viernes, 12 de julio de 2013

EXPOSICIÓN DEL ARTISTA VIETNAMITA DANH VO EN EL MUSEO DE ARTE MODERNO DE PARÍS


DANH VO, DE IDA Y VUELTA

Exposiciones por medio mundo y premios de prestigio dan fe del buen momento por el que pasa el artista Danh Vo que presenta ahora, y hasta el 18 de agosto, una amplia muestra de su trabajo en el Musée d'Art Moderne de París. El título, Go Mo Ni Ma Da da pistas de los micro-conflictos visuales y literarios que abundan en sus obras. Imprescindibles.

En los últimos años, la isla vietnamita de Phu Quoc se ha convertido en uno de los destinos turísticos de moda del sureste asiático. Pinchen cualquier página de viajes y verán playas interminables, palmeras y demás clichés veraniegos con los que se les hará la boca agua en este cada vez más pegajoso sprint final de la temporada. Situada a escasas millas del continente, casi equidistante de las costas de Vietnam y Camboya, ha sido objeto de tensa rivalidad entre los dos países. Ahí nació Danh Vo en 1975, cuando la isla no era precisamente el Edén que es hoy sino el campo de refugiados más grande del sur de Vietnam, un país desgarrado por una guerra civil de dos décadas y por la kafkiana intervención estadounidense. De ahí partió a finales de los 70 en una embarcación construida por su padre junto a un centenar de compatriotas desesperados. La suerte parecía estar echada cuando un barco danés acudió al rescate y trasladó a los sufridos errantes a Copenhague, donde Vo se instalaría con su familia y donde pasaría toda su infancia y adolescencia.

Este breve apunte biográfico es indispensable para entender cómo se ha fraguado la obra de este creador, ligada inexorablemente a esa temprana experiencia vital. Pocos artistas de la generación de Vo están tan legitimados para hablar de desplazamiento cultural, del problema identitario, de la fricción entre centro y periferia y de la tensión entre lo que, en el ámbito de lo narrativo, es propio y lo que es de todos con la precisión, la pertinencia, la ironía y el cinismo con los que lo hace. Y quiere hacernos partícipes de su vivencia personal, que encuentra su lugar pese a los efectos de la globalización y de las manías restrictivas de la historia con mayúsculas. Ese examen de lo privado y lo público deviene pugnazmente crítico cuando se asoma a los acontecimientos históricos que determinaron su propia experiencia. Vo ha hecho de la apropiación una de sus estrategias, acude con decisión al readymade (gran parte de su obra nace de objetos encontrados), y aunque es uno de los artistas que con mayor destreza maneja el lenguaje de la instalación, su perfil es insobornablemente minimalista y ha contribuido a instaurar esa estética depurada y leve que triunfa en los circuitos internacionales, aquélla en la que objetos e imágenes vibran aislados en espacios vacíos por los que corre mucho el aire.



En el Musée d'Art Modern de la Ville de Paris presenta, bajo el título Go Mo Ni Ma Da, una exposición que gira en torno a tres de los asuntos que Vo ha venido tratando en los últimos años: las tres grandes lámparas del antiguo hotel Majestic de París, donde se firmaron los acuerdos de paz entre Vietnam y EE.UU. en 1973; la figura de Robert S. McNamara, delfín de J.F.K Kennedy y arquitecto de la guerra, y la Estatua de la Libertad, realizada en China siguiendo técnicas locales de repujado de cobre. Ya al final de la muestra, un cuarto tema relacionado con las expediciones evangelizadoras francesas a Vietnam -del que deriva su instalación en el Arsenale de la Bienal de Venecia- no está del todo desarrollado y no alcanza entidad como asunto medular de la exposición.

McNamara debió de ser un personaje tan turbio como interesante. Tras ser el Donald Rumsfeld de Kennedy (con el colmillo de un Karl Rove), dirigió durante años el Banco Mundial. Pero el interés que suscita en Danh Vo trasciende lo político y se cifra en un aspecto más personal. Desde hace unos años, Vo, con ayuda de su galerista neoyorquina, ha venido adquiriendo en subastas objetos personales pertenecientes a McNamara que recontextualiza en muy variadas situaciones, enalteciéndolos irónicamente o banalizándolos con ácida actitud crítica. En una vitrina coinciden algunos de estos objetos con una de sus conocidas cajas de embalaje de grandes firmas comerciales como Coca-Cola, Budweiser o Evian, contenedores que, una vez cumplida su función, son plegados y llevados a Tailandia donde se les aplica pan de oro siguiendo una técnica milenaria. Son piezas en las que Vo, con notable sarcasmo, mantiene vivo el fluir de la economía neoliberal a través de una leve acción amparada en una tradición local. Junto a los objetos personales de un tipo que es capaz de alentar una guerra abusiva y sanguinaria y de dirigir más tarde un banco mundial, la caja cobra un sentido pertinente y certero. Significativamente, diferentes versiones de estas cajas pueden verse en todos los espacios de la exposición, como elementos vertebradores. Hila muy fino Danh Vo, tanto en lo conceptual como en lo formal.

Ligadas, claro, a McNamara, las tres lámparas del antiguo hotel Majestic de París fueron adquiridas por Vo cuando el hotel cerró por reformas. En una de las piezas centrales de la muestra, una de estas tres lámparas aparece fragmentada y ordenadamente dispuesta sobre el suelo del espacio. La pieza puede verse como una metáfora del desplome de los relatos históricos pétreos y homogéneos, trufados ahora de narraciones antes excluidas y en las que un boca a boca de padre a hijo tiene tanto valor como cualquier otra historia.

Y así puede entenderse también la Estatua de la Libertad, igualmente fragmentada, (We are the People, 2011-2013) que puede verse en la gran sala curva del espacio parisino. Se trata de uno de los símbolos más poderosos del mundo pero su constitución como estatua es insólitamente frágil (es una chapa de cobre de tan sólo 2,5 milímetros, tan endeble, debió de pensar Vo, como los conceptos que representa). La pieza concentra todas las inquietudes del artista y su imponente presencia le da un sesgo referencial en la exposición, pero a mí no es el Vo que más me gusta. Prefiero la ironía apropiacionista de la serie de McNamara, las más sutiles exploraciones en torno a la propio y lo colectivo y el tipo de formalización más escueto y contenido, del que Vo ha hecho una de sus señas de identidad más reconocibles.

Fuente: Javier Hontoria (El Cultural)


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