Con motivo del 90° aniversario del expresidente de Cuba, RBTH ofrece un extracto del libro ‘Fidel Castro. Biografía de un patriota’ de Maxim Makárychev.
La noche al 27 de abril de 1963 el comandante empezó su visita a la URSS, que fue recordada durante mucho tiempo por los habitantes de la sexta parte del planeta.
Durante la Crisis de los Misiles en 1962, que duró 13 días, Fidel apenas pegó ojo. Salió devastado, casi al borde de un ataque de nervios. No pudo perdonar a Jruschov que el destino de Cuba se decidiera a sus espaldas, en un intercambio de correspondencia secreta entre el líder soviético y Kennedy.
Lo que le enfureció a Fidel fue que Jruschov no le comunicara personalmente la decisión de retirar los misiles de la isla, sino que prefiriera hacerlo todo a sus espaldas. “Jruschov debería haber dicho: 'Hay que discutir este problema con los cubanos también... Fue entonces cuando nuestras relaciones con la Unión Soviética empeoraron. Este conflicto afectó a nuestra relación durante muchos años”, escribió Fidel años después.
Los dirigentes soviéticos decidieron dorarle la píldora e invitaron a Fidel a la URSS.
El 26 de abril de 1963 Fidel Castro partió hacia la Unión Soviética en medio de un severo secretismo. Por cierto, el avión que salió de La Habana clandestinamente no aterrizó en la capital soviética, sino que lo hizo en Múrmansk, en el norte.
Lo primero que hizo Fidel al llegar fue ir a la base de los submarinos soviéticos de Severodvinsk.
Dentro de un submarino
El líder cubano visitó un submarino personalmente. Los militares soviéticos incluso pusieron un misil atómico en posición de ataque para mostrar las posibilidades reales del aparato. Fidel se quedó estupefacto viendo el potencial de la tecnología militar soviética.
La ruta de Fidel Castro por el territorio de la URSS, igual que las fechas de su llega a las ciudades, se mantuvieron en secreto. Durante aquellos 38 días, que duró el viaje de Fidel por la URSS, desde finales de abril hasta principios de junio, él emprendió el recorrido desde Severodvinsk hasta Samarkanda, que nunca había hecho ningún dirigente extranjero, ni tampoco soviético.
En Volgogrado y Múrmansk, en Tashkent y Bratsk, en Leningrado y Kiev, en todos los sitios a este hombre barbudo con gafas y vestido con una guerrera de color oliváceo le recibieron con tanto afecto y amor que Fidel Castro seguía recordando la sorprendente hospitalidad del pueblo soviético años después.
Un paseo improvisado por Moscú
Al líder cubano se iluminaba la cara cada vez que visitaba una ciudad o una fábrica nueva. Nikolái Leónov, su traductor personal, recuerda un sinfín de anécdotas que ocurrieron en aquel viaje. “Le concedieron una habitación en el Kremlin. Recuerdo que una vez por la noche, sobre las 11, me dice: 'Vamos a pasear por Moscú', cuenta Nikolái Leónov. “Le digo que no tenemos escolta pero él insiste: 'Quiero pasear por Moscú'.
Solo me da tiempo para avisar al oficial de guardia, este se queda boquiabrierto también, pero Fidel ya está preparado para el paseo. Salimos los tres por la Puerta Borovítskaya. Era casi medianoche. Pasamos la primera parada del trolebús.
La gente mira estupefacta, nadie cree que ve a Fidel, convertido en una leyenda viva. Minutos después se escuchan los gritos de alegría en la calle y cada vez nos rodea más gente...
Cuando llegamos a la Plaza Manézhnaya (junto al Kremlin), ya son cientos de personas y la muchedumbre sigue creciendo, todos están exaltados y alegres... Cuando llegamos al hotel Moskvá, ya son miles de personas las que nos rodean y cada vez hay más gente corriendo hacia nosotros. El oficial de guardia está horrorizado.
Parecía que el público estaba dispuesto a despedazar a Fidel... a causa de la felicidad. El oficial consiguió entrar en el hotel por la ventana y pidió refuerzos por teléfono. Finalmente conseguimos romper el cerco y escondernos de la muchedumbre, exaltada y feliz”.
Un oso ruso, regalo para Fidel
En el lago Baikal Fidel se hospedó en casa de unos geólogos y pasó horas hablando con ellos. Le encantó el tímalo, el pescado más popular del lago. Aprendió muy rápido a beber de la botella cuando faltaban de vasos.
De repente, en casa de los geólogos apareció un joven que llevaba un osezno. Dijo que venía a ver a Fidel desde Irkutsk atravesando la taiga e inesperadamente “se cruzó con el propio comandante”. Se saludaron, charlaron sinceramente y el joven preguntó a Fidel si aceptaría un osito como regalo.
Tras vacilar un rato, Fidel lo aceptó. Ya había conocido la generosidad del alma rusa. Decidieron bautizar al oso con el nombre del lago. Así colocaron a Baikal en una jaula especial y se fue con Fidel.
Baikal volvió a Cuba junto con su nuevo dueño. La vida de un oso siberiano en una tierra subtropical se convirtió en un infierno. A pesar de que crearon todas las condiciones en la residencia de Fidel, el biorritmo del pobre animal se trastocó completamente. Debido a las altas temperaturas el oso no podía hibernar y se volvió intranquilo, agresivo y murió un par de años después.
Con nieve y sin nieve
Fidel volvió poco tiempo después a la URSS, al cabo de un medio año, para disfrutar del invierno ruso. Le llevaron en troika con las campanas, a cazar a Zavídovo... Le invitaron también a un partido de hockey sobre hielo.
En 2005 durante la conferencia “Diálogo de las culturas” celebrada en La Habana, Fidel respondió con emoción y sinceridad cuando le preguntaron si quería volver a Rusia: “Si me preguntas sobre mis sentimientos y mi voluntad, entonces sí, en verano y en invierno, con nieve y sin nieve, sin importar quién mande allí, — afirmó Fidel. — Y ahora más que nunca, cuando las relaciones entre Cuba y Rusia se están desarrollando... estas relaciones están basadas en un gran amor...”.
Maxim Makárychev es escritor, periodista, autor del libro “Fidel Castro. Biografía de un patriota” publicado en 2013.