e incluso opuestas bajo estas categorías. Aunque, para finales de los años treinta y el comienzo de la II Guerra Mundial, cobraban cada vez más importancia los sectores pro-nazi en el Régimen y, con ellos, las voces que interpretaban el arte moderno bajo las categorías de “degenerado” y “judío”.[1] El arte italiano transita entonces, con notables excepciones, desde la heterogenieidad de los años veinte a un tipo de clasicismo grandilocuente e imperial y la vulgarización propagandística del militarismo y el nacionalismo extremo. Cierto es que en Italia existía además un ambiente artístico declaradamente “agnóstico” en materia ideológica, sobre todo entre los jóvenes artistas, en torno a la revista Il Selvaggio, por ejemplo. También entre las figuras consagradas del interior —como Morandi y De Chirico— y los expatriados en París —como Modigliani o Severini—, que permanecían espléndidamente ajenos a la política.

SEGUIR LEYENDO: https://eclipseparcial.wordpress.com/2014/12/05/arte-en-italia-bajo-el-fascismo/#more-47

martes, 23 de diciembre de 2014

LA VIOLINISTA LETICIA MORENO DEDICA SU NIEVO DISCO A SHOSTAKOVICH

Shostakovich
Leticia Moreno
Yuri Termirkanov
Lauma Skride
Saint Petersburg Philharmonic Orchestra
Deutsche Grammophon
Precio: 16,99 euros (orientativo)

Es una auténtica fiera sobre el escenario. Lo es en el sentido más visceral y emocional, y también en sentido técnico. Leticia Moreno (Madrid, 1985) se bebe cada nota, cada arco, cada ataque, los digiere y luego los 'vomita' en directo a través de su violín, consiguiendo que la obra sea ella misma, tal y como la concibió su creador, creando una atmósfera plena, un reencuentro entre música, compositor, intérprete y público.

De ese compromiso con la esencia de la obra, con su raíz, vuelve a hacer gala (después de un disco dedicado a la música española) en su nuevo álbum Shostakovich, publicado de nuevo con Deutsche Grammophon y que el viernes pasado presentó en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid.

Todo en torno a este disco puede medirse en una serie de casualidades, tal y como relata la propia artista: “Surgió la oportunidad de grabar en directo el Concierto nº1 con la Filarmónica de San Petersburgo dirigida por Yuri Temirkanov, la eminencia para este tipo de repertorio. Justo se trata de una obra que estudié a través de mi mentor, Rostropóvich, quién era la persona más cercana a Shostakovich y de hecho, las primeras notas que toqué del mismo las aprendí a través de él, así que todo hace que este repertorio esté bajo mi piel porque siento a este compositor como parte de mí. Quizás la manera en la que fui acercada a este tipo de obras, me ayudó a comprenderlas bien”, añade.

Así, después de una gira por diferentes países con Temirkanov y la Filarmónica, el director la invitó a uno de los conciertos más importantes en San Petersburgo, la clausura de la temporada de la orquesta. “Allí había un montón de infraestructura para grabarla, muchos más de 50 micrófocos, algo que no es lo habitual. El concierto se grabó en directo y recuerdo que salimos los dos emocionados, muy felices. La reacción de Temirkanov fue formidable y para mí que él celebre mi forma de tocar… Nunca hubiera imaginado que eso iba a ocurrir y menos sabiendo que él es muy parco en palabras. Como la grabación salió muy bien y tengo mi contrato en exclusiva con DG, se emocionaron. Hay toda una historia detrás y es un proyecto redondo. Al igual que mi disco anterior, Spanish Landscapes, fue un impulso”.

De la especial relación artística de Moreno con Yuri Temirkanov, el propio maestro ruso ha dicho que “Leticia es una de las violinistas más importantes de su generación” y que cuando trabajó con ella por primera vez le sorprendió que tocara este Concierto de Shostakovich como si hubiera vivido aquellos tiempos terribles. “Siente esa música y es capaz de llegar a lo más profundo de su esencia”, llegaba a afirmar.

Para Leticia la música de Shostakovisch “te mete en su universo, te atrapa por completo y una vez entras en este mundo no ves más allá”. “Es un lenguaje muy claro y muy intenso porque él lo era. El período que vivió fue duro y por eso se han dado todas las condiciones para que su música sea muy intensa. Es decir, a esto no sólo contribuyó su carácter, sino el tiempo en el que fue compuesta. El tipo de composición que hacía era muy descriptiva y la historia está escrita en sus obras, a diferencia, por ejemplo, de la de Prokofiev, que componía para evadirse y que quizás era más folclórica”, puntualiza.

El disco se completa con los Preludes, op.34a que Leticia interpreta junto a la pianista Lauma Skride, a la que conoce desde que tiene 12 años y con la que ha tocado en diversas ocasiones. Confiesa que es un apoyo vital para ella y que no puede imaginar una persona mejor con la que grabar estos preludios.”Es curioso que mi segundo disco con DG sea con un repertorio ruso porque la música rusa es como mi lengua materna… Quizás porque comencé con maestros rusos y siento muy muy cercana, aunque a mí, sobre todo, lo que me gusta es poder trabajar muchos estilos diferentes. Sin embargo, es verdad que mi destino me ha unido a Rusia porque he tocado mucho allí, he estado en Siberia, en esos paisajes helados… Tengo muchos amigos cercanos que son rusos y conozco la cultura rusa desde muchos ámbitos”.

Pletórica, pero sin poder estar “ni siquiera extremadamente contenta por la grabación” por no tener ni un minuto libre, Leticia Moreno, con un año lleno de compromisos por delante, vive convencida del valor de la música clásica y decidida a hacer llegar este gran tesoro a nuevos públicos. Así, en su presentación de este viernes, en la que recreó algunas de las piezas de este último disco, invitó a artistas de diversas disciplinas como Dj Slow y el artista plástico Erick Miraval. Como decía, emoción y virtuosismo en estado puro.

Fuente: hoyesarte

lunes, 22 de diciembre de 2014

"LOS OJOS DE ERIC GARNER", DEL ARTISTA JR, EN LA MARCHA "MILLIONS MARCH NYC"


La decisión del gran jurado de Nueva York de no procesar al policía responsable de la muerte del joven Eric Garner, que indignó a los estadounidenses en todo el país, provocó que cientos de miles de personas salieran a las calles. La semana pasada el mundo fue testigo de la reunión más grande después de una semana de manifestaciones. Cientos de miles de personas inundaron las calles del bajo y el centro de Manhattan para la protesta de "Milliones March NYC". El evento fue especialmente emotivo, no sólo por el número de asistentes, sino también por unas cuantas imágenes que encabezaban la marcha. El artista parisino JR creó algunas piezas que representaban los ojos de las víctimas de la brutalidad policial, que los manifestantes portaron durante todo el acto. No podemos pensar en una imagen más apropiada para condenar las injusticias recientes.



domingo, 21 de diciembre de 2014

"DUTSCHKE", DE WOLF VOSTELL, EN EL 35 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL ACTIVISTA ALEMÁN


Dutschke
Wolf Vostell
1968
Fotografía sobre lienzo, acrílico y barniz
101,3 x 100,3 cm

En 1963 Vostell ingresa en el grupo “Realismo capitalista” de la galería Block de Berlín, paralela al Nuevo Realismo francés, junto con Gerhart Richter (Dresde, 1932). Ambos artistas trabajaban fotografías de archivos de periódicos y revistas, Vostell hizo una serie de retratos hechos con técnicas de borrado sobre fotografías polaroid, termografías con rayos infrarrojos y telefotografías,etc, todo ello hacia el año 1967.

Esta foto modificada con acrílico y barniz por el Vostell muestra a Rudi Dutschke (1940-1979) sociólogo marxista, político e importante representante del 'movimiento del 68', una serie de emblemáticas movilizaciones civiles y estudiantiles en Alemania. En el año 1968, Dutschke fue atacado por un joven de ultraderecha que le disparó tres veces a la cabeza. Sobrevivió, pero nunca pudo superar las secuelas. El 24 de diciembre de 1979, mientras tomaba un baño, sufrió un ataque de epilepsia consecuencia de las secuelas del atentado, muriendo ahogado.

sábado, 20 de diciembre de 2014

"TRACTORISTAS", PELÍCULA SOVIÉTICA DE 1939

TÍTULO ORGINAL: Traktoristy
TÍTULO ESPAÑOL: Tractoristas
DIRECTOR: Ivan Pyryev
GUIÓN: Yevgeni Pomeshchikov
FOTOGRAFÍA: Alexander Galperin
MÚSICA: Dmitri y Daniel Pokrass
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Vladimir Kaplunovsky
PRODUCCIÓN: Kievskaya Kinostudiya (Kiev Film Studio) y Kinostudiya "Mosfilm"
PAÍS: URSS
AÑO: 1939
DURACIÓN: 81 min
INTÉRPRETES: Marina Ladynina, Nikolay Kryuchkov, Boris Andreyev


Sinopsis: A mediados de los años 30. Klim Yarko, un conductor desmovilizado de tanques vuelve desde el Lejano Oriente a la granja colectiva de Ucrania donde vive Maryana Bazhan, su amor desde hace mucho tiempo. Pero en la vecindad Maryana es una famosa conductora de tractores y son legión sus admiradores. En un intento por deshacerse de ellos, ella inventa una historia de su amor por Nazar, marimacho y gorrón. Klim, un alma sencilla, se halla en una situación complicada, pero finalmente por su sinceridad y astucia se gana las simpatías de toda la granja y el amor de la famosa Maryana.

Película de propaganda: en 1939, la amenaza de una invasión alemana se cierne sobre la URSS y el Estado ha de implicar a la población en sus afanes. Pyryev pergeña una cinta algo infantil por su guión, pero directísima y eficaz en su cometido.

VER PELICULA CON SUBTÍTULOS EN CASTELLANO:

viernes, 19 de diciembre de 2014

"LA CHICA DE LAS FLORES", ÓPERA REVOLUCIONARIA DE COREA DEL NORTE



Ópera revolucionaria de 1930, que fue convertida en película en 1972.

Se trata de una recreación histórica del periodo de la ocupación japonesa de Corea. El argumento gira en torno a la vida de una humilde mujer llamada Kotpun y su familia que recoge flores en los montes para venderlas en la ciudad. A través de su vida descubrimos una sociedad pobre y sin futuro. Los japoneses mantienen una sociedad feudal. Trabajos forzados, cárcel, violencia y otras humillaciones mantienen al pueblo sumiso.

Esta mujer y las injusticias, vejaciones y malos tratos que recibe de los japoneses y de la sociedad inmoral en la que vive (su madre enferma y no tiene dinero para comprar medicamentos, cuando consigue la medicina es demasiado tarde, también vemos a un casero brutal; además de otras desgracias), provoca un estallido social que amalgama el orgullo de los coreanos y funde la revolución socialista en un estallido social contra los colonizadores, contra el sistema injusto que les mantiene en la miseria y no les deja progresar: El capitalismo.

Su hermano, Kim Chol Ryong después de unos años en prisión, huido y ahora miembro de la guerrilla, vuelve para liderar la revolución. Un final de esperanza en el futuro.

El vídeo recoge una representación de la ópera en 2012.

jueves, 18 de diciembre de 2014

"SANGRE EXTRAÑA", CUENTO DEL ESCRITOR SOVIÉTICO MIJAIL SHÓLOJOV

 
Mijaíl Aleksándrovich Shólojov fue un novelista soviético nacido el 24 de mayo de 1905 en la aldea de Kruzhílino (Rostov del Don) y fallecido el 21 de febrero de 1984.
 
Además fue un político y miembro importante del Partido Comunista. Principal exponente de la cultura soviética, sus obras han sido traducidas a más de 30 idiomas. En el año 1965 ganó el Premio Nobel de Literatura.
 
Shólojov fue la figura más importante en el siglo XX dentro de la literatura rusa. Nació a orillas del río Don en una pequeña aldea de la stanitsa Vyóshenskaya, en el seno de una familia cosaca. Participó en la Primera Guerra Mundial y luego en la Guerra Civil Rusa. En 1917, conmovido por los eslogan y proclamas de los bolcheviques, se alista al Ejército Rojo; también trabajó como periodista y editor. Ocupó diversos cargos militares, administrativos y políticos, llegando a ser elegido diputado del Sóviet Supremo de la URSS. Fue galardonado con diversos premios, medallas y órdenes por el gobierno de la URSS de la época. Obtuvo reconocimiento internacional por sus logros en el campo literario, y en 1965 se le otorgó el Premio Nobel de Literatura.

SANGRE EXTRAÑA

Para San Filipp, después de la vigilia, cayo la primera nieve. Por la noche sopló el viento del Don, hizo susurrar en la estepa la hierba salpicada de escarcha, festoneó los oblicuos caballones de nieve y lamió hasta desnudarlo el espinazo bacheado de los caminos.
 
La noche envolvía el pueblo en silencio de una oscuridad verdosa. Más allá de las casas dormitaba la estepa sin arar, invadida por las malas hierbas.

A medianoche aulló sordamente un lobo en los barrancos. Los perros le contestaron en la stanitsa 1, y el abuelo Gavrila se despertó. Sentado en el relleno de la estufa, recostado en la chimenea y con piernas colgando, estuvo tosiendo mucho rato, luego escupió y buscó a tientas la petaca.

Todas las noches se despierta el abuelo después del primer canto de los gallos y allí se sienta, fuma, tose arrancando los esputos de los pulmones y, en los intervalos entre los ahogos, los pensamientos siguen en la imaginación la trocha habitual y trillada. Sólo en una cosa piensa el abuelo: en el hijo desaparecido en la guerra.

Había tenido uno solo: el primero y el último. Para él trabajaba sin descanso. Llegando el momento de que se marchara al frente contra los rojos, llevó una yunta de bueyes al mercado y, con lo que dieron por ellos, compró a un calmuco un caballo de combate que no era un caballo sino una tormenta desencadenada en la estepa. Sacó del baúl la silla de montar y el bridón con guarnición de plata. Al despedirse dijo:

-Te he equipado, Petró, de manera que incluso a un oficial le pintaría ponerse así en campaña. Sirve como sirvió tu padre, y no dejes mal a las tropas cosacas ni a nuestro Don. Tus abuelos y tus bisabuelos prestaron su servicio al Zar, y también debes prestarlo tú...

El abuelo mira hacia la ventana, salpicada de destellos verdosos de luna, presta oído al viento que anda husmeando por el patio y recuerda los días que no volverán ni nadie hará volver...

Cuando despidieron al hijo, bajo el tejado de mimbre de la casa de Gavrila cantaron los cosacos su vieja canción:

Golpeamos, nunca quebramos nuestras filas.
Siempre a la orden, cumplimos
Lo que mandan nuestros comandantes, nuestros padres.
Y vamos allá... tajamos a sablazos, pinchamos y golpeamos.

Petró estaba sentado a la mesa, ebrio, lívido. La última copa, la de despedida, la apuró entornando los ojos de cansancio, pero montó a caballo bien firme. Ajustó la sháshka 2 al cinto y, doblándose desde la silla, agarró un puñado de tierra del patio paterno. ¿Dónde descansaría ahora, y qué tierra cubriría su pecho en comarcas extrañas?

El abuelo tose, con tos larga y seca. El fuelle de su pecho croaja y borbotea y en los intervalos, cuando después del golpe de tos recuesta la espalda encorvada en la chimenea, los pensamientos siguen en la imaginación la trocha habitual y trillada.

*

Al mes de marcharse el hijo, llegaron los rojos. Irrumpieron como enemigos en la existencia secular cosaca y volvieron del revés la vida acostumbrada del abuelo como quien vuelve del revés un bolsillo vacío. Petró estaba al otro lado del frente, cerca del Donets, ganándose con su celo en los combates los galones de alférez mientras que, en la stanitsa, el abuelo Gavrila nutría, arrullaba y mecía -lo mismo que a Petró cuando era un chiquillo de rubia cabeza- un enconado odio profundo contra aquellos intrusos de rojos.

Adrede, para que rabiaran, llevaba en el ancho pantalón de paño, abombachado sobre las botas, la distintiva franja roja 3 que pespunteaba al costado con hilo negro. Se ponía el chekméñ con pasamanería de color naranjo -distintivo de las unidades de la guardia cosaca- y las huellas de las charreteras de vájmistr 4 que había llevado en su tiempo. En el pecho se colgaba las medallas y las cruces que le habían merecido su celo y su lealtad en servicio al monarca. Y los domingos, camino de la iglesia, llevaba abierta la zamarra para que todos las vieran.

El jefe del comité soviético del pueblo le dijo una vez al cruzarse con él:

-Hombre, viejo, quítate esos colgajos. Ahora no se llevan.

El abuelo estalló como pólvora:

-¿Me los has colgado tú para mandarme ahora que me los quite?

-El que te los colgó estará seguramente hace mucho tiempo sirviendo de rancho a los gusanos, je-je-je...

-¿Y qué?... ¡pues yo no me los quito! ¿Me los vas a arrancar cuando esté muerto?

-¡Que cosas se te ocurren! Si te lo aconsejo, no más, es por tu bien... Por mí, puedes dormir con ellos si quieres. Pero, mira que los perros van a hacerte trizas los pantalones. Los pobres, como no están acostumbrados ya a estas alturas a ver tipos con esta apariencia, ya no reconocen a los suyos...

El agravio le supo tan amargo como el ajenjo en flor. Se quitó las condecoraciones, pero la inquina crecía en su alma, se henchía, y comenzó a emparejar con la rabia.

Desapareció el hijo, y no hubo ya para quién multiplicar la hacienda. Los cobertizos se venían abajo, el ganado rompía los corrales y se podrían los cabrios del tejado del establo, arrancados durante una tormenta. En la cuadra vacía campaban por sus respetos los ratones y bajo un cobertizo se cubría de herrumbre la segadora.

Los caballos de combate se los habían llevado los cosacos al marcharse; los pocos que quedaban los requisaron los rojos y el último, peludo de patas y orejudo, que le habían dejado los soldados rojos en lugar del suyo, se lo “compraron” los de Majnó nada más verlo, dejándole a cambio un par de polainas inglesas.

-Aunque lo nuestro valga más, no importa -dijo un ametrallador guiñando un ojo-. Aprovéchate de lo nuestro, abuelo.

Se esfumaba todo lo acopiado a lo largo de decenios. Las manos rechazaban el trabajo. Pero en primavera, cuando la estepa célibe se tendía bajo los pies, sumisa y lánguida, la tierra atraía al abuelo, le llamaba por las noches con llamada muda pero imperiosa. Sin poder resistir, enganchaba los bueyes al arado y marchaba a surcar la estepa con la hoja de acero y a sementar de gruesos granos de trigo su insaciable entraña de tierra negra.

Regresaban cosacos del mar o desde más allá de los mares, pero ninguno de ellos había visto a Petró. Habían servido en otros regimientos y habían luchado en lugares distintos -¡con lo grande que es Rusia!-, pero del regimiento donde iban Petró y otros cosacos paisanos suyos se sabía que perecieron allá por el Kubañ combatiendo contra los rojos del destacamento de Zhlobin.

Con su vieja, Gavrila apenas hablaba del hijo.

Por las noches la oía sorberse las lágrimas y enjugarlas en la almohada.

-¿Qué te ocurre, vieja? -preguntaba carraspeando.

Ella callaba un poco y luego contestaba:

-Debe de haber tufo... Se me ha levantado dolor de cabeza.

Fingiendo que no caía en el cuento, aconsejaba:

-Toma un poco de salmuera de los pepinos. Ahora bajo y te traigo del sótano.

-Déjalo. Ya se me pasará...

Y de nuevo extendía el silencio su invisible velo de encaje por la casa. La luna se asomaba descaradamente a la ventanilla contemplando el dolor ajeno, la angustia maternal.

De todos modos aguardaban al hijo, tenían la esperanza de que vendría. Gavrila dio a curtir unas pieles de cordero y le dijo a su mujer:

-Tú y yo nos arreglaremos de cualquier manera. Pero cuando venga Petró, ¿qué se va a poner? Ya entra el invierno: hay que hacerle una pelliza.

Hicieron un abrigo de pelliza de la medida de Petró y la guardaron en el baúl. También prepararon unas botas, para cuando tuviera que atender al ganado. El viejo cosaco cuidaba de su uniforme de paño azul, lo espolvoreaba de tabaco, a que no fuera a picarlo la polilla. Luego mataron un corderillo y con su piel hizo el viejo una papája 6 para su hijo y la colgó de un clavo. Cuando entraba del corral, la miraba y le daba la impresión de que Petró iba a salir de la sala preguntando sonriente: “¿Hace frío en la calle, padre?”

Habían pasado un par de días, cuando, a la caída de la tarde, fue Gavrila a atender al ganado. Echó paja en el pesebre y quiso ir a traer agua del pozo, pero advirtió que había olvidado las manoplas en casa. Volvió, abrió la puerta y encontró a su mujer, de rodillas junto a un banco, meciendo como si fuera una criatura a la papája de Petró sin estrenar apretada contra su pecho.

Ciego de ira, se abalanzó a ella como una fiera, la tiró al suelo y rugió, sorbiendo la espuma que le asomaba a los labios.

-¡Suelta, canalla!... ¡Suelta!... ¿Qué estás haciendo?

Le arrancó la papája de las manos, la arrojó al baúl y puso un candado. Pero desde entonces advirtió que la vieja tenía un tic en el ojo izquierdo y la boca torcida.

Fluían los días y las semanas, fluía el agua del Don, verde y transparente al acercarse el otoño, y siempre presurosa.

Aquel día se había formado la primera orla de hielo junto a las orillas del Don. Pasó volando sobre la stanitsa una bandada rezagada de gansos silvestres. Al atardecer se acercó a casa de Gavrila un chico de la vecindad.

-¡Buenas tardes tengan! -saludó a la vez que se santiguaba a toda prisa de cara a los iconos.

-Si Dios quiere.

-¿Se ha enterado usted, abuelo? Prójor Lijovídov ha venido de Turquía. Y él servía en el mismo regimiento que Petró...

Gavrila iba presuroso por la calleja, ahogándose de la tos y de la carrera. No encontró a Prójor en su casa: se había marchado a un caserío a ver a una hermana diciendo que regresaría al día siguiente.

Aquella noche no durmió Gavrila. Se la pasó en el rellano de la estufa atormentado por el insomnio.

Antes de que amaneciera encendió un candil de sebo y se puso a remendar unas botas de fieltro.

La mañana, pálida impotencia, amasaba en el oriente gris un amanecer raquítico. La luna fue sorprendida por la aurora en medio del cielo, sin haber tenido fuerzas para llegar hasta una nubecilla donde recogerse durante el día.

*

No habían desayunado aún cuando Gavrila miró por la ventana y dijo, bajando la voz sin saber por qué:

-¡Ahí viene Prójor!

Entró el cosaco, y en verdad que tal no parecía por su vestimenta extraña. En sus pies crujían unas botas inglesas herradas y llevaba un abrigo de corte raro, que sin duda había sido de otra persona por lo mal que le sentaba.

-Buena salud tengas, Gavrila Vasílich...

-Si Dios quiere, muchacho... Pasa y siéntate.

Prójor se quitó el gorro, saludó a la vieja y tomó asiento en el banco, en sitio de honor.

-¡Vaya cómo se ha puesto el tiempo! Ha caído tanta nieve que no se puede dar un paso...

-Es verdad que este año ha nevado temprano... Antes, el ganado salía a pastar todavía en esa época...

Hubo un minuto de angustioso silencio. Gavrila, fingiendo indiferencia y firmeza, observó:

-Has envejecido, muchacho, allá por tierras extrañas.

-Como que no había razones para rejuvenecer, Gavrila Vasílich -sonrió Prójor.

La vieja arriesgó:

-A nuestro Petró...

-¡Calla, mujer!... -la reprendió severamente Gavrila-. Deja que se reponga del frío... Ya tendrás tiempo... de enterarte...

Volviéndose hacia el visitante, preguntó:

-¿Y que tal la vida , Prójor?

-Poco bueno puedo decir. He vuelto por fin a casa como un perro perniquebrado, y le doy gracias a Dios.

-Vaya, vaya... De manera que no se vive muy allá donde los turcos, ¿eh?

-El que llegaba a atar cabos podía darse por contento -Prójor tamborileó con los dedos sobre la mesa-. Pues también tú, Gavrila Vasílich, has envejecido de lo lindo. Tienes la cabeza casi blanca. ¿Cómo viven aquí con el poder ese soviético?

-Esperando al hijo... para que ampare los últimos días de estos viejos... -sonrió Gavrila con una mueca.

Prójor apartó apresuradamente la mirada. Gavrila se dio cuenta de esto y preguntó áspera y abiertamente:

-¿Dónde está Petró, di?

-¿No les han llegado rumores?

-Rumores, corren muchos -atajó Gavrila.

Prójor se enrolló en los dedos los flecos sucios del tapete y tardó en hablar.

-Allá por enero... sí, en enero fue..., estaba nuestra sótnia 7 cerca de Novorossíysk... Una ciudad que hay junto al mar. Conque, allí estábamos, como suele estar en estos casos...

-¿Le han matado? -inquirió Gavrila en un susurro, inclinándose.

Como si no hubiera oído la pregunta, Prójor calló sin levantar la vista.

-Allí estábamos, y los rojos empujaban hacia las montañas para juntarse con los verdes, los suyos que andan por los bosques. Entonces, a tu Petró lo mandó el atamán8 ir de patrulla... Teníamos de comandante al suboficial Sénin... Entonces ocurrió...

Junto a la estufa, se estrelló sonoramente contra el suelo un perol. Extendidas las manos hacía delante, la vieja se dirigía a la cama con la garganta desgarrada por un grito.

-¡Déjate de plañidos! -lanzó rabioso Gavrila y, acodado en la mesa, mirando fijamente a Prójor, profirió lenta y cansinamente-: ¡Termina de una vez!

-¡Lo mataron a sablazos! -exhaló Prójor en un grito y, pálido, se incorporó buscando el gorro a tientas sobre el banco-. A sablazos... mataron a Petró... Se habían detenido cerca de un bosque para que respiraran los caballos, y él le aflojó la cincha al suyo. En esto salieron los rojos del bosque... -Prójor se atragantaba con las palabras y arrugaba el gorro entre las manos trémulas-. Petró se agarró al arzón para montar, pero la silla resbaló bajo la barriga del caballo... Era un caballo fogoso... No pudo retenerlo, y allí se quedó... ¡Eso es todo!

-¿Y si yo no me lo creo? -articuló Gavrila.

Sin volver la mirada, Prójor fue presuroso hacia la puerta.

-Allá usted, Gavrila Vasílich... Yo, francamente... Digo la verdad... La pura verdad... Lo vi con mis ojos...

-¿Y si yo no me lo quiero creer? -rugía broncamente Gavrila amoratado. Los ojos se le habían llenado de sangre y de lágrimas. Después de desgarrar el cuello de la camisa avanzaba con el pecho velludo hacia Prójor sobrecogido y gemía, echada para atrás la cabeza sudorosa-: ¿Matarme al hijo único? ¿A nuestro sostén? ¿A mi Petró? ¡Mientes, hijo de perra! ¿Me oyes? ¡Mientes! ¡No te creo!...

Y por la noche, con la zamarra sobre los hombros, salió de la casa, llegó hasta la era haciendo crujir la nieve bajo las botas de fieltro y se detuvo junto a un almiar.

De la estepa soplaba el viento trayendo polvo de nieve. La oscuridad, negra y rigurosa, se acumulaba en los guindos desnudos.

-¡Hijo! -llamó Gavrila a media voz. Aguardó un poco y, sin moverse, sin volver la cabeza, llamó de nuevo-: ¡Petró! ¡Hijo mío!...

Luego se tendió de bruces sobre la nieve pisoteada al lado del almiar y cerró los ojos dolorosamente.

*

En el pueblo se hablaba de la contingencia alimenticia y de las tropas de los blancos que subían desde el curso inferior del Don. En el Comité local, durante las reuniones, corrían en voz baja las noticias; pero el abuelo Gavrila no había puesto nunca el pie en el destartalado portal del Comité -no tenía necesidad ni interés alguno de ir allí- y, por eso, desconocía muchas cosas. Le extrañó que un domingo, después de la misa, se presentara a su casa el presidente del Comité acompañado de tres hombres con cortas zamarras y fusiles.

El presidente estrechó la mano de Gavrila y, en seguida y abrupto, como un mazazo:

-Di la verdad, viejo, ¿tienes grano?

-¿Te has creído que nos mantenemos solamente del Espíritu Santo?

-Déjate de pullas, y di claramente dónde está el grano.

-En el granero. ¿dónde ha de estar?

-Vamos allá.

-¿Y podría yo saber qué tienen ustedes que ver con mi grano?

Uno alto, rubio, que parecía el jefe, dijo pegando taconazos en el suelo para combatir el frío:

-Requisamos los excedentes de los privados para el Estado. Por el sistema de contingentación. ¿No has oído hablar de eso, viejo?

-¿Y si no lo doy? -inquirió Gavrila con voz bronca mientras la inquina crecía dentro de él.

-¿Si no lo das? Lo llevaremos igual sin tu consentimiento, viejo porfiado.

Después de consultar a media voz con el presidente se metieron, así no más, en el granero dejando en el trigo limpio, cobrizo, pegotes de nieve que se desprendían de sus botas. El rubio dispuso, encendiendo un cigarrillo:

-Dejen lo justo para simiente y para el consumo, y lo demás se requisa.

Tasó con mirada entendida la cantidad de trigo y se volvió hacia Gavrila:

-¿Cuántas desiátinas piensas sembrar?

-¡Un cuerno voy a sembrar!... -resopló Gavrila tosiendo y con una mueca temblorosa-. ¡Llévenselo todo, canallas malditas! ¡Saquear a la gente! ¡Todo para ustedes!

-¿Te has vuelto loco o qué, Gavrila? ¡Cálmate, viejo Gavrila!... -instaba el presidente agitando una manopla en dirección al abuelo.

-¡Así revienten ustedes con el bien ajeno! ¡Zámpenselo todo!...

El rubio se arrancó de una guía del bigote un carámbano que se deshelaba, lanzó de soslayo una mirada sabelotodo y burlona a Gavrila y dijo con tranquila sonrisa:

-¡No te pongas así, viejo! Con gritar no se consigue nada. ¿Por qué pegas esos chillidos? ¡Ni que te hubieran pisado el rabo!... -y, frunciendo el ceño, quebró de pronto la voz-: Deja la lengua quieta. Y si es demasiada larga, te la guardas entre los dientes antes que te la corten por agitación antisoviética... -sin terminar la frase, pegó una palmada en la funda amarilla de su revolver que tiraba de su cinto y concluyó, ya más blando-: ¡Que lo lleves hoy mismo al punto de acopio!

No podría decirse que el viejo cosaco se amedrentara. Pero la voz segura y neta le hizo perder bríos al comprender que, en efecto, gritando no se conseguía nada. Con ademán evasivo, se dirigió hacia el portal. No había llegado a la mitad del patio cuando lo sobresaltó un grito ronco y feroz:

-¿Dónde están los comisarios?

Gavrila volvió la cabeza... Al otro lado de la cerca giraba un jinete sobre un caballo encabritado. El presentimiento de algo extraordinario le puso un temblor bajo las rodillas. No había tenido tiempo de abrir la boca cuando el jinete, al ver a los rojos junto al granero, aplacó de golpe al caballo, y, moviendo imperceptiblemente un brazo, se quitó el fusil del hombro.

Restalló un disparo, y en el silencio que le siguió por un instante y llenó el patio, chascó netamente el cerrojo y la vaina salió despedida con un breve susurro.

Pasó el momento de estupor: pegado al quicio, el rubio tardó un tiempo horriblemente largo en sacar con mano temblorosa el revolver de su funda; el presidente se lanzó dando saltos de liebre hacia la era a través del patio; uno de los otros rojos, rodilla en tierra, disparó todo un cargador de su carabina contra la papája cosaca negra y peluda que se mecía al otro lado de la cerca. Invadieron el patio los chasquidos de los disparos. Gavrila arrancó a duras penas los pies de la nieve, a la que parecían adheridos, y echó una pesada carrerilla hacia el portal. Al volver la cabeza vio que los tres de las zamarras amarillas, los del Comité, corrían por separado, dispersos, hacia la era atascándose en la nieve y que por el portón abierto de par en par irrumpían unos jinetes.

El primero, con kubánka, 9 se encorvó pegándose al arzón de su potro alazán e hizo girar la sháshka sobre su cabeza. Ante Gavrila se agitaron como alas de cisnes los extremos de su bashlík blanco10 y le saltó a la cara nieve arrancada por los cascos del caballo.

Recostado sin fuerza contra la barandilla tallada, Gavrila vio que el potro alazán saltaba la cerca encogiendo las patas y se ponía a girar, encabritado, junto a una hacina de paja de cebada comenzada y que su jinete, inclinándose desde la silla, descargaba dos sablazos cruzados sobre uno que se arrastraba a gatas...

En la era se escuchaba ruido entrecortado y confuso, ajetreo, luego un grito prolongado y desgarrador. Al poco, sonó sordamente un disparo aislado. Las palomas, que después de revolotear asustadas por el tiroteo habían vuelto a posarse sobre el tejado del cobertizo, se remontaron hacia el cielo como una perdigonada de color violeta. Los cosacos echaron pie a tierra en la era.

Por el pueblo flotaban persistentes voces de bronce. Pásha el bobo había trepado al campanario y, con su escaso cacumen, soltaba todas las campanas a vuelo en alegre repique pascual.

Se acercó a Gavrila el de la kubánka y el bashlík blanco sobre los hombros. Su rostro arrebatado y sudoroso tenía un tic nervioso, y las comisuras de los labios le colgaban húmedas de saliva.

-¿Tienes avena, abuelo?

Gavrila se apartó trabajosamente del portal. Abrumado por lo que acababa de ver, no podía mover la lengua paralizada.

-¿Te has quedado sordo o qué? Te pregunto que si tienes avena. Trae acá un saco.

No habían conducido aún a los caballos hasta el dornajo de grano cuando irrumpió otro jinete por el portón:

-¡A caballo!... Baja infantería roja del monte...

Maldiciendo, el de la kubánka embridó al potro cubierto de sudor humeante y estuvo frotando con nieve el puño de la manga derecha, embadurnado de escarlata.

Del patio salieron cinco jinetes, y Gavrila reconoció, amarrada por unas correas a la silla del último, la zamarra amarilla del rubio con chafarrinones de sangre.

*

Hasta por la tarde tronaron disparos en el barranco de los endrinos, detrás del altozano. En la stanitsa, el silencio estaba encogido como un perro apaleado. Azuleaba el crepúsculo cuando Gavrila se decidió a ir a la era. Entró por el postigo abierto de par en par y vio que en el seto colgaba, caída la cabeza, el presidente del Comité tal y como lo había alcanzado la bala. Los brazos pendientes parecían querer recoger el gorro tirado al otro lado del seto.

Junto a una hacina, en la nieve salpicada de broza y tamo, yacían alineados los tres de la requisa sin más ropa que la interior. Contemplándolos, Gavrila no experimentó ya en el corazón estremecido de horror la inquina que anidaba en él desde por la mañana. Le parecía un disparate, una pesadilla, que en la era donde andaban las cabras de los vecinos hurtando paja yacieran ahora hombres muertos. De ellos y de los charcos de sangre, helada en burbujas después de haber derretido la nieve, se exhalaba ya un leve olor a cadáver.

El rubio yacía con la cabeza torcida de extraña manera y, de no haber sido por lo hundida que la tenía en la nieve, se habría podido pensar que descansaba acostado por la forma tan natural en que tenía cruzadas las piernas una encima de la otra. El segundo, mellado y con bigote negro, estaba encorvado, con la cabeza metida entre los hombros y una mueca intolerante y rabiosa. El tercero, sepultada la cabeza en la paja, daba la impresión de nadar inmóvil sobre la nieve, de tanta fuerza y tanta tensión como había en el despliegue de sus brazos inmovilizados por la muerte.

Gavrila se inclinó sobre el rubio, observando el rostro renegrido, y se estremeció de compasión: yacía ante él un muchacho de unos diecinueve años y no el comisario de contingencia alimenticia, severo y de mirada punzante. Bajo el bozo amarillo, la escarcha recalcaba junto a los labios un pliegue doloroso. Solo la frente estaba cruzada por una arruga oscura, profunda y severa.

Sin objeto, Gavrila posó la mano sobre el pecho descubierto, y se tambaleó de la sorpresa: a través del frío que estremecía, la palma había percibido un atisbo de calor...

La vieja ahogó un grito y retrocedió santiguándose hacia la estufa cuando Gavrila trajo sobre sus espaldas, carraspeando y gimiendo, el cuerpo anquilosado, renegrido de la sangre.

Gavrila lo tendió encima del banco, lo lavó con agua fría y estuvo friccionándole las piernas, los brazos y el pecho con un áspero calcetín de lana hasta quedar rendido y sudoroso. Luego aplicó el oído al pecho aterido y captó a duras penas los latidos sordos y muy espaciados del corazón.

*

Llevaba más de tres días tendido en la sala, lívido, semejante a un difunto. Una cicatriz, roja de la sangre coagulada, le cruzaba la frente y una mejilla. Bajo las vendas prietas, el pecho levantaba la manta al aspirar el aire con ronco estertor.

Gavrila le metía todos los días en la boca su índice agrietado y calloso, separaba con cuidado los dientes encajados valiéndose de la punta de una daga, y la vieja le vertía por un junco leche tibia y caldo de huesos de cordero.

Al cuarto día, asomó desde por la mañana arrebol a las mejillas del rubio. Al mediodía, su rostro ardía como una mata de escaramujo después de una helada; estremeció su cuerpo un fuerte temblor y bajo la camisa brotó un sudor frío y viscoso.

Desde entonces comenzó a delirar a media voz, intentando levantarse de la cama. Día y noche lo velaban Gavrila y la vieja por turno.

En las largas noches invernales, cuando el viento soplaba desde el Don, removía el cielo renegrido y desparramaba las nubes frías a ras de la stanitsa, Gavrila permanecía junto al herido caída la cabeza en las manos, escuchándolo delirar y referir algo con incoherencia y deje extraño en el que acentuaba la “o”; contemplaba largamente el triángulo tostado del sol en su pecho y los párpados azules de los ojos cerrados que subrayaban grises semicírculos. Y cuando de los labios exangües fluían largos gemidos, una orden ronca o juramento soeces y la ira y el dolor desfiguraban el rostro, las lágrimas se agolpaban en el pecho de Gavrila. En esos momentos lo embargaba una importuna compasión.

Veía Gavrila que cada día, cada noche de insomnio, palidecía y se consumía junto a la cama la vieja. Advertía también lágrimas en sus mejillas surcadas de arrugas, y comprendió, o mejor dicho intuyó con el corazón, que el amor a Petró, al hijo muerto, no mitigado por las lágrimas, se había volcado con todo su ardor sobre aquel hijo extraño, postrado, al que la muerte había besado ya...

Una vez se acercó a casa de Gavrila el comandante de un regimiento del Ejército Rojo que pasaba por la stanitsa. Dejó el caballo junto al portón con el ordenanza y subió él solo al portal, muy aprisa, haciendo sonar la sháshka y las espuelas. En la sala se quitó el gorro y permaneció un buen rato callado, junto a la cama. Por el rostro del herido vagaban sombras pálidas y de sus labios que abrasaba la fiebre fluía saliva sanguinolenta. El oficial inclinó la cabeza prematuramente encanecida y, ensombrecido, mirando a un punto aparte de los ojos de Gavrila, dijo:

-Cuida de este camarada, viejo.

-Lo cuidaremos -afirmó Gavrila.

Corrían los días y las semanas. Pasaron las Navidades. Al día decimosexto abrió el rubio por primera vez los ojos, y Gavrila oyó una voz tenue y áspera.

-¿Eres tú, viejo?

-Sí, soy yo.

-¿Me han dado duro, eh?

-Dios nos libre de algo igual...

En la mirada, transparente y vaga, capto Gavrila una ironía benigna.

-¿Y los muchachos?

-A esos... los enterraron en la plaza.

Callado, movió los dedos sobre el edredón y se puso a mirar las tablas sin pintar del techo.

-¿Cómo te llamas? -preguntó Gavrila.

-Nikolay.

-Pues nosotros te llamaremos Petró... Como el hijo que teníamos... Petró... -explicó Gavrila.

Después de pensar un poco quiso preguntar algo más, pero percibió una respiración acompasada y, haciendo equilibrios con los brazos, se apartó de puntillas de la cama.

La vida volvía a él lentamente, como a desgana. Al mes levantaba con dificultad la cabeza de la almohada y se le habían hecho llagas en la espalda.

Cada día notaba Gavrila con espanto que le tomaba cariño al nuevo Petró mientras la imagen del primero, del suyo, se difuminaba y se volvía opaca como el reflejo del sol poniente en una ventanilla de mica. Se esforzaba por reavivar la angustia y el dolor de antes, pero lo anterior se alejaba más y más, y Gavrila se sentía avergonzado y violento por ello... Salía al corral, donde se pasaba horas trajinando, pero al recordar que la vieja estaba junto a la cama de Petró experimentaba un sentimiento de celos. Volvía a la casa, daba vueltas sin decir nada junto a la cabecera, retocaba con dedos rebeldes la funda de la almohada y, al advertir la mirada enfadada de la vieja, se sentaba sumisamente en el banco y se quedaba quieto.

La vieja hacía tomar a Petró grasa de marmota y también infusiones de hierbas medicinales recogidas cuando florecen en mayo. Ya fuera por eso, ya porque la juventud podía más que los males, el caso es que las heridas se cicatrizaban, la sangre teñía las mejillas redondeadas, y sólo el brazo derecho, con el hueso partido cerca del hombro, no acababa de curarse: se conoce que no recobraría su validez.

Sin embargo, a la segunda semana después de la Cuaresma pudo sentarse Petró por primera vez en la cama sin ayuda de nadie y, asombrado de su propia fuerza, estuvo mucho rato sonriendo incrédulo.

Por la noche, en la cocina, tosiendo en el rellano de la estufa, Gavrila preguntó en voz baja:

-¿Estás dormida?

-¿Qué quieres?

-Parece que el chico se repone... Saca mañana del baúl los pantalones de Petró... Prepárale toda la ropa... Porque él no tiene nada que ponerse.

-¡Ya lo sé, hombre! Esta tarde la he sacado toda.

-¡Mírala que lista!... ¿Y has sacado el abrigo de pelliza?

-Claro, hombre. No va a salir el muchacho a cuerpo.

Gavrila rebulló acomodándose y se iba a quedar ya traspuesto, cuando algo que le acudió a la mente le hizo levantar la cabeza triunfante:

-¿Y la papája? ¿A que te has olvidado de la papája, vieja pánfila?

-¡Déjame ya! Cuarenta veces habrás pasado por delante sin verla. En el clavo está colgada desde ayer...

Gavrila carraspeó contrariado y calló.

La inquieta primavera agitaba ya el Don. El hielo se había renegrido, como roído por los gusanos, y se henchía, esponjándose. El monte estaba calvo. La nieve se había replegado de la estepa a los barrancos y las quebradas. La región del Don se deleitaba bajo el alud de sol que la inundaba. El viento traía a grandes bocanadas de la estepa los olores del amargor renaciente del ajenjo.

Corrían los últimos días de marzo.

*

-¡Hoy me levantaré, padre!

Aunque todos los combatientes que habían transpuesto el umbral de la casa de Gavrila solían llamarle padre al considerar su cabello pulcramente blanqueado por las canas, Gavrila percibió esta vez un matiz cálido en el tono de la voz. Ya fuera figuración suya, ya que Petró pusiera efectivamente cariño filial en aquella palabra, Gavrila se puso todo rojo, empezó a toser y, disimulando la confusa alegría, murmuró:

-¡Ya es la hora, Petró! Llevas más de dos meses en cama...

Salió Petró al portal moviendo las piernas como si fueran zancos, y estuvo a punto de ahogarse de la cantidad de aire que el viento le metió en los pulmones. Gavrila lo sostenía por detrás y la vieja se aspaventaba junto a la puerta enjugándose las lágrimas.

Al pasar delante del cobertizo con el tejado torcido preguntó el nuevo Petró:

-¿Llevaste entonces el grano?

-Sí... -rezongó Gavrila.

-Hiciste bien, padre.

Y otra vez llevó la palabra “padre” calor al pecho de Gavrila. Cada día caminaba lentamente Petró por el patio cojeando y apoyándose en una muleta. Y, desde donde estuviera -desde la era o desde debajo del cobertizo-, Gavrila acompañaba al nuevo hijo con mirada inquieta y anhelante, a que no fuera a tropezar y a caerse.

Hablaban poco. Dos días después de la primera salida de Petró al patio, Gavrila preguntó cuando se disponía a acostarse en el relleno de la estufa:

-¿Tú, de dónde eres, hijo?

-Del Ural.

-¿Campesino?

-No. Soy obrero.

-¿Qué quieres decir? ¿Tienes un oficio como el de zapatero o tonelero?

-No, padre. Yo trabajaba en una fábrica. En una fundición. Desde pequeño.

-¿Y cómo fue eso de ponerte a requisar el grano a la gente?

-Me mandaron del ejército.

-¿Tenías allí algún grado, como los comisarios esos?

-Sí.

Costaba trabajo hacer la pregunta, pero ella sola se formaba:

-¿Esto significa que eres del partido ese?...

-Sí. Soy comunista -contesto Petró con franca sonrisa.

Y, quizás por aquella sonrisa sincera, no le pareció ya terrible a Gavrila la palabra extraña. Aprovechando el momento, la vieja inquirió con viveza:

-¿Y tienes familia, hijito?

-Ni un alma... Estoy solo como la luna en el cielo.

-¿Se murieron tus padres?

-Yo era todavía un crío, tendría unos siete años..., cuando mataron a mi padre estando borracho. En cuanto a mi madre, no sé por dónde anda...

-¡Vaya, hija de perra! ¿Y te dejó abandonado, pobre de ti?

-Se marchó con un aparejador. Y yo me crié en la fábrica.

Gavrila se sentó en relleno con las piernas colgando y, después de un largo silencio, habló clara y lentamente:

-Entonces, hijo, ya que no tienes a nadie, quédate con nosotros... Teníamos un hijo, y por eso te llamamos Petró a ti... Pero, lo hemos perdido. En la guerra. Ahora nos hemos quedado solos la vieja y yo... En estos meses hemos padecido tanto por ti que seguramente por eso nos hemos encariñado contigo. Aunque es sangre ajena la tuya -no eres cosaco- sufrimos por ti como si fueras hijo nuestro... ¡Quédate! Sacaremos el sustento de esta tierra nuestra del Don que es fértil y generosa... Te acabaremos de curar, te casaremos... Yo he vivido ya lo mío. Hazte ahora tú cargo de la hacienda. Por mí, sólo te pido que respetes nuestra vejez y no nos niegues el pan cuando no podamos valernos... No abandones a estos viejos, Petró...

Detrás del horno se oía el canto chirriante y monótono de un grillo.

Las contraventanas gemían, batidas por el viento.

-Mi vieja y yo hemos empezado incluso a buscarte novia... -Gavrila guiñó un ojo con fingida alegría, pero una sonrisa lamentable torció los labios trémulos.

Petró tenía los ojos clavados a sus pies en el suelo desigual y con la mano izquierda pegaba unos golpes secos en el banco. Resultaba un ruido inquietante y espaciado: tuc-tic-tac, tuc-tic-tac... tuc-tic-tac...

Se conoce que estaba pensando la respuesta. Cuando tomó una decisión, dejó de golpear y sacudió la cabeza:

-Yo me quedaría encantado, padre, pero ya ves que no puedo ser de mucho provecho en el trabajo... Este maldito brazo, que es el que da de comer, no acaba de curarse. De todas maneras, trabajaré lo que me permitan las fuerzas. Pasaré aquí el verano, y luego veremos.

-Y luego puede que te quedes del todo -concluyó Gavrila.

Bajo el pie de la vieja, la rueca se puso a zumbar y bordonear con alegría enrollando la lana fibrosa en el huso.

No sé si arrullaba con su runrún rítmico o si prometía una vida dichosa.

*

A la primavera siguieron días abrasados por el sol, greñudos y canosos del compacto polvo de la estepa. Hacía buen tiempo. El Don, turbulento como de joven, se encrespaba en olas melenudas. La riada llegaba a las casas extremas de la stanitsa. Las márgenes verdigrises saturaban el viento con el olor meloso de los álamos en flor, y, en un prado, se matizaba del color rosado de la aurora un lago cubierto de pétalos de manzano silvestre. Por las noches surcaban el cielo fulguraciones de blancura virginal, y las noches eran breves como sus ramalazos de luz. Los bueyes no tenían tiempo de descansar de la larga jornada. En los prados pastaba el ganado, despeluchado y con el costillar marcado bajo la piel.

Gavrila y Petró se pasaron una semana en la estepa: araban, rastrillaban, sembraban, dormían debajo del carro, tapados con la misma pelliza, pero nunca hablaba Gavrila de que el nuevo hijo lo había vinculado con sólido lazo invisible. Rubio, alegre, trabajador, había relegado la imagen del difunto Petró. Gavrila iba recordándolo con menos frecuencia. El trabajo no dejaba lugar para los recuerdos.

Los días transcurrían con paso furtivo e inadvertido. Llegó el momento de segar.

Un día se puso Petró a reparar la segadora. Con destreza que sorprendió a Gavrila, montó las cuchillas en la forja e hizo un bastidor nuevo en lugar del que se había roto. Anduvo con la segadora a vueltas desde por la mañana y, al crepúsculo, se marchó al Comité: lo habían convocado a una reunión. La vieja, que había ido por agua, trajo entonces del correo una carta. El sobre estaba manoseado y arrugado. Venía dirigido a Gavrila, con una nota: “Para entregar al camarada Nikolay Kosij.”.

Angustiado por una confusa inquietud, Gavrila estuvo mucho rato dándole vueltas al sobre de letras borrosas trazadas a grandes rasgos con lápiz tinta.

Lo levantaba y lo miraba al trasluz, pero el sobre guardaba celosamente el secreto ajeno, y Gavrila notaba, sin querer, creciente rabia contra aquella carta que alteraba la calma habitual.

Tuvo un momento la idea de romperla; pero, después de pensarlo un poco, decidió entregársela a Petró. En el portón mismo lo acogió con la noticia:

-Ha llegado una carta de no sé dónde para ti, hijo.

-¿Para mí? -se sorprendió Petró.

-Sí. Anda a leerla.

Después de encender la luz de casa, Gavrila observaba con mirada atenta e inquisitiva el rostro gozoso de Petró mientras leía la carta. No pudo reprimir la pregunta:

-¿De dónde es?

-Del Ural.

-¿Y quién te escribe? -curioseó la vieja.

-Los compañeros de la fábrica.

Gavrila se puso sobre aviso.

-¿Qué te dicen?

Los ojos de Petró perdieron su brillo, oscureciéndose, y contestó de mala gana:

-Que vuelva a la fábrica... Piensan ponerla en marcha. Desde el año diecisiete está parada.

-¿Cómo es eso?... ¿Y vas a marcharte? -preguntó sordamente Gavrila.

-No sé...

*

Petró iba quedándose demarcado y perdiendo el color. Gavrila le oía suspirar y removerse en la cama por las noches. Después de larga reflexión comprendió que Petró no se quedaría a vivir en la stanitsa, que no removería con el arado la tierra negra virgen de la estepa. La fábrica que había criado a Petró se lo robaría tarde o temprano, y volvería el negro discurrir de los días tristes y adustos. De buena gana habría desbaratado Gavrila ladrillo a ladrillo la fábrica aborrecida, la habría arrasado para que crecieran en ella las ortigas y se multiplicaran las malas hierbas.

Al tercer día, en la siega, habiendo coincidido con Gavrila en el campamento para beber agua, habló Petró:

-¡No puedo quedarme, padre! Me iré a la fábrica... Me tira, no me deja sosiego...

-¿Tan mal vives aquí?

-No es eso... Nuestra fábrica, cuando llegó Kolchak con sus tropas, la defendimos semana y media. A nueve de los nuestros los ahorcaron los de Kolchak en cuanto ocuparon el poblado. Y, ahora, los obreros que han vuelto del ejército están poniéndola otra vez en pie... Pasan un hambre feroz ellos y sus familias, pero trabajan... ¿Cómo puedo vivir yo aquí? ¿Y la conciencia?

-¿Y de qué vas a servirles allí? No tienes válido el brazo.

-¡Qué cosas tan raras dices, padre! Allí tienen valor todos los brazos.

-No te retengo. ¡Márchate!... -dijo Gavrila fingiendo ánimos que no tenía-. Pero a la vieja, engáñala... Dile que volverás... Que estarás allí una temporada y vendrás luego... Si no, del pesar y pena no levantará cabeza... Tú eras lo único que nos quedaba...

Y asiéndose a la última esperanza, murmuró con respiración entrecortada y ronca:

-Puede que vuelvas de verdad. ¿Eh? ¿No vas a tener compasión de nuestra vejez, di?

*

El carro rechinaba, los bueyes caminaban con paso desigual, el suelo calcáreo y blando se desmenuzaba susurrante bajo las ruedas. El camino, que se deslizaba sinuoso a lo largo del Don, torcía a la izquierda junto a una ermita. Desde el recodo se veía la iglesia de la stanitsa donde estaba la estación y el caprichoso encaje verde de sus huertos.

Gavrila había ido todo el camino hablando sin cesar. Trataba de sonreír.

-En ese sitio hace tres años que se ahogaron unas muchachas en el Don. Por eso se levantó esta ermita. -Señaló con el mango del látigo la triste cúpula de la ermita-. Aquí nos despediremos. El carro no puede seguir porque más adelante ha habido un desprendimiento. De aquí a la estación hay poco más de un kilómetro. Tú lo andarás poco a poco.

Petró retocó el hatillo de la comida que llevaba colgado de una correa y se saltó del carro. Sofocando un sollozo, Gavrila tiró el látigo al suelo y adelantó las manos trémulas.

-¡Adiós, hijo querido! Sin ti, el sol dejará de alumbrar para nosotros... -Y, con el rostro contraído por el dolor y humedad de las lágrimas, levantó de pronto la voz hasta gritar-: ¿No se te han olvidado los bollos, hijo?... Los ha cocido la madre... ¿No se te han olvidado?... Bueno, pues adiós... ¡Adiós, hijito!...

Cojeando, Petró echó a andar, casi a correr, por el estrecho borde del camino.

-¡Que vuelvas!... -gritaba Gavrila aferrado al carro.

“¡No volverá!...”, sollozaban en su pecho unas palabras que no salían con las lágrimas.

Por última vez divisó en la vuelta la amada cabeza rubia, por última vez agitó Petró la gorra, y el viento juguetón levantó y arremolinó el polvo gris blanquecino en el sitio donde había posado el pie.

FIN

1: stanitsa: aldea cosaca
2. sháshka: sable cosaco
3. franja roja: significaba la libertad de los cosacos
4. chekméñ: levita cosaca
5. vájmistr: grado militar en unidades cosacas, equivalente al de sargento
6. papája: gorro tradicional cosaco
7. sótnia: formación tradicional cosaca, compuesta por cien hombres
8. atamán: comandante cosaco
9. kubánka: gorro típico de los cosacos de Kubañ
10. bashlík blanco: parte del traje tradicional de los cosacos de Kubañ y de Térek, se llevaba sobre los hombros
Traducción: Isabel Vicente. Correcciones: Ruslan Gavrilov.

 
Fuente: Mil cuentos rusos