Contenido íntegro de folleto publicado en radikales livres (1999). Traducción española de Luis Navarro de Critique de la politique economique,
segundo de los "Informes presentados a la Internacional Situacionista"
en 1960. Algunos extractos fueron publicados en el # 4 de Internationale Situationniste bajo el título "La fin de l'économie et la realisation de l'art".
* * *
por Asger Jorn
Extractum: En
este escrito de 1960, Asger Jorn muestra cómo la identificación
marxista entre mercancía, riqueza y valor permanecía presa de la
ideología que trataba de denunciar; y cómo al pretender eliminar la
plusvalía en vez de enfocar el verdadero problema en su tendencia
acumulativa imponía una visión estática del ciclo de la producción y el
consumo que se había vuelto inadecuada para interpretar la dialéctica de
estos procesos en la "sociedad de la abundancia". En consecuencia, era
incapaz también de ofrecer una alternativa positiva a los dispositivos
cuantitativos de medida del valor, con lo que se iba convirtiendo poco a
poco en una ideología tan "devaluada" como la propia mercancía que
pretendía "apropiarse": su tiempo de ocio vacío y los objetos que
absorben y disuelven el sentido que ese vacío pudiera liberar. A este
cifrado del valor en la mercancía, que sólo se actualiza en el consumo
agotándose por completo en él, Jorn oponía la obra de arte y todo tipo
de "producciones del espíritu" como contravalor que "mantiene sus
cualidades mientras esparce sus valores", pues "el valor no reside en la
obra, sino que se libera en el espectador" y es por tanto esencialmente
antieconómico, pródigo e incondicionado.* * *
Dedico
este estudio a Christian Christensen, que estuvo en la vanguardia de la
lucha obrera de mi país, sufriendo por esta causa una larga prisión y
debiendo pasar su vida después al margen de un movimiento que las
burocracias reformistas y estalinistas habían dividido. En mi juventud
comprendí a través de él el contenido libertario de la revolución
social. Esto no puede olvidarse."La
forma mal comprendida es precisamente la más general, y en un grado
determinado del desarrollo social se presta a un uso general". Marx, Carta a Lassale
ORIENTACIÓN
El
"marxismo" que aquí se cuestiona es esencialmente el dogmatismo de sus
interpretaciones restrictivas, como el economismo puro, llevado a cabo
por las burocracias socialdemócrata y soviética. El pensamiento
revolucionario global -y el de Marx en primer lugar- es más libre y
rico. Y el cambio de todas las condiciones existentes será obra de los
productores mismos convertidos en creadores. El secretario general del
partido comunista de Dinamarca, Aksel Larsen, publicó en 1958, al mismo
tiempo que renunciaba al partido, una explicación titulada "Den levende
dej" (el camino viviente), en la que acusaba a Moscú de traición contra
el socialismo. Mi presente estudio puede considerarse como una réplica a
Aksel Larsen por parte de alguien que ha sido miembro del D.K.P. desde
1933; y su contenido, que es una crítica de una cierta teoría y
práctica del marxismo a partir de una óptica totalmente opuesta a la de
Larsen, podría resumirse brevemente de este modo: "Si tu sales por la
derecha, yo salgo por la izquierda."
Valor en sí y formas de valor
La
base para la verificación de la política socialista y anticapitalista,
legitimada tanto por los socialistas como por los comunistas, es el
análisis y la crítica de la forma capitalista de valor, la mercancía, la
forma elemental de riqueza en las sociedades gobemadas por el modo de
producción capitalista, que se presenta como una inmensa producción de
mercancías.
Este análisis fue hecho por Marx en su "crítica de la
economía política": El Capital. Marx no se limita a constatar que la
forma capitalista de riqueza es la mercancía. Esta constatación no puede
hacerse más que admitiendo que riqueza y valor son idénticos. Como la
riqueza existe como lo contrario de la pobreza, el socialismo se
propone eliminar la contradicción entre ricos y pobres. Pero una
contradicción sólo puede resolverse con la eliminación o neutralización
de sus dos componentes opuestos. Si la pobreza eliminase la riqueza, o
si la riqueza continuase existiendo no podría haber socialismo. La idea
de riqueza socialista no es siquiera utópica, es absurda.
La
verdadera crisis del socialismo se deriva en gran medida de que la
identificación marxista entre mercancía, riqueza y valor supone la
eliminación del valor como meta del socialismo. De esta forma el propio
concepto de valor se vuelve absurdo, y la política socialista una
política de desvalorización permanente que apunta a la eliminación de
todo valor. No hay nada en la teoría marxista que contradiga seriamente
este objetivo. Parece incluso inevitable si la definición de valor
impuesta por Marx se estableciese como base del socialismo,
justificando todas las conclusiones de la acción tomadas a partir de
este análisis, es decir, toda la política socialista.
Es posible,
sin embargo, aceptar el análisis y la crítica hechos por Marx de la
forma capitalista de valor, la mercancía, sin aceptar la identificación
entre esta forma y el valor-en-sí. En otras palabras, es posible aceptar
el lado científico de El Capital sin aceptar automáticamente las
conclusiones políticas que se han extraído de él. Esto supondría
considerar la crítica hecha por Marx como crítica de una forma de valor y
no del valor-en-sí. Para alcanzar esta nueva crítica necesitamos
primero una concepción nueva de valor, una concepción superior, más
universal, más objetiva que la de la definición de Marx. Después
necesitamos un concepto más puro de forma y emprender así una crítica de
la "cualidad objetiva", la noción un tanto mágica que se halla en la
teoría del materialismo dialéctico. Éste es el objetivo de este
estudio.
Para eludir una argumentación sensata sobre esta
cuestión, Marx evade el problema entero sosteniendo que el valor no es
un concepto, sino un hecho real -la mercancía, valor de cambio. Debió
olvidar que él mismo había definido el valor como un hecho sobrenatural,
puramente social o convencional, y por tanto como nada más que un
concepto.
Pero este rechazo a hablar siquiera del concepto no
evita la desvalorización creciente que el socialismo entraña. Por el
contrario, como el fin del socialismo es la eliminación práctica del
valor de cambio, el socialismo no tiende simplemente como movimiento a
la ausencia de nuevas teorías del valor, sino también a condiciones
desprovistas del objeto real de tales teorías, de valores reales.
...
Marx es el primero en ver y confirmar este descubrimiento al pretender
que el marxismo es la última teoría filosófica, poniendo así en su lugar
su propia filosofía económica con una economía extrema de esfuerzo
filosófico. Su objetivo era hacer toda filosofia inútil, incluso el
marxismo. Por lo tanto la desvalorización progresiva de todo, incluso
del marxismo, no es un desarrollo imprevisto. Es el fin tanto consciente
como inconsciente del socialismo.
La confusión de términos en el
caso de Marx es por todos lados tan grande porque retrocede en el
tiempo. Una estrella observada a cuarenta años-luz es tan vieja como la
distancia. La observación que se basa en el tiempo y la que se basa en
el espacio no son solamente complementarias, sino también contrarias.
La observación del espacio ha demostrado inmediatamente este resultado.
Marx habla de "dos factores en la mercancía": valor de uso (substancia
del valor) y valor de cambio o valor propiamente dicho (magnitud del
valor). Marx, por consiguiente, parece identificar el valor con su
magnitud, pero divide a continuación el valor de uso en dos nuevos
factores diciendo: "Toda cosa útil puede considerarse desde un doble
punto de vista, el de la cualidad y el de la cantidad". Es bastante
asombroso que Marx no pueda explicar la mercancía mediante los mismos
aspectos clásicos del materialismo dialéctico. La cuestión es clara: las
consideraciones sobre el valor no pueden ser englobadas dentro de
consideraciones cuantitativas o cualitativas -ni siquiera por el más
grande de los materialistas dialécticos. ¿Es porque el valor, como
pretende Marx, es un hecho puramente metafísico o porque los conceptos
marxistas son aquí erróneos? Es necesario preguntarse en primer lugar
lo que pueden significar de modo preciso substancia y magnitud, los dos
factores de la forma en el estudio de Marx. Se recordará enseguida que
nadie puede comprender El capital aisladamente, separándolo de las
obras llamadas filosóficas de la juventud de Marx. Se trata de un
sistema dialéctico que la filosofia oficial llamada materialismo
dialéctico ha empobrecido unilateral.mente.
La substancia como proceso
Para
entender el concepto de substancia en Marx tenemos que relacionarlo con
lo que él llama forma. Al hablar de materia como buenos materialistas
podemos estar bastante de acuerdo en que la materia, considerada como
substancia, se contempla principalmente en su aspecto de materia prima o
materia básica. Y por tanto, la forma de la materia es su aspecto de
materia diferenciada o determinada, de objeto, de cuerpo o de unidad
particulares. Podemos así hablar de diferentes formas de energía, etc.
Pero
Marx no relaciona nunca de esta manera el concepto de forma con el de
substancia. Prefiere utilizar otra expresión, el concepto de contenido.
Habla por tanto de la forma y del contenido del valor. El contenido es
lo que está encerrado o comprendido dentro de la forma. Marx dice a
menudo que el contenido del valor es el trabajo y aiíade que la
verdadera forma es la forma del contenido. Dice: "Conocemos ahora la
substancia del valor: es el trabajo". Por lo tanto, de acuerdo con Marx,
substancia y contenido son idénticos. Pero declara también que el valor
de uso es la substancia del valor (de cambio) y, a pesar de eso explica
que "El trabajo no es por tanto la única fuente del valor de uso que
produce, de la riqueza material. El trabajo es el padre, la tierra es la
madre". Para que el valor de uso se convierta en valor de cambio es
necesario, por consiguiente, eliminar una magnitud, su carácter
terrestre, o si se prefiere repudiar a la madre, la verdadera fuente de
su nacimiento. Por lo tanto el paso del valor de uso al valor de cambio
sólo puede alcanzarse mediante la desvalorización de un aspecto de su
valor de uso, su realidad material.
Esto se explica todavía de
modo más claro examinando el concepto marxista de forma. Al enunciar que
el valor de uso es la forma natural de la mercancía, Marx añade que
posee una forma particular de valor que contrasta de modo sorprendente
con sus diversas formas naturales: la forma dinero. Si por tanto el
valor de uso es simultáneamente la forma real de la mercancía y al mismo
tiempo su substancia, el valor de uso no es una forma natural en sí
misma. Una mesa debería tener la forma natural de un árbol. Es evidente
que Marx no la contempla aquí ni como valor de uso ni como objeto de
uso. Es excusable porque hay que convenir que, debido a sus condiciones,
este campo estaba muy limitado para él. Es esta falta de entendimiento
del carácter particular del artificio y la riqueza contenida en el
objeto de uso lo que reduce el alcance del estudio de Marx a un asunto
históricamente determinado.
Podemos aceptar que el objeto de uso
representa la substancia o materia prima de las mercancías, pero el
objeto de uso es más que la substancia de la mercancía, es en sí mismo
una forma de valor, desvalorizada en su condición de mercancía, pero
cuyo valor se restablece cuando se lleva a cabo el proceso de
intercambio. Una vez que un objeto de uso ha sido comprado por un
cliente se convierte de nuevo en objeto de uso. Esto es siempre así para
toda mercancía excepto para el dinero.
El productor de objetos
de uso los fabrica para emplearlos, pero al fabricar demasiados para su
propio uso crea plusvalía en términos de objetos de uso sin utilidad.
Este objeto de uso desvalorizado por su productor se convierte en
mercancía si otro puede utilizarlo y no se le ofrece como regalo. El
productor vende entonces su mercancía para conseguir dinero, y con este
dinero compra otra mercancía que necesite o desee, transformándolo así
de nuevo en objeto de USO.
Pero todo este proceso, incluída la
creación de objetos de uso, es artificial, inventado por el hombre, y
la substancia del objeto de uso se encuentra en la naturaleza. Sin
embargo la naturaleza no es substancia en sí misma. Lo es sólo para el
objeto de uso fabricado por el hombre. La naturaleza no es simplemente
un medio. Es la condición primera de la producción. La naturaleza se
manifiesta en formas naturales o cualidades. Los objetos naturales
deben consumirse, destruyendo su forma natural, para producir objetos de
uso, y una vez consumidos y agotados por la humanidad vuelven a la
naturaleza, convirtiéndose en nuevos valores naturales, aunque a un
nivel inferior. Hay un consumo de naturaleza anterior a toda
producción, y una pérdida de energía en cada paso de una forma a otra.
Esto constituye una desvalorización primaria y universal.
Las
formas sólo llegan a ser substancia en el proceso que las transforma en
otras formas. En realidad, la substancia de una forma es otra forma que,
en su propio carácter, se sitúa fuera del proceso, y es diferente de
aquélla a la que sirve como substancia. El concepto de substancia por
consiguiente no indica sino un proceso, o el paso entre dos formas. La
substancia es el proceso. La substancia es la realidad material de la
transformación, del cambio.
Marx afirma que el intercambio de mercancías implica los siguientes cambios de forma:
Mercancía - Dinero - Mercancía
m D m
Pero este mismo cambio implica necesariamente otros cambios de forma:
Objeto de Uso - Mercancía - Objeto de Uso
u m u
Y el uso de los objetos de uso implica estos cambios de forma:
Forma Natural - Objeto de Uso - Forma Natural
N u N
Todo el proceso necesario para la creación de capital es por tanto un ciclo de cambios que puede escribirse así:
N U M D M U N
Sólo mediante el estudio de este ciclo en todas sus fases podemos adquirir una visión científica de la producción y el consumo.
Evitando
ahondar en un estudio del proceso completo de la producción y el
consumo, y limitando sus consideraciones de valor estrictamente a la
cuestión del valor de cambio, Marx produce una teoría extremadamente
primitiva. Sin embargo tales consideraciones son válidas allí donde
reina plenamente la mercancía, en la sociedad capitalista.
Esto
muestra efectivamente que el valor de uso no existe, que lo que se llama
valor de uso es simplemente un objeto de uso y nada más. Aplicar el
término "valor" a un objeto de uso está tan desprovisto de sentido y es
tan precientífico como el uso alquímico del término sal, que se
aplicaba al azúcar tanto como a las sales debido al parecido externo
entre el azúcar y la sal.
Lo que tenemos aquí no es un argumento
científico, sino un motivo legalista. Si Marx creyese verdaderamente
lo que sostuvo aquí debería haber cambiado la expresión cada vez que
utilizaba "valor de uso" en su libro. Pero se cuidó de hacerlo, y ningún
marxista después de él lo ha hecho y han seguido dando crédito a su
argumento. Están obligados a evitar la cuestión. Cuando Marx dice que
"el valor de uso sólo puede realizarse en el uso o consumo" parece
sensato imaginar que habla de objetos de uso. Un pedazo de carne no se
realiza al ser comido.
El valor de uso del pan se lleva a cabo en
la digestión, en su descomposición en el proceso digestivo, eso es
todo. El valor de uso es por tanto exactamente contrario al objeto de
uso. Es su negación, la disolución de su realidad como objeto o forma.
Marx
precisa: "Como valor de uso, las mercancías tienen todas diferentes
cualidades, como valor de cambio sólo pueden tener diferentes
cantidades". Aquí volvemos a los conceptos de cualidad y cantidad.
Veremos que el objeto de uso no es el valor de uso, y que si un objeto
se consume ya no puede venderse. El objeto debe permanecer intacto, y
es a este objeto intacto a lo que Marx llama cualidad.
De forma
que el valor de uso no es, como pretenden algunos pseudomarxistas, la
cualidad de un objeto. La cualidad es simplemente el objeto en sí mismo,
su cuerpo, su extensión y duración. Todo esto es en el fondo la misma
cosa: su estado.
Si yo compro un par de zapatos, su uso o consumo
no puede ser su cualidad. La cualidad propiamente hablando es su
permanencia, su constancia como objeto, su resistencia a la destrucción.
Es
evidente que estos zapatos preservarían mejor su cualidad si no fuesen
utilizados, si se guardasen en un armario. Los comerciantes los tratan
de esta forma si quieren venderlos. El más leve uso reduce su precio de
una forma que ninguna ley marxista puede explicar. Sin embargo, si no
utilizo mis zapatos no tienen uso para mí. El valor se crea al
utilizarlos, pero no al llevarlos o consumirlos. Cuando compro zapatos
busco buena calidad para evitar el desgaste, que no puedo eludir si los
zapatos tienen que servirme. Esta utilización y este consumo -o
desgaste- no son idénticos. Hasta para el consumo de pan el problema es
más complicado. Yo no como pan para destruirlo, sino para producir
energía dentro de mí. Sólo aquella parte del pan que sirve a este
propósito productivo tiene valor para mí.
La mercancía es
cualidad como objeto de uso y cantidad como valor de cambio. Esta
fórmula, que se considera como una renovación de conceptos científicos
llevada a cabo por el materialismo dialéctico, sería puramente estática e
inútil si no tratase del paso de la cualidad a cantidad y viceversa.
Sin embargo, este proceso perpetuo no tiene una fórmula científica, y es
tratado por el marxismo de un modo muy superficial y no científico.
Lo
que escapa a los marxistas en esta fórmula es que el pretendido valor
de cambio según Marx no es el valor, como tampoco el valor de uso es el
objeto. El pseudo-valor de cambio marxiano es simplemente la
neutralización de dos valores por equivalencia, y esta equivalencia se
expresa en esa cualidad llamada dinero. El dinero no tiene más valor
que un par de zapatos. Es un objeto de uso. Es una forma.
El
valor mercantil de los objetos de uso no reside en su cualidad, sino en
su diferencia cualitativa, es decir en su variabilidad. Así, el valor de
cambio de dos mercancías no es su equivalencia sino su diferencia de
precio, una diferencia únicamente cuantitativa. Si todo tuviese el
mismo precio éste no existiría. El valor de cambio es el cambio de
precio o su variabilidad. El día en que todos los precios queden fijados
el mercado ya no tendrá valor y la mercancía ya no existirá.
Es
lógico por tanto sugerir que valor y proceso son lo mismo, que lo que
Marx llamaba substancia del valor es el valor en sí y no la magnitud del
valor, como lo confirma el hecho de que la magnitud no es sino la
cantidad de una cualidad. Sin embargo, el valor es una cantidad de
cualidades en proceso que cambian.
Variabilidad y estabilidad
¿Qué
consecuencias tiene esta nueva definición del valor latente? Todos los
objetos, si el hombre es capaz de extraerlo, forman un estado de cosas.
El valor no existe como los objetos. No se poseen los valores, pero se
pueden poseer los objetos que contienen un valor latente. Todos los
objetos, si el hombre es capaz de extraerlo, pueden tener valor. De una u
otra forma todo es valor, porque todo es proceso. Toda la materia
fluye y desaparece perpetuamente. El valor es por tanto una propiedad
objetiva de la materia: su dinamismo. El valor de una forma, o una
cualidad, depende de la facilidad con la que puede disolverse y liberar
sus energías latentes. La facilidad con que una cualidad se transforma
en otra es su valor. El ataque socialista contra la propiedad privada se
debe por consiguiente a la voluntad de destruir un sistema que bloquea
los valores, los mantiene en privacidad, es decir, priva a la sociedad
de su utilización.
Indudablemente no existe el valor fijo. Si se
fija significa que ya no es un valor, sino una cualidad. Marx muestra
cómo el capital se transforma de variable en constante, de valor en
cualidad, para establecer la necesidad inexorable de la transformación
de la sociedad capitalista en socialista en base a este hecho evidente
fácil de probar científicamente. El valor, en tanto que proceso, sólo
puede ser progresivo o regresivo. No existe por tanto valor que no sea
plusvalor o liberación de valor, o bien desvalorización o pérdida de
valor. La fijación del valor en un objeto como reproducción idéntica es
su neutralización, su transformación en cualidad -o su reificación.
Por
ejemplo, Marx subraya que el capital constante es el medio de
producción. Este medio es incapaz por sí mismo de producir un proceso,
de crear riqueza o plusvalía. No puede más que repetir la misma
producción con la misma cadencia. Cuanto más desarrolla su utillaje
técnico la producción industrial, más valor pierde su producción en
tanto que mercancía, hasta una autómatización total que entregue los
productos por así decir gratuitamente.
Marx prueba de esta manera
que no son las máquinas las que producen valor (y menos aún plusvalía).
La plusvalía se crea en el capital variable, que se hace con los
hombres.
¿Qué es lo que hizo creer a Marx que los obreros crean
la plusvalía? ¿De dónde viene esta plusvalía que, de acuerdo con Marx,
se extrae del obrero? ¿Dónde está la variable que permite esta creencia
en el beneficio?
No puede residir en la explotación de la
capacidad profesional y del talento individual del obrero. Esto no
cuenta en la producción industrial. Los obreros no son explotados por la
cualidad sino únicamente por la cantidad de su trabajo.
El
trabajo del obrero se cuenta en horas de trabajo, y como el beneficio y
la riqueza se crean en la explotación del hombre, el contenido del valor
es el trabajo, y su medida es la hora de trabajo humano según las
teorías capitalistas y socialistas.
En época de.Marx se podía
imaginar que el beneficio aumentaba porque los obreros trabajaban cada
vez más. Pero después de organizarse, los obreros han reducido sus horas
de trabajo, mientras que el beneficio no ha dejado de aumentar. ¿Cómo
se presenta la explicación marxista en este punto? Es simple.
Un
hombre tiene derecho por sí mismo a lo que produce. Pero el obrero
produce más de lo que necesita para mantener su vida, y con el
desarrollo de la técnica emplea cada vez menos tiempo en producir lo
suficiente para sus propias necesidades. Como su tiempo de trabajo casi
no disminuye se encuentra cada vez más explotado.
Es por tanto
el desarrollo de la máquina el que provoca esta explotación creciente
del trabajo del obrero, la aceleración de la producción. Pero ¿de dónde
procede esta variabilidad? No del obrero que trabaja con la constancia
de la costumbre. Ni de las máquinas, que trabajan con la constancia de
un reloj. Ni tampoco del capitalista o del fabricante, que siempre deja
que la fábrica marche a la mayor velocidad posible. Quienes provocan
este cambio son los inventores de nuevas máquinas más rápidas. Es su
idea la que se explota y crea plusvalía: en el momento en que se
comunica a todas las fábricas, una idea nueva ha perdido ya su valor o
su capacidad para crear plusvalía.
Lo que puede probarse es que
el beneficio o plusvalía no se crea en el trabajo, sino en la propia
variabilidad. Es algo en realidad bastante bien sabido. El movimiento,
el cambio, y no la magnitud del precio, crean el beneficio.
Trabajo y valor
Tanto
en la industria capitalista como en la socialista el trabajo es un
proceso sin ninguna cualidad humana. Es un proceso cuantitativo y
mecánico que se lleva a cabo cada vez menos por el hombre, reemplazado
por la máquina. De forma que el concepto mecánico de trabajo es
perfectamente aplicable al trabajo industrial.
El concepto
mecánico de trabajo consiste en que éste es el producto de la tensión y
de la cantidad. Para tratar el trabajo como cantidad, la presión debe
ser constante. Para calcular el valor de una hora de trabajo, todas las
actividades deben llevarse a cabo con la misma tensión o intensidad,
para que la unidad de trabajo represente la misma energía, que no es más
que otra expresión del trabajo. Pero una hora de trabajo humano como
medida de valor exige la eliminación de la variable en la intensidad del
trabajo humano. Esta eliminación se hace por medio de las máquinas, que
indican el ritmo general de la fabricación y constituyen la constante
que elimina la plusvalía. La máquina representa por tanto la inercia o
la resistencia a los cambios de la producción. Pero como el transporte
de energía no puede hacerse más que mediante una caída de tensión,
mediante el cambio en la misma, y como este transporte da a la energía
su valor, el trabajo industrial no puede crear valor: carece de valor a
causa de la constancia de su tensión. Si una hora de trabajo humano es
idéntica a otra hora de trabajo humano, el trabajo humano carece de
valor. Ésta es la debilidad de la teoría marxista del valor, puesto que
si el trabajo industrial carece de valor, el obrero que lo realiza no
representa un valor humano superior al de otras clases por causa de su
trabajo. Si posee este valor debe ser por otras razones. Si hay algo de
cierto en la teoría marxista del valor no está en el trabajo, sino en
el tiempo de trabajo, es decir, en el tiempo. El valor debe ser el
tiempo, y no el trabajo. Para el hombre, el tiempo no es otra cosa que
una sucesión de fenómenos en un punto de observación del espacio,
mientras que el espacio es el orden de coexistencia de los fenómenos en
el tiempo o proceso.
El tiempo es el cambio que solo puede
concebirse bajo la forma de movimiento progresivo en el espacio,
mientras que el espacio es lo estable que sólo puede concebirse en la
participación en un movimiento. Ni el espacio ni el tiempo poseen una
realidad o valor fuera del cambio o proceso, es decir, fuera de la
combinación activa espacio-tiempo. La acción del espacio-tiempo es el
proceso, y este proceso es así mismo la transmutación del tiempo en
espacio y del espacio en tiempo.
De esta manera vemos que el
aumento de la cualidad o resistencia al cambio obedece al momento
cuantitativo. Ambos discurren paralelamente. Y este desarrollo
constituye precisamente el fin del progreso socialista: el aumento de
la cualidad mediante el aumento de la cantidad. Y permite que este
aumento sea forzosamente idéntico a la disminución del valor, del
espacio-tiempó. En esto consiste la reificación.
Pero el valor es
el mundo, la realidad, la relación espacio-tiempo, el instante. Y esta
desaparición de la realidad es la que desde Hegel se llama
reificación. Esta reificación es la oveja negra del socialismo porque
pretende hacer creer a la gente que el socialismo es capaz de devorar
los valores y mantenerlos al mismo tiempo -lo que desgraciadamente es lo
que se suele llamar imposible, cuando el marxismo no cuenta más que con
lo probable. Esta óptica no lleva más que a otra forma de decir lo que
ya hemos precisado, puesto que la transformación del tiempo en el
espacio es la transformación de la cualidad en cantidad, y la del
espacio en tiempo la de la cantidad en cualidad.
La rigidez, la
inercia, la constancia o la cualidad de la materia se debe a la rapidez
del movimiento, que en el objeto es tensión pero que, liberada, se
transforma en velocidad. Una velocidad es en sí misma una inercia, una
cualidad, y el valor se encuentra solamente en el cambio de velocidad,
en la aceleración; pero como la aceleración disminuye la posibilidad de
cambio, la liberación del valor es al mismo tiempo una desvalorización.
No se repite, el proceso es irreversible y constituye el progreso.
La
magnitud que determina el valor es el espacio-tiempo, el instante o el
acontecimiento. El espacio-tiempo reservado a la existencia de la
especie humana en la tierra expresa su valor en acontecimientos. Allí
donde no hay acontecer, no existe tampoco historia. El espacio-tiempo
de una vida humana es su propiedad privada. Es el gran descubrimiento de
Marx desde la perspectiva de la liberación humana, pero también el
punto de partida de los errores de los marxistas, pues una propiedad no
se convierte en valor sino en la medida en que se realiza, se libera y
se utiliza, y lo que convierte el espacio-tiempo de una vida humana en
una realidad es su variabilidad. Lo que convierte al individuo en una
valor social es su variabilidad de comportamiento con respecto a los
demás. Si esta variabilidad llega a hacerse privada, excluida de la
valoración social -como sucede de hecho en el socialismo autoritario-,
el espacio-tiempo del hombre se hace irrealizable. Así, el carácter
privado de las cualidades humanas (los "hobbies") se convierte en una
desvalorización todavía mayor de la vida humana que la propiedad privada
de los medios de producción, pues en el determinismo socialista lo
inútil es inexistente. En lugar de abolir el carácter privado de las
propiedades, el socialismo no ha hecho más que llevarlo hasta el límite,
convirtiendo al hombre mismo en un ser inútil y socialmente
inexistente.
El fin del desarrollo artístico es la liberación de
los valores humanos mediante la transformación de las cualidades humanas
en valores reales. Y es ahí donde comienza la revolución artística
contra el desarrollo socialista, la revolución artística vinculada al
proyecto comunista.
Prodigalidad y economía
El
marxismo es la primera filosofía que ha mostrado los problemas
económicos como esenciales, al condicionar el comportamiento del
hombre. Hay una buena razón para ello. La economía juega, desde la
industrialización, un papel cada vez mayor en la vida humana. Pero ¿en
qué consiste este nuevo fenómeno, cada vez más importante?
Si se
analizan los orígenes de las reflexiones económicas vemos que se
limitan a señalar en primer lugar el orden del gasto en la conducta de
un gestor. Sólo más tarde el sentido del término economía se desplaza e
indica el ahorro obtenido sobre los gastos. El problema económico del
rendimiento no se estudia. Se llama riqueza; y una vez establecida la
relación entre rendimiento, ahorro y gasto se desarrolla una ciencia
que se llama economía política, que trata de la producción, de la
repartición y del consumo de las riquezas.
La riqueza, el
fenómeno por el que hemos iniciado nuestro análisis, no revela una
necesidad, sino la abundancia, el resto, la plusvalía o la variedad.
Si
esta riqueza se consumiese de una forma natural, se prodigase, se
dilapidase, se desperdiciase abundantemente por decirlo así, no habría
habido nunca problemas económicos. Estos no surgen más que en el momento
en que la riqueza es acumulada, reunida o economizada, adquiriendo
forma de reserva -de una acumulación de riqueza a partir de la que se
forman las economías. Es únicamente una cuestión de consumo o no-consumo
(ahorro). Es la cuestión económica que preocupa sobre todo a las
personas.
Marx desplaza el centro del interés económico alrededor
del rendimiento y los recursos productivos, anticipando que la
acumulación de ahorro es, desde la antigüedad, la fuente de todas las
desgracias del hombre; y que la equivalencia entre producción y consumo
sería la fuente de la felicidad. En este caso, además de la acumulación
de riqueza.
Crea así una economía perfectamente equilibrada, y
una nueva ciencia económica que no apunta ya a la riqueza, sino
solamente a la armonía de las diferentes partes de un todo, de una
unidad o de una cualidad. La economía humana y social se identifica con
la economía biológica, la ecología. La economía biológica, o
socialista, del equilibrio armonioso reemplaza así a la economía
política que ignora las fuentes de la riqueza.
Para comprender
este desarrollo hace falta entender lo que es objetivamente la política
desde sus orígenes. Lo que en la ciudad helénica se llama política es
la acción de una comunidad basada en la ignorancia completa de las
consideraciones económicas. Es la comunidad pródiga: la acción
antieconómica de una unidad social o la variable en el comportamiento de
una unidad. La política es por tanto el medio general de introducción
de lo nuevo y de lo inesperado en el comportamiento de todo el grupo. Es
el desarrollo histórico.
"El Capital, crítica de la economía
política" no critica en realidad la economía, sino el hecho de que se la
transforme en política. Marx propone como remedio contra las
consecuencias de la política (incertidumbre, inestabilidad, inseguridad
social y productiva) una política socialista, o una política
verdaderamente económica, más exactamente un sistema económico que
elimine necesariamente al final toda posibilidad y toda utilidad de
hacer política.
Viendo que el estado se emplea como instrumento
para hacer la política, el movimiento socialista piensa alcanzar la
disolución del estado eliminando la clase que domina la política.
El
objetivo político del marxismo es reemplazar el estado por una
administración inofensiva y automática del conjunto de los asuntos que
suscitan un interés común. Y esto quiere decir, en lenguaje socialista,
que el instrumento decide todo. Los robots-estadísticos, dirigidos por
sondeos eficaces de la opinión pública, que calculan en función del
deseo o no-deseo del mayor número, pueden aseguramos una dictadura
perfecta y eficaz de la mayoría en la sociedad futura, sin ninguna
posibilidad de engaño, es decir, de hacer política, de hacer que el
hombre domine al hombre.
Pero el hecho es que esta administración
técnica, que está en formación en todo el mundo, elimina toda
posibilidad de juego político, pero no elimina en la misma medida al
estado. Por el contrario, todo se convierte en estado. El estado no es
un instrumento para hacer la política. Por el contrario, es un
instrumento para evitar o disminuir los estragos de la política. El
estado se crea para asegurar una estabilidad para uso de la clase
dominante, y esta estabilidad es precisamente económica. El hombre de
estado no aparece bajo la forma de emperador, de rey, de noble, de
capitalista. Sobreviene bajo el aspecto de los "mayordomos", la
economía, la burocracia, el primer modelo de robot-estadístico.
El interés es el valor
Hay
que considerar hoy la economía como la neutralización de una variable,
la que va de la pobreza a la riqueza. La economía es la constancia (o la
cualidad) consumo-producción.
A medida que la economía social
encuentra su equilibrio, su autonomía, reemplaza a la política, que
pierde importancia. La política indica la importancia de las relaciones
sociales; la economía indica las relaciones necesarias.
Lo que
ignoran voluntariamente los marxistas es que todo lo que se hace
necesario deviene también sin importancia, sin interés, porque deja de
ser un problema. Ya no es importante, es indispensable. Ya no se toma en
consideración. La ausencia de importancia y de interés de una cosa
evidente es necesaria, es la inutilidad de la toma de conciencia, de
atención. Nada más.
El "entre" que existe entre las cosas
(teniendo en sí mismo un carácter de cualidad y de cantidad), es el
proceso de valor. El punto de partida del marxismo, como hemos dicho,
es el tratamiento del valor o el interés. Y la debilidad del marxismo
es no haber concebido el interés desde un punto de vista científico.
Los marxistas han concebido por tanto el desarrollo científico como el
reflejo de los intereses. Pero esto se debe a no haber distinguido entre
ciencia y técnica.
Nuestra definición de valor permite
clarificar este campo voluntariamente oscurecido por los políticos, el
de los intereses. El idealismo burgués sobrevive en el marxismo en la
convicción de que lo que no es concebido por el hombre no existe. Sólo
la toma de conciencia confirma la existencia de un fenómeno. Pero sólo
los fenómenos que interesan al hombre como fenómenos sensoriales y que
provocan su atención penetran en su conciencia. De forma que se figura
que la ignorancia de los acontecimientos individuales equivale a su
desaparición.
Lo que sucede en realidad es su reificación. La
reificación de los acontecimientos es su alejamiento de la atención
humana, la disminución de su interés en relación al hombre. Pero el
proceso en sí sigue siendo el mismo.
El idealismo científico
El
determinismo racional es el principio según el cual todo es conocido o
cognoscible, y todo lo que es cognoscible debe ser conocido. Esto
implica automáticamente que toda producción no es más que reproducción,
que lo que existe es el devenir, y recíprocamente. Lo que significa,
traducido a nuestro lenguaje, que cualidad y valor son idénticos.
La
identidad entre lo existente y el devenir es la identidad entre
inmovilidad y progreso, entre lo reversible y lo irreversible, lo que
se justifica objetivamente por el hecho de que la inercia es idéntica
al movimiento regular.
Pero como es incontestable que no se dan
reacciones de conciencia más que en la medida en que son provocadas por
fenómenos desconocidos, y como el valor de la conciencia está
condicionado por la variabilidad de sus reacciones, que depende de la
diversidad de factores desconocidos a los que se entrega la conciencia,
la inteligencia como proceso se halla en contradicción con la forma
racional.
La racíonalización mata la toma de conciencia, que es
el propio método del razonamiento. El racionalismo como meta, o
cualidad, mata el método racional. De esta forma el racionalismo se
instala como un idealismo absoluto, como obligación de pasar por los
conceptos del idealismo científico eliminando la creación de ideas (la
acción fantástica, artística).
La economización de la conciencia
se hace por la sistematización controlada de los métodos educativos. En
estos, los factores desconocidos son dosificados minuciosamente para
que ocupen toda la atención del sujeto a educar. El educador que
manipula esta dosificación conoce por adelantado estos fenómenos y se
sirve de ellos para obtener reacciones normales, conocidas y deseadas.
Este proceso de toma de conciencia se convierte en un deber social,
estableciendo las cualidades de los conocimientos y normas de conducta
lo bastante complejas para corresponder a las capacidades de absorción
de cada individuo: una carga de ideas inertes que excluyen toda
variabilidad de conciencia fuera del sistema establecido. La única forma
de mantener la lucidez en medio de esta transformación del individuo en
instrumento es hacerse el imbécil evitando ser detectado. Esto se hace
cada vez más dificil.
La plusvalia como parte del sistema biológico
Podemos
concluir que ningún interes es científica u objetivamente más
justificable que cualquier otro. Un proceso no es valioso más que por la
relación entre los intereses que provoca. Dar importancia a un proceso
suprimiendo otro no es justificable más que en relación a un interés por
el que el proceso es creación de un valor, de un progreso.
La
creación de un valor se hace siempre a través de la desvalorización de
otro. Sin embargo, es posible utilizar un valor sin que se cree otro. Y
es posible combinar el gasto con la valorización: se trata del sistema
experimental.
La desvalorización de un valor puede ser completa
(destrucción de la fuente) o puede ser económica: su reducción a la
unidad de gasto necesaria para una eficacia precisa y única. La
reducción de un proceso a su estado económico es la reificación. Es la
reducción del valor a un instrumento funcional. El desarrollo
valorizador es negado en una cualidad estable.
La economización
puede justificarse por la pereza, siguiendo la ley del menor esfuerzo; o
puede venir exigida para poder disponer de una energía liberada
dedicada a intervenir en nuevos dominios. En el último caso hay
plusvalía. La plusvalía es por tanto indispensable para todo progreso.
La
plusvalía no es, como dicen los marxistas, un fenómeno puramente
capitalista. Existe, bajo diversas formas, en todos los estadios
biológicos y sociales. La eliminación del capitalismo no es la
eliminación de la plusvalía, salvo en un dominio preciso y limitado.
La
economía, que engloba todos los problemas de las relaciones entre
rentabilidad y gasto, no es un sistema que concierna específicamente al
capitalismo, sino a la sociedad humana en general. Es un proceso
particular de toda la biología. La economía humana, socialista y
capitalista, no se distingue en su espíritu general de los principios
económicos de todos los demás sistemas biológicos.
La obra de arte como fuente de contra-valor
Hay
fuentes de energía inorgánica que forman la base de la industria que se
agotan por completo con su utilización. Su forma es la forma del
contenido, o de la substancia, y se agotan con ella.
Hay otras
fuentes naturales: las que se renuevan al participar en un retorno
perpetuo. Este ciclo puede ser el de la propia naturaleza (sol, lluvia,
viento, etc.) o también un retorno del valor del trabajo humano, como en
la agricultura. Aquí la forma parece preceder a la substancia y
sobrevivirle. Y sólo la invención de formas que se distingan de las de
la substancia, que se opongan a ella, se encuentra en disposición de
utilizar tales fuerzas. La industria es la explotación de la materia
inorgánica, mientras que la agricultura es la explotación de la
naturaleza, o de la vida biológica.
Hay, por fin, una forma que
entrega su contenido sin vaciarse (que se recarga por sí misma), el
arte, la creación espiritual, que mantiene sus cualidades al tiempo que
esparce sus valores. El secreto de esta propiedad, que algunas personas
llaman sobrenatural y metafísico y al que otras niegan existencia
alguna, es que la fuerza liberada no hay que buscarla en la obra de
arte, sino en aquello que la percibe cuando es capaz de percibirla. El
valor no surge de la obra, sino que se libera en el espectador mismo.
Esta es la explicación simple y material del valor de la obra artística y
de todos los demás valores llamados espirituales.
El valor de
este arte constituye así un contra-valor con respecto a los valores
prácticos, y se mide en un sentido inverso al de estos últimos. El arte
es una invitación a un gasto de energía sin fin preciso, e
independientemente del que el mismo espectador pueda atribuirle. Es la
prodigalidad. Todos aquellos que son demasiado avaros o totalmente
incapaces de un esfuerzo de este tipo detestan el arte. De forma que el
valor artístico es, al mismo tiempo, un valor sin sentido y la
manifestación misma de la libertad de acción del individuo. No es que
cada espectador pueda hacer de la obra lo que quiera, sino que dispone
soberanamente de nuevas energías liberadas en él. Nadie las puede
controlar. Y si no se dispone de energía que liberar en este sector no
se ve nada. He aquí la razón por la que el arte es inquietante
socialmente y políticamente tan importante: es un objeto en sí. Aunque
la obra de arte no es sino confirmación política, es la fuente misma de
la política, de la inspiración.
No obstante, se ha imaginado que
el valor del arte reside en su duración, en su cualidad. Y se ha creído
que el oro y las piedras preciosas constituían valores artísticos, que
el valor artístico era una cualidad inherente al hombre como fuente
esencial de valor.
Progreso y gravedad
Actualmente
hay muchas discusiones. a favor y en contra de las ideas progresistas
en el campo cultural. Antes de tomar partido por su verdad y su
justicia, veamos.el contenido moderno del concepto de progreso. La idea
de progreso está ligada a la de ascenso, de erección, al movimiento
desde un estadio inferior a otro superior.
Es imposible
identificar-este movimiento, como ha hecho el entusiasmo idealista de
tantos "progresistas", con un movimiento estable que sería idéntico a la
inercia. Al hablar de progreso, se está obligado a hablar
desgraciadamente de movimientos no uniformes, y más precisamente de
movimientos en aceleración. Constatamos en primer lugar, con Einstein,
que este progreso no es absoluto, necesario o ideal; y constatamos a
continuación que el efecto de los movimientos en aceleración en el
espacio, fuera del campo de gravedad, daría exactamente el mismo
resultado que producen, en nuestra vida sobre la superficie de la
tierra, los efectos de la gravitación. Esto da qué pensar.
La
conducta consciente no es posible sin aceleración, y el progreso en
aceleración armoniza nuestra relación universal con nuestras condiciones
primeras. Las consecuencias de este descubrimiento son demasiado
amplias para profundizar aquí en ellas. Pero esto muestra que aunque la
idea ético-idealista de progreso esté condenada al abandono, permanece
todavía el la transcendencia del progreso. Y la certeza de que las
discusiones acerca de este asunto deberán tomar en lo sucesivo su punto
de partida en las nuevas consideraciones sobre el movimiento y la
gravedad, en los problemas de la creación de campos de gravedad.
Dicho
esto, pasemos al examen de un problema cercano: la complementariedad.
El descubrimiento de los quanta o la constante de Planck -que nosotros
consideramos como una cualidad, precisión terminológica de extremada
importancia- ha llevado a Niels Bohr a su teoría de los
complementarios. Ésta era imposible de conciliar aparentemente con el
materialismo dialéctico, pero dicha imposibilidad se derivaba de la
influencia de un subproducto erróneo del materialismo dialéctico y de
la falta de consecuencia de las teorías de Niels Bohr.
La
paradoja de las situaciones complementarias parece poder explicarse
así: tenemos una caja y queremos ponerla en un estante, pero no podemos
alcanzar el estante sin subirnos a la caja, de forma que nunca podemos
disponer a la vez de la caja y del estante. Pero estos actos no
constituyen situaciones que se excluyan simplemente; son contrarias.
Pongamos otro ejemplo: cuando observo una estrella, mi mirada avanza
hacia el tiempo a través del espacio al mismo ritmo que hacia el espacio
a través del tiempo: depende de la elección de uno de los dos factores
como instrumento y del otro como objeto. Bohr no ha descubierto que el
instrumento no es ni el objeto ni el sujeto, sino la neutralización de
ambos.
Hay disimetría entre el tiempo y el espacio, y sólo un
nuevo estudio científico que averigüe las relaciones exactas entre
simetría y disimetría podrá aportamos una síntesis satisfactoria de las
relaciones entre cualidad, cantidad y valor. Pero, como quiera que sea,
el concepto de contradicción dialéctica oculta domina el concepto de
complementariedad.
La mercancía como objeto de uso socializado
Sería
oportuno subrayar en este estudio que el socialismo no ha atacado nunca
la riqueza (el derroche) del consumo capitalista. En esto no recuerda
en absoluto la indignación que anima la revolución burguesa contra la
nobleza.
Ello aclara la razón por la cual la revolución
socialista tiene que estar precedida de la llamada revolución burguesa,
es decir la realización del capitalismo. Hay razones políticas para
guardar silencio acerca de la cuestión de la riqueza: no se hace la
revolución para empobrecerse. Pero la razón principal de este mutismo es
que la revolución capitalista ha consistido esencialmente en una
socialización del consumo. La industrialización capitalista aporta a la
humanidad una socialización tan profunda como la socialización
propuesta por los socialistas, es decir la de los medios de producción.
La revolución socialista es la realización de la revolución capitalista.
El único elemento que debe suprimirse en el sistema capitalista es el
ahorro, pues la riqueza del consumo ya ha sido eliminada por los propios
capitalistas. Encontrar hoy día un capitalista cuyo consumo sobrepase
las necesidades más mezquinas es bastante raro. La diferencia entre el
tren de vida de un gran señor del siglo XVII y un gran capitalista de la
época de Rockefeller es grotesca y se agrava cada día.
La
riqueza en la variabilidad del consumo ha sido economizada por el
capitalismo, pues la mercancía no es más que un objeto de uso
socializado. Y de ahí que los socialistas eviten plantearse el objeto de
uso.
La socialización del objeto de uso, que permite considerarlo como una mercancía, reúne tres aspectos principales:
a)
Sólo el objeto de uso que goce de un interés común y sea deseado por
una cantidad suficientemente grande de personas puede servir como
mercancía. La mercancía ideal es el objeto deseado por todos. Para que
la producción industrial accediera a una socialización semejante, el
capitalismo debía destruir la idea de la producción individual y
artesanal, considerándola como "formalismo".
b) Para que pueda
hablarse propiamente de mercancía se precisa la existencia de una
cantidad de objetos exactamente equiparables. La industria no se ocupa
sino de objetos en serie, de fabricación cada vez más numerosa.
c)
La producción capitalista se caracteriza por una propaganda del
consumo popular que alcanza una importancia y un volumen increíbles. La
reclamación de una producción socialista sólo es la consecuencia
lógica de la reclamación de un consumo socializado.
La moneda es
la mercancía plenamente socializada que indica la medida del valor
común a todo el mundo. De forma que el dinero no puede medir más que
valores sociales. El valor en su aspecto individual no puede medirse con
dinero; y el valor del dinero, puesto que se desprende del
standard-oro, reposa puramente en la convención social, se ha
convertido en esta misma convención. Éste es el uso de la moneda en una
sociedad socializada.
Pero, ¿cuál es esa convención social que
mide el dinero? No es el trabajo, y no es ya tampoco la utilidad de las
cosas. Todo indica que el dinero es la medida del tiempo en el espacio
social.
Los anglosajones dicen acertadamente que el tiempo es
oro. Pero el dinero sólo puede medir el tiempo inscrito en el entomo
social. Fuera de este tiempo el dinero carece absolutamente de valor. El
dinero es el medio para imponer la misma velocidad en un espacio dado,
que es el de la sociedad. En el momento en que la sociedad se extiende a
escala planetaria ya no hay posibilidad de distinguir entre tiempo y
espacio, y la historia no es ya posible.
La invención de la
moneda es la base del socialismo "científico", y la destrucción de la
moneda será la base de la superación del mecanismo socialista. La
moneda es la obra de arte transformada en cifra. El comunismo realizado
será la obra de arte transformada en totalidad de la vida cotidiana.
El principio del recipiente
Hemos
visto que el socialismo extrae del capitalismo el sistema de consumo y
de producción eliminando el ahorro. Esto es una actitud de propaganda
más que un hecho; puesto que la socialización constituye realmente un
sistema basado en el ahorro absoluto. Consideremos, en efecto, el objeto
de uso. Ya hemos señalado que el objeto de uso se convierte en una
mercancía en el momento en que se hace inmediatamente inútil, en que se
rompe el vínculo causal entre el consumo y la producción. Sólo el
objeto de uso transformado en ahorro, guardado en depósito, se
convierte en mercancía, y ello solamente en el caso en que exista cierta
cantidad de objetos de uso en depósito. Ahora bien, este sistema de
stocks, que constituye la raíz misma de la mercancía, no es eliminado
por el socialismo; todo lo contrario, el sistema socialista está basado
en el depósito de toda producción, sin excepción, antes de su
distribución, con el fin de asegurar un control perfecto de la misma.
Hasta
ahora, nunca se ha analizado la"'acumulación -el depósito o el ahorro-
en la forma que le es propia, es decir, la del recipiente. El depósito
se efectúa en función de la relación existente entre el recipiente y el
contenido. Hemos subrayado al principio que la sustancia que por lo
común se llama contenido no es otra cosa que el proceso; y bajo la forma
del contenido, significa una materia en depósito, una fuerza latente.
Sin embargo nosotros siempre la hemos considerado a partir de su propia
forma estable. La forma de un recipiente es una forma contraria a la de
su contenido; su función consiste en impedir al contenido que entre en
proceso, a no ser bajo condiciones controladas y limitadas. La
forma-recipiente es también algo muy diferente de la forma de la materia
en sí, donde nunca existe otra cosa que la forma del contenido; aquí,
uno de los términos se encuentra en contradicción absoluta con el otro.
Es solamente en el dominio biológico donde el recipiente se convierte
en función elemental. Por así decirlo, toda la vida biológica ha
evolucionado oponiendo las formas-recipientes a las formas de la
materia. Y el desarrollo técnico sigue el mismo camino; en definitiva,
todos los sistemas de medida, de control científico, son relaciones que
se establecen entre las formas objetivas y las formas-recipientes.
Las
formas-recipientes se establecen como contradicción de las formas
medidas. La forma-recipiente oculta normalmente la forma del contenido y
posee asimismo una tercera forma: la de la apariencia. Estas tres
formas nunca se distinguen claramente en las discusiones en torno a la
forma. Las tres son formas reales, formando parte integrante de nuestra
percepción de la materia, y estableciendo una escala de contradicciones
que nos permite distinguir entre el mundo de la materia inorgánica, el
de la naturaleza biológica, y el de nuestras sensaciones. Pero a estas
formas llamadas reales se añaden las formas imaginarias establecidas
por el pensamiento: las formas simbólicas.
Los sistemas
científicos y filosóficos se distinguen entre ellos según su forma de
confundir formas que no tienen nada que ver una con otra en cuanto
formas, si se entiende esta palabra en un sentido claro, sin
contradicción interna.
En la medida en que se puede decir que la
forma es unidad y la cantidad igualdad, y que existe una contradicción
completa entre estos dos aspectos de la materia, el recipiente es
justamente el instrumento que permite, en apariencia, eliminar las
contradicciones entre unidad e igualdad mediante la unidad de la forma
(del recipiente) y la igualación del contenido, la neutralización de las
formas del contenido por su número; estas contradicciones se
neutralizan al aumentar la magnitud según las leyes de la probabilidad.
Es el principio del depósito, el de la caja de ahorro o de seguridad, e
incluso el de las latas de conserva. Para alcanzar unidades cada vez más
iguales, cada vez más justas, basta desarrollar la unidad del
recipiente, hacerlo más grande, ya que su forma puede cambiarse
independientemente del contenido al no tener nada que ver la forma del
recipiente con la de su contenido. Éste es el principio del desarrollo
capitalista tanto como del socialista, y en todas sus teorías sobre las
relaciones entre la forma y el contenido no se trata sino de meter cosas
en cajas.
Un nuevo impulso
Los
socialistas han elaborado programas políticos para tomar el poder. Han
sido así llevados a aceptar el concepto de política de estado, que se
opone absolutamente a las perspectivas de Marx, basadas siempre en el
rápido debilitamiento del estado. Han utilizado al estado y han hecho
así lo contrario de lo que creían hacer.
Hay que retomar el
estudio de la Primera Internacional para discernir la riqueza del
movimiento obrero en el futuro, paralelamente al estudio de las
perspectivas programáticas sobre la vida cotidiana en ciertas
corrientes utópicas como el fourierismo, sometiendo también a esta nueva
óptica los intentos de Ruskin y de Kristen Kold. En la Asociación
Internacional de Trabajadores las divergencias a propósito del estado y
la autoridad se desarrollaron deprisa en forma de oposiciones absolutas.
La división del movimiento obrero no ha cesado desde entonces, ni con
la Segunda Internacional que era propiamente socialista, en el sentido
que nosotros aceptamos aquí, ni con la Tercera que se pretendía
"comunista" sin poder distinguirse de los fines socialistas, excepto en
la cuestión de los medios de acceso al socialismo. Muchas de las
contradicciones han sido diferidas a un vago futuro, suponiendo que la
sociedad socialista se transformaría en comunista. Pero este paso se ha
previsto sin ser conscientes de que, según las leyes de la dialéctica,
cuando semejante salto cualitativo tenga lugar, deberá revelar que el
comunismo es lo contrario del socialismo.
Las celebridades rusas
de la historia han mostrado después cruelmente que ningún cambio se da
nunca de un modo tan lineal, evolucionista e idílico como querrían sus
promotores. Ahora que las formas de socialización que progresan en el
este como en el oeste han desengañado a los revolucionarios, es tiempo
de retomar, en toda su amplitud, el proyecto comunista, negación de esta
socialización y único modo de superar las alienaciones actuales.
Allí
donde se manifiesta (ya sea en el capitalismo, en el reformismo o en el
poder llamado "comunista"), la burocracia aparece como la realización
de la socialización contrarrevolucionaria en cierto modo común a los
diversos sectores rivales del mundo actual. La burocracia es la
forma-recipiente de la sociedad: ella bloquea el proceso, la
revolución. En nombre del control de la economía, la burocracia
economiza sin control (para sus propios fines, para la conservación de
lo existente). Detenta todos los poderes excepto el poder de cambiar las
cosas. Y todo cambio se hace en primer lugar en contra suya. En este
momento, la opción por construir spoutniks es en sí contraria a la
opción de producir bombas nucleares. Pero su justificación social sigue
siendo la misma.
El comunismo real será el salto al reino de la
libertad y de los valores de la comunicación. El valor artístico,
contrario al valor utilitario (que de ordinario se denomina material),
es el valor progresivo por cuanto constituye la valoración del hombre
mismo a través de un proceso de provocación.
Desde Marx, la
política económica ha mostrado sus impotencias y sus inversiones. Una
hiperpolítica deberá tender a la realización directa del hombre. El fin
de la economía llevará así a la realización del arte. Se trata de
conocer los fines más apasionantes para que las masas, decidiendo
alcanzar estos fines que le conciernen, tomen en sus manos su propia
suerte. Es preciso buscar nuevos fines artísticos que den a la vida un
interés nuevo, posibilitando al hombre el goce de situaciones
superiores. La necesidad y la ausencia de tales perspectivas han
constituido en los últimos tiempos el telón de fondo de la mediocridad
general. Porque ninguna idea tuvo jamás el poder revolucionario del
marxismo, ni ha perdido su impulso tan rápido.
LA LUCHA FINAL
Los
teóricos dogmáticos del marxismo son muy capaces evidentemente de
rechazar todas estas argumentaciones y de clasificarlas como un
formalismo abstracto por una simple razón. Ellos sostienen que una
teoría no tiene sentido más que cuando se halla el interés que refleja; y
hasta ahora han sido capaces de convencerse a sí mismos, con argumentos
cada vez más estúpidos, donde la lógica es reemplazada por la violencia
de la expresión, de que todo lo que no refleja el interés del
proletariado no hace sino reforzar el capitalismo. Se trata ahora de
saber si serán capaces de englobar nuestras reflexiones en la misma
categoría, y si harán creer por mucho tiempo todavía que ellos reflejan
el interés del proletariado.
Para entender la excusa original de
esa actitud marxista, hay que recordar en primer lugar que el
socialismo científico no es negado como una teoría científica sino como
un discurso de defensa en un proceso, como argumentación ético-jurídica
donde los hechos científicos representan en primer lugar las pruebas de
culpabilidad contra la clase capitalista, en favor de la clase
desposeída. El abogado Karl Marx defiende la completa inocencia de su
cliente, que no es una persona, sino una clase, e inculpa a su acusado
de robo y violación. El asunto a debate es el derecho a los medios de
producción de la industria, que los dos adversarios están de acuerdo en
considerar como el único medio de producción socialmente justificable.
Marx
presenta en El Capital el acta de acusación documentada contra la clase
capitalista. Es aplastante. Los indicios y los testigos son
irrefutables, y lo siguen siendo después de cien años. Los defensores
del capitalismo no han encontrado nada con lo que contraatacar, sino las
más sórdidas excusas. El arma empleada por Marx es la misma que los
capitalistas ensalzaban: la precisión científica. Marx ha ganado el
proceso con argumentos análogos a los que Shakespeare hizo triunfar
contra Shilock: la relación entre la exactitud, la precisión y la
justicia; la identidad entre verdad y cantidad. Pero la absolución del
deudor no fue un acto de justicia, sino de teatro bien representado,
debido a la habilidad del abogado que permitía al juez cometer una
injusticia por caridad sin violar la ley. Es por tanto este compromiso
en una lucha ética y humana el que da a la obra de Marx una calidad
literaria y dramática que la sitúa entre las obras-cumbre de la
literatura humana, que le da el carácter de una obra de arte. La
conciencia de la justicia no se ha repuesto jamás del golpe que Marx le
ha dado al probar que la clase dominante era la verdadera criminal; y
que las autoridades oficiales de la justicia, del honor y del altruismo
no existen más que para justificar y proteger a este criminal; y que el
inocente, el príncipe del futuro, el hombre del mañana, era ese pobre
clochard embrutecido y harapiento, sin subsistencia, sin posesión
alguna: el proletario. El proceso está ganado, aunque no se haya
ejecutado todavía con todas sus consecuencias.
Lo embarazoso en
la concepción marxista que ha llevado a esta victoria es una tendencia a
hacer ver que sólo las verdades que juegan algún papel en el proceso
social son importantes. Sin embargo una verdad sin importancia
inmediata en el proceso social puede hacerse importante más tarde, así
como una verdad inmediatamente injustificable ante la opinión pública
puede tener ulteriormente el mayor interés. Es el caso de todo lo que
es completamente nuevo. El socialismo escamotea este problema
pretextando que no hay nada radicalmente nuevo, que toda producción es
reproducción. Es aquí donde se descubre no sólo la injusticia, sino
también la impotencia del socialismo, tan incapaz de comprender lo
nuevo como de liberar a las masas esforzándose por lo auténticamente
nuevo.
La teoría económica del marxismo se basa en el derecho
irreductible del individuo a su propia producción, y la teoría
socialista se basa en la comunidad de necesidades del consumo. Esto
quiere decir que los elementos para las necesidades de consumo de todos
pueden producirse por cualquiera en menos tiempo gracias al uso de
maquinaria, y distribuirse después a cada uno de acuerdo con sus
necesidades. Esto implica que todos están obligados a participar en esta
producción necesaria cuyo tiempo, disminuido por la industrialización,
se reduce aún más mediante la automatización.
Cada individuo
dispone así de un tiempo y de una energía libres en constante
crecimiento. Pero el socialismo no se ha preguntado nunca cómo podrá
disponer el individuo libremente de esta energía individual (ha
expulsado estos problemas candentes al estadio comunista, concibiéndolo
como un vago paraíso estático al final de la historia). Por el
contrario, la socialización impone en lo inmediatamente real falsas
necesidades y múltiples obligaciones en el sector de la producción
tanto como en el del consumo. He aquí el punto de partida para una nueva
revuelta por la liberación del hombre. Este programa superior criticará
todas las ideas sobre las necesidades convencionales y pretendidamente
sociales en beneficio de un compromiso libre en los juegos sociales, en
el campo creativo. Probablemente se verá en el futuro que tales juegos
encuentran sus peores enemigos en las organizaciones profesionales.
Hasta el momento en que las especializaciones profesionales hayan
entrado claramente en proceso de descomposición no aceptarán participar,
en nombre de la necesidad, en la producción y el consumo que exceda la
necesidad biológica y material irrefutable; no admitirán de buena gana
una creación técnica que ponga los medios industriales al servicio de
fines lúdicos libres.
La clase obrera en su época puramente
proletaria era la expresión máxima de esta aspiración a la liberación
humana. Hoy se instala cada vez más en la actitud opuesta. La dialéctica
de este cambio es simple, y su ignorancia es el error elemental del
socialismo. El proletariado industrial ha tenido un papel único como
fuente de inspiración durante un siglo. Era la fuerza dominante no a
causa de su cantidad ni de su unidad, sino a causa de su disponibilidad
única, que representaba el valor humano más puro porque no tenía
cualidad, ni prejuicios, ni posesiones, ni responsabilidades -salvo
consigo mismo.
Esta disponibilidad ha dado a la clase obrera un
plus-valor humano, en fuerte contraste con la burguesía ocupada en su
pequeña gestión. Era una clase libre para rechazarlo todo y proponerse
todo.
¿Qué proponerse? Aquí surge la teoría socialista del
derecho del proletariado a la posesión de los medios de producción. Con
el establecimiento de una ideología socialista en un sistema fijado
geográficamente, este valor se transformó en una cualidad, y la cualidad
en cantidad espacial. La visión del mundo del proletariado se
transformó en su contraria: la del propietario absoluto, desapareciendo
absolutamente todas las disponibilidades y valores proletarios. Al
abrigo de esta nueva alienación, la explotación de los trabajadores
continúa. El sinsentido de la vida social continúa.
Actualmente
el movimiento socialista obliga a los hombres a seguir patrones de
trabajo y de consumo y obligaciones sociales cada vez más fútiles y
estúpidas. ¿Es inevitable? Hay que proclamar: ¡Intelectuales de todos
los países: suicidaos! Es la lucha final, seguid el glorioso ejemplo de
Jack London y Maiakowski. No tenéis nada que perder, salvo vuestras
cadenas, ni nada que ganar. ¿Ha dejado el suicidio de ser una
posibilidad entre otras para ser el último recurso con el que
manifestar la libertad humana? ¿O hay más bien que creer a Maiakowski
cuando responde en el suicidio de Essenine: "Construir la vida es más
dificil de otro modo"? Es dificil, en efecto. Pero es lo menos que hay
que hacer.
Hoy que la vida humana no vale siquiera lo que una
vida humana, sólo arriesgando la vida podemos aseguramos de su valor; y
el valor de la vida es el único valor del hombre. Es la libertad, que se
manifiesta en el riesgo y en el objetivo del riesgo mismo. La juventud
empieza a comprender ahora que el riesgo es más precioso que todas las
metas que la vida social le propone, y la sociedad se ocupa de enrolar a
los individuos en mil objetivos sin riesgo mientras prepara bombas
atómicas. En el este como en el oeste, el aumento del nivel de vida y
del tiempo libre revelan su espantoso vacío: ese vacío es el lugar de
una libertad total que se ha hecho posible y cuya exigencia superará en
adelante todas las demás.
Las provocaciones sociales de la
juventud son el preludio de una revuelta que tendrá todas las
posibilidades de fracasar. Esto es mejor que nada; y ya veremos si
alguna vez la voluntad humana no será capaz de superar las condiciones
calculadas.
REFERENCIAS
1. Extractos de El capital
Cualquiera
que sea la forma que revista el proceso de producción tiene que ser
continuo o, lo que viene a ser lo mismo, pasar periódicamente por las
mismas fases. Una sociedad no puede dejar de producir más que de
consumir. Considerado no bajo su aspecto aislado, sino dentro del curso
de su renovación incesante, todo proceso de producción social es por
tanto al mismo tiempo un proceso de reproducción.
Las condiciones de producción son al mismo tiempo las condiciones de reproducción.
De
lo que yo parto es de la forma social más simple bajo la que se
presenta en la sociedad actual el producto del trabajo, la "mercancía".
Es a ella a quien analizo, y lo hago en primer lugar bajo la forma en la
que aparece. Y encuentro que lo hace por una parte bajo su forma
natural como objeto de uso, es decir valor de uso, y por otra parte como
el soporte del valor de cambio, y bajo este punto de vista como "valor
de cambio" ella misma. Un análisis más detenido de este último me
muestra que el valor de cambio no es más que una "forma fenoménica", una
representación caracterizada por el valor contenido en la mercancía, y
a continuación paso al análisis del valor.
Cuando dije, al
principio de este capítulo, por seguir la manera de hablar ordinaria: la
mercancía es valor de uso y valor propiamente dicho, esto es falso. La
mercancía es valor de uso u objeto de uso, y "valor". Se presenta como
lo que es, algo doble, tan pronto como su valor posee una forma
fenoménica propia distinta de su forma natural, la de "valor de
cambio".
Yo no divido por tanto el valor en valor de uso y valor
de cambio como términos opuestos en los que el valor se escindiría al
abstraerlo, sino que digo que la forma social concreta del producto del
trabajo, la "mercancía", es por una parte valor de uso, y por otra
"valor"; no valor de cambio, puesto que éste último es una forma
fenoménica, y tampoco el propio contenido de la mercancía. Mi método
analítico, que no parte del hombre, sino del período social
económicamente dado, no tiene nada en común con el modo en que toman
estas nociones los profesores alemanes.
La palabra 'valor' (Wert,
Würde) se aplicó en primer lugar a las cosas útiles que existían desde
hace tiempo como "productos del trabajo" antes de convertirse en
mercancías. Pero esto tiene tanto que ver con la definición científica
del "valor-mercancía" como el hecho de que la palabra sal entre los
antiguos se aplicase sobre todo a la sal comestible, y en consecuencia
el azúcar, etc. figuren desde Plinio como variedades de sal (es decir
entre los cuerpos sólidos incoloros, solubles en el agua que poseen un
sabor particular) y por consiguiente la categoría química "sal"
comprendiese el azúcar, etc.
Cuando se trata de valores de uso,
se sobreentiende siempre una cantidad determinada como una docena de
relojes, un metro de tela, una tonelada de hierro, etc.
En la
expresión de peso del pan de azúcar, el hierro presenta una cualidad
natural común a los dos cuerpos, su peso, mientras que en la expresión
del valor de la tela, el cuerpo de un vestido presenta una cualidad
sobrenatural de los dos objetos, su valor, una impresión puramente
social.
En el curso de la producción, la parte del capital que se
transforma en medios de producción, es decir en materias primas,
materias auxiliares e instrumentos de trabajo, no modifica por tanto la
magnitud de su valor. Es por esto que la llamamos parte constante de
capital, o más brevemente: capital constante.
2. Extractos de "Cartas francesas", hebdomadario cultural del P.C.F. (Director: Aragon)
Se puede leer en el nº 813 bajo el título "Assez de maudits":
Femand
Léger se divertía diciendo a veces: "Si los idiotas floreciesen aquí se
haría un buen ramillete"... Hemos visto a Utrillo al lado de su
botella, a Rodin cortejando doncellas en los bailes, a Rousseau ingenuo
hasta la estupidez, a Gauguin peleando con la policía, a Cézarme
injuriado por la prensa. ¿Se habla de su obra?
Una palabra a
propósito del adjetivo "maldito". ¿Dónde está la maldición de Cézarme
dotado con 25.000 francos de renta, la maldición de Utrillo (¡o es que
afecta a todos los borrachos!), la maldición de Rodin (¡o es que la
portan todos los ancianos que se dejan seducir por las damas
atractivas!). ¿En qué era Rousseau más maldito que los demás jubilados
de la administración? En cuanto a la maldición de Gauguin, ¿no afecta
acaso a todos los que se ponen en tales condiciones de alejamiento que
no pueden dar a conocer su obra? Si Rodin es un escultor maldito, me
gustaría que se me mostrase un artista que no lo sea.
El
ramillete está hecho y la idiotez destilada, citando las palabras de
Léger, que estuvo socialmente maldito toda su vida, por el mantenimiento
de esta buena conciencia de la sociedad hacia los artistas, buena
conciencia que se justifica por el más capitalista y mezquinamente
pequeñoburgués de los argumentos: tienen dinero. Y si no lo tienen es
por su culpa, debido a ciertos vicios individuales: borracheras, excesos
eróticos, odio a la policía o desprecio por los lugares de la buena
sociedad donde podrían hacerlo. ¿Podrá el espíritu socialista caer más
bajo? ¿Más que Aragon?
"¿Se habla de su obra?" Rodin, Gauguin y
Léger fueron artistas que tuvieron una conciencia social y universal.
Sus obras no fueron sino fragmentos de edificios sociales nunca
edificados. Rodin no tuvo jamás la posibilidad de realizar la obra de la
que sus esculturas no eran sino proyectos y elementos. ¿Por qué? Porque
la sociedad lo detestaba; su obra estaba maldita, en efecto. Tuvo que
exponer fuera de la Exposición de 1900, hasta que Le Corbusier le
autorizó a tener un stand en el anexo de la Exposición de 1937. Léger no
tuvo jamás la posibilidad de realizar una obra artística conjunta con
su amigo Le Corbusier. Sin embargo han recibido las recompensas y el
reconocimiento social en su vejez. Si Gauguin hubiera vivido bastante
habría tenido derecho, él también, a decorar una iglesia.
Es esto
por tanto lo que hay que considerar como la realización de todos sus
sueños. Al menos de los de Aragon. Pero la clase obrera, es decir, las
personas que fabrican prácticamente todo ¿qué le habrá podido impedir
colaborar a placer con estos artistas para su propia satisfacción o
construir edificios inauditos que dependan de ellos mismos? Sí, ¿qué
habrá podido desviarlas de ello? ¿La acción sindical? ¿El gran capital?
¿Su propia falta de espiritualidad? ¿La estupidez? ¿Cuál de ellas? ¿O
bien la traición de Aragon y de todos sus amigos?
Fuente: Industrias Mikuerpo