Con una inmensa y muy detallada documentación, Carlos Fernández Rodríguez recorre en su libro Los otros camaradas el período entre 1939 y 1945 cuando los comunistas se enfrentaron a la
feroz represión de la dictadura franquista intentando organizar el PCE
en la clandestinidad.
Su investigación es un homenaje a “los miles de militantes de base,
desconocidos y anónimos para la mayor parte de sus propios dirigentes,
que combatieron a la dictadura”.
Nos recuerda el historiador que “desde antes de que terminara el
conflicto, algunos dirigentes comunistas establecieron las bases de cómo
tenía que ser la reorganización del PCE y su actividad política en
condiciones de clandestinidad. Una de las misiones fue la formación de
militantes que se fueran familiarizando con el trabajo clandestino.
Desde los primeros momentos de la posguerra, se empezaron a crear
pequeñas células y grupos de comunistas con la idea de que tenían que
hacer algo para reorganizar el PCE y crear un frente común contra la
dictadura franquista. En la primera clandestinidad, ante la salida hacia
el exilio de los principales dirigentes del Buró Político y del Comité
Central, los militantes que se quedaron, ayudándose unos a otros,
sentaron las bases para la reorganización del PCE y de las JSU. Uno de
los principales objetivos marcados desde el inicio de la formación de
los grupos comunistas clandestinos tras la finalización de la guerra
civil, aparte de las labores de propaganda y de captación de militantes,
fueron los trabajos de ayuda a los presos y a sus familiares realizados
en muchas ocasiones por mujeres organizadas en los comités de ayuda a
los reclusos de las cárceles franquistas”.
Carlos Fernández Rodríguez, Doctor en Historia por la Universidad Complutense de Madrid, es autor también de MADRID CLANDESTINO. La reestructuración del PCE entre 1939 y 1945 (2002).
En su nuevo libro, los protagonistas son los militantes menos conocidos,
acosados por la represión de la dictadura (incluyendo a los infiltrados
y a los confidentes) y sometidos a las limitaciones condicionadas por
las dificultades de comunicación y entendimiento entre los dirigentes
del exilio (en México, Francia y la Unión Soviética) y la resistencia
del interior.
Es un libro para el conocimiento.
No sólo sobre el tremendo esfuerzo personal y colectivo de los anónimos
clandestinos sino también en torno a las características de una
organización muy a menudo casi imposible. Destaca en este sentido la
importancia que tuvo el aparato de agitación y propaganda, “ocupando un
lugar decisivo para todas las direcciones que se fueron dando desde el
final de la guerra civil”.
En la documentación acumulada, se incluyen informes internos que
establecen en 7.000 la cantidad de militantes en 1944, 2.000 en Madrid.
Y es un libro para el debate.
Proporciona mucha información sobre Heriberto Quiñones, Jesús Monzón y Juan Comorera, que no dejaron de ser traidores hasta 1986 cuando pasaron a ser heroicos luchadores por la libertad.
Y plantea la necesidad de repasar si fue adecuada la preparación para el
descenso a la clandestinidad, por qué se produjeron las disputas entre
las direcciones del exterior y del interior y cuantos errores se
cometieron desde fuera por no conocer bien la situación dentro de
España.
Fuente: Mundo Obrero
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