UTOPÍAS PACIFISTAS
[Cuando apareció “Utopías
pacifistas” en 1911, Europa ya iniciaba su descenso vertiginoso hacia la
Primera Guerra Mundial. Las crecientes tensiones generadas por la competencia
colonialista de las grandes potencias imperialistas, la carrera armamentista y
el creciente militarismo, además de otros indicios, indicaban claramente el
camino. El PSD alemán, engolosinado por los votos obtenidos en su país, parecía
preocuparse cada vez menos por los llamados al sentimiento nacionalista, o se limitaba
a señalar que la revolución socialista era la única alternativa a la guerra
imperialista que se avecinaba.
[Rosa
Luxemburgo recogió el desafío y denunció implacablemente las ilusiones creadas
por los voceros oficiales del PSD, incluido entre ellos su viejo amigo y aliado
Karl Kautsky,(1) considerado el teórico marxista más ortodoxo de la
Internacional. El propio Lenin iba a romper con Kautsky después de que éste
apoyó al imperialismo alemán cuando el estallido de la guerra en 1914. Pero
Rosa Luxemburgo, que estaba mucho más cerca de Kautsky y del creciente
oportunismo del PSD, fue la primer dirigente de la Internacional que se percató
de la orientación de las teorías idealistas de Kautsky y comenzó a atacar su
creciente tendencia a capitular ante el ala derecha del PSD.
[“Utopías
pacifistas” se publicó por primera vez el 6 y 8 de mayo de 1911 en el Leipziger
Volkszeitung. La presente versión resumida está tomada de The Labour
Monthly, Londres, julio de 1926. Trascrito por Célula 2 para Izquierda Revolucionaria.
I
¿Cuál
es nuestra tarea en la cuestión de la paz? No consiste en demostrar en todo
momento el amor a la paz que profesan los socialdemócratas; nuestra tarea
primera y principal es clarificar ante las masas populares la naturaleza del
militarismo y señalar con toda claridad las diferencias principistas entre la
posición de los socialdemócratas y la de los pacifistas burgueses. ¿En qué
consiste esta diferencia? No solamente en el hecho de que los pacifistas
burgueses confían en la influencia de las grandes palabras, mientras que
nosotros no dependemos únicamente de las palabras. Nuestros respectivos puntos
de partida se oponen diametralmente: los amigos burgueses de la paz creen que
la paz mundial y el desarme pueden realizarse en el marco del orden social
imperante, mientras que nosotros, que nos basamos en la concepción materialista
de la historia y en el socialismo científico, estamos convencidos de que el
militarismo desaparecerá del mundo únicamente con la destrucción del Estado de
clase capitalista. De ahí surgen nuestras distintas tácticas en la
propagandización del ideal de la paz. Los pacifistas burgueses tratan -y desde
su punto de vista es perfectamente lógico y comprensible— de inventar toda
clase de proyectos “prácticos” para restringir gradualmente el militarismo y
tienden naturalmente a considerar genuino cada síntoma externo de paz, aceptar
todo lo que dice en ese sentido la diplomacia, exagerarlo hasta convertirlo en
base para la actividad. Por su parte los socialdemócratas deben considerar que
su deber al respecto, como en cualquier otra instancia de la crítica social, es
denunciar que los intentos burgueses de restringir el militarismo no son sino
lamentables medidas a medias y que la expresión de semejantes sentimientos de
parte del gobierno es un engaño diplomático, y oponer a las expresiones y
declaraciones burguesas el análisis implacable de la realidad capitalista.
Desde
este punto de vista las tareas de los socialdemócratas con respecto a las
declaraciones del gobierno británico sólo pueden ser las de denunciar que la
limitación parcial de armamentos no es viable, que es una medida que se queda
en la mitad del camino, y tratar de demostrarle al pueblo que el militarismo
está estrechamente ligado a la política colonial, a la política tarifaria y a
la política internacional, y que si las naciones existentes realmente quisieran
poner coto, seria y honestamente, a la carrera armamentista, tendrían que
comenzar con el desarme en el terreno político comercial, abandonar sus rapaces
campañas colonialistas y su política internacional de conquista de esferas de
influencia en todas partes del mundo: en una palabra, su política interna y
exterior debería ser lo opuesto de lo que exige la política actual de un estado
capitalista moderno. Y así se explicaría lo que constituye el meollo de la
concepción socialdemócrata, que el militarismo en todas sus formas -sea guerra
o paz armada- es un hijo legítimo, un resultado lógico del capitalismo, de ahí
que quien realmente quiera la paz y la liberación de la tremenda carga de los
armamentos debe desear también el socialismo. Sólo así puede realizarse el
esclarecimiento socialdemócrata y el reclutamiento para el partido, en relación
con el debate sobre el armamento.
Este
trabajo, empero, se volverá un tanto dificultoso y la posición de los
socialdemócratas se hará oscura y vacilante si, por algún extraño cambio de
papeles, nuestro partido trata de hacer lo contrario: convencer al Estado
burgués de que bien puede limitar el armamentismo y lograr la paz desde su
posición de Estado capitalista.
Ha
sido hasta ahora un orgullo, y el fundamento científico, que no sólo las líneas
generales de nuestro programa sino también las consignas que conforman nuestra
táctica cotidiana no eran inventados según nuestros deseos, sino que
confiábamos en nuestro conocimiento de las tendencias del desarrollo social y
fundamentábamos nuestra línea sobre el curso objetivo de dichas tendencias.
Para nosotros, el factor determinante hasta ahora no eran las posibilidades que
se presentaban partiendo de la relación interna de fuerzas en el Estado, sino
las posibilidades desde el punto de vista de las tendencias del desarrollo de
la sociedad. La limitación del armamento, las restricciones al militarismo no
coinciden con el desarrollo futuro del capitalismo internacional. Sólo quienes
creen en la posibilidad de mitigar y mellar los antagonismos de clase y
controlar la anarquía económica del capitalismo pueden creer en la posibilidad
de disminuir, mitigar y liquidar estos conflictos internacionales. Porque los
antagonismos internacionales de los estados capitalistas no son sino el
complemento de los antagonismos de clase, y la anarquía política mundial no es
sino el revés del anárquico sistema de producción del capitalismo. Ambos sólo
pueden desarrollarse juntos y perder juntos. “Un poco de orden y paz” es pues
una utopía tan pequeñoburguesa y mezquina respecto al mercado mundial
capitalista como la política mundial, y respecto a la limitación de las crisis
como a la limitación del armamento.
Echemos
un vistazo a los acontecimientos internacionales de los últimos quince años.
¿Dónde se ve alguna tendencia hacia la paz, hacia el desarme, hacia la solución
negociada de los conflictos?
En
los últimos quince años tuvimos: en 1895 la guerra entre Japón y China,
preludio al surgimiento del imperialismo en Asia Oriental; en 1898 la guerra
entre España y Estados Unidos; en 1899-1902, la guerra de los ingleses y los
boers en Sudáfrica; en 1900 la penetración de las potencias europeas en China;
en 1904 la guerra ruso-japonesa; en 1904-1907 la guerra de los alemanes contra
los hereros en África; en 1908, la intervención militar de Rusia en Persia; en
este momento la intervención militar de Francia en Marruecos, sin mencionar las
incesantes escaramuzas coloniales en África y Asia. La sola enumeración de los
hechos demuestra que en el lapso de quince años no hubo uno solo sin actividad
bélica de algún tipo. Trascrito por Célula 2 para Izquierda Revolucionaria.
Pero
más importante aun es la consecuencia de estas guerras. Después de la guerra
con China, Japón efectuó una reorganización militar que le permitió emprender
diez años más tarde la guerra contra Rusia y convertirse en la fuerza militar
predominante en el Pacífico. La guerra con los boers culminó en la
reorganización militar de Inglaterra y el fortalecimiento de su fuerza armada
terrestre. La guerra contra España impulsó a Estados Unidos a reorganizar su
marina de guerra y entrar en la política colonial con los intereses
imperialistas en Asia, creándose así el germen del antagonismo de intereses
entre Estados Unidos y Japón en el Pacífico. La campaña sobre China fue
acompañada en Alemania por la importante Ley de la Marina de Guerra de 1900,
que señala el inicio de la competencia marítima anglo-germana y la agudización
de los conflictos entre ambas naciones. Pero existe otro factor de suma
importancia: el despertar social y político de las colonias y los países que
integran las “esferas de influencia” a la vida independiente. La revolución en
Turquía, en Persia, el fermento revolucionario en China, India, Egipto, Arabia,
Marruecos, Méjico, también son puntos de partida para los antagonismos
políticos, las tensiones, las actividades bélicas y el armamento a nivel
mundial. Fue justamente en el transcurso de estos quince años que los puntos de
fricción en la política internacional alcanzaron un grado sin precedentes,
nuevos estados han ingresado a la escena internacional y todas las grandes
potencias se reorganizaron militarmente. La consecuencia de todo ello es que
los antagonismos se han agudizado a un grado jamás visto, y el proceso
se profundiza más y más, puesto que por una parte el fermento en Oriente crece
día a día, y por la otra cada acuerdo entre las potencias militares se
convierte en punto de partida de nuevos conflictos. La Entente Reval (2) entre Rusia, Gran Bretaña y Francia que,
según Jaurés, era una garantía para la paz mundial, agudizó la crisis en los
Balcanes, detonó la revolución en Turquía, condujo a Rusia a la intervención
militar en Persia y produjo un acercamiento entre Turquía y Alemania, lo que a
su vez agudizó las tensiones anglo-germanas. El Acuerdo de Potsdam agudizó la
crisis en China y la guerra ruso-japonesa tuvo el mismo efecto.
Por
eso, con sólo observar los hechos, quien se niegue a comprender que los mismos
dan lugar a cualquier cosa menos la mitigación de los conflictos
internacionales y la paz mundial, está cerrando sus ojos.
En
vista de todo ello, ¿cómo es posible hablar de una tendencia hacia la paz en el
desarrollo burgués que neutralizará y superará las tendencias bélicas? ¿Dónde
se refleja?
¿En
la declaración de Sir Edward Grey (3) y en la del parlamento francés? ¿En el
“cansancio armamentista” de la burguesía? Pero los sectores pequeños y medianos
de la burguesía siempre se han quejado del peso del armamentismo, así como se
quejan de la liquidación de la libre competencia, de las crisis económicas, la
falta de conciencia que demuestran los especuladores de la bolsa, el terrorismo
de los cárteles y trusts. La tiranía de los magnates de los trusts
norteamericanos ha provocado una rebelión de amplias masas populares y un
fatigoso procedimiento legal antitrust de parte del Estado. ¿Acaso los
socialdemócratas lo interpretan como síntoma de la limitación del desarrollo de
los trusts? Más bien miran con simpatía la rebelión de los pequeños burgueses y
sonríen con desprecio ante la campaña estatal. La “dialéctica” de la tendencia
burguesa hacia el pacifismo, que se suponía iba a neutralizar y superar su
tendencia bélica, es una prueba más que confirma la vieja verdad de que las
rosas de la dominación capitalista tienen también espinas para la burguesía,
que ésta prefiere mantener en su cabeza sufriente lo más posible, a pesar del
dolor y la pena, antes que perder las espinas junto con la cabeza si sigue el
consejo de los socialdemócratas.
Explicárselo
a las masas, destruir implacablemente toda ilusión respecto de los intentos
burgueses de lograr la paz, afirmar que la revolución proletaria es el primer y
único paso hacia la paz: ésa es la tarea de los socialdemócratas respecto de
las engañifas desarmamentistas, ya estén engendradas en Petersburgo, Londres o
Berlín.
II
El
utopismo de la posición que espera una era de paz y limitación del militarismo
en el marco del orden social imperante se revela claramente en el hecho de que
recurre a la elaboración de proyectos. Porque es típico de las ansias utópicas
el crear, para demostrar su viabilidad, recetas “prácticas” lo más detalladas
posible. En esta categoría se inscribe él proyecto de “Estados Unidos de
Europa” como base para la limitación del armamentismo internacional.
“Apoyamos
todos los esfuerzos -dijo el camarada Ledebour (4) en el Reichstag el 3 de
abril— que apunten a liquidar los gastados pretextos que justifican el
incremento incesante del armamentismo. Exigimos la unión económica y política
de los estados europeos. Estoy seguro de que viviremos para ver, cuando se
imponga el socialismo o tal vez antes, la formación de los Estados Unidos de
Europa, impulsada por la competencia comercial de los Estados Unidos de
América. Exigimos que la sociedad capitalista, los hombres de estado del
capitalismo, por lo menos se preparen para esta unión de Europa en los Estados
Unidos de Europa, en interés del desarrollo capitalista de Europa, con el fin
de que ésta no sea hundida por la competencia mundial.”
Y
en el Neue Zeit del 28 de abril el camarada Kautsky escribe: “[...] Hoy
hay un solo camino para lograr un largo periodo de paz, que desvanezca para
siempre el fantasma de la guerra: la unión de los estados de la civilización
europea en una liga con una política comercial, un parlamento, un gobierno y un
ejército comunes; la formación de los Estados Unidos de Europa. Si se
constituye se dará un tremendo paso adelante. La superioridad de esos Estados
Unidos sería tal que sin mediar ninguna guerra podrían obligar a todas las
demás naciones que no se les unan voluntariamente a liquidar sus ejércitos y
sus flotas. Pero en ese caso desaparecería toda necesidad de armamentos para los
nuevos Estados Unidos. Estarían en situación de dejar de lado la adquisición de
armamento nuevo, de abandonar el actual ejército y las armas agresivas navales,
y también de prescindir de todo medio de defensa, del sistema militar mismo.
Comenzaría entonces, con toda seguridad, la era de la paz permanente.”
A
primera vista, la idea de los Estados Unidos de Europa como condición para la
paz puede parecer plausible. Pero un examen más profundo de ella demuestra que
no tiene absolutamente nada en común con el método de análisis ni con la
concepción de la socialdemocracia.
Como
partidarios de la concepción materialista de la historia, siempre sostuvimos la
idea de que los estados modernos, como estructuras políticas, no son productos
artificiales de una fantasía creadora, como lo fue, por ejemplo, el Estado de
Varsovia de napoleónica memoria, sino productos históricos del desarrollo
económico.
¿Pero sobre qué
fundamento económico se apoya la idea de una federación de estados europeos? Es
cierto que Europa es una unidad geográfica y, dentro de ciertos límites, una
concepción histórica cultural. Pero la idea de Europa como unidad económica
contradice el desarrollo capitalista en dos aspectos. Ante todo se dan dentro
de Europa las luchas competitivas y antagonismos más violentos entre los
distintos estados, y seguirán dándose mientras éstos existan. En segundo lugar,
los estados europeos no pueden avanzar económicamente sin los países no
europeos. Como proveedores de aumentos, materias primas y mercancías, incluso como
consumidores de éstos, los demás países están ligados a Europa por miles de
lazos. En la etapa actual del desarrollo del mercado y la economía mundiales,
la concepción de Europa como unidad económica aislada es una invención estéril
de la mente. Europa no constituye una unidad económica especial dentro de la
economía mundial en mayor medida que Asia o América.
La idea de una unión
europea en el sentido económico ha sido superada hace largo tiempo; también lo
ha sido en el sentido político.
Las
épocas en que Europa constituía el centro de gravedad del desarrollo político y
el agente polarizador de las contradicciones del capitalismo pertenecen al
pasado. Hoy Europa es apenas un eslabón de la intrincada cadena de relaciones y
contradicciones internacionales. Y lo que es más decisivo aun, los antagonismos
entre los países europeos ya no se juegan solamente dentro del continente sino
en todas partes del mundo y en todos los mares.
Solamente
se dejan de lado estas contradicciones y acontecimientos y se plantea la
bendita posibilidad de un acuerdo entre las potencias europeas cuando se tiene
en cuenta nada más, por ejemplo, que hemos vivido cuarenta años de paz
ininterrumpida. Esta concepción, que considera solamente los acontecimientos
del continente europeo, no toma en consideración que la razón fundamental por
la que no hubo guerra en Europa durante décadas es que los antagonismos
internacionales han aumentado infinitamente más allá de las fronteras del
continente europeo, y que los problemas e intereses europeos ahora se disputan
en todos los mares del mundo y en la periferia de Europa.
De
aquí que los “Estados Unidos de Europa” sea una idea que se enfrenta
directamente con el proceso económico y político, y que no toma en absoluto en
consideración los acontecimientos del último cuarto de siglo.
La
suerte que corrió la consigna “Estados Unidos de Europa” confirma también que
una posición tan en desacuerdo con la tendencia que sigue el proceso no puede
ofrecer ninguna solución fundamentalmente progresiva, pese a todos los matices
radicales con que se la presenta. Cada vez que los políticos burgueses
levantaron la consigna del europeísmo, de la unión de los estados europeos, lo
hicieron con el objetivo implícito o explícito de dirigirla contra el “peligro amarillo”,
el “continente negro”, contra las “razas inferiores”; en síntesis, siempre fue
un aborto imperialista.
Y
si ahora nosotros, socialdemócratas, llenáramos este viejo odre de vino nuevo y
aparentemente revolucionario, tenemos que decir que las ventajas no serían para
nosotros sino para la burguesía. Las cosas poseen su propia lógica objetiva. Y
la solución de la unión europea en los marcos del orden social capitalista
objetivamente sólo puede significar, en lo económico, una guerra con América
por las tarifas y políticamente una guerra colonial racista. La campaña china
de los regimientos unidos europeos con el mariscal del mundo Waldersee (5) al
frente y el evangelio germano como estandarte: ésa es la expresión real, la
única posible, de la “Federación de Estados Europeos” en el orden social
actual.
(1) Karl
Kautsky (1854-1938): dirigente socialdemócrata alemán. Principal teórico de la
Segunda Internacional, pacifista centrista durante la guerra. Adversario
violento del bolchevismo y del gobierno soviético.
(2)
La Entente, o alianza entre Francia, Inglaterra, Rusia y Servia, entró en
guerra con Austria-Hungría y Alemania en agosto de 1914, comenzando así la
Primera Guerra Mundial.
(3) Sir
Edward Grey (1862-1933): estadista inglés.
(4) Georg
Ledebour (1850-0000): socialdemócrata alemán, colaborador de Bebel y Haase (ver
notas 36 y 132). Se opuso a la guerra y firmó el Manifiesto de Zimmerwald (ver
nota 31). Miembro del PSDU.
(5)
Conde Alfred von Waldersee (1832-1904) Mariscal de campo alemán.
Fuente:
Izquierda Revolucionaria
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