El amigo del pueblo
L’Idiot International, octubre de 1970.
Situations VIII. Gallimard. París. 1972. Trad. Eduardo Gudiño Kieffer. Ed. Losada. Bs. As. 1973. pp.337-351
Declaraciones recogidas por Jean-Edern Hallier y Thomas Savignat.
*
“L’Idiot International”. – Desde
mayo hay una ruptura entre la concepción tradicional del intelectual de
izquierda y una nueva concepción, creada en el atajo, del intelectual
revolucionario, tanto que los intelectuales honorables, desde el 45, se han encontrado frente a una situación política que escapaba a su entendimiento. ¿Qué piensa usted?
Jean-Paul Sartre.
– Sería necesario primero saber qué es un intelectual. Hay personas que
piensan que es un tipo que hace exclusivamente un trabajo de
inteligencia. Mala definición: no hay ningún trabajo que sea
exclusivamente de inteligencia. Tampoco lo hay que no necesite de ella.
Un cirujano, por ejemplo, puede ser un intelectual y sin embargo su
trabajo es manual. No pienso que la profesión sea lo único que determina
a lo que se llama los intelectuales; no obstante, hay que saber en qué
profesiones ellos se constituyen. Diría que se los puede encontrar en el
cuadro de lo que yo llamaría las técnicas del saber práctico. En verdad
todo saber es práctico. Pero no hace mucho tiempo que eso
se sabe, por ello empleo esas dos palabras juntas: los técnicos del
saber práctico constituyen o utilizan, por medio de disciplinas exactas,
un conjunto de conocimientos que tienden en principio al bien de todos.
Ese saber tiende, naturalmente, a la universalidad: un médico estudia
el cuerpo humano en general para
poder curar, en no importa quién, una enfermedad cuyos síntomas habrá
descubierto y para la cual conocerá los remedios. Pero el técnico del
saber práctico puede ser, igualmente, un ingeniero, un sabio, o un
escritor, un profesor. En todos los casos, en efecto, se encuentra la
misma contradicción: el conjunto de sus conocimientos es conceptual, es
decir universal, pero no sirve nunca a todos los hombres; sirve, en el conjunto de los países capitalistas, ante todo
a ciertas categorías de personas, pertenecientes a las clases
dirigentes y a sus aliados. Desde ese punto de vista, la aplicación de
lo universal nunca es universal, es particular, concierne a particulares.
De allí resulta una segunda contradicción, concerniente al técnico
mismo que es universal en sus trabajos generales, en su manera de
conocer, pero que se encuentra de hecho
trabajando para los privilegiados y, de golpe, se pone de su lado: esta
vez es él mismo quien está en juego. Aún no hemos definido el
intelectual: hay técnicos del saber práctico que se acomodan muy bien a
su contradicción o que se arreglan para evitar sufrir por ella. Pero
cuando uno de ellos se da cuenta de que su trabajo universal
sirve a lo particular, entonces la conciencia de esa contradicción –lo
que Hegel llamaba conciencia desgraciada–, es precisamente lo que lo
caracteriza como intelectual.
–¿Considera usted que a pesar de mayo del 68 la misión tradicional de los intelectuales no está terminada?
–No,
Pero primero hay que saber cuál era esa “misión” y quién la daba. De
hecho, puesto que era a la vez universal y particular, el intelectual
denunciaba en todas partes el uso particular de lo universal e intentaba
indicar, en cada circunstancia particular, los principios de una
política universal, para el bien del mayor número.
Así
pues el intelectual clásico es el tipo que dice: Presten atención, se
les presenta esto hoy como una forma de aplicación de lo universal,
pongamos por ejemplo: hay leyes y se les dice que se aplican las leyes,
que se arresta a la gente porque hay leyes, que las leyes son
universales. Ahora bien, esto no es verdad. Las leyes no son universales
por tal o cual razón, y por otra parte, existe tal interés particular,
hay una clase particular y tal política que han hecho que tal individuo
haya sido arrestado o que tal guerra haya continuado. El tipo clásico de
la acción intelectual se ha visto durante la guerra de Vietnam: un
cierto número de intelectuales se unió a partidos o a organizaciones,
militando contra la guerra de Vietnam, y utilizó su disciplina para
mostrar por ejemplo que tal o tal tipo de productos químicos eran
arrojados sobre los campos de Vietnam, o bien que las razones dadas por
los norteamericanos no se tenían en pie. Los primeros son químicos, los
otros historiadores o juristas que se apoyaron en el derecho
internacional (del cual, al mismo tiempo, han denunciado ciertos
particularismos). Por lo tanto es necesario llamarlos, como usted dice,
“intelectuales clásicos”, porque sufren su contradicción pero, al mismo
tiempo, consideran que ella los hace útiles a todos y, en consecuencia,
rehúsan cuestionarse en sus personas. Sin embargo, en su práctica misma,
hay como una indicación –que ellos se ocultan– de esa impugnación: el
antagonismo de lo universal y de lo particular que los constituye,
puesto que intentan suprimirlo fuera de ellos, eso implica
necesariamente que «deberían suprimirlo en ellos. En otros términos, la
sociedad universalista a la cual ellos aspiran no tiene lugar objetivamente para el intelectual.
–¿Hubo
verdaderamente una ruptura en Mayo? ¿La concepción del intelectual
clásico sigue presente, o hay lugar para una nueva concepción del
intelectual?
–En verdad, en la mayoría de los casos, no hubo grandes cambios y reencontramos hoy al intelectual clásico. Es que éste ama su papel;
técnico del saber práctico, bien pagado, que por un lado enseña –por
ejemplo– física, y por el otro denuncia la represión en mítines, se
siente descontento de sí mismo en principio y
piensa que, por ese descontento –que es toma de conciencia de su
contradicción– puede ser útil puesto que su contradicción es la de la
sociedad entera.
–Se puede decir que usted ha sido el guía de toda una generación de intelectuales en Francia, y sin embargo usted ha sido uno de los primeros en darse cuenta de golpe de la falta de una gran parte de esa generación y de una nueva necesidad política hoy para los intelectuales.
–Yo
no diría, ciertamente, uno de los primeros, puesto que esta verdadera
búsqueda se hizo en realidad al nivel de los estudiantes. Los
estudiantes, que ya son técnicos del saber práctico (y eso desde primer
año) han sentido inmediatamente el verdadero problema: iban a hacer de
ellos a pesar de todo, trabajadores asalariados para el capital o policías que permitirían mantener la
situación. Los que lo comprendieron se dijeron: no queremos eso, dicho
de otro modo, no queremos ser más intelectuales, queremos que el saber
que adquirimos (este es el primer problema, después viene el problema
del saber mismo), que es un saber universalista, sea utilizado por
todos. Los estudiantes, desde el tiempo de los comités de base de
Vietnam, han comprendido lentamente que el hecho de aprender a
transformarse en un policía a las órdenes de los burgueses, no era en
absoluto compensado por el hecho de pertenecer a un comité de base para
Vietnam. No simplemente porque se organizaran en esos comités
manifestaciones que romperían el núcleo mismo que hace que el
intelectual sea un personaje que, en nuestra sociedad, no puede tener
sentido sino siendo una contradicción perpetua, haciendo lo contrario de
lo que quiere y ayudando a oprimir a la gente que debería querer
liberar. Veo, por ejemplo, los profesores que he conocido y que son
todavía intelectuales clásicos. Algunos han hecho cosas muy valientes
durante la guerra de Argelia, han visto estallar bombas en sus
departamentos, etc. Y bien, esas personas, como profesores, seguían
siendo seleccionistas. Se ponían, pues, enteramente en el plano de lo
particular, mientras que por otra parte eran totalmente partidarios del
F.L.N., o sea por la liberación social de Argelia, y allí ponían lo
universal… completo. Utilizaban sus conocimientos, su manera de razonar
formada por los estudios y su saber práctico; los ponían a disposición
de ideas que eran igualmente ideas universales, por ejemplo el derecho
de los pueblos a disponer de sí mismos, mientras por otra parte seguían
siendo seleccionistas y dictaban sus cursos según el plan querido por la
Universidad. Son personas a quienes jamás se les ocurrió la idea de
discutirse como intelectuales. Encontraban una buena conciencia en la mala conciencia,
a través de lo que hacían o creían hacer por Argelia o Vietnam. El
intelectual clásico es un tipo que saca una buena conciencia de su mala
conciencia por los actos (en general escritos) que ésta le hace hacer en
otros dominios. Esas personas, en Mayo del 68, no procedieron en
absoluto de la misma manera que las otras. Sin duda, estaban con los
estudiantes y los huelguistas, pero no comprendían que era un movimiento
que los impugnaba a ellos mismos. Se ha visto el derrumbe en algunos, y
una hostilidad a pesar de todo frente a Mayo, porque, de golpe, sentían
que el movimiento los impugnaba como
intelectuales, mientras que hasta entonces el intelectual era aquel que
debía ayudar y ponerse n disposición, y que naturalmente se pensaba
como aquel que proveía las teorías, las ideas.
–Pero ellos eran atacados según la forma de su saber, que recién usted llamaba el saber universal y que por los chinos es llamado bastante justamente: saber quizá universal pero seguramente burgués, porque en su forma misma ya está particularizado.
–Estamos
de acuerdo, pero eso se descubrió luego. Quiero decir que el
intelectual clásico de 1950, es el tipo que piensa que las matemáticas
son un saber totalmente universal. No distingue entre una manera de
aprender y de utilizar las matemáticas que sería ella misma universal, y
luego una manera particularista de aprenderlas.
–¿Finalmente
la verdadera ruptura se habría situado en Mayo, cuando los
intelectuales comprendieron que ellos mismos eran cuestionados hasta en
la forma de su saber?
–En la forma de su saber y en su existencia real.
Es decir que no se debo manifestar: son víctimas de esa contradicción y
nada más. Es necesario que ellos mismos sientan que esa contradicción
deben suprimirla en su interior. En el fondo, es una gran verdad que su
contradicción es la contradicción de la sociedad en general. y es bien
cierto que un intelectual es un asalariado, que sus verdaderos problemas
son problemas de asalariado; tiene un saber y un poder que pone a
disposición de una sociedad de un cierto tipo. Y allí se descubrió que
esas bravas personas que por una parte estaban por el F.L.N. argelino,
por el F.L.N. vietnamita, que tomaban posiciones en todos los dominios,
permanecían en sí mismos totalmente al servicio de un estado de cosas
que hacía que en el fondo fueran ellos mismos perjudiciales. No eran
simplemente personas desdichadas que tenían su contradicción; eran
perjudiciales precisamente en el sentido de que eran inmediatamente
recuperables. Pero en Mayo, no fueron los intelectuales “llegados”, es
decir los que habían pasado sus exámenes y cobrado ampliamente dinero y
un salario quienes comenzaron, sino los aprendices de intelectuales que
comprendieron la situación y se dijeron: lo que no queremos es ser eso.
–A
fin de Mayo los estudiantes en Ciencias eran izquierdistas
políticamente, pero el retorno reflexivo y político sobre su saber no se
hacía en absoluto.
–Es
verdad, yo lo he constatado en reuniones donde había una mezcla de
paternalismo, porque se suponía que el saber era con todo un elemento
esencial del poder, y al mismo tiempo de “obrerismo”, es decir el
abandono completo de la cultura. Y el verdadero problema era raramente
evocado.
Entonces,
pues, a partir de mayo, los aprendices de intelectuales, los jóvenes,
no quisieron ser ese personaje definido por su función y su salario,
puesto que eso es lo que al fin define a un hombre: ¿cuánto gana, qué
hace? Usted me dirá que eso no es universal hablando propiamente, es el
universal burgués que se enseña, estoy de acuerdo. Pero si los
intelectuales hubiesen pensado eso en 1968, no habrían hecho la revuelta
del 68. Porque es necesario que hayan tenido en algún momento dado la
idea de lo universal, para que comprendieran que ese universal exigía
una sociedad universal.
–¿La adecuación de la sociedad al saber?
–Eso
es. Pero si habían pensado –un pensamiento mucho más duro– que no
poseían el saber universal sino solamente su particularización, el
contraste hubiera sido menos violento. Mientras que allí era: tenemos lo
universal, podemos tenerlo, ¿pero para qué sirve?
–Se bajó a la calle en efecto sobre ese primer análisis y el segundo…
–…Vino
por consecuencia, estoy de acuerdo. Pero los dos forzosamente se
vincularon y descubrieron, sobre todo en cierto plano, por ejemplo en
psiquiatría (pienso en Gorizia).
–Según
usted, ¿en qué punto está el proceso de reeducación, como dicen los
chinos, en los intelectuales? Es decir, la desaparición de la frontera
cultural-politica. ¿Ese proceso de reeducación, a qué punto de su camino
le parece a usted que ha llegado?
–Está
en sus comienzos. Si el movimiento, si la protesta violenta de Mayo del
68 hubiera durado, si no se hubiera producido la traición y la relativa
derrota de junio, pienso que muchos hubieran llegado a posiciones mucho
más radicales que las que tienen ahora. Porque muchos estaban en
movimiento.
–Entonces
tenemos de un lado los intelectuales clásicos y del otro, entre los
estudiantes, personas que han roto completamente, que se han ido a
trabajar a fábricas y que, dos o tres años más tarde, ya no hablaban el
mismo lenguaje. Su lenguaje se había simplificado, sus relaciones con el
proletariado se habían vuelto reales. Se habían convertido en hombres
nuevos, como por ejemplo… los establecidos de Renault (centralistas u
otros), su lenguaje se transformó completamente. Esa conversión es mucho
más difícil para los intelectuales de treinta, cuarenta o cincuenta
años, pero existe. ¿Cuál podría ser su papel?
–Y
bien, es necesario que aquellos de entre ellos que han cambiado
verdaderamente se den cuenta que no hay otra posibilidad de tener un fin
universal, que colocarse en relación directa con aquellos que reclaman
una sociedad universal, es decir con las masas. Pero eso no quiere decir
que ellos deban, como los intelectuales clásicos, “hablar” al
proletariado, en suma hacer la teoría, sostenida por las masas en la
acción.
–A
ese respecto ¿qué piensa usted de las organizaciones de escritores en
Mayo del 68? (Hotel de Massa, Comité de Escritores Estudiantes.)
–De
hecho, todos ellos pensaron que Mayo era la ocasión de realizar las
ideas que tenían antes. Pienso que eran personas que estaban dando en la
tecla (eran antiguos comunistas, a menudo). Trataron vanamente de que
Mayo se pareciera a su esquema preconcebido.
–¿Piensa usted entonces que hay poco que esperar de los grupos de intelectuales más o menos llegados (y aún jóvenes) de antes de Mayo del 68?
–Sí, lo pienso.
–¿Su reeducación es improbable?
–Sí.
Porque no hay que olvidar que un intelectual es un individualista. No
todos, pero los escritores, por ejemplo, arrastran a pesar de todo su
individualismo…
–Luego no se puede esperar nada de personas que han producido culturalmente, pero se puede esperar una posible reeducación de un tipo de intelectual nuevo que todavía no ha producido culturalmente nada.
–Eso
es. Deutscher insistía mucho sobre lo que él llamaba: “interés
ideológico”. Lo que quiere decir: usted ha escrito por ejemplo varios
libros, y ellos se han convertido en su interés ideológico. Dicho de
otro modo, no son simplemente ideas suyas las que están allí, son
objetos materiales, reales y que constituyen su interés. Lo que no
quiere decir necesariamente que lo que cuenta es el dinero que reportan
esos libros, sino su objetivación. Ella está allí, ella existe y usted
está obligado en este momento o a renegar de ella o a roerla o a
aceptarla completamente, pero de todos modos usted está ante esa cosa
que hace de usted que sea diferente del tipo que, supongamos, perfora
los tickets del subterráneo todo el día. Él no tiene interés ideológico.
Yo por ejemplo: es verdad que tengo detrás de mí un cierto número de
libros. No siempre estoy de acuerdo con lo que he escrito, pero ellos
representan mi interés ideológico, porque la idea de verle:?
íntegramente suprimidos es una idea que no acepto, no porque esté
particularmente orgulloso de ellos, sino porque así es. La gente es así,
tenemos detrás nuestro un pasado del que no podemos renegar. Aún si se
lo reniega, no se lo reniega jamás completamente porque es en uno algo
así como un esqueleto personal. Entonces hay un problema: ¿qué se puede
pedir a un tipo de cuarenta y cinco años que ya tiene detrás de sí toda
una producción?
–Finalmente
hay dos tipos de intelectuales: los que se rehusan completamente a
tomar partido o aquellos de los que habla Musil en “El hombre sin
cualidades”, los “escritores vistos de espaldas” que firman todos los
petitorios, están políticamente presentes en todas partes, tienen un
papel útil, pero que no franquean cierto umbral, por honestos, por
rigurosos que sean.
–Sólo
que se trata de un problema de hoy, porque ayer no había izquierdísmo. A
la izquierda del partido comunista no había nada. En el 36, en el
40-41, no había más que una solución: era ir del lado del Partido. Si no
se quería entrar en él porque no se estaba sin embargo de acuerdo con
todo, se era compañero de ruta, se marchaba al lado, pero no se podía
hacer más. No hubiera servido de nada entrar en una fábrica en ese
momento. No tenía ningún sentido.
–Entonces: ¿cómo ve usted ahora la nueva misión del intelectual? “Misión” no es, por lo demás, una palabra feliz.
–Es
necesario primero que se suprima como intelectual. Lo que yo llamo
intelectual es la mala conciencia. Es necesario que él ponga lo que ha
podido retirar de las disciplinas que le han enseñado la técnica de lo
universal, directamente al servicio de las masas. Es necesario que los
intelectuales aprendan a comprender lo universal que es deseado por las
masas en la realidad, en el momento, en lo inmediato.
–¿Lo universal concreto?
–Lo
universal concreto. E inversamente, aprendiendo el lenguaje de las
masas, ellos pueden dar, si lo conservan, a las técnicas que tienen, un
cierto medio de expresión. Por ejemplo pienso que un diario hoy, creado
para las masas, debería comprender una cierta proporción de
intelectuales y una cierta proporción de obreros, y que los artículos
deberían ser no por los intelectuales ni por los obreros sino entre
ambos. Los obreros explican lo que hacen, lo que son, y los
intelectuales están a la vez para comprender, para aprender y al mismo
tiempo para dar a la cosa momentánea un cierto tipo de generalidades.
–En su opinión ¿el aprendizaje del lenguaje de las masas transforma completamente la forma del saber universal?
–No
lo pienso. Al menos no por el momento. Es un problema muy importante
que toca a la cultura, y la cultura es un problema muy difícil.
–Siempre se posterga ese problema…
–Sí, porque no se tienen todavía los medios para tratarlo.
–Pera retomar el ejemplo de ese diario, los dos tercios de los artículos son redactados por una quincena de personas (periodistas., militantes o intelectuales). Ahora bien, llegamos, a pesar de todo, a una forma que da razón todavía al intelectual tradicional, como usted lo ha hecho notar.
–Sí, estamos todavía en el momento del aprendizaje del lenguaje de las masas, no se puede decir mucho más.
–Pregunta personal o, más bien, personalizada: ¿en qué medida, por ejemplo, Mayo lo ha transformado a usted culturalmente?
–Mayo,
de inmediato, nada. Pero sí las recaídas. En Mayo era como todo el
mundo: no comprendí nada en el momento en que eso sucedió. Comprendía lo
que se decía, pero no el sentido profundo. De hecho, he seguido una
evolución que va desde cerca de Mayo a mi entrada en La Cause du Peuple. Me fui cuestionando progresivamente como intelectual. En el fondo, yo era un intelectual clásico.
Y
después de 1968, espero haberme vuelto algo diferente, aunque no haya
tenido la ocasión de hacer mucho. Dirigir un diario nominalmente, como
lo hago, o aún distribuirlo en la calle, no es todavía verdadero
trabajo, es decir escribir en las condiciones que decíamos. El problema
que planteo en mi caso, un intelectual de sesenta y cinco años que,
desde los veinticinco a los veintisiete años tiene en la cabeza la idea
de escribir un Flaubert,
es decir de utilizar los métodos conocidos, científicos si usted
quiere, en todo caso analítico, para estudiar un hombre. Llega Mayo del
68. Ya hace quince años que trabajo, que estoy metido. ¿Qué debo hacer?
¿Abandonar? Eso no tiene sentido, y sin embargo no sé quién decía esto:
«los cuarenta volúmenes de Lenin representan una opresión para las
masas», lo que se puede creer bajo palabra pues las masas no tienen ni
el tiempo ni los medios, actualmente, para abordar ese tipo de
conocimiento que es un conocimiento de intelectual. Entonces, ¿qué
hacer? Este problema es exacto y práctico: ¿qué hacer cuando se está
desde hace quince años con un libro, cuando finalmente se ha permanecido
en cierta medida el mismo porque no se abandona del todo la infancia,
etc.? ¿Qué hacer? Decidí terminarlo, pero, por el hecho de terminarlo,
sigo en el plano de antiguo intelectual.
–¿Terminarlo como lo había previsto?
–¡Sí!
De otro modo no tendría sentido. Peto ve usted, es un buen ejemplo de
esta mezcla: se va lo más lejos posible en un sentido, pero en otro se
termina lo que se tiene que hacer… Me veo difícilmente renunciando a
eso, porque haría falta renunciar, en suma, a los esfuerzos de muchos
años.
–Pero
le ha sucedido, más joven, el renunciar por ejemplo a «Los caminos de
la libertad» o a ciertas obras que usted , había comenzado.
–Sí, pero porque había dificultades internas.
–Y sin embargo «Los caminos de la libertad» podía dirigirse a las masas y ser una literatura mucho más popular que lo que su «Flaubert” llegará a serlo nunca.
–¡Nunca! Pero ese es un problema del que no logro salir. ¿Es que no debe
haber un tipo de investigación y de cultura que no sea directamente
accesible a las masas, y que encuentre sin embargo mediaciones para
llegar a las masas? ¿Es que no hay siquiera aún en el presente un cierto
tipo de especialización? O, más profundamente, ¿es que tiene un sentido
escribir ese Flaubert
(no hablo de su valor), es que se trata de una obra necesariamente
destinada a ser absorbida, o al contrario es un trabajo que, a largo
plazo, puede todavía servir? No se sabe nada de eso. Por ejemplo, no me
gusta lo que escribe Tal o Cual, pero no puedo afirmar que éste u otro
no será recuperable para las masas un día por razones que no vemos hoy.
No sé nada ¿cómo puedo saber?
–Evidentemente, puesto que el mismo
Mallarmé en “L’Humanité-Dimanche” se convirtió en el camarada Mallarmé.
Entonces, entre Mayo del 68 y la dirección de “La Cause”, pasó algo que
no logró detener su “Flaubert” pero que…
– …Pero
que me ha radicalizado en el otro sentido. Ahora me considero
disponible para todas las tareas políticamente justas que me serán
pedidas. Y no he tomado la dirección de La Cause du Peuple
como la caución de un liberal que defiende la libertad de prensa. No,
no la he tomado así. Lo he hecho como un acto que me comprometía, junto a
personas que amo mucho, de las cuales no comparto por cierto todas las
ideas, pero no es un compromiso simplemente formal.
–Sobre
todo que no se trata solamente de “La Cause du Peuple”. Está también el
Secours Rouge, del cual es usted uno de los fundadores.
–La diferencia entre el Secours Rouge
(Socorro Rojo) de antes de la guerra y el de ahora es importante y muy
clara. Cuando se fundó el primer Secours Rouge, había un partido
verdaderamente fuerte y revolucionario, el P.C., sin ninguna duda. Éste
constituía un órgano revolucionario violento. Hoy ningún partido está
representado, no hay sino individuos, pero pertenecen todos a grupos
diferentes, que por el momento están en contradicción absoluta, lo que
hace que surjan aquí o allá iniciativas que corren el riesgo de ser
inmediatamente desmentidas. Hay un problema real que es necesario
resolver. ¿El Secours Rouge es verdaderamente un Secours Rouge, y en ese
caso debe él tomar posición con respecto a la actividad de los
sindicatos, y eventualmente a la de los partidos en ciertos casos
precisos, o si no lo hace arriesga romperse? Veo desde ahora un
conflicto interno.
–¿Cómo superar ese conflicto interno? El Secours Rouge está en un estado embrionario, y ese conflicto interno puede ser excelente si contribuye a esclarecer su trabajo.
–Hay como una izquierda y una derecha. Llamaré derecha a aquellos que dicen:
«después de todo, uno se ensancha al máximo y eso implica por lo demás
que no entraremos realmente en las cuestiones políticas.» Y después está la izquierda, donde yo estoy, que dice:
«es una situación insostenible actualmente; hay al contrario que
estudiar la situación en cada caso y reaccionar ante la situación tal
como se da.» Para mí, es de este lado que hay que ir, pero nos
arriesgamos a perder auxiliares bastante importantes; pienso en los
miembros del P.C. que están en el Seccours Rouge a título individual, sería necesario que no se fuera.
–¿AI principio fue una organización que se pretendía de sostén, no de combate?
–Sí: de sostén y combate. La antigua organización decía sostén y combate:
Contra la represión, únete
Proletario a tu organización,
Adhiere al Secours Rouge
Que conduce al verdadero combate.
¡Vamos, pueblo, muévete, te atacan, defiéndete!
–¿Los iniciadores del Secours Rouge admiten las iniciativas libres de la base?
–Por
cierto. Cada comité de fábrica, de barrio, decidiría las acciones a
llevar a cabo después de despido a encarcelamiento. Eso no sucederá
ciertamente por los iniciadores o el Comité director que habrá sido
nombrado. Se deberán hacer dos o tres mítines, después las audiencias.
El Comité director estará en relación con todos los otros comités. Pero,
localmente, es evidentemente el comité de base quien toma las
decisiones. Secours Rouge será lo que la base querrá que sea. Pienso que
las cosas no pasarán a escala nacional sino cuando las iniciativas
locales no basten, en el caso de un arresto y un proceso, por ejemplo, abogados que deberemos designar nosotros mismos, etc.
–¿De todos modos, Secours Rouge no puede sino ser revolucionario puesto que, habiendo sido negada su inscripción, se presenta como un movimiento ilegal?
–No
exactamente. Lo que no tenemos derecho a hacer es, por ejemplo, atacar
al gobierno ante los tribunales, pero tenemos perfectamente derecho a
reunimos, hasta prueba de lo contrario. Los comités de base de Vietnam
nunca pidieron nada, se constituyeron, eso es todo.
–¿Usted reclama el derecho de criticar al P.C., no?
–Yo
no reclamo el derecho de criticar al P.C. Yo reclamo el derecho de
poner las cosas en claro. Un tipo ha sido encarcelado o se ha hecho
despedir ¿qué pasó? ¿Contra quién se debe actuar para defenderlo?
En
cuanto a la defensa, nos gustaría también tener abogados consultores.
Es decir tipos que pongan a los obreros al corriente de su derecho burgués.
Porque, muy a menudo, ellos no lo conocen. Entonces haría falta un
grupo de abogados que no sólo defienda, sino que enseñe. Este es el
primer punto. El segundo: ayudar a la persona en el plano jurídico. El
tercero ayudar a las familias. El cuarto es el más importante: el
conjunto de manifestaciones, de acciones puntuales e inesperadas. Pero
esa es mi opinión, y es también seguramente la de la gente de la ex G.P.
Pero no sé si el conjunto del Secours Rouge la aceptará. En todo caso, para mí, eso sólo tiene sentido si es así, si es verdaderamente acción.
–Uno de los grandes problemas de la reanudación de actividades va a ser el de la represión en materia de prensa: “La Cause du Peuple”, “L’Idiot” , «Humanité-Rouge»… ¿Cuáles son en su opinión las perspectivas posibles para nuestro combate?
–Para
mí no hay problema: esa prensa debe desarrollarse, debe continuamente
vincular a las masas en todas partes donde están en lucha. Puede tomar
todas las formas. Incluso clandestinas. Al menos prepararse para ello.
Después de haber resistido el mayor tiempo posible.
–Lo que haría falta también es que usted nos hablara de la fuerza y de la insuficiencia de la prensa revolucionaria.
–Por empezar, el tono no ha sido encontrado en ninguna parte. Ni siquiera La Cause du Peuple. Tiene un tono, pero no hay relación entre la práctica y la teoría.
–El tipo de información también es problema. El engrosamiento sistemático de pequeñas informaciones es a veces discutible.
–Es
evidente. Además, concibo una prensa revolucionaria a la vez dando
cuenta de las acciones positivas y de las que no lo son- Y en tanto nos
quedemos en el discurso triunfal, nos quedaremos en el plano de L’Humanité.
Eso es algo que hay que evitar. Hay viejas técnicas de mentira que no
me gustan. Se trata, por el contrario, de decir la verdad, o se ha de
decir: esto ha fracasado y he aquí por qué; o si no: en tal empresa tal
cosa ha funcionado y he aquí por qué. Siempre vale más dar cuenta de la
verdad: la verdad es revolucionaria, las masas tienen derecho a la
verdad. Lo que nunca se ha hecho. ¿Se da usted cuenta de lo que ha
podido ser la vida de un obrero de mi edad, que ha sido stalinista y
que, un buen día, se ha enterado brutalmente y sin explicación de que
Stalin no valía nada? Y que en eso se quedó, sin que se le explicara
nada más. Hay todavía cosas más graves: los diarios burgueses dicen más
la verdad que la prensa revolucionaria, aún si mienten. Mienten menos.
Mienten más hábilmente. Se arreglan para deformar, pero teniendo en
cuenta los hechos. Con todo es terrible pensar que los diarios
revolucionarios no son superiores en verdad a los diarios burgueses,
sino más bien inferiores. Pero también es necesario que nosotros
–nosotros que somos las masas, al mismo tiempo–, aprendamos a recibir la
verdad. Es que los revolucionarios no quieren la verdad; les han
llenado la cabeza. Viven con especies de sueños. Hay que crear el gusto
por la verdad, para todos y para nosotros mismos.
–¿Gusto que Mayo no ha dado quizá, por otra parte?
–Es verdad: Mayo sin duda no lo ha dado. En parte a causa de un lirismo que, por otra parte, no hay que rechazar.
–Se trataría entonces de tratar de ver cómo definir un nuevo papel para los intelectuales. Porque de hecho, después de Mayo, han continuado sin
tener nada más que un papel de sostén, de caución, de un movimiento de
masa dado (estudiantil u obrero). Pienso en la ocupación del C.N.P.F.,
por ejemplo.
–Le contestaré una cosa: es que eso es todavía tomarlos por intelectuales. No me gusta.
–Tiene usted razón, puesto que es un defecto de nuestra parte.
–Sí,
es un defecto. Escuche: a ese nivel lo que hace falta es un trabajo en
común. Y eso es lo que falta. Si ustedes quieren “la unión orgánica” que
ha existido en el siglo XIX, la unión orgánica de
intelectuales-obreros, hacen falta células mixtas. Terminar con las
células distintas, completamente separadas unas de otras. Y es el único
medio de cambiar a los intelectuales. Y, por otra parte, eso les da la
posibilidad en el interior de hacer valer, de tiempo en tiempo, su
opinión sobre un plan que es de su práctica. Creo que es allí donde
deben actuar.
–¿Cree usted que todos los intelectuales que ocupaban el C.N.P.F. podrían encontrar un tipo de intervención diferente en los movimientos de masa?
–Eso
me parece imposible. Usted sabe, los intelectuales, es muy difícil…
Pienso mucho más en los jóvenes. Cuando concibo organizaciones en las
que los intelectuales y los obreros están juntos, pienso en tipos que
tienen entre veinte y treinta años. ¡Tipos salidos de Mayo, qué tanto!
Fuente: El Sudamericano