Prólogo a la primera edición de Psicología de masas del fascismo, de Wilhelm Reich, escrito en septiembre de 1933
La clase obrera alemana acaba de sufrir una gran derrota, y con ella, todas las fuerzas progresistas, revolucionarias, generadoras de cultura, que persiguen los ya antiguos objetivos de liberación de la Humanidad trabajadora. El fascismo ha triunfado y a cada instante consolida sus posiciones por todos los medios a su alcance, principalmente a través de la mutación guerrera que impone a la juventud.
Pero contra la resurrección de la Edad Media, contra la política de rapiña imperialista, contra la brutalidad, la mística y la servidumbre de los espíritus, por los derechos naturales de los trabajadores y de los creadores, duramente afectados por la explotación económica de que les hace objeto un puñado de magnates financieros, por la abolición de este orden social criminal, el combate continuará sin tregua. Pero la cuestión no está únicamente en su continuación; reside principalmente en saber cómo y en cuánto tiempo nos llevará a la victoria. Las formas en las que se ha efectuado la toma del poder por el nacionalsocialismo han dado una lección que no se puede, en modo alguno, olvidar: que para alcanzar los objetivos de la reacción política, no son precisas frases, sino un saber efectivo, sin proclamas, pero con el despertar de un auténtico entusiasmo revolucionario, sin aparatos de partidos burocratizados, sino con organizaciones de trabajadores que practiquen la democracia interna y que dejen el campo libre a toda iniciativa de las tropas de combatientes concienciados. Nos han enseñado que la falsificación de los hechos y los enardecimientos por sugestión superficial conducen con certeza al descorazonamiento de las masas, desde que la férrea lógica del proceso histórico revela la realidad.
El trabajo sexológico y político que he desarrollado durante años en el seno de las organizaciones de trabajadores, particularmente entre los jóvenes, me ha llevado a la convicción inquebrantable de que la clase a la que los dirigentes «enviados por Dios» del Tercer Reich tildan de «subhumana» y hacen doblegarse bajo su yugo, lleva dentro de sí el futuro de la Humanidad porque encierra más cultura, honor, moralidad natural y ciencia de la verdadera vida que la que exigen todos los mamotretos de la filosofía moral burguesa y las grandes frases de la reacción política; se trata, desde luego, de otra cultura, de otro honor, de otra moralidad, dado que no tienen un sórdido reverso en la práctica.
Si hoy día millones de trabajadores abatidos, decepcionados, se abandonan a la resignación e incluso se incorporan al fascismo, con más o menos convicción, no hay motivo sin embargo para desesperarse. La convicción subjetiva con la que los millones de partidarios de Hitler creen en la misión socialista del nazismo por más que haya vertido sobre Alemania tantos horrores y miserias, no deja de ser un aspecto fuertemente positivo. Nos oponemos al despliegue de esta fuerza histórica si nos desembarazamos pura y simplemente del nacionalsocialismo como de una obra de timadores y mistificadores, aun si es cierto que se encuentran en él muchos timadores y mistificadores. Hitler no es un mistificador más que objetivamente por el hecho de que agrava la dominación del gran capital; subjetivamente es un fanático, convencido sinceramente, del imperialismo alemán a quien un éxito colosal, objetivamente fundado, ha salvado del desencadenamiento de la enfermedad mental que lleva dentro de sí. No sólo nos encerramos en un punto muerto sino que vamos en sentido opuesto del resultado pretendido si tratamos de ridiculizar a los dirigentes nacional-socialistas mediante viejos métodos pasados de moda. Con una energía inaudita y una gran habilidad han entusiasmado efectivamente a las masas y conquistado al poder. El nacional-socialismo es nuestro mortal enemigo, pero no podremos combatirlo si no apreciamos sus puntos fuertes en su justo valor y si no tenemos el coraje de proclamarlo. Podemos olvidarnos de métodos mezquinos; la demagogia grosera es siempre un signo de debilidad teórica y práctica y, al no conducir a nada, es objetivamente contrarrevolucionaria. Lo que tenemos que decir y demostrar a los millones de desanimados así como a los millones de nazis aún entusiastas que tienen sentimientos socialistas es que la fuerza de los nacional-socialistas reside en su convicción de una misión divina, pero que esta no existe y que la única cosa en juego es el imperialismo bélico; que sus organizaciones militares son magníficas, pero que significan la aproximación del fin de la Humanidad y que deben perseguir otros objetivos, aquellos a los que aspira arduamente el simple S. A.: el derrocamiento del capital; que Hitler cree liberar al pueblo, pero que tiene frente a él un destino inexorable: el desmoronamiento del capitalismo que nosotros deseamos y que él jamás podrá conjurar.
La aprehensión científica de los acontecimientos, incluso los más candentes, trata de eliminar en la medida de lo posible las fuentes de errores infinitamente múltiples que pueden deslizarse en la visión de las cosas; por ello opera con lentitud y sólo puede seguir los acontecimientos a demasiada distancia. A veces, los sojuzgados exigen a los trabajadores científicos que concentren sus investigaciones en las cuestiones actuales. La ciencia es la enemiga mortal de la reacción política. Pero el sabio que cree salvar su existencia siendo prudente y «apolítico» y que aun viendo a los más prudentes perseguidos y encarcelados, no sabe sacar su lección, no puede exigir el que se le tome en serio y el participar más tarde en la reconstrucción efectiva de la sociedad. Sus lamentaciones y su inquietud por la cultura son sino desahogos sin convicción, si no sabe reconocer a través de los acontecimientos que son precisamente su ciencia, su energía científica, que faltan a aquellos en los que cifra sus esperanzas en el momento de la catástrofe. Su apoliticismo es un elemento de la fuerza de la reacción política y, al mismo tiempo, de su propia ruina.
Que aquel que encuentre evidentes las argumentaciones de este escrito considere cuidadosamente que las fuerzas progresivas de la historia han caído en gran parte en terreno baldío, porque hay penuria de fuerzas debidamente formadas y que los sabios se encierran en su aislamiento universitario y no se dejan meter en vereda. Deseo vivamente una crítica científica de esta obra, hecha no por aquellos que fabrican teorías sobre la existencia humana en una mesa de despacho, sino por aquellos otros que extraen sus descubrimientos de la vida real de los hombres mediante un contacto íntimo con ellos, como yo siempre me he esforzado por hacer.
Este escrito ha sido elaborado en el curso del ascenso de la ola reaccionaria que ha asolado Alemania en los años 1930-1933. En él se intenta dotar de un mínimo de base teórica al joven movimiento sexual-político aún poco desarrollado y separar del caos de la reforma sexual algunos de los puntos más esenciales con los que se pueda abordar prácticamente el problema. Se vincula a las tentativas anteriores de desvelar el proceso de la economía sexual en nuestra sociedad; pero dado que este proceso es tan sólo una parte de la dinámica global de la sociedad, nuestra investigación se ha enfrentado igualmente con los problemas del movimiento político general. A causa de los acontecimientos políticos de Alemania no ha sido posible alcanzar la exhaustividad pretendida, que se desea en todo trabajo científico general.
Esperar que la pedantería científica haya quedado satisfecha no me ha parecido posible en los tiempos en que vivimos, tanto más cuanto que yo tenía pocas esperanzas de renovar en los plazos previsibles los materiales que había reunido a duras penas y que se perdieron en la catástrofe.
Me he esforzado en presentar este difícil tema de la manera lo más sencilla posible, a fin de que la obra sea accesible incluso al funcionario o trabajador medios. Soy consciente de que no lo he logrado totalmente. En el caso de que la reacción política buscara vengarse del contenido de este trabajo sobre el psicoanálisis o sus representantes, golpearía erróneamente. Freud y la mayoría de sus alumnos rechazan las consecuencias sociológicas del psicoanálisis y se emplean activamente en no sobrepasar el marco de la sociedad burguesa. No son, pues, ni culpables ni responsables de que los políticos se sirvan de los resultados científicos de la investigación psicoanalítica.
Recordemos por lo demás que, según una frase célebre, el arma de la crítica no podrá reemplazar a la crítica de las armas. Si este trabajo está capacitado para recorrer el difícil camino que conduce a la crítica de las armas, habrá alcanzado su objetivo.
Fuente: El Viejo Topo
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