Ismail Kadaré junto a Enver Hoxha
ISMAIL KADARÉ, LA VOZ DE ALBANIA EN EUROPA
El fallecimiento del albanés Ismaíl Kadaré, el 1 de julio, pone de relieve la obra de unos de los escritores mayores de la literatura europea de entresiglos. Desde París se cimentó su reconocimiento internacional y desde allí se popularizó su apellido pronunciado a la francesa: Kadaré. Pero es Albania, su tierra natal, la gran protagonista de sus novelas. Y este es justamente su enorme mérito: convertir un territorio periférico en un tema universal.
Nominado nada menos que quince veces al premio Nobel, su nombre ha alcanzado el honor de figurar entre quienes nunca lo obtuvieron, junto a Dinesen, Joyce o Borges, entre muchos otros. Quizá, más que él, era Albania quien no figuraba en las quinielas o en las agendas. Hace más de un siglo Julián Juderías se preguntaba en su clásico libro La leyenda negra qué sería de Shakespeare si, en vez de haber nacido inglés, hubiera resultado ser belga o polaco. No cabe duda de que la hegemonía cultural de ciertas naciones ha gravitado sobre la fortuna literaria de muchos talentos. A la célebre frase de si puede salir algo bueno de Galilea, de España o de donde sea, tal vez hoy podría sumarse el nombre de un lugar tan ajeno a la ajetreada marcha del mundo como Albania.
Ambigüedad política y denuncia del totalitarismo
Ismaíl Kadaré nace en Gjirokäster, al sur de Albania, en 1936; una bella ciudad que ahora, con el boom turístico del país, solo ha empezado a conocerse de forma masiva. Pero en aquella época sus habitantes vivían fuera del tiempo de la Historia. La experiencia infantil de la guerra causa en él una profunda impresión que se verá reflejada en una de sus mejores novelas, Crónica de la ciudad de piedra (titulada Crónica de piedra en ediciones posteriores). Muy joven se inicia en la poesía y cursa estudios de Letras en Tirana. Becado por su gobierno, viaja a Moscú, donde trabaja en el Instituto Gorki para escritores. La decepción que le produce el sistema soviético la describirá posteriormente en sus novelas El ocaso de los dioses de la estepa y El gran invierno. La polémica ruptura de relaciones entre la URSS y Albania es el detonante para que Kadaré abandone Rusia en 1960. Cinco años después, se consagra como escritor a tiempo completo, lo que sólo se explica porque su labor es recompensada económicamente por el Estado. Kadaré tendrá que navegar por aguas peligrosas desde entonces y hasta que se instale definitivamente en Francia. Poco después, con la edición de su novela El general del ejército muerto (1967), le llegan el éxito y el reconocimiento internacionales.
Su actitud ambigua con el régimen de Enver Hoxha le permite residir en París con un cargo oficial y dirigir la revista Letras albanesas, con la que se pretende potenciar la literatura de su país. De todos modos sus ideas políticas le sitúan contra el totalitarismo y, de hecho, algunos libros suyos no pasan la censura en Albania durante los años ochenta. Así, en 1989, cuando apuntan los primeros signos de democratización, es elegido vicepresidente del Frente Democrático. Más tarde, utiliza su prestigio internacional para apoyar la causa de Kosovo contra Serbia e incluso se le propone asumir la presidencia de Albania, honor que rechaza. Sea como sea, a pesar de su formación ideológica, resulta innegable que el talento literario de Kadaré corre por caminos ajenos al del dogmatismo estético socialista. Su obra es un intento muy serio de construir un espacio y un tiempo propios, un universo literario sólido y coherente, a partir de la realidad albanesa. Para ello, Kadaré se aleja de todo pintoresquismo y crea un mundo regido por las leyes del mito y de la tradición secular.
Variados temas y estilos
A lo largo de una dilatada carrera literaria son muy variados los temas y estilos que maneja Kadaré. Como ocurre cuando frecuentamos las obras de todo auténtico creador, tarde o temprano se asoman unas comunes obsesiones que vertebran todo el conjunto. Sin embargo, es un autor de extraordinaria versatilidad. Lo mismo imagina una trama simbólica y fantástica de alucinantes consecuencias (El palacio de los sueños) que escribe una denuncia política (El gran invierno, El concierto). En una novela revivimos la Ilíada (Los tambores de la lluvia) y en otras la acción se remansa como en un inmenso poema (Abril quebrado, El ocaso de los dioses de la estepa).
Con igual facilidad construye una narración pseudopolicíaca (El viaje nupcial, El expediente H), una alegoría (La pirámide) o un texto directamente autobiográfico (Crónica de la ciudad de piedra) o una ficción histórica basada en una leyenda oral (El puente de los tres arcos, Tres cantos fúnebres por Kosovo). Por eso, el lector no debe esperar semejanzas superficiales. A Kadaré le gusta pulsar teclas muy distintas, géneros muy dispares. Sólo permanece la presencia de Albania como espacio terrible y hostil, pero profundamente amado al mismo tiempo.
Los que se dedican al arduo oficio de la narración saben cuánto trabajo se oculta en el dominio del diálogo. Cervantes, en buena medida, se consagró con los geniales coloquios entre el hidalgo de La Mancha y su escudero. Kadaré, en su novela El general del ejército muerto, obtiene un espléndido resultado por el mismo camino. Otra pareja como la cervantina, un general italiano y un sacerdote católico, recorren pagados por su gobierno todos los rincones de Albania en busca de los cadáveres enterrados del ejército de Mussolini durante la Segunda Guerra Mundial. Lo que en principio aparece ante ellos como un piadoso deber (devolver los muertos a sus familias) se transforma en una aventura macabra. Los comentarios de uno y de otro van delatando la progresiva sensación de asombrada inquietud al revivir los horrores de una guerra injusta y al conocer un pueblo como el albanés, que se les revela como terrible e indomable. Podría sospecharse que resulta difícil mantener el interés, incluso el suspense, por medio del diálogo como arma principal. Sin embargo, además de conseguir esto, Kadaré logra una novela de fuerte resonancia lírica.
Cualquier lector de novelas como Abril quebrado, Crónica de la ciudad de piedra o El ocaso de los dioses de la estepa reconoce la presencia de la poesía en la narración. En estas y algunas otras obras, Kadaré fragmenta un argumento y lo puebla de símbolos más o menos recurrentes: el agua, la tierra y el barro, la balada, el descenso a los infiernos, el viaje, los sueños, etc. La belleza de su prosa resalta enseguida por el uso de metáforas brillantes y sorprendentes: el trolebús moscovita que se engancha a los cables como un gigantesco ciervo en el bosque; la ciudad pedregosa y dura que, como un ser prehistórico, se alza bruscamente en el valle durante una noche de invierno; los viajes por Albania que acaban por ser igualados a crepúsculos entre fantasmas, a jirones de niebla, a noches de nieve y muerte.
Un tema crucial: el canto
La experiencia del canto, de la balada popular, aparece en todas las novelas de Kadaré. Los recitadores, los poetas o cantantes entran y salen de las escenas más intensas para afirmar con su presencia la importancia de la tradición oral en Albania. En El palacio de los sueños, una noble familia de origen albanés que trabaja para el Imperio otomano invita a un grupo de rapsodas de su país a que canten unas baladas durante una fiesta privada. En medio de la cálida atmósfera que en torno a ellos se crea, aparecen unos soldados turcos que, por orden del Emperador, detienen a los familiares y asesinan a los músicos. ¿Qué ha sucedido? Los turcos han comprendido que el contenido de aquellas leyendas cantadas no era tan inocente y que podría volverse en contra de la seguridad del Imperio. No de otra cosa se nutre Kadaré para sus ficciones: del peligro y del encanto que se esconde en las leyendas y en la poesía popular; la literatura en su estado más natural, en definitiva.
Unas cuantas novelas se basan en historias sacadas de la inspiración colectiva. El viaje nupcial, por ejemplo, nace de una balada de tema fantástico. Una joven, Doruntina, es conducida por su hermano Konstandin desde la remota Bohemia hasta su Albania natal. Un viaje tan largo, siempre en un solo caballo y por la noche, se justifica por el deseo de ver a su madre cuando esta va a dar el último suspiro. De esta manera el hijo cumplía una promesa hecha cuando ella se alejó de su familia hace ya mucho tiempo para casarse. Al llegar al pueblo, el hermano mayor se despide por un momento porque va a realizar un encargo al cementerio. Mientras, Doruntina se encuentra con su madre y se entera de que Konstandin ha muerto hace ya tres años. La impresión de haber viajado con un fantasma lleva a la tumba a la madre y a la hija. Aquí acaba la leyenda. Pero la novela no ha hecho sino comenzar: el capitán Stres se hace cargo del caso y trata de desentrañar lo ocurrido. Como Dostoievski en Crimen y castigo, Kadaré se sirve de una historia viva en el recuerdo de su público y lleva a cabo una novela policíaca que, a la larga, traspasa las fronteras del género. El viaje nupcial es una nouvelle sugerente y original, cuyo principal poder de seducción radica en la naturalidad con que se cuentan acontecimientos mágicos y sorprendentes.
Glorificación épica del folklore
El canto es la voz profunda del pueblo, el reflejo de sus aspiraciones más íntimas. Recogiendo el espíritu de la vieja poesía épica, Kadaré quiere convertirse en portavoz de su país y de todo lo que, valioso en su particularidad, puede ofrecer al mundo entero. Un ejemplo osado de aproximación a la epopeya lo constituye, a mi modo de ver, Los tambores de la lluvia. Esta novela quiere ser una moderna Ilíada, como rápidamente se comprende por su planteamiento. La ciudad de Kruja es sitiada por el ejército turco de Tursún Pachá. Estamos en el siglo XV, cuando Albania se subleva bajo el caudillaje de Jorge Kastriota, más conocido como Skanderberg, el héroe nacional albanés.
La acción empieza en la primavera y concluye al anunciar los tambores la llegada de las primeras lluvias otoñales y con ellas la retirada de los invasores. Las escenas de los combates reproducen la crueldad del asedio con una extraordinaria fuerza épica. Ismaíl Kadaré revive la batalla por medio de bellas comparaciones: el ejército turco que se abalanza hacia las murallas en una ola informe, la escala que se eleva entre la masa de soldados como un animal prehistórico, para luego detenerse bruscamente y desplomarse sobre los mismos que la elevaron, etc. En la mayor parte de los combates el punto de vista corre a cargo de los feroces enemigos, de los generales turcos, que contemplan inquietos desde un promontorio la confusa marcha de la refriega. Poco a poco van dándose cuenta de la imposibilidad de vencer a los albaneses por medio de la lucha directa.
Una y otra vez Kadaré toma el pulso a las diferentes escenas y consigue transmitirlas con admirable viveza. Resulta impresionante, por ejemplo, el episodio de los zapadores turcos que quedan encerrados en el túnel que estaban excavando y acaban muriendo lentamente, como muere la luz con la que trabajan.
Después de la primera batalla, con inteligente ironía, Kadaré pone en boca de un personaje turco lo que él acaba de escribir: un canto épico al asedio. Y, al mismo tiempo, revela la enorme fuerza de la palabra hecha poesía verdadera: “¿Alguna vez has pensado en el terrible poder de un canto? La batalla librada hace un mes, por ejemplo, se tradujo en un canto trágico. Si yo me expresara como tú, diría que esta guerra, transformada en canto, discurrirá a través de los siglos, como un banco de niebla llevado por el viento. La guerra termina, pero el canto seguirá transmitiéndose de generación en generación”.
En la literatura de Kadaré se arraiga, libro a libro, un deseo propio del escritor clásico: comunicar un mensaje ético y estético que sólo se puede realizar a través de las palabras. Esta confianza en el hecho literario se desprende de ese buceo en la tradición oral, esa glorificación épica del folklore albanés.
Tradición y modernidad
Kadaré conoce las literaturas occidentales muy bien. Si su primera formación literaria e intelectual se nutre de las doctrinas del realismo socialista, supera esa etapa después de sus primeras novelas. Por la estructura fragmentada y los juegos con el tiempo, podría emparentarse con Faulkner, y por la creación de espacios laberínticos y fantásticos, con Kafka o con Borges. Por la concepción de sus obras, se delata como un seguidor, más o menos libre, de diferentes corrientes de renovación narrativa. Como escritor periférico, toma de aquí y de allá; cualquier tradición le vale. Sus novelas son simbólicas y poéticas, pero suelen incluir elementos épicos e incluso ensayísticos. Estos planteamientos híbridos en los que se mueve con soltura lo convierten en un escritor decididamente postmoderno.
Pero, al mismo tiempo, es patente la confianza de Kadaré en las posibilidades de la leyenda popular, legado cultural de siglos que se remonta hasta las fuentes mismas de la literatura occidental: Homero. Ese ahondar en las fuentes ancestrales lleva a reivindicar todo lo que de singular y valioso tiene para el autor el conglomerado de creencias que forman la cultura de Albania. De ahí que una de las experiencias más intensas y evocadoras de sus relatos sea la tradición de la besa, el juramento que implica el cumplimiento de algo por encima de la vida y de la muerte. La leyenda de El viaje nupcial nace precisamente de la obligación contraída por una besa. En casi todas sus narraciones se hace referencia más o menos explícita a la besa o a otras actitudes y costumbres propias del pueblo albanés.
Ahora bien, Kadaré no refleja de un modo mimético, sino que transfigura la realidad y la envuelve en un lenguaje simbólico y sugerente. Así, tomando temas del folklore construye argumentos propios de una novela fantástica, policíaca, política, lírica, histórica… La muerte como una novia o como una nueva vida es un tópico constante en determinadas literaturas orales primitivas (la albanesa, entre otras). En Abril quebrado relata la historia de un joven que, enamorado de una bella mujer apenas entrevista, va a buscar la muerte sólo por volver a mirarla otra vez.
Este arriesgarlo todo por un ideal es un homenaje de Kadaré a la moral heroica de la épica primitiva. En este sorprendente escritor el mensaje ético va acompañado de un inextinguible compromiso con el arte: he ahí, probablemente, la gran lección de Kadaré en tiempos de desengaños posmodernos acerca de nuestras posibilidades como descubridores de nuevos mundos a través de la literatura.
Fuente: aceprensa
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