"DISCURSO EN ARGEL", DE ERNESTO CHE GUEVARA
Discurso pronunciado en el Segundo Seminario de Solidaridad Afroasiático, el 25 de febrero de 1965.
La Tizza | Ernesto Che Guevara: Justicia Global. Liberación y socialismo, Ocean Sur, [s.l.], 2007, pp. 19-32.
Queridos hermanos:
Cuba llega a esta Conferencia a elevar
por sí sola la voz de los pueblos de América y, como en otras
oportunidades lo recalcáramos, también lo hace en su condición de país
subdesarrollado que, al mismo tiempo, construye el socialismo. No es por
casualidad que a nuestra representación se le permite emitir su opinión
en el círculo de los pueblos de Asia y de África. Una aspiración común,
la derrota del imperialismo, nos une en nuestra marcha hacia el futuro;
un pasado común de lucha contra el mismo enemigo nos ha unido a lo
largo del camino.
Esta es una asamblea de los pueblos en
lucha; ella se desarrolla en dos frentes de igual importancia y exige el
total de nuestros esfuerzos. La lucha contra el imperialismo por
librarse de las trabas coloniales o neocoloniales, que se lleva a efecto
a través de las armas políticas, de las armas de fuego o por
combinaciones de ambas, no está desligada de la lucha contra el atraso y
la pobreza; ambas son etapas de un mismo camino que conduce a la
creación de una sociedad nueva, rica y justa a la vez. Es imperioso
obtener el poder político y liquidar a las clases opresoras, pero,
después hay que afrontar la segunda etapa de la lucha que adquiere
características, si cabe, más difíciles que la anterior.
Desde que los capitales monopolistas se
apoderaron del mundo, han mantenido en la pobreza a la mayoría de la
humanidad repartiéndose las ganancias entre el grupo de países más
fuertes. El nivel de vida de esos países está basado en la miseria de
los nuestros; para elevar el nivel de vida de los pueblos
subdesarrollados, hay que luchar, pues, contra el imperialismo.
Y cada vez que un país se desgaja del
árbol imperialista, se está ganando no solamente una batalla parcial
contra el enemigo fundamental, sino también contribuyendo a su real
debilitamiento y dando un paso hacia la victoria definitiva.
No hay fronteras en esta lucha a muerte,
no podemos permanecer indiferentes frente a lo que ocurre en cualquier
parte del mundo, una victoria de cualquier país sobre el imperialismo es
una victoria nuestra, así como la derrota de una nación cualquiera es
una derrota para todos.
El ejercicio del internacionalismo
proletario es no solo un deber de los pueblos que luchan por asegurar un
futuro mejor; además, es una necesidad insoslayable.
Si el enemigo imperialista,
norteamericano o cualquier otro, desarrolla su acción contra los pueblos
subdesarrollados y los países socialistas, una lógica elemental
determina la necesidad de la alianza de los pueblos subdesarrollados y
de los países socialistas; si no hubiera ningún otro factor de unión, el
enemigo común debiera constituirlo.[1]
Claro que estas uniones no se pueden hacer espontáneamente, sin discusiones, sin que anteceda un pacto, doloroso a veces.
Cada vez que se libera un país, dijimos,
es una derrota del sistema imperialista mundial, pero debemos convenir
en que el desgajamiento no sucede por el mero hecho de proclamarse una
independencia o lograrse una victoria por las armas en una revolución;
sucede cuando el dominio económico imperialista cesa de ejercerse sobre
un pueblo.
Por lo tanto, a los países socialistas
les interesa como cosa vital que se produzcan efectivamente estos
desgajamientos y es nuestro deber internacional, el deber fijado por la
ideología que nos dirige, el contribuir con nuestros esfuerzos a que la
liberación se haga lo más rápida y profundamente que sea posible.
De todo esto debe extraerse una
conclusión: el desarrollo de los países que empiezan ahora el camino de
la liberación, debe costar a los países socialistas. Lo decimos así, sin
el menor ánimo de chantaje o de espectacularidad, ni para la búsqueda
fácil de una aproximación mayor al conjunto de los pueblos
afroasiáticos; es una convicción profunda.
No puede existir socialismo si en las
conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud
fraternal frente a la humanidad, tanto de índole individual, en la
sociedad en la que se construye o está construido el socialismo, como de
índole mundial en relación a todos los pueblos que sufren la opresión
imperialista.
Creemos que con este espíritu debe
afrontarse la responsabilidad de ayuda a los países dependientes y que
no debe hablarse más de desarrollar un comercio de beneficio mutuo
basado en los precios que la ley del valor y las relaciones
internacionales del intercambio desigual, producto de la ley del valor,
oponen a los países atrasados.
¿Cómo puede significar «beneficio mutuo»
vender a precios del mercado mundial las materias primas que cuestan
sudor y sufrimientos sin límites a los países atrasados y comprar a
precios de mercado mundial las máquinas producidas en las grandes
fábricas automatizadas del presente?
Si establecemos ese tipo de relación
entre los dos grupos de naciones, debemos convenir en que los países
socialistas son, en cierta manera, cómplices de la explotación imperial.
Se puede argüir que el monto del
intercambio con los países subdesarrollados, constituye una parte
insignificante del comercio exterior de estos países. Es una gran
verdad, pero no elimina el carácter inmoral del cambio.
Los países socialistas tienen el deber moral de liquidar su complicidad tácita con los países explotadores del Occidente.
El hecho de que sea hoy pequeño el
comercio no quiere decir nada: Cuba en el año [19]50 vendía
ocasionalmente azúcar a algún país del bloque socialista, sobre todo a
través de corredores ingleses o de otra nacionalidad. Y hoy el 80 por
ciento de su comercio se desarrolla en esa área; todos sus
abastecimientos vitales vienen del campo socialista y de hecho ha
ingresado en ese campo. No podemos decir que este ingreso se haya
producido por el mero aumento del comercio, ni que haya aumentado el
comercio por el hecho de romper las viejas estructuras y encarar la
forma socialista de desarrollo; ambos extremos se tocan y unos y otros
se interrelacionan.
Nosotros no empezamos la carrera que
terminará en el comunismo con todos los pasos previstos, como producto
lógico de un desarrollo ideológico que marchara con un fin determinado;
las verdades del socialismo, más las crudas verdades del imperialismo,
fueron forjando a nuestro pueblo y enseñándole el camino que luego hemos
adoptado conscientemente. Los pueblos de África y de Asia que vayan a
su liberación definitiva deberán emprender esa misma ruta; la
emprenderán más tarde o más temprano, aunque su socialismo tome hoy
cualquier adjetivo definitorio.
No hay otra definición de socialismo, válida para nosotros, que la abolición de la explotación del hombre por el hombre.
Mientras esto no se produzca, se está en
el período de construcción de la sociedad socialista y si en vez de
producirse este fenómeno, la tarea de la supresión de la explotación se
estanca o, aun, se retrocede en ella, no es válido hablar siquiera de
construcción del socialismo.
Tenemos que preparar las condiciones para
que nuestros hermanos entren directa y conscientemente en la ruta de la
abolición definitiva de la explotación, pero no podemos invitarlos a
entrar, si nosotros somos un cómplice en esa explotación.
Si nos preguntaran cuáles son los métodos
para fijar precios equitativos, no podríamos contestar, no conocemos la
magnitud práctica de esta cuestión, solo sabemos que, después de
discusiones políticas, la Unión Soviética y Cuba han firmado acuerdos
ventajosos para nosotros mediante los cuales llegaremos a vender hasta
cinco millones de toneladas a precios fijos superiores a los normales en
el llamado mercado libre mundial azucarero. La República Popular China
también mantiene esos precios de compra.
Esto es solo un antecedente, la tarea real consiste en fijar los precios que permitan el desarrollo.
Un gran cambio de concepción consistirá
en cambiar el orden de las relaciones internacionales; no debe ser el
comercio exterior el que fije la política sino, por el contrario, aquel
debe estar subordinado a una política fraternal hacia los pueblos.
Analizaremos brevemente el problema de
los créditos a largo plazo para desarrollar industrias básicas.
Frecuentemente nos encontramos con que los países beneficiarios se
aprestan a fundar bases industriales desproporcionadas a su capacidad
actual, cuyos productos no se consumirán en el territorio y cuyas
reservas se comprometerán en el esfuerzo.
Nuestro razonamiento es que las
inversiones de los estados socialistas en su propio territorio pesan
directamente sobre el presupuesto estatal y no se recuperan sino a
través de la utilización de los productos en el proceso completo de su
elaboración, hasta llegar a los últimos extremos de la manufactura.
Nuestra proposición es que se piense en la posibilidad de realizar
inversiones de ese tipo en los países subdesarrollados.
De esta manera se podría poner en
movimiento una fuerza inmensa, subyacente en nuestros continentes que
han sido miserablemente explotados, pero nunca ayudados en su
desarrollo, y empezar una nueva etapa de auténtica división
internacional del trabajo basada, no en la historia de lo que hasta hoy
se ha hecho, sino en la historia futura de lo que se puede hacer.
Los estados en cuyos territorios se
emplazarán las nuevas inversiones tendrían todos los derechos inherentes
a una propiedad soberana sobre los mismos sin que mediare pago o
crédito alguno, quedando obligados los poseedores a suministrar
determinadas cantidades de productos a los países inversionistas,
durante determinada cantidad de años y a un precio determinado.
Es digna de estudiar también la forma de
financiar la parte local de los gastos en que debe incurrir un país que
realice inversiones de este tipo. Una forma de ayuda, que no signifique
erogaciones en divisas libremente convertibles, podría ser el suministro
de productos de fácil venta a los gobiernos de los países
subdesarrollados, mediante créditos a largo plazo.
Otro de los difíciles problemas a
resolver es el de la conquista de la técnica. Es bien conocido de todos
la carencia de técnicos que sufrimos los países en desarrollo. Faltan
instituciones y cuadros de enseñanza. Faltan a veces, la real conciencia
de nuestras necesidades y la decisión de llevar a cabo una política de
desarrollo técnico cultural e ideológico a la que se asigne una primera
prioridad.
Los países socialistas deben suministrar
la ayuda para formar los organismos de educación técnica, insistir en la
importancia capital de este hecho y suministrar los cuadros que suplan
la carencia actual. Es preciso insistir más sobre este último punto: los
técnicos que vienen a nuestros países deben ser ejemplares. Son
compañeros que deberán enfrentarse a un medio desconocido, muchas veces
hostil a la técnica, que habla una lengua distinta y tiene hábitos
totalmente diferentes.
Los técnicos que se enfrenten a la
difícil tarea deben ser, ante todo, comunistas, en el sentido más
profundo y noble de la palabra: con esa sola cualidad, más un mínimo de
organización y de flexibilidad, se harán maravillas.
Sabemos que se puede lograr porque los
países hermanos nos han enviado cierto número de técnicos que han hecho
más por el desarrollo de nuestro país que diez institutos y han
contribuido a nuestra amistad más que diez embajadores o cien
recepciones diplomáticas.
Si se pudiera llegar a una efectiva
realización de los puntos que hemos anotado y, además, se pusiera al
alcance de los países subdesarrollados toda la tecnología de los países
adelantados, sin utilizar los métodos actuales de patentes que cubren
descubrimientos de unos u otros, habríamos progresado mucho en nuestra
tarea común.
El imperialismo ha sido derrotado en
muchas batallas parciales. Pero es una fuerza considerable en el mundo y
no se puede aspirar a su derrota definitiva sino con el esfuerzo y el
sacrificio de todos.
Sin embargo, el conjunto de medidas propuestas no se puede realizar unilateralmente.
El desarrollo de los subdesarrollados
debe costar a los países socialistas; de acuerdo, pero también deben
ponerse en tensión las fuerzas de los países subdesarrollados y tomar
firmemente la ruta de la construcción de una sociedad nueva —póngasele
el nombre que se le ponga— donde la máquina, instrumento de trabajo, no
sea instrumento de explotación del hombre por el hombre.
Tampoco se puede pretender la confianza
de los países socialistas cuando se juega al balance entre capitalismo y
socialismo y se trata de utilizar ambas fuerzas como elementos
contrapuestos, para sacar de esa competencia determinadas ventajas. Una
nueva política de absoluta seriedad debe regir las relaciones entre los
dos grupos de sociedades. Es conveniente recalcar una vez más, que los
medios de producción deben estar preferentemente en manos del Estado,
para que vayan desapareciendo gradualmente los signos de la explotación.
Por otra parte, no se puede abandonar el
desarrollo a la improvisación más absoluta; hay que planificar la
construcción de la nueva sociedad.
La planificación es una de las leyes del
socialismo y sin ella no existiría aquel. Sin una planificación correcta
no puede existir una suficiente garantía de que todos los sectores
económicos de cualquier país se liguen armoniosamente para dar los
saltos hacia delante que demanda esta época que estamos viviendo. La
planificación no es un problema aislado de cada uno de nuestros países,
pequeños, distorsionados en su desarrollo, poseedores de algunas
materias primas, o productores de algunos productos manufacturados o
semimanufacturados, carentes de la mayoría de los otros. Esta deberá
tender desde el primer momento, a cierta regionalidad para poder
compenetrar las economías de los países y llegar así a una integración
sobre la base de un auténtico beneficio mutuo.
Creemos que el camino actual está lleno
de peligros, peligros que no son inventados ni previstos para un lejano
futuro por alguna mente superior, son el resultado palpable de
realidades que nos azotan. La lucha contra el colonialismo ha alcanzado
sus etapas finales pero en la era actual, el estatus colonial no es sino
una consecuencia de la dominación imperialista.
Mientras el imperialismo exista,
por definición, ejercerá su dominación sobre otros países; esa
dominación se llama hoy neocolonialismo.
El neocolonialismo se desarrolló primero
en Suramérica, en todo un continente, y hoy empieza a hacerse notar con
intensidad creciente en África y Asia. Su forma de penetración y
desarrollo tiene características distintas; una, es la brutal que
conocimos en el Congo. La fuerza bruta, sin consideraciones ni tapujos
de ninguna especie, es su arma extrema. Hay otra más sutil: la
penetración en los países que se liberan políticamente, la ligazón con
las nacientes burguesías autóctonas, el desarrollo de una clase burguesa
parasitaria y en estrecha alianza con los intereses metropolitanos
apoyados en un cierto bienestar o desarrollo transitorio del nivel de
vida de los pueblos, debido a que, en países muy atrasados, el paso
simple de las relaciones feudales a las relaciones capitalistas
significa un avance grande, independientemente de las consecuencias
nefastas que acarreen a la larga para los trabajadores.
El neocolonialismo ha mostrado sus garras
en el Congo; ese no es un signo de poder sino de debilidad; ha debido
recurrir a su arma extrema, la fuerza como argumento económico, lo que
engendra reacciones opuestas de gran intensidad.
Pero también se ejerce en otra serie de
países de África y del Asia en forma mucho más sutil y se está
rápidamente creando lo que algunos han llamado la sur-americanización de
estos continentes, es decir, el desarrollo de una burguesía parasitaria
que no agrega nada a la riqueza nacional que, incluso, deposita fuera
del país en los bancos capitalistas sus ingentes ganancias mal habidas y
que pacta con el extranjero para obtener más beneficios, con un
desprecio absoluto por el bienestar de su pueblo.
Hay otros peligros también, como el de la
concurrencia entre países hermanos, amigos políticamente y, a veces
vecinos que están tratando de desarrollar las mismas inversiones en el
mismo tiempo y para mercados que muchas veces no lo admiten.
Esta concurrencia tiene el defecto de
gastar energías que podrían utilizarse de forma de una complementación
económica mucho más vasta, además de permitir el juego de los monopolios
imperialistas.
En ocasiones, frente a la imposibilidad
real de realizar determinada inversión con la ayuda del campo
socialista, se realiza ésta mediante acuerdos con los capitalistas. Y
esas inversiones capitalistas tienen no solo el defecto de la forma en
que se realizan los préstamos, sino también otros complementarios de
mucha importancia, como es el establecimiento de sociedades mixtas con
un peligroso vecino. Como, en general, las inversiones son paralelas a
las de otros estados, esto propende a las divisiones entre países amigos
por diferencias económicas e instaura el peligro de la corrupción
emanada de la presencia constante del capitalismo, hábil en la
presentación de imágenes de desarrollo y bienestar que nublan el
entendimiento de mucha gente.
Tiempo después, la caída de los precios
en los mercados es la consecuencia de una saturación de producción
similar. Los países afectados se ven en la obligación de pedir nuevos
préstamos o permitir inversiones complementarias para la concurrencia.
La caída de la economía en manos de los monopolios y un retorno lento
pero seguro al pasado es la consecuencia final de una tal política. A
nuestro entender, la única forma segura de realizar inversiones con la
participación de las potencias imperialistas es la participación directa
del estado como comprador íntegro de los bienes, limitando la acción
imperialista a los contratos de suministros y no dejándolos entrar más
allá de la puerta de calle de nuestra casa. Y aquí sí es lícito
aprovechar las contradicciones interimperialistas para conseguir
condiciones menos onerosas.
Hay que prestar atención a las
«desinteresadas» ayudas económicas, culturales, etc., que el
imperialismo otorga de por sí o a través de estados títeres mejor
recibidos en ciertas partes del mundo.
Si todos los peligros apuntados no se ven
a tiempo, el camino neocolonial puede inaugurarse en países que han
empezado con fe y entusiasmo su tarea de liberación nacional,
estableciéndose la dominación de los monopolios con sutileza, en una
graduación tal que es muy difícil percibir sus efectos hasta que estos
se hacen sentir brutalmente.
Hay toda una tarea por realizar,
problemas inmensos se plantean a nuestros dos mundos, el de los países
socialistas y este llamado el Tercer Mundo; problemas que están
directamente relacionados con el hombre y su bienestar y con la lucha
contra el principal culpable de nuestro atraso.
Frente a ellos, todos los países y los
pueblos, conscientes de sus deberes, de los peligros que entraña la
situación, de los sacrificios que entraña el desarrollo, debemos tomar
medidas concretas para que nuestra amistad se ligue en los dos planos,
el económico y el político, que nunca pueden marchar separados, y formar
un gran bloque compacto que a su vez ayude a nuevos países a liberarse
no solo del poder político sino también del poder económico
imperialista.
El aspecto de la liberación por las armas
de un poder político opresor debe tratarse según las reglas del
internacionalismo proletario: si constituye un absurdo al pensar que un
director de empresa de un país socialista en guerra vaya a dudar en
enviar los tanques que produce a un frente donde no haya garantía de
pago, no menos absurdo debe parecer el que se averigüe la posibilidad de
pago de un pueblo que lucha por la liberación o ya necesite esas armas
para defender su libertad.
Las armas no pueden ser mercancía en
nuestros mundos, deben entregarse sin costo alguno y en las cantidades
necesarias y posibles a los pueblos que las demandan, para disparar
contra el enemigo común.
Ese es el espíritu con que la URSS y la
República Popular China nos han brindado su ayuda militar. Somos
socialistas, constituimos una garantía de utilización de esas armas,
pero no somos los únicos y todos debemos tener el mismo tratamiento.
El ominoso ataque del imperialismo
norteamericano contra Vietnam o el Congo debe responderse suministrando a
esos países hermanos todos los instrumentos de defensa que necesiten o
dándoles toda nuestra solidaridad sin condición alguna.
En el aspecto económico, necesitamos
vencer el camino del desarrollo con la técnica más avanzada posible. No
podemos ponernos a seguir la larga escala ascendente de la humanidad
desde el feudalismo hasta la era atómica y automática, porque sería un
camino de ingentes sacrificios y parcialmente inútil.
La técnica hay que tomarla donde esté;
hay que dar el gran salto técnico para ir disminuyendo la diferencia que
hoy existe entre los países más desarrollados y nosotros.
Esta debe estar en las grandes fábricas y
también en una agricultura convenientemente desarrollada y, sobre todo,
debe tener sus pilares en una cultura técnica e ideológica con la
suficiente fuerza y base de masas como para permitir la nutrición
continua de los institutos y los aparatos de investigación que hay que
crear en cada país y de los hombres que vayan ejerciendo la técnica
actual y que sean capaces de adaptarse a las nuevas técnicas adquiridas.
Estos cuadros deben tener una clara
conciencia de su deber para con la sociedad en la cual viven; no podrá
haber una cultura técnica adecuada si no está complementada con una
cultura ideológica. Y, en la mayoría de nuestros países, no podrá haber
una base suficiente de desarrollo industrial, que es el que determina el
desarrollo de la sociedad moderna, si no se empieza por asegurar al
pueblo la comida necesaria, los bienes de consumo más imprescindibles y
una educación adecuada.
Hay que gastar una buena parte del
ingreso nacional en las inversiones llamadas improductivas de la
educación y hay que dar una atención preferente al desarrollo de la
productividad agrícola. Esta ha alcanzado niveles realmente increíbles
en muchos países capitalistas, provocando el contrasentido de crisis de
superproducción de invasión de granos y otros productos alimenticios o
de materias primas industriales provenientes de países desarrollados,
cuando hay todo un mundo que padece hambre y que tiene tierra y hombres
suficientes para producir varias veces lo que el mundo entero necesita
para nutrirse.
La agricultura debe ser considerada como
un pilar fundamental en el desarrollo y, para ello, los cambios de la
estructura agrícola y la adaptación a las nuevas posibilidades de la
técnica y a las nuevas obligaciones de la eliminación de la explotación
del hombre, deben constituir aspectos fundamentales del trabajo.
Antes de tomar determinaciones costosas
que pudieran ocasionar daños irreparables, es preciso hacer una
prospección cuidadosa del territorio nacional, constituyendo este
aspecto uno de los pasos preliminares de la investigación económica y
exigencia elemental en una correcta planificación.
Apoyamos calurosamente la proposición de
Argelia en el sentido de institucionalizar nuestras relaciones. Queremos
solamente presentar algunas consideraciones complementarias.
Primero: Para que la unión sea
instrumento de la lucha contra el imperialismo, es preciso el concurso
de los pueblos latinoamericanos y la alianza de los países socialistas.
Segundo: Debe velarse por el carácter
revolucionario de la unión, impidiendo el acceso a ella de gobiernos o
movimientos que no estén identificados con las aspiraciones generales de
los pueblos y creando mecanismos que permitan la separación de alguno
que se separe de la ruta justa, sea gobierno o movimiento popular.
Tercero: Debe propugnarse el
establecimiento de nuevas relaciones en pie de igualdad entre nuestros
países y los capitalistas, estableciendo una jurisprudencia
revolucionaria que nos ampare en caso de conflicto y dé nuevo contenido a
las relaciones entre nosotros y el resto del mundo.
Hablamos un lenguaje revolucionario y
luchamos honestamente por el triunfo de esa causa, pero muchas veces nos
enredamos nosotros mismos en las mallas de un derecho internacional
creado como resultado de las confrontaciones de las potencias
imperialistas y no por la lucha de los pueblos libres, y de los pueblos
justos.
Nuestros pueblos, por ejemplo, sufren la
presión angustiosa de bases extranjeras emplazadas en su territorio o
deben llevar el pesado fardo de deudas externas de increíble magnitud.
La historia de estas taras es bien conocida de todos; gobiernos títeres,
gobiernos debilitados por una larga lucha de liberación o el desarrollo
de las leyes capitalistas del mercado, han permitido la firma de
acuerdos que amenazan nuestra estabilidad interna y comprometen nuestro
porvenir.
Es la hora de sacudirnos el yugo, imponer
la renegociación de las deudas externas opresivas y obligar a los
imperialistas a abandonar sus bases de agresión.
No quisiera acabar estas palabras, esta
repetición de conceptos de todos ustedes conocidos, sin hacer un llamado
de atención a este seminario en el sentido de que Cuba no es el único
país americano; simplemente, es el que tiene la oportunidad de hablar
hoy ante ustedes; que otros pueblos están derramando su sangre, para
lograr el derecho que nosotros tenemos y, desde aquí, y de todas las
conferencias y en todos los lugares, donde se produzcan, simultáneamente
con el saludo a los pueblos heroicos de Vietnam, de Laos, de la Guinea
llamada Portuguesa, de Sudáfrica o Palestina, a todos los países
explotados que luchan por su emancipación debemos extender nuestra voz
amiga, nuestra mano y nuestro aliento, a los pueblos hermanos de
Venezuela, de Guatemala y de Colombia, que hoy, con las manos armadas,
están diciendo definitivamente, No, al enemigo imperialista.
Y hay pocos escenarios para afirmarlo tan
simbólicos como Argel, una de las más heroicas capitales de la
libertad. Que el magnífico pueblo argelino, entrenado como pocos en los
sufrimientos de la independencia, bajo la decidida dirección de su
partido, con nuestro querido compañero Ahmed Ben Bella a la cabeza, nos
sirva de inspiración en esta lucha sin cuartel contra el imperialismo
mundial.
* * *
Notas:
[1] Con particular precisión, Che
define, en este discurso, su tesis revolucionaria sobre el Tercer Mundo y
la necesidad de que los países socialistas apoyaran de forma
incondicional y radical su evolución y desarrollo. El llamado hecho por
Che en Argel provocó reacciones contradictorias y polémicas, sin
embargo, la historia se encargaría de darle la razón, al no comprender
su reclamo de apoyo total a la lucha de liberación tercermundista y su
integración a las ideas del Socialismo.
Fuente: El Sudamericano