RAFAEL ALBERTI. AFEANDO, BURLONAMENTE, LA CONDUCTA DEL DUQUE DE ALBA.
Por Esteban Zúñiga.
El poeta comunista Rafael Alberti dedicaría, el 26 de noviembre de 1936, en la revista “El Mono Azul”,
un romance a XVII duque de Alba, Jacobo María Fitz-James Stuart y Falcó
Portocarrero y Osorio, con una evidente caracterización irónica y
burlesca ante la huida del duque del Palacio de Liria, que en aquellos
momentos sería el primero representante, y más tarde embajador, de los
sublevados en armas el 18 de julio de 1936 en Londres; pues, el Duque de
Alba entendería que los militares podrían ser los únicos que podría
acabar con la República.
Versos
motivados por los importantes bombardeos realizados por las fuerzas
fascistas, en la madrugada del día 17 de noviembre de 1936 y que
afectarían muy notablemente al Palacio de Liria. Caerían en el espacio
de una hora alrededor de una par de miles de bombas sobre el centro de
Madrid, alcanzando hospitales, bocas del Metro, …, y, en la Plaza de
España, la metralla regaría todo su perímetro; además de caer sobre los
barrios obreros bombas incendiarias, con la intención de agrandar el
pánico, que provocarían algunos incendios. Al día siguiente, 18,
seguirían las oleadas de bombardeos aéreos sobre distintas áreas urbanas
de Madrid, que durarían día y noche; así como en los días siguientes.
Brutal
agresión bélica que había originado la aparición de un manifiesto de la
Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura,
en la página 4 del nº 13 de “El Mono Azul” del 19 de noviembre de
1936 y que estaría firmado entre otros por José Bergamín, Manuel
Altolaguirre, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Miguel
Hernández, León Felipe, María Teresa León, Antonio Machado, Ramón
Menéndez Pidal, …, en que, de forma particular, se acusaba al duque de
Alba de ser el oculto instigador de la devastación del Palacio de Liria:
“A los Intelectuales Antifascistas del mundo entero:
(…)
Queremos haceros saber en qué se emplean las bombas incendiarias
meticulosamente preparadas en los laboratorios alemanes. Y os decimos:
todos los días arden manzanas enteras de casas madrileñas. Todos los
días, en las colas que forman las mujeres de las barriadas obreras para
coger su pan, su carbón, su leche, etc., los expertos aviadores alemanes
e italianos pueden apuntarse nuevas victorias, ya que no alcanzadas en
combate con nuestros aviadores heroicos, que rehúyen, a costa de las
vidas de esas mujeres, de esos niños. De esas mujeres y de esos niños
que son hoy los únicos habitantes de esas barriadas obreras, pobres, ya
que todos los hombres útiles se hallan en los frentes, y que parecen
constituir objetivo especial de la aviación extranjera al servicio de la
traición. Os decimos el espectáculo siniestro de las noches en llamas
cruzadas por las lívidas caras de ancianos y mujeres tratando
puerilmente de salvar su jergón miserable, sus amarillos retratos
familiares, para tener que llevarlos bajo los arcos umbríos de las
bodegas, a la humedad entumecida y harapienta de multitudes cobijadas,
hacinadas terriblemente en los sótanos. Os hablamos de las caravanas
coléricas de mujeres despeinadas que pueblan, en las madrugadas
madrileñas, las calles y las plazas, trasladando su pobres objetos
queridos sin una queja, sin un llanto, sino con un murmullo de insulto a
los traidores, con un rumor de maldición a los canallas.
Os
hablamos del Palacio de Liria que fue del Duque de Alba, ayer
cuidadosamente custodiado por las milicias del Partido Comunista, con
sus valiosos cuadros en los sótanos, y esta noche pasada en llamas. Os
hablamos del resentido despecho señorito que ha debido ordenar su
incendio con el mismo gesto plebeyo y chabacano del tradicional “mía o
de nadie”. Os hablamos de la trayectoria significativa, en línea recta,
de una serie de bombas que comienza unas casas más arriba del Hotel
Savoy y termina, dejando un hueco casual y de seguro lamentado, en el
Museo del Prado, en la Iglesia de San Jerónimo. Os hablamos del boquete
inmenso que una bomba de doscientos kilos ha dejado unos metros antes
del Museo del Prado, rompiendo sus cristales.
La
prensa de Burgos aún habla de la provocación roja; de los incendios
provocados en Madrid por los rojos para utilizarlos en su favor. (…)” (El Mono Azul, nº 13, 19 de noviembre de 1936. Pág. 4)
En
el número siguiente de “El Mono Azul”, nº 14 del jueves 26 de noviembre
de 1936, aparecería, también, un poema de Rafael Alberti en el que se
aludiría a citado bombardeo del Palacio de Liria, titulado “La última
voluntad del Duque de Alba":
“LA ÚLTIMA VOLUNTAD DEL DUQUE DE ALBA”.
“El labio imbécil, caído
ojos de lagarto muerto;
la comprobada impotencia
reblandecida, hasta el suelo
espiritado, mezquino,
triste lombriz en los huesos,
saliva el Duque de Alba
su último infame deseo:
-“Id al palacio de Liria,
hoy sucia cuadra del pueblo,
id con bombas incendiarias,
con dinamita, con truenos,
con rayos que lo fulminen
y descuajen sus cimientos.
Que lo que no ha de ser mío,
prefiero dárselo al fuego.”
Duque de Alba, Duque de Alba,
en todo mi idioma encuentro
insultos con que clavarte,
palabras que echarte al cuello
como nudos corredizos
que estrangulan su aliento.
No hay lengua para decirte
lo que nunca te dijeron.
Mas lo que yo no te diga
te lo dirá un día el pueblo.
Brazo ejecutivo tiene,
puño tajante de hierro.
Acuérdate, señor duque,
triste gargajo siniestro,
el último de tu casta
escupiera como ejemplo,
como muestra de un gusano
ya reteprodido y seco:
la historia de tu familia
la clausuras tú, corriendo,
no los cerrojos dorados
que clavaran tus abuelos
sobre las puertas primeras
que tan notablemente abrieron,
sino los más miserables
cerrojos de tu despecho.
Duque de Alba, Duque de Alba,
señorito madrileño,
jamás soñaste un palacio
mejor que el que tú has desecho,
mejor guardado, más limpio,
más lustroso, más espejo,
más del amor de una manos
que nunca nada tuvieron.
Las manos que lo guardaban
no lloran de sentimiento,
lloran de rabia, de cólera,
y empuñan, alto, el remedio
que ha de terminar con gentes
como tú, canijo, perro,
mixto de cabrón y mona,
ni de España, ni extranjero,
hijo de ninguna parte,
rodado excremento muerto,
último duque de Alba,
alba triste, sin recuerdo.
Rafael Alberti
Fuente: Amistad Hispano-Soviética
1 comentario:
Creo que en Liria no había ningún cuadro, pues el Duque, antes del comienzo de la guerra, los
intentó guardar en el Banco de España pero, previendo el futuro control del gobierno (se lle-
varon las reservas de oro del país), los trasladó a la Embajada inglesa, donde se salvaron.
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