lunes, 20 de marzo de 2017

CRÍTICA DE LA OBRA DE TEATRO "LA CONFERENCIA DE WANNSEE"

LA "SOLUCIÓN FINAL"

La decisión de la “Solución final” ya está tomada de antemano. 15 hombres, su gran mayoría entre los 35 y los 45 años, con amplios estudios que discuten en torno a buen vino y comida, cómo exterminar, usando el eufemismo “deportación”.


Obra: La conferencia de Wannsee
Autores: Filip Nuckolls, Vladimír Cepec y Pavel Bsonek
Intérpretes: Jordi Gràcia i Vallès, Carles Goñi, Jose Pérez-Ocaña, Òscar Intente, Roger Batalla, Xavier Pàmies, Oriana Bonet, Sergi Marcos, José Ángel Rico, Lluís Ruf, José Tobella, Miquel Simó, Ignasi Guasch, Carles Martinho, Edgar Moreno.
Dirección: Pavel Bsonek
Traducción: María García Granell.
Idioma: Catalán
Producción: Manel Ruiz y Pavel Bsonek
Función: Casa de la Seda. Carrer de Sant Pere Més Alt, 1, 08003, (Barcelona).
Fechas: 18 de enero al 5 de febrero.

Inserta dentro del Proyecto Cicatrius, impulsado por la compañía Exquis Teatre y dirigida por el director polaco, afincado en Barcelona, Pavel Bsonek. Dicho proyecto pretende llevar a escena cuatro obras de carácter histórico sobre temas que consideran no solucionados. Las obras que se presentarán son: La nit de Helver (12 al 22 de enero), Protesta (entre el 9 de marzo y 2 de abril), y Leni (en mayo, sin fechas confirmadas).

La Conferencia de Wannsee reproduce, a partir de la transcripción real de dicha reunión, una de las más tétricas de la historia, la conferencia por la cual el partido Nazi comunica, el 20 de enero de 1942, a 15 altos cargos del partido, la postura ya adoptada de antemano, de proceder a la llamada “Solución Final”.

Dicho término, ideado por Adolf Eichmann, consiste en un modelo eficiente de exterminio de los judíos dentro del Reich.

El montaje, desarrollado en la majestuosa sala gremial de la Casa de la Seda, nos transporta desde el corazón de Barcelona, al Berlín de los años 40 gracias a la majestuosidad de la sala, que evoca el lujo de la casa, cerca del lago Wannsee, donde se mantuvo dicha reunión.

La reunión presidida por Reinhard Heydrich, hombre de confianza de Himmler, reúne a 15 altos cargos de la Alemania Nazi destacando entre ellos: Martin Luther, alto cargo de asuntos exteriores o Josef Bühler, Delegado del Gobierno General de Polonia, entre otros.

Los presentes están convocados para discutir el cómo y cuándo pero no el qué. La decisión de la “Solución final” ya está tomada de antemano. 15 hombres, su gran mayoría entre los 35 y los 45 años, con amplios estudios que discuten en torno a buen vino y comida, cómo exterminar, usando el eufemismo “deportación” en vez de exterminar, no sólo a los judíos físicamente, sino su forma de vida de la cultura alemana.

El texto en sí es un claro reflejo de descomposición de la alteridad humana. Los judíos no son humanos para los allí presentes, ni lo eran para la gran mayoría de la Alemania del momento, el objetivo era llegar a asesinar en cámaras de gas a 2.500 judíos a la hora, lo que suponía 60.000 al día y 21.900.000 al año, según los datos reflejados en el dispositivo.

La apuesta coral, liderada por la figura de Reinhard Heydrich (Carles Goñi), combina los momentos de intervención colectiva con otros más íntimos que reproducen el modo de tantear posturas y de ejercer presiones sobre los presentes por parte de la figura de Heydrich.

La apuesta escénica nos lleva a un teatro de la memoria que intenta recrear lo que pasó, usando la figura de la narradora, Oriana Bonet, para introducirnos en el hecho histórico pensando que con eso es suficiente, sin cuestionarse los elementos más allá de lo acaecido.

Seguimos pensando que el mejor modo de no reproducir errores cometidos en el pasado es conocer la historia, pero algunos confunden el conocer con la exposición del hecho, cuando lo que debe pretender la historia es desvelar, siendo necesario para ello cuestionarse los sucesos más allá de lo evidente. No es tan importante cuántos millones de judíos murieron en la II Guerra Mundial (recordar que no fueron los más numerosos) o cómo se les exterminó sino comprender por qué a ellos y qué papel jugaban dentro de la economía alemana de la época.

Eso es lo que debe pretender un teatro que quiera confrontar lo que sucedió para que no vuelva a pasar, algo que a tenor de lo que estamos viviendo parece que estamos abocados a repetir en diferente forma, cambiando las cámaras de gas por la pasividad.

Un último apunte, lo sucedido en aquellos años no es obra del pueblo alemán como sostiene el discurso final de la narradora, es obra de una estado totalitario apoyado por parte del pueblo alemán, pero no debemos confundir lo uno con lo otro.

Iván Alvarado

Publicado en el Nº 303 de la edición impresa de Mundo Obrero febrero 2017

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