martes, 5 de febrero de 2013

70 ANIVERSARIO DE LA VICTORIA EN LA BATALLA DE STALINGRADO



TRES POEMAS DE PABLO NERUDA EN HOMENAJE A STALINGRADO


En los días más dramáticos para los combatientes del Frente de Stalingrado los sindicatos mexicanos celebraron un mitin de solidaridad con el pueblo soviético. Neruda, que estaba en México como Cónsul General de Chile, fue invitado a pronunciar un discurso. Se pasó varios días reflexionando en su intervención, pero después decidió otra cosa. No habrá discurso, habrá poesías. Y en un arrebato el poeta compone todo un poema – Canto de amor a Stalingrado, calado de la profunda convicción de que es imposible doblegar a los rusos. El 30 de setiembre de 1942 Pablo recitó su obra en el Teatro del Sindicato de Electricistas, mirando a los ojos a los obreros mexicanos.

CANTO DE AMOR A STALINGRADO

En la noche el labriego duerme, despierta y hunde
su mano en las tinieblas preguntando a la aurora:
alba, sol de mañana, lux del día que viene,
dime si aún las manos más puras de los hombres
defienden el castillo del honor, dime, aurora,
si el acero en tu frente rompe su poderío,
si el hombre está en su sitio, si el trueno está en su sitio,
dime, dice el labriego, si no escucha la tierra
cómo cae la sangre de los enrojecidos
héroes, en la grandeza de la noche terrestre,
dime si sobre el árbol todavía está el cielo,
dime si aún la pólvora suena en Stalingrado.

Y el marinero en medio del mar terrible mira
buscando ente las húmedas constelaciones
una, la roja estrella de la ciudad ardiente,
y halla en su corazón esa estrella que quema,
esa estrella de orgullo quieren tocar sus manos,
esa estrella de llanto la construyen sus ojos.
Ciudad, estrella roja, dicen el mar y el hombre,
ciudad, cierra tus rayos, cierra tus puertas duras,
cierra, ciudad, tu ilustre laurel ensangrentado,
y que la noche tiemble con el brillo sombrío
de tus ojos detrás de un planeta de espadas.

Y el español recuerda Madrid y dice: hermana,
resiste, capital de la gloria, resiste:
del suelo se alza toda la sangre derramada
de España, y por España se levanta de nuevo,
y el español pregunta junto al muro
de los fusilamientos, si Stalingrado vive:
y hay en la cárcel una cadena de ojos negros
que horadan las paredes con tu nombre,
y España se sacude con tu sangre y tus muertos,
porque tú le tendiste, Stalingrado, el alma
cuando España paría héroes como los tuyos.

Ella conoce la soledad, España,
como hoy, Stalingrado, tú conoces la tuya,
España desgarró la tierra con sus uñas
cuando París estaba más bonita que nunca,
España desangraba su inmenso árbol de sangre
cuando Londres peinaba, como nos cuenta Pedro
Garfias, su césped y sus lagos de cisnes.
Hoy ya conoces eso, regia virgen,
hoy ya conoces, Rusia, la soledad y el frío.
Cuando miles de obuses tu corazón destrozan,
cuando los escorpiones con crimen y veneno,
Stalingrado, acuden a morder tus entrañas,
Nueva York baila, Londres medita, y yo digo “merde”
porque mi corazón no puede más y nuestros
corazones
no pueden más, no pueden
en un mundo que deja morir solos a sus héroes.

¿Los dejáis solos? ¡Ya vendrán por vosotros!
¿Los dejáis solos?
¿Queréis que la vida
huya a la tumba, y la sonrisa de los hombres
sea borrada por la letrina y el calvario?
¿Por qué no respondéis?
¿Queréis más muertos en frente del Este
hasta que llenen totalmente el cielo vuestro?
Pero entonces no os va a quedar sino el infierno.
El mundo está cansándose de pequeñas hazañas,
de que en Madagascar los generales
maten con heroísmo cincuenta y cinco monos.

El mundo está cansado de otoñales reuniones
presididas aún por un paraguas.

Ciudad, Stalingrado, no podemos
llegar a tus murallas, estamos lejos.

Somos los mexicanos, somos los araucanos,
somos los patagones, somos los guaraníes,
somos los uruguayos, somos los chilenos,
somos millones de hombres.

Ya tenemos por suerte deudos en la familia,
pero aún no llegamos a defenderte, madre.

Ciudad, ciudad de fuego, resiste hasta que un día
lleguemos, indios náufragos, a tocar tus murallas
como un beso de hijos que esperaban llegar.

Stalingrado, aún no hay Segundo Frente,
pero no caerás aunque el hierro y el fuego
te muerdan día y noche.

¡Aunque mueras, no mueres!
Porque los hombres ya no tienen muerte
y tienen que seguir luchando desde el sitio en que
caen
hasta que la victoria no esté sino en tus manos
aunque estén fatigadas y horadadas y muertas,
porque otras manos rojas, cuando las vuestras caigan,
sembrarán por el mundo los huesos de tus héroes
para que tu semilla llene toda la tierra.

El triunfo en la Batalla de Stalingrado en febrero de 1943 fue el inicio del viraje radical en la II Guerra Mundial a favor de los aliados de la coalición antihitleriana: la Unión Soviética, EEUU e Inglaterra. En honor de este magno suceso destacadas personas de la intelectualidad mexicana organizaron una comida solemne, a la que fue invitado Pablo Neruda. Y de nuevo el poeta-diplomático se dirige a los reunidos no con un discurso, sino con poesías inspiradas. El vate por primera vez recita su “Nuevo canto de amor a Stalingrado”, escrito realmente con la sangre del corazón. Pablo decía que cuando lo escribía experimentaba un sentimiento de extraordinario auge espiritual, producido por la alegría de la noticia recibida desde las costas del Volga. Ésta ya no era una canción de esperanza como antes, sino la canción de la victoria. 

NUEVO CANTO DE AMOR A STALINGRADO

Yo escribí sobre el tiempo y sobre el agua,
describí el luto y su metal morado,
yo escribí sobre el cielo y la manzana,
ahora escribo sobre Stalingrado.

Ya la novia guardó con su pañuelo
el rayo de mi amor enamorado,
ahora mi corazón está en el suelo,
en el humo y la luz de Stalingrado.

Yo toqué con mis manos la camisa
del crepúsculo azul y derrotado:
ahora toco el alba de la vida
naciendo con el sol de Stalingrado.

Yo sé que el viejo joven transitorio
de pluma, como un cisne encuadernado,
desencuaderna su dolor notorio
por mi grito de amor a Stalingrado.

Yo pongo el alma mía donde quiero.
Y no me nutro de papel cansado
adobado de tinta y de tintero.
Nací para cantar a Stalingrado.

Mi voz estuvo con tus grandes muertos
contra tus propios muros machacados,
mi voz sonó como campana y viento
mirándote morir, Stalingrado.

Ahora americanos combatientes
blancos y oscuros como los granados,
matan en el desierto a la serpiente.
Ya no estás sola, Stalingtado.

Francia vuelve a las viejas barricadas
con pabellón de furia enarbolado
sobre las lágrimas recién secadas.
Ya no estás sola, Stalingrado.

Y los grandes leones de Inglaterra
volando sobre el mar huracanado
clavan las garras en la parda tierra.
Ya no estás sola, Stalingrado.

Hoy bajo tus montañas de escarmiento
no sólo están los tuyos enterrados:
temblando está la carne de los muertos
que tocaron tu frente, Stalingrado.

Tu acero azul de orgullo construido,
tu pelo de planetas coronados,
tu baluarte de panes divididos,
tu frontera sombría, Stalingrado.

Tu Patria de martillos y laureles,
la sangre sobre tu esplendor nevado,
la mirada de Stalin a la nieve
tejida con tu sangre, Stalingrado.

Las condecoraciones que tus muertos
han puesto sobre el pecho traspasado
de la tierra, y el estremecimiento
de la muerte y la vida, Stalingrado

La sal profunda que de nuevo traes
al corazón del hombre acongojado
con la rama de rojos capitanes
salidos de tu sangre, Stalingrado.

La esperanza que rompe en los jardines
como la flor del árbol esperado,
la página grabada de fusiles,
las letras de la luz, Stalingrado.

La torre que concibes en la altura,
los altares de piedra ensangrentados,
los defensores de tu edad madura,
los hijos de tu piel, Stalingrado.

Las águilas ardientes de tus piedras,
los metales por tu alma amamantados,
los adioses de lágrimas inmensas
y las olas de amor, Stalingrado.

Los huesos de asesinos malheridos,
los invasores párpados cerrados,
y los conquistadores fugitivos
detrás de tu centella, Stalingrado.

Los que humillaron la curva del Arco
y las aguas del Sena han taladrado
con el consentimiento del esclavo,
se detuvieron en Stalingrado.

Los que Praga la Bella sobre lágrimas,
sobre lo enmudecido y traicionado,
pasaron pisoteando sus heridas,
murieron en Stalingrado.

Los que en la gruta griega han escupido,
la estalactita de cristal truncado
y su clásico azul enrarecido,
ahora dónde están, Stalingrado?

Los que España quemaron y rompieron
dejando el corazón encadenado
de esa madre de encinos y guerreros,
se pudren a tus pies, Stalingrado.

Los que en Holanda, tulipanes y agua
salpicaron de lodo ensangrentado
y esparcieron el látigo y la espada,
ahora duermen en Stalingrado.

Los que en la noche blanca de Noruega
con un aullido de chacal soltado
quemaron esa helada primavera,
enmudecieron en Stalingrado.

Honor a ti por lo que el aire trae,
lo que se ha de cantar y lo cantado,
honor para tus madres y tus hijos
y tus nietos, Stalingrado.

Honor al combatiente de la bruma,
honor al Comisario y al soldado,
honor al cielo detrás de tu luna,
honor al sol de Stalingrado.

Guárdame un trozo de violenta espuma,
guárdame un rifle, guárdame un arado,
y que lo pongan en mi sepultura
con una espiga roja de tu estado,
para que sepan, si hay alguna duda,
que he muerto amándote y que me has amado,
y si no he combatido en tu cintura
dejo en tu honor esta granada oscura,
este canto de amor a Stalingrado.

En 1949 Neruda por primera vez viaja a la Unión Soviética, invitado a los festejos solemnes en Moscú y Leningrado (hoy San Petersburgo) para celebrar el 150 aniversario del natalicio del poeta ruso Alexander Pushkin. Al término de los festejos en honor de Pushkin a los huéspedes extranjeros le preguntaron qué otros lugares quisieran visitar. El huésped chileno respondió sin pensar: “Stalingrado”. Cuando Neruda llegó a las costas del Volga, ya habían pasado cuatro años del término de la guerra. Por fin pudo inclinar la cabeza ante la tierra que decantó y ante los héroes caídos.
Era un verano soleado y cálido. Y el poeta inconteniblemente quería escribir sobre su primer encuentro con la ciudad heróica, a la que le dedicó poesías sin verla. Así nació el “Tercer canto de amor a Stalingrado”. En esta poesía, escrita a orillas del gran río ruso Volga, Pablo expresa su alegría por la vida pacífica que va cobrando fuerza en los lugares devastados por la terrible guerra. 

TERCER CANTO DE AMOR A STALINGRADO

Stalingrado, con las alas tórridas
del verano, las blancas
mansiones elevándose:
una ciudad cualquiera.
La gente apresurada
a su trabajo.
Un perro cruza
el día polvoriento.
Una muchacha corre
con un papel en la mano.
No pasa nada
sino el Volga
de aguas oscuras.
Una a una las casas
se levantaron
sesde el pecho del hombre,
y volvieron los sellos de correo,
los buzones,
los árboles,
volvieron los niños,
las escuelas,
volvió el amor,
las madres
han parido,
volvieron las cerezas
a las ramas,
el viento
al cielo,
y entonces?

Sí, es la misma,
no cabe duda.
Aquí estuvo la línea,
la calle,
la esquina,
el metro y el centímetro
en donde nuestra vida y la razón
de todas nuestras vidas
fue ganada
con sangre.
Aquí se cortó el nudo
que apretó la garganta
de la historia.
Así fue. Si parece mentira
que podamos
pisar la calle y ver
la muchacha y el perro,
escribir una carta,
mandar un telegrama,
pero tal vez
para esto,
para este día igual
a cada día,
para este sol sencillo
en la paz de los hombres
fue la victoria,
aquí, en esta ceniza
de la tierra sagrada.

Pan de hoy, libro de hoy, pino reciente
plantado esta mañana,
luminosa avenida
recién llegada del papel
en donde el ingeniero
la trazó bajo el viento de la guerra,
niña que pasas, perro,
que atraviesas el día polvoriento,
oh milagros,
milagros de la sangre,
milagros del acero y del Partido,
milagros de nuestro nuevo mundo.

Rama de acacia con espinas y flores,
en dónde, en dónde
tendrás mayor perfume
que en este sitio donde todo perfume fue borrado,
en que todo cayó
menos el hombre,
el hombre de estos días
el soldado soviético?

Oh, rama perfumada,
hueles
aquí
más que una reunida primavera!

Aquí hueles a hombre y a esperanza,
aquí, rama de acacia,
no pudo quemarte el fuego
ni sepultarte el viento de la muerte.
Aquí resucitaste cada día
sin haber muerto nunca,
y hoy en tu aroma el infinito humano
de ayer y de mañana,
de pasado mañana,
nos vuelve a dar su eternidad florida.
eres como la usina de los tractores:
Hoy florece de nuevo
grandes flores metálicas
que entrarán en la tierra
para que la semilla
sea multiplicada.
También la usina
fue ceniza,
hierro torcido, espuma
sangrienta de la guerra,
pero su corazón no se detuvo,
fue aprendiendo a morir y a renacer.

Stalingrado enseñó al mundo
la suprema lección de la vida:
nacer, nacer, nacer,
y nacía muriendo,
disparaba
naciendo,
se iba de bruces y se levantaba
con un rayo en la mano.
Toda la noche se iba desangrando
y ya en la aurora
podía prestar sangre
a todas las ciudades de la tierra.
Palidecía con la nieve negra
y toda la muerte cayendo
y cuando tú mirabas
para verla caer, cuando llorábamos
su final de fortaleza,
ella nos sonreía,
Stalingrado
nos sonreía.

Y ahora la muerte se ha ido:
sólo algunas paredes,
alguna contorsión de hierro
bombardeado y torcido,
sólo algún rastro
como una cicatriz de orgullo,
hoy todo es claridad, luna y espacio,
decisión y blancura,
y en lo alto
una rama de acacia,
hojas, flores, espinas defensoras,
la extensa primavera
de Stalingrado,
el invencible aroma
de Stalingrado!

Fuente:  La Voz de Rusia y otros

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