Antes de empezar a escribir sobre una película como esta, en realidad
sobre todas las películas, habría que recordar las palabras de
advertencia de Danièle Huillet: "entre lo que uno siente cuando ve la
película y lo que trata después de expresar, hay siempre un abismo".
Recurriendo una vez más al anacronismo ("Othon", "Lecciones de
historia"), Huillet y Straub filman aquí espacios en los que, en otro
tiempo, hubo revueltas o revoluciones, mientras que una voz en "off" lee
textos que analizan las causas y consecuencias políticas de aquellos
procesos. La primera parte se inicia dando vueltas hasta la saciedad en
torno a un vacío: la desaparecida fortaleza de la Bastilla, emblema de
la revolución de 1789, y luego contempla paisajes de la Francia rural a
la luz de las palabras, de estructura también repetitiva, de una carta
de Engels, leídas por Danièle Huillet. Aquí apenas se ven personas, que
son sustituidas por sus propiedades: casas, coches, plantaciones; pero
también, y sobre todo, está presente la naturaleza, los árboles, el
canto de los pájaros, las nubes que pasan, despejando o velando la luz
del sol.
La segunda parte, de mayor duración, está rodada en Egipto, y le sirve
de contrapunto un texto de Mahmoud Hussein sobre las luchas sociales en
aquel país entre 1945 y 1970, dicho por un hombre con acento árabe. Las
tomas incluyen panorámicas de los campos y los caminos de tierra, las
vías de ferrocarril siempre desiertas, y también largos planos fijos;
cerca del final, un prolongado travelling a lo largo de un camino de
sirga a la orilla de un canal responde al travelling circular que abría
la primera parte. En el fondo, tampoco este recorrido conduce a ninguna
parte, pero uno tiene la sensación de que para Egipto todavía hay
esperanza: la visión dialéctica de las dos partes asigna a Francia el
diagnóstico de “demasiado tarde”. A diferencia del campo francés, sumido
en un letargo como de museo, Egipto aparece lleno de vida: como los
Lumière, los Straub filman la salida de los obreros de una fábrica y el
movimiento de personas, que interactúan con la cámara de un modo muy
diferente al de los europeos, alrededor de sus puertas. En un plano
posterior, en un árido barrio de construcción planificada, dejamos de
escuchar, quizá por primera vez desde la secuencia inicial, el canto de
los pájaros, pero este es sustituido por los silbidos de los niños, que
provocan a un policía equipado con un látigo que trata de mantenerlos
lejos de la carretera y de la cámara.
En una entrevista sobre "Trop tôt, trop tard", Straub citó a Brakhage y
"El arte de la visión": esto puede ayudar a situar la película, que se
inserta con coherencia en su obra pero supone un paso más en su voluntad
de transparencia ascética y sensual, de limpiar los ojos y los oídos,
de aprender a cantar antes de poder volver a hablar; como escribió
Nietzsche para el convaleciente, hastiado de ver cómo la historia se
repite en el eterno retorno de la pequeñez humana:
“No sigas hablando, convaleciente –así le respondieron sus animales–,
sino sal fuera donde el mundo está esperándote como un jardín.
¡Sal fuera junto a las rosas y las abejas y las bandadas de palomas!
Pero de una manera especial junto a los pájaros que cantan, ¡para que de
ellos aprendas a cantar!
Porque cantar es para convalecientes; al sano le gusta hablar.”
La película puede considerarse como un gesto político, más que como un
texto político; aunque su objetivo fuera transmitir unas determinadas
ideas, las imágenes, y los sonidos que las acompañan inseparablemente,
tienen más peso en último término. No es que los cineastas se pasen al
lado de Aarón y su visión burguesa de las imágenes, de la cultura
(“Veneraos a vosotros mismos en este símbolo”); pero parecen más lejos
que nunca de la cabeza de Moisés.
Los planos no siguen ningún esquema reconocible, ninguna voluntad
“expresiva”: las panorámicas van y vuelven, como pretendiendo romper
toda expectativa, o quizás volver a algo que pudo escaparse en la
primera ojeada. Los dioses del azar y la paciencia, los únicos en que
creen Straub y Huillet, regalan imágenes que ninguna representación
podría igualar: el paso de un pájaro en vuelo, la nobleza de un
campesino caminando con su azada al hombro, una mujer vestida de rojo
por el centro de un camino, una joven que lee un libro mientras avanza a
lomos de un burro… Y el viento, siempre presente, como señaló en su día
Serge Daney, recordando que nada es inmutable, y también la frase de
Endimion en "La fiera" (diálogo de Pavese adaptado por Straub en "Le
genou d'Artemide"): "A veces pienso que somos como el viento que
transcurre impalpable"; y el río, que disuelve el reflejo de los
modernos edificios, gigantes con pies de barro.
Texto publicado en: https://navegandohaciamoonfleet.wordpress.com/
Fuente: Filmaffinity
VER DOCUMENTAL CON SUBTITULOS EN CASTELLANO:
No hay comentarios:
Publicar un comentario