domingo, 20 de noviembre de 2016
"VENDEDORA DE FLORES EN LONDRES", DE GUSTAVE DORÉ
Vendedora de flores en Londres
Gustav Doré
Sobre 1875
Oleo sobre lienzo
1346 x 2210 cm
Walker Art Gallery de Liverpool
Gustave Doré vivió intermitentemente en Londres entre 1868 y 1873.
En Londres Gustavo Doré hizo 180 grabados que se adentran en las entrañas sucias, mezquinas y miserables de esa ciudad en la que las clases sociales se dividían abismalmente, donde la pobreza y el sufrimiento golpeaban con sus olores putrefactos y las clases poderosas no perdían oportunidad de demostrar su despotismo.
La fascinación por una ciudad no se limita a recrear sus aspectos amables, deslumbra más la decadencia, las ruinas y la podredumbre. Gustave Doré llegó a Londres como un artista consagrado, sus grabados dramáticos que ilustraban la Biblia ya habían llevado esas historias de pastores iletrados más allá de su narración y creado en la mente de los lectores el omnipresente submundo del infierno y el castigo divino. Entonces Blanchard Jerrold le propuso hacer una guía o un libro de viaje que ilustrara el Londres victoriano. Doré viviría temporadas en la ciudad para conocer con detalle cada sitio que Jerrold describiría.
El resultado fueron 180 grabados que se adentran en las entrañas sucias, mezquinas y miserables de una ciudad en la que las clases sociales se dividían abismalmente, donde la pobreza y el sufrimiento golpeaban con sus olores putrefactos y las clases poderosas no perdían oportunidad de demostrar su despotismo. Doré no idealizó a la city ni se dejó impresionar por su crecimiento. Tomando el texto de Jerrold como un punto de partida, en su visión incorporó la lectura de las historias de Charles Dickens y buscó en las calles y sus habitantes el carácter de los personajes dickensianos.
Del Puente de Londres, soleado, saturado de personas y carruajes que se amontonan para cruzar con mercancías y pasajeros, mientras al fondo se ve la urbe que espera esta marea, nos vamos a una oscura callejuela a la orilla del río donde decenas de hombres y varios niños trabajan cargado barriles con mercancías. La pobreza llega a sus límites de inhumanidad cuando los niños son parte de la explotación. En la Inglaterra victoriana el último nivel en la escala de la infelicidad y la degradación lo ocupaban los niños. Era lícito abusarlos, utilizarlos como mano de obra de fácil remplazo y mal remunerada. Con el elevado índice de prostitución, el abandono de menores era algo cotidiano, y admitirlos en orfanatos daba a los adultos la extraordinaria oportunidad de maltratar a un ser vulnerable sin derechos de ningún tipo. “Él jamás ha sido otra cosa más que un ladrón. Nació ladrón y eso es lo único que tiene”, escribe Jarrold. Al observar los grabados podemos ver a niños como una fauna urbana, conviviendo con perros callejeros, entre inmundicias, solos e invisibles para los adultos. En el grabado de la Niña lavandera una pequeña con ramas de abedul espera en una esquina a ser contratada, al lado una vieja con la piel llena de pústulas y un cigarrillo en las comisuras, los pies descalzos, el rostro marcado por el hambre, las ropas remendadas. Este Londres lo comparten en otro grabado cientos de personas que viajan en carruajes y vociferan en el desorganizado y caótico tráfico. Doré innova y crea un canon en el que el paisaje urbano es una visión social de la ciudad, se distancia de los monumentos y las inamovibles confirmaciones de riqueza y poderío que son los edificios públicos y mira a otro lado, a una mujer con un embarazo avanzado que vende naranjas, que usa zapatos de hombre y tiene la mirada ausente, o una madre que vende flores con sus hijas, cubiertas por una capa desgarrada, mostrando sus ramilletes como esculturas griegas, ofreciendo con dignidad sus flores.
Vendedores de periódicos andrajosos y enloquecidos; hombres sándwich que portan anuncios y palcos de la ópera con un público rico y elegante. Wentworth Street, Whitechapel, la indigencia es extrema, niños vestidos con andrajos de adultos, el hambre en sus cuerpos enflaquecidos, no existe una opción en el futuro, no hay luz en esa calle; la promiscuidad, la prostitución, la delincuencia y las enfermedades esperan ansiosas a estos parias. La sociedad no deja de denunciarse a sí misma, el imperio no es capaz de ocultar su realidad; el oscurantismo y la industrialización esclavizan, degradan y degeneran a la población.
Cuando se expusieron estos grabados y se publicó el libro London: A Pilgrimage, 1872, la sociedad se escandalizó. Indignados le reclamaron al artista que los enfrentara a su verdadera ciudad. En una época, en donde era impensable decir la palabra sexo en público, Doré recreó un nuevo infierno, escrudiñó en la más abyecta miseria y le mostró al imperio su gran derrota. La criminalización de la pobreza, el alcoholismo, la pauperización de la población, en el violento contraste de las carreras del Derby y el lujo de los privilegiados. Doré investigó y clasificó, dejó el retrato que trascenderá de una sociedad que se esforzó en negarse a sí misma escondiéndose en la perversión de puritanismo.
La guía de turismo, el relato de postal del recuerdo es una pesadilla épica, el dibujo impecable de Doré, sus claroscuros, su extravagante estética gótica, perspectivas inspiradas en las cárceles de Piranesi, laberintos de ladrillo, la línea realista que cicatriza en la placa de metal, inmortalizan la desolación de la miseria: niños que cuidan niños aún más pequeños, comiendo entre la basura. Estas imágenes expresan las emociones de Doré, la rabia ante las infranqueables diferencias sociales, el realismo descarnado que contradice al romanticismo, a la frivolidad de la monarquía y su burguesía.
Dice Blanchard Jerrold al pie de uno de estos grabados: “En el Bluegate Fields Ragged Schools existen cientos que nunca podrán escapar hacia una vida de confort. Los que ahí están son víctimas del alcohol, ilustran cada horror, desde el crimen al sufrimiento con el que nuestra tierra maldice a la pobreza”. La inocencia no existe, el abismo es cada vez más profundo, y al contrario de su viaje por la Divina Comedia, en el que los castigos de ficción son soportables, en este viaje los castigos y las desgracias no tienen sentido, son aplicadas sin juicio, no hay pecados que las justifiquen, es pobreza, es marginación, es destino.
Doré y la vida oculta de Londres. La miseria del imperio victoriano. Por Avelina Lésper. Fuente: Replicante
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