INTRODUCCIÓN ESCRITA EN 1996 POR EL ESCRITOR COMUNISTA HOWARD FAST PARA SU NOVELA "ESPARTACO"
Cuando me senté a iniciar la larga y dura tarea de escribir la primera versión de Espartaco –hace de eso ya cuarenta años– acababa de salir de prisión. Había estado trabajando mentalmente en algunos aspectos de la novela mientras me hallaba en la cárcel, que fue un escenario idóneo para tal labor.
Mi delito
había sido negarme a entregar al Comité de Actividades Antiamericanas
una lista de los miembros de la organización denominada Joint
Antifascist Refugee Comittee (Comité de Ayuda a los Refugiados
Antifascistas).
Con la victoria de
Francisco Franco sobre la República Española legalmente constituida,
miles de soldados republicanos, defensores de la República y sus
familias habían cruzado los Pirineos para dirigirse a Francia, y buena
parte de ellos se habían establecido en Toulouse, muchos de ellos
enfermos o heridos.
Su situación era
desesperada. Un grupo de antifascistas recaudó dinero para comprar un
antiguo convento y convertirlo en un hospital, y los cuáqueros aceptaron
trabajar en ese hospital si nosotros conseguíamos el dinero para
mantenerlo en funcionamiento.
En esa época
había un impresionante apoyo a la causa de la España republicana entre
la gente de buena voluntad, y entre la que se contaban muchos ciudadanos
conocidos. Fue la lista de estas personas la que nosotros nos negamos a
entregar al Comité, y en consecuencia todos los miembros de nuestro
grupo fueron considerados culpables de desacato y enviados a prisión.
Fueron
malos tiempos, los peores tiempos que yo y mi querida esposa hemos
vivido jamás. Nuestro país se parecía más que nunca en su historia a un
estado policial. J. Edgar Hoover, eldirector del FBI, desempeñó el papel
de un mezquino dictador. El miedo a Hoover y su archivo de miles de
liberales impregnó el país. Nadie se atrevió a pronunciarse o a levantar
su voz contra nuestro encarcelamiento. Como he dicho en alguna ocasión,
no era el peor momento para escribir un libro como Espartaco. Cuando
concluí el manuscrito se lo envié a Angus Cameron, por entonces mi editor
en Little, Brown and Company*. Le entusiasmó la novela y escribió que
para él sería un placer y un orgullo editarla, pero J. Edgar Hoover
envió una carta a Little, Brown and Company advirtiéndoles de que no
deberían publicar el libro, y después de eso el original pasó por las
manos de otros siete conocidos editores. Todos ellos se negaron a
publicarla. El último de estos siete fue Doubleday, y tras una reunión
del comité editorial, George Hecht, jefe de la cadena de librerías de
Doubleday, salió de la sala enfadado y disgustado, me llamó por teléfono
y me dijo que nunca hasta entonces había asistido a un acto de cobardía
tal en Doubleday, y me aseguró que si publicaba el libro por mi cuenta
me haría un pedido de seiscientos ejemplares. Yo nunca había publicado
una obra por mi cuenta, pero encontré apoyo en los medios liberales y
llevé adelante el proyecto con el escaso dinero que nos proporcionaban
nuestros empleos regulares; y de algún modo el libro al fin vio la
luz.Para mi sorpresa, se vendieron más de cuarenta mil ejemplares de la
obra en tapa dura, y varios millones más unos años más tarde cuando el
clima de terror se hubo disipado.
Fue
traducida a 56 lenguas y, finalmente, diez años después de haber sido
escrita, Kirk Douglas convenció a los estudios Universal para que rodara
una adaptación cinematográfica. Pasados los años, esa película se ha
hecho extraordinariamente famosa, y aún puede verse en el momento en que
escribo estas líneas.Supongo que algo le debo a ese período que pasé
entre rejas. La guerra y la prisión son temas difíciles de tratar para
un escritor que no ha tenido experiencia directa de ellas.
Yo
no sabía latín, así es que adquirir unos buenos conocimientos de esa
lengua, que prácticamente ya he olvidado por completo, fue también parte
del proceso de escritura. Nunca he renegado de mi pasado, y si mi
propia experiencia carcelaria en algo me ayudó a escribir Espartaco,
creo que fue lo mejor que obtuve de ella.
* El inglés distingue entre el editor, quien trabaja sobre el manuscrito
original del autor (aquí en cursiva), y el publisher, quien toma la
decisión de publicarlo.
Fuente: Kaos en la red
Howard Fast testificando ante el Comité de Actividades Anti-Americanas
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