domingo, 26 de enero de 2020
"LENIN HABLA A LOS OBREROS Y SOLDADOS EN LA ESTACIÓN DE FINLANDIA DE PETROGRADO", DE FERNANDO DE FILIPPI
Lenin habla a los obreros y soldados en la estación de Finlandia de Petrogrado
Fernando du Filippi
1972
Museo de Arte Moderno de Trento
El 16 de abril de 1917 (3 de abril en el calendario juliano vigente entonces en Rusia) Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, llegaba a la estación de Finlandia en Petrogrado (el nombre que tuvo San Petersburgo desde 1914 hasta 1924 al considerarse que la ciudad tenía un nombre demasiado germánico). Pese al recibimiento de miles de obreros y soldados, el líder revolucionario aún era un gran desconocido para los rusos. Su primera foto oficial no se tomó hasta enero de 1918 y a partir de su difusión pública sufrió tres atentados, el último en agosto de aquel mismo año, que tuvo graves consecuencias para su salud. Pero aquel día de abril, Lenin subido en un vehículo blindado en el exterior de la estación ferroviaria los emplazó a derrocar el gobierno provisional de Aleksandr Kerenski, surgido de la revolución de febrero, y realizar sin dilaciones la revolución socialista que instaurase la dictadura del proletariado. Necesitó poco más de seis meses para cumplir su objetivo.
Un mes antes, el 15 de marzo, cuando las noticias de la revolución de febrero llegaron a Zurich cogieron por sorpresa a los emigrados rusos. También a Lenin y a su mujer Nadia Krúpskaya. Pero en esta ocasión Lenin no pensaba repetir el error de 1905, cuando se había demorado meses en regresar a su país después de estallar la revuelta revolucionaria. Al llegar, la revuelta languidecía y tuvo que volver de nuevo al exilio. Sin embargo ahora había una guerra continental que bloqueaba todas las vías de regreso desde Suiza: en el Mediterráneo, el imperio Otomano; en el oeste, Francia y los Aliados; en el noreste, Alemania. Tras sopesar disparatas alternativas, hacerse pasar por un sueco sordomudo para cruzar Alemania o alquilar un avión cuando era un transporte inseguro y fácil de abatir, Lenin aceptó la propuesta del revolucionario socialista (menchevique) Yuli Mártov de que los socialistas rusos en Suiza negociasen con al Gobierno alemán para cruzar Alemania a cambio de que el Gobierno provisional ruso pusiese en libertad a un número igual de alemanes presos en Rusia.
La propuesta original del intercambio fracaso, básicamente porque los dirigentes del Gobierno provisional ruso tenían fichados a los revolucionarios exiliados y no pensaban facilitar su regreso. Consciente de ello, Lenin y Zinóviev pidieron ayuda al socialista suizo Fritz Platten (del que eran rivales políticos) que consiguió un acuerdo con el embajador alemán en Berna sin contraprestaciones del Gobierno ruso. Los alemanes aceptaron las condiciones de Lenin, conscientes de que enviaban a Rusia a una de sus mejores armas para debilitar al Gobierno de Kerenski y quizás un día conseguir un armisticio con Rusia si el líder antibelicista de aquel pequeño y casi desconocido partido revolucionario (los bolcheviques) se hacía con el poder.
El célebre pacto con los alemanes establecía que los emigrados rusos viajarían en un vagón de tren que tendría derecho de extraterritorialidad. Ni a la entrada ni a la salida de Alemania se inspeccionarían los pasaportes. Los viajeros se pagarían el billete de acuerdo a las tarifas establecidas y no saldrían del vagón sellado. Finalmente, Lenin, consciente de la polémica y las acusaciones que recibiría por pactar con el enemigo, se impuso la obligación de evitar hablar con ningún alemán.
Hicieron el viaje 32 pasajeros, todos emigrados rusos excepto Platten –que sería el interlocutor con los oficiales alemanes y el revolucionario comunista Karl Rádek que tenía pasaporte austriaco. También formaban parte del grupo Grigori Zinóviev, Inessa Armand, Grigori Safárov y V.V. Vorovski. Los pasajeros se reunieron en un hotel de Zurich el 9 de abril y tomaron un tren local hasta la frontera alemana. Allí, en Gottmadingen, estaba el tren esperándolos. Los emigrados rusos fueron acomodados en un vagón de segunda-tercera clase en el que también viajarían dos oficiales alemanes que recibieron la orden de permanecer en un compartimento en el fondo del vagón, tras una línea trazada con tiza que dividía el territorio alemán del territorio ruso. Se precintaron tres puertas del vagón, pero se dejó abierta la cuarta que estaba junto al compartimento de los oficiales alemanes. En verdad el famoso vagón sellado nunca lo estuvo. Algunos emigrados pudieron hablar con otros pasajeros o con ferroviarios y soldados en las estaciones donde se detuvieron, pero en general se impuso la discreción y el aislamiento para evitar que llegasen informaciones a Rusia de que habían hablado con ciudadanos enemigos en territorio enemigo.
El 12 de abril llegaron al puerto norteño de Sassnitz, en el mar Báltico. Aquel mismo día viajaron en el transbordador Queen Victoria hasta el puerto sueco de Trelleborg, donde fueron obsequiados con un banquete de bienvenida por colaboradores de Lenin. Al día siguiente tomaron el tren para Estocolmo. Allí fueron agasajados de nuevo, esta vez por el alcalde y otras autoridades en el que se convirtió en el primer reconocimiento por parte de oficiales extranjeros del liderazgo de Lenin. Después tomaron el tren vespertino en dirección norte, camino de Harapanda, en la frontera septentrional con Finlandia. Tras varias horas de viaje, cruzaron en trineo el río helado hasta la población de Tornio. Los guardias de frontera rusos les hicieron un breve registro (Finlandia todavía era un Gran Ducado anexionado a Rusia) y pudieron tomar otro tren hasta Helsinki.
Durante el trayecto, Lenin pudo leer ejemplares recientes del diario Pravda en las que se aseguraba que el comité central bolchevique, dirigido por Lev Kámenev y Iósif Stalin desde que habían sido liberados de su destierro siberiano, había aceptado apoyar de forma condicional al Gobierno provisional ruso. Un apoyo que chocaba frontalmente con las posiciones que defendía Lenin y que no tardaría en imponer.
Desde Helsinki los emigrados cogieron el ferrocarril para Petrogrado. En la frontera administrativa ruso-finlandesa les esperaba Kámenev, que fue recibido con cierta frialdad por Lenin. Finalmente tras ocho largos días de viaje, el tren entraba ya de noche en la estación Finlandia de la capital rusa. En el andén formaron dos unidades de marineros como guardia de honor de Lenin. Fuera de la estación le esperaban miles de bolcheviques, mencheviques y socialistas revolucionarios del soviet de Petrogrado. La gran mayoría nunca habían visto al líder bolchevique. Lenin se subió a un vehículo blindado y les dijo sin sutilezas que había que acabar con el capitalismo en Rusia y el resto de Europa, que el Gobierno provisional les había engañado y que los auténticos socialistas no debían prestarle ningún apoyo.
Sus palabras desconcertaron a muchos. Solo unos pocos camaradas se sintieron reconfortados. La mayoría de los dirigentes bolcheviques pensaron que Lenin desconocía la realidad rusa debido a su aislamiento en el exilio y que pronto cambiaría de opinión. Pero si algo caracterizaba al dirigente comunista era su voluntad de acero y la resolución para alcanzar sus objetivos. Durante su viaje desde Suiza a Rusia había esbozado lo que llamaría sus Tesis de abril, básicamente consistían en rechazar la idea marxista tradicional de consolidar primero una revolución burguesa-democrática antes de emprender la revolución socialista. En Rusia, a diferencia de los países más industrializados de Occidente, había que saltarse aquella etapa intermedia y tomar el poder violentamente. Una acción que debía ser ejecutada por una vanguardia de revolucionarios profesionales. Por ello era prioritario acabar con el Gobierno provisional como solución a los problemas políticos y sociales que se arrastraban desde el zarismo y también poner fin a la Gran Guerra con una paz aceptable para los pueblos beligerantes más allá de los intereses de sus dirigentes.
Los acontecimientos futuros jugaron a su favor. En julio fracasó una ofensiva rusa; en septiembre los alemanes tomaron Riga, y un general reaccionario, Lavr Kornilov, perpetró un golpe de Estado que los bolcheviques impidieron. La frágil posición en la que se encontraba el Gobierno provisional se desmoronó por su negativa a retirarse de la guerra. Miles de soldados hambrientos del frente se amotinaran y otros muchos desertaron. También los obreros de las principales ciudades se lanzaron al combate final espoleados por la consigna bolchevique de “pan, tierra y paz”. El 25 de octubre (7 de noviembre según el calendario gregoriano) triunfaba la revolución socialista que conmovió al mundo.
Fuente: La Vanguardia
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario