El Alma del Hombre bajo el Socialismo
Oscar Wilde
El Viejo Topo
Número de páginas 94
14 x 21.5 cm
ISBN: 9788416288649
PVP: 10 €
Dramaturgo, presidiario en la intolerante y vengativa sociedad victoriana, Oscar Wilde nos dejó obras muy notables, desde La importancia de llamarse Ernesto hasta El retrato de Dorian Gray o Vera y los nihilistas, además de algunos ensayos que muestran su preocupación por el arte, la cultura y la sociedad, entre otros. Precisamente en uno de esos ensayos, El alma del hombre bajo el socialismo, Wilde defensa del socialismo y hace afirmaciones que siguen hoy muy vigentes:
“El socialismo, el comunismo, o como uno quiera llamarlo, al convertir la propiedad privada en riqueza pública, y al reemplazar la competencia por la cooperación, restituirá a la sociedad su condición de organismo sano, y asegurará el bienestar material de cada miembro de la comunidad. Dará a la vida una base y un medio adecuados.”
Se acaba de reeditar El alma del individuo bajo el socialismo de Oscar Wilde con un precioso y oportuno prólogo de Higinio Polo que nos descubre la otra alma de Wilde. Lo hace en una colección de “recuperación” de los clásicos de la subversión moral, política, y estética, que no es la menos importante.
Oscar Wilde tuvo un ramillete de personalidades, y entre ellas estaba la socialista, una muy nuestra. Una personalidad dentro de muchas como se encargó de matizar él mismo.
Este libro no era my conocido, aunque actualmente está “colgado” en numerosas páginas Web y se le suele citar con asiduidad. Si no me equivoco, la primera traducción fue la de Julio Gómez de la Serna –un hermano de Ramón que al parecer no se había exiliado- da incluida en la edición de las Obras completas que editó Aguilar en 1966, y que el que escribe la pudo comprar a buen precio en Els Encants del domingo mañana del Mercado de la calle Urgell, un lugar especial donde mi “papá político” Francesc Pedra conocía a no pocos de los libreros de segunda mano que, una vez te habían identificado, te ofrecía libros prohibidos, en especial de la editorial Losada creada en Buenos Aires por exiliados, en particular obras de Camus o Sartre, pero también de Howard Fast, y en una ocasión pude copar La revolución sexual según Reich y Kingsley, de Daniel Guérin , y que tanto nos ayudó a situarnos ante una cuestión que afectaba a amigos, luego también a algunos camaradas: la de la homosexualidad que añadía riesgos a los riesgos de la clandestinidad.
En la traducción de Gómez de la Serna figuraba por primera vez en castellano El alma del hombre bajo el socialismo, y creo que fue bajo este mismo título que lo editaron en una de aquellas colecciones tan exitosas de bolsillo, en el caso de bolsillo pequeño tal como fueron las de Anagrama, y de las Tusquets más dadas al asunto artístico y libertario, y que había publicado también la polémica de Breton contra Louis Aragón con el título Surrealismo contra realismo socialista…Pues bien, tanto el librito de Oscar Wilde como el de Guérin nos ayudaron a responder a una tentativa de expulsión de dos compañeros del grupo trotsko-anarco del barrio de Pubilla Casas, ambos acusados de “maricas” por viejos comunistas que se habían educado con el único menú de Radio Pirenaica.
La respuesta fue luminosa ya que los disidentes montamos en una sala de L´Hospitalet una representación muy singlar de La balada de la cárcel de Reading, el poema-testamento del Oscar Wilde lanzado a las tinieblas por sus “amores ilícitos”, por el amor que no osa decir su nombre…A mi me tocó hacer una sonada introducción en la que se citaba como no podía ser menos, a Wilde, Lorca, Reich o Guérin.
Paradójicamente, semanas más tarde se montaba en la Asociación e Vecinos un bullicioso cursillo sobre la educación sexual, tema en el que algunos no habíamos pasado de las primeras letras. Lo más singular fue que lo dio un colectivo de “sexólogos” parte de los cuales al menos tenían perfectamente asumía su condición de homosexuales, y además militaban por lo general en el PSUC, el mismo partido de obreros puritanos que hacía poco habían tratado de expulsar a un camarada por separarse de su primera compañera.
Claro que en este asunto –amor libre y sin fronteras o amor reproductivo-, estuvimos de acuerdo en contra de la “vieja” y “joven guardia”, lo que llevó a los maoístas del PCE (i) y otros a proclamar que allí se daba un confabulación trotsko-revisionista, y que estas cosas en China se arreglaban por la vía más correcta: mandando a los “gais” a campos de reeducación, historia sobre la que, por cierto, existe una interesante película, Balzac y la costurera china, de Dai Sijie…
Ya por entonces pus, sabíamos del punto anticapitalista de Oscar Wide, visible sin ir más lejos en el pre4facio de la que es seguramente su obra mayor, El retrato de Dorian Gray, la única novela de Wilde, cuya autoría le reportó feroces críticas desde sectores puritanos y conservadores debido a su tergiversación del tema de Fausto.
Su trayectoria triunfal en los escenarios quedó truncada en 1895 cuando el marqués de Queenberry inició una campaña de difamación en periódicos y revistas acusándolo de homosexual. Wilde, por su parte, intentó defenderse con un proceso difamatorio contra Queenberry, aunque sin éxito, pues las pruebas presentadas por este último daban evidencia de hechos que podían ser juzgados a la luz de la Criminal Amendement Act.
Como debía de ser sabido: el 27 de mayo de 1895 Oscar Wilde fue condenado a dos años de prisión y trabajos forzados. Las numerosas presiones y peticiones de clemencia efectuadas desde sectores progresistas y desde varios de los más importantes círculos literarios europeos no fueron escuchadas y el escritor se vio obligado a cumplir por entero la pena. Enviado a Wandsworth y Reading, donde redactó la posteriormente aclamada Balada de la cárcel de Reading, la sentencia supuso la pérdida de todo aquello que había conseguido durante sus años de gloria.
Recobrada la libertad, cambió de nombre y apellido (adoptó los de Sebastian Melmoth) y emigró a París, donde permaneció hasta su muerte. Sus últimos años de vida se caracterizaron por la fragilidad económica, sus quebrantos de salud, los problemas derivados de su afición a la bebida y un acercamiento de última hora aun cierto catolicismo tan herético como lo había sido su socialismo.
Según escribirá Orwell, Wilde se equivocaba al considerar de que la riqueza llegaría a tal grado que las diferencias sociales ya no tendrían sentido, y también en el punto de estimar que, finalmente, las máquinas lo acabarían haciendo todo o casi todo. El suyo era un socialismo propio del optimismo de entre siglos (XIX y XX), pero, añade Orwell: “…esto no quiere decir que Wilde estuviera totalmente equivocado. Lo malo de los períodos de transición es que la dura actitud que generan tiende a volverse permanente. Todo indica que es lo que ha ocurrido en la Rusia soviética. La dictadura supuestamente establecida para un objetivo limitado en el tiempo ha echado raíces y ha permanecido, y hemos llegado a un punto en que se piensa que el socialismo significa campos de concentración y policía secreta. Por lo tanto, el panfleto de Wilde y otros escritos similares –Noticias de ninguna parte de William Morris) por ejemplo – tienen un valor. Podría ser que en ellos se pida lo imposible, y que a veces parezcan anticuados y ridículos –al fin y al cabo toda utopía refleja necesariamente las ideas estéticas de su propia época-, pero al menos miran más allá de la etapa de las colas para la comida y de las disputas de partido, y le recuerdan al movimiento socialista su objetivo original y medio olvidado de la fraternidad humana.”
La obra de Wilde nos remite además a la existencia de una poderosa tradición crítica y radical en el Reino Unidos, una tradición que actualmente está representada por escritores como Owen Jones o por cineastas como Ken Loach que ha aprendido muy bien que las tradiciones valen en la medida en que se ponen al día y al servicio de los movimientos sociales.
Por Pepe Gutiérrez-Álvarez (Fuente: Kaos en la red)
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