Discurso de Rafael Alberti en nombre de la A.E.A.R. de España al Primer Congreso de los Escritores Soviéticos (1934)
Reproducimos a continuación el discurso del escritor y poeta Rafael Alberti (1902-1999) en nombre de la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios (A.E.A.R.) de España en el Primer Congreso de los Escritores Soviéticos, que tuvo lugar en la Casa de los Sindicatos de Moscú del 17 de Agosto al 1 de Septiembre de 1934. Fue publicado originalmente en francés en la revista de la A.E.A.R. de Francia Commune* bajo el apartado titulado España y su texto en castellano ha sido extraído del libro de José Esteban y Gonzalo Santonja Los novelistas sociales españoles (1928-1936). Antologia, Editorial Ayuso, Madrid 1977, págs. 138-140:
RAFAEL ALBERTI
DISCURSO AL PRIMER CONGRESO DE LOS ESCRITORES SOVIÉTICOS (1934)
Mis camaradas de la A.E.A.R me encargan dirigir su saludo fraterno al primer congreso de los Escritores Soviéticos.
Trabajamos en nuestro país en medio de la represión más violenta,
mientras las cárceles están repletas de obreros y campesinos
revolucionarios, mientras están prohibidos los mítines, nuestra prensa
perseguida, nuestros paseos por las afueras de Madrid interrumpidos por
las balas de los fascistas, y nuestras fiestas, cuando llegan a
celebrarse, rodeadas por camiones llenos de policías, siempre preparados
para intervenir.
Cuando, al salir de semejante vida de angustia perpetua, de amenaza
incesante, llegamos aquí, entonces realmente, en vuestras calles
tranquilas, las únicas que no están ocupadas por bayonetas, entonces
verdaderamente sentimos que sois los constructores de una edad nueva.
Resulta inútil hablar de las dificultades de un escritor revolucionario
en España, las cuales sufren igualmente la mayoría de los escritores que
se mantienen en un terreno pretendidamente neutral. Es preciso
declararse fascista, partidario del gobierno o agrario para gozar de
algunos privilegios.
Nuestra literatura, como corresponde a un país que fue neutral durante
la guerra de 1914-18, no es deliberadamente militarista. Sin embargo,
hay que señalar la reciente aparición de una literatura de exaltación
histórica y social que está ganando sobre todo a la juventud
universitaria. Al exhumar la momia del emperador Carlos V, putrefacta en
el Monasterio de El Escorial, su consigna fue: “Catolicidad e Imperio”.
Frente a ella, nos levantamos lo escritores y artistas revolucionarios
de España. Nuestra revista Octubre nos sirve para combatir y
para expresarnos. Es una revista ilustrada y literaria, acogida con gran
entusiasmo por las masas trabajadoras, sin distinción de partido. Está
ilustrada, abundantemente provista de fotos de la Unión Soviética,
porque algunas de nuestras provincias deben tener alrededor de un 70 por
100 de analfabetos. Sabemos que después de haber tendido sus redes, los
pescadores de Málaga se reúnen para escuchar la lectura en voz alta de
nuestra revista revolucionaria. Y sabemos que se encuentran en los muros
de las casas, recortadas y pegadas las fotos que publicamos. Nos
escriben igualmente que en el campo de Jaén y Córdoba, una vez acabadas
las faenas, los campesinos se reúnen para comentar algún poema recitado
por uno de sus compañeros de trabajo.
El maravilloso folklore español, en el que late todavía el sentido de la
epopeya, evoluciona sin cesar, enriqueciendo su canto con anatemas a la
Guardia Civil, por la sangre vertida en la represión, con todos los
graves problemas de la realidad campesina. A la revista Octubre
llegan constantemente testimonios de esa literatura popular y se
divisan a través de toda España los primeros síntomas de la aparición de
una literatura revolucionaria. Hay que añadir que numerosos escritores
profesionales pasan al campo de la revolución: Joaquín Arderius, María
Teresa León, César M. Arconada, Ramón J. Sender, Emilio Prados, Arturo
Serrano Plaja, Luis Cernuda y otros novelistas y poetas, de quienes se
puede decir que son los iniciadores de una literatura de carácter
social, prácticamente sin precedentes en nuestra patria. Como España es
un país de gran tradición literaria y artística, se puede esperar que
los nombres que hoy surgen podrán elevarse a la altura de nuestros
grandes clásicos del siglo XVII. Teniendo sobre ellos la ventaja de
cantar el momento en que se realiza el ideal de justicia de la
revolución española.
Vosotros, escritores soviéticos, que ya vivís en plena construcción
socialista, sois el ejemplo que admiran los escritores de los demás
países. En España se os conoce. Entre los poetas, el nombre de
Maiakovski goza de gran popularidad, pese a que sus versos sean casi
ignorados. La revista Octubre ha publicado algunos pasajes de
Svetlov y de Aseev. Por el contrario, los libros de Gorki, Ehremburg,
Ivanov, Leónov, Gladkov, Fedin, Fadeev y de otros autores figuran en los
escaparates de las librerías, pero generalmente tan mal traducidos que
de su belleza literaria apenas sí conservan el tema. Quería pediros, a
vosotros que tanta facilidad tenéis para aprender las lenguas
extranjeras, que cultivaseis un poco más el estudio del español. Así
podríais protestar enérgicamente contra los traductores que os asesinan
de forma traicionera, ya que estáis lejos para poderlos fusilar contra
un muro. También desearía que aumentase vuestro interés por la
literatura española, una de las más bellas del mundo, y que su
popularización en la Unión Soviética estuviese, como lo desearíamos para
la literatura soviética en España, rigurosamente controlada por los
escritores.
Sufro al no poder invitaros a ver de cerca nuestro hermoso país y sus
luchas revolucionarias. La actual reacción española no lo permite. Un
día, quince fascistas armados con pistolas destruyeron la exposición
contra la guerra y el fascismo, organizada por nuestros artistas
revolucionarios. La impunidad asegurada por el Gobierno a esta hazaña os
demuestra que sólo los fascistas tienen el derecho de actuar y pasearse
libremente por las calles. Pero llegará un día en que la España
soviética abrirá sus fronteras. Llegará un día en que, al triunfar
nuestra revolución, podremos recorrer juntos las ciudades y el campo de
nuestro país, rodeados de banderas rojas.
(*) Commune, París, núms. 13-14, año 2, septiembre-octubre de 1934, págs. 80-82.
Fuente: Gran Marcha hacia el Comunismo
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