martes, 25 de agosto de 2009

"EMIL NOLDE. ENTRE EL NAZISMO Y LA PINTURA DEGENERADA"

Desnudos y eunuco, 1912

Si hay algo que caracteriza a la obra de Nolde es la audacia en el uso del color y una libertad absoluta en el tratamiento de las formas. Algo que casa mal con su proximidad al nazismo. Tan mal, que finalmente el nazismo se desprendería de él, acusándole de practicar un arte degenerado.

Cuando Van Gogh deformaba en su pintura la naturaleza y el mundo que le rodeaba, y capturaba, casi a ciegas, los sentimientos y las pasiones del ser humano, anunciaba ya la sensibilidad expresionista que Munch, Ensor, Barlach, incluso Matisse (aunque por otros caminos), acabarían configurando en medio de un ventisquero de inquietudes que, en 1905, empezaron a codificarse en Dresden. Emil Nolde, que se uniría a ese grupo innovador –Kirchner, Schmidt-Rottluff, y sus compañeros– que había coincidido en la capital sajona, se convertiría en uno de los pintores expresionistas más relevantes, y la gran exposición realizada recientemente en el Grand Palais de París ha vuelto a poner de actualidad la figura de este pintor torturado, moderno pese a su conservadurismo, compañero de los nazis, original e insatisfecho, propenso a creer que el mundo conspiraba contra él, condenado por el III Reich al infierno de la degeneración. Esa retrospectiva parisina es una de las más importantes que nunca se han realizado sobre él: hay que retroceder hasta 1969 para encontrar, al menos en Francia, una muestra anterior suya de cierta importancia. En realidad, Emil Nolde se llamaba Emil Hansen, aunque adoptó como apellido la denominación de la pequeña aldea de Schleswig-Holstein donde nació, Nolde, situada en esa zona fronteriza de Dinamarca y Alemania, tantas veces disputada.
Tuvo una larga vida de casi noventa años que le permitió conocer el nacimiento del Deutsches Kaiserreich guillermino, su desaparición, la revolución alemana ahogada en sangre, la llegada de la República de Weimar y del Tercer Reich, el hundimiento del nazismo, y la división de Alemania. El joven vástago de una familia campesina, nacido en 1867, tal vez estaba destinado a continuar el duro trabajo de sus padres, pero se hizo tallista en madera y empezó a trabajar en una mueblería, donde se interesó por la escultura e incluso por la pintura, aunque de una forma intuitiva, inclinación que consolidaría durante sus estudios en Munich y en París. Tenía preocupaciones religiosas, que después se plasmarían en su obra; una inclinación al misticismo y, también, un sentimiento de pertenencia a la nación germánica, pese a ser hijo de una tierra de frontera, equívoca, cuestionada. De hecho, a consecuencia del Tratado de Versalles y de la rectificación de fronteras decidida por los vencedores de la gran guerra, en su región natal de Schleswig-Holstein se celebró un referéndum que convirtió al norte de Schlewig en territorio danés.
Con poco más de veinte años, Nolde había descubierto a Millet y a Whistler, y se instaló en Karlsruhe, donde asistió a la Escuela de Artes Aplicadas. Vivirá después en Saint-Gall, en Suiza, y, en 1899, recala en París, donde continúa asistiendo a academias, prolongando su periodo de aprendizaje, aunque tiene ya treinta y dos años. El museo del Louvre le permitirá estudiar a Tiziano y a Rubens y, también, a Puvis de Chavannes, aunque éste no le interesaba especialmente. Después, merodeó por la pintura de Manet, Degas, Daumier, aunque se reafirmó en sus inclinaciones contrarias al impresionismo, que le llevarían a oponerse a Liebermann, Corinth, Slevogt, exponentes del impresionismo alemán. En su evolución artística había rechazado los moldes de la Sezession berlinesa, y, cuando vuelve a su país (aunque Nolde se siente germánico), vive durante un año en Copenhague: en esa etapa le atrae la peculiar naturaleza del norte de Europa, esa región fría de marinas desbordantes, y estudia a Van Gogh y, después, a Gauguin.
A la capital francesa fue cuando terminaba el siglo, aunque París lo decepcionó, según nos cuenta Nolde en sus memorias. Allí, interroga a Manet (el padre involuntario del impresionismo, que había muerto casi veinte años atrás y cuya Olimpia había causado un escándalo antes de que el propio Nolde naciera), a Degas, a Van Gogh (también muerto diez años antes), aunque Renoir le parece prescindible. Pero el arte occidental está cambiando de una forma vertiginosa: una década después Nolde se interesa por Matisse, que tiene casi su misma edad, y que ya muestra inclinación por el arte primitivo africano, como el joven Picasso. Nolde frecuenta artistas, bebe de la tradición y de los movimientos contemporáneos, pero es un hombre solitario, con tendencia a aislarse de la vida, obsesivo, aunque permanezca muy atento a la evolución del arte en Europa. Tal vez por ello, su relación con la Sezession alemana y con Die Brücke fue circunstancial, y su expresionismo es singular, exaltado, casi fanático. Esa curiosidad por el arte que Europa llama primitivo aumentará en Nolde hacia finales de 1911, cuando frecuenta el Museo etnológico de Berlín (antes de su salida en la expedición alemana que se dirige a los mares del Sur) y, en él, observa con detenimiento máscaras africanas y melanesias, arte egipcio, copto y chino, que influirán en su evolución.
En 1901, Nolde alquila un apartamento en Berlín: observa las noches locas, aunque escribe: “no amo estar aquí”; algo que no le impide decir también que Berlín es una ciudad estimulante. Los primeros años del siglo XX, previos a la gran guerra, son los que denominará en sus memorias “los años de combate”. No sospechaba hasta qué punto iban a cambiar la historia. En la capital alemana observa el espectáculo de la decadencia de la sociedad burguesa, y lo pinta con personajes vestidos con fracs negros que contrastan con los colores brillantes, las luces artificiales, el apogeo de la nueva gran potencia alemana que quiere disputar a Londres y París el secreto de la hegemonía y la gloria del mundo capitalista. Es ya un hombre maduro, y los años corren veloces. En 1906, el grupo Die Brücke (Kirchner, Schmidt-Rottluff, Heckel, Pechstein y otros) invita a Nolde a Dresden. A todos ellos les atraen las tempestades de colores de Nolde, que acepta la invitación del grupo para colaborar. Sin embargo, es un hombre mayor (tiene ya casi cuarenta años) que los pintores de Die Brücke y, poco después, Nolde abandona Dresden y se va a vivir a la isla de Alsen, pegada a la península danesa, una tierra que en ese momento es alemana, aunque volvería a ser danesa después de la gran guerra. Esa dualidad de Alsen puede aplicarse también a Nolde: a veces, es danés; en ocasiones, alemán, aunque acaba predominando el germanismo. Sigue muy interesado en la pintura, pero también en los grabados en madera, en las litografías. Los colores violentos, el primitivismo, son rasgos que le unen a otros expresionistas de principios de siglo, aunque no por ello deja de ser un solitario. En la retrospectiva parisina podían verse obras de su primera etapa: Mar, atmósfera luminosa, de 1901, con la línea del horizonte remarcada en blanco; Claro de luna, de 1903, con una casa en primer término, una claridad en medio del atardecer, que denota soledad, tal vez la que él mismo sentía. También, El huésped de vacaciones (hombre bajo los árboles), de 1904, donde un hombre lee bajo un árbol, y la atmósfera está llena del colorido impresionista, con grumos de pintura por el lienzo; Primavera en la habitación, de 1904, con una mujer ensimismada. De igual forma, podía verse el inquietante Retrato de Ada, de 1903, donde su mujer se sujeta la cabeza y mira al espectador con ojos inquisitivos. En 1906, ya en contacto con Die Brücke, Nolde trabaja el grabado sobre madera, de aspecto rudo y antiburgués, muy querido por los expresionistas. Además, desarrolla la litografía. Dos personajes en el albergue, de 1908, es apenas unas tacas negras en el papel, que perfilan de forma imprecisa a los personajes. Y Los mineros, de 1908, tela que muestra a un grupo de cuatro picadores sentados a la mesa, conversando, donde el personaje de la derecha recuerda vagamente a Bakunin.
Los grabados en madera expresionistas de Nolde son negros, ásperos, deliberadamente “feos”, y las pinturas de 1906 y 1907, con jardines, denotan un abuso del color, un caos abigarrado que confunde objetos y personas para fundirlo todo en una orgía cromática. En esos años, pinta también lienzos con figuras que conversan, que están de pie, en la naturaleza, en jardines, vestidos con largas túnicas hasta los pies. De ese tiempo es El pintor Schmidt-Rottluff, de 1906, donde vemos a su camarada con gorra y un cigarro en la mano, que se confunde en la disposición grandes manchas, en una tela feudataria del fauvismo. Poco después del inicio de la gran guerra, Nolde vuelve a la isla de Alsen, y allí pinta más de ochenta cuadros, aprovechando sus recuerdos del viaje a los mares del Sur iniciado el año anterior. En esos años, trabaja con pasión: Retrato de hombre (Gustav Schiefler), de 1915, donde el personaje está con sombrero de copa, gafas, y una atmósfera mortuoria a la que ayuda una mirada fría, sin ojos apreciables. Su obra religiosa empieza a ser muy importante: hasta el punto de que, entre 1909 y 1951, Nolde pinta cincuenta y cinco cuadros de esa temática. Sin duda, la serie La vida de Cristo, que ilustra en nueve lienzos momentos relevantes de ese profeta y dios, es su trabajo más notable en esa época, considerada por muchos como su obra más importante. La serie, de 1911-1912, tiene nueve episodios, con escenas del nacimiento, y otras que muestran a Jesús con los doctores del templo; a los reyes magos a Cristo y Judas, a las mujeres en la tumba, y al apóstol Tomás. La impresión del conjunto es poderosa, con el estallido de colores y las figuras estilizadas del expresionismo. Antes, había pintado Cristo en Betania, de 1910, con el nazareno y dos mujeres, en ese pueblecito en el monte de los olivos no lejos de donde el resucitado ascendió a los cielos, representados en una actitud equívoca, puesto que parecen más unas amigas conversando que figuras relevantes del cristianismo. El profeta tiene el cabello rojizo, decididamente femenino. También es de esos años La crucifixión, de 1912, con la gran figura del Cristo, esquelética, doliente, y, a sus pies, María Magdalena, María y Juan, y los dos ladrones crucificados, cuadro inspirado en el retablo renacentista de Grünewald, y, abajo, soldados y mujeres. Así como La resurrección, de 1912, con una fantasmal figura de Cristo que surge de las sombras. Y La Ascensión, del mismo año, con el nazareno que semeja una mujer exhibiéndose en medio de un grupo de hombres. Y La incredulidad de Tomás, de 1912, con el personaje bíblico a quien Cristo, también afeminado, enseña sus llagas, pese a parecer una figura que se comporta como si llevase un vestido de noche. Fueron pintadas en Berlín, simplificando la forma de las figuras, con un deliberado primitivismo, que modela toscamente los personajes.

La crucifixión, 1912

A partir de mediados de los años veinte, Nolde se instala en Seebüll: no tardaría mucho en llegar la época nazi y, con ella, su triunfo fugaz y su desgracia. Nolde había dicho: “No conozco nada de política. Arte y política me parecen opuestos.” Sin embargo, Nolde pasó de una sensibilidad próxima a la izquierda revolucionaria (aunque nunca tuvo el vigor crítico y la aspereza del Beckman posterior a la gran guerra, ni, mucho menos, el rigor y la denuncia ante el espectáculo de la podredumbre del capitalismo que mostraron Grosz o Dix) al apoyo a la causa nacionalista. Nolde tiene 66 años cuando los nazis llegan al poder: ha vivido treinta y tres años en cada uno de los dos siglos. Está viejo, cansado, pero espera grandes cosas del nazismo, sin saber que él mismo pasará del nacionalismo y de la exaltación hitleriana a la infamia del arte degenerado. En abril de 1933, Nolde saluda en una carta el “hermoso levantamiento del pueblo alemán”, el mismo mes en que los nazis cierran la Bauhaus de Berlín, decisión que no parece inquietarle. En ese año en que las olas del peligro llegan a todos los puertos alemanes, la Liga nacional-socialista de estudiantes propone a Nolde como presidente de las Escuelas de arte unidas. Nolde lo rechaza “para preservar su independencia”, pero se ve obligado a dejar la Academia prusiana de bellas
artes. En ese momento, Goebbels era favorable al expresionismo, y compite con el reichsleiter Alfred Rosenberg para conseguir el control de la cultura en el III Reich. El ministro de Propaganda apuesta por autores como Nolde y Munch en la búsqueda de un arte racial que sea una de las expresiones culturales de la nueva Alemania nazi. La ambivalente actitud de los nazis hacia el arte moderno, que se debate en sus inicios entre la inclinación de una parte de la juventud nazi hacia el expresionismo, y el afán de satanizar la pintura moderna como fruto de la conjura bolchevique y de la influencia judía, termina cuando Hitler proclama su aversión hacia el arte moderno. En noviembre de 1933, Nolde, Schmidt Rottluff, Heckel, Barlach, Behrens, entre otros, son invitados a la inauguración oficial de la Cámara de Cultura del Reich, pero no todos responden con el entusiasmo de Nolde, que es también invitado por Himmler a Munich: todo parece sonreírle, y el pintor está fascinado por el discurso de Hitler, a quien califica de “genial hombre de acción”.
Después de la muerte de Hindenburg, en 1934, Goebbels impulsa el culto a Hitler. Una declaración de lealtad, publicada en el Völkischer Beobachter (El observador popular, órgano oficial del partido nazi, NSDAP) lleva las firmas de Furtwängler, Richard Strauss y Nolde, entre otros muchos intelectuales y artistas. En septiembre de ese mismo año, Nolde se afilia al NSAN, National-Sozialistische Arbeitsgemeinschaft Nordshleswig, una cooperativa nazi. Poco después, el NSAN es absorbido por el partido nazi del norte, NSDAP-N. De hecho, desde los años veinte, Nolde había colaborado con grupos que están en el origen del nazismo. En 1934, Nolde es miembro de los grupos nazis de Schleswig-Holstein, que se integrarán en el NSDAP poco después. En esos años, su lenguaje coincide con el discurso del nacionalsocialismo: Nolde califica a los judíos como “hombres diferentes a nosotros”; no acepta la menor crítica a Hitler y quita importancia a la represión nazi, pese a todas las señales de alarma: el dirigente comunista Ernst Thälmann había sido detenido ya en 1933, y el KPD era perseguido con saña, en un momento en que Hitler ensangrentaba a Alemania: no debe olvidarse que Dachau, el primer campo de concentración nazi, se fundó en 1933, y Bergen-Belsen y Sachsenhausen en 1936. Esa actitud de Nolde, oportunista, acomodaticia, cómplice, lleva a que algunos de sus amigos, como Kirchner y Heckel, se distancien de él. Igual que Nolde, Heckel pasará de ser invitado por los nazis en 1933 a formar parte del arte degenerado, pero su evolución política será distinta. Sin embargo, Nolde no se imagina que su vida esté a punto de cambiar.
En 1937, el tribunal de Hamburgo delibera sobre la adhesión de Nolde al NSDAP. Concluye, el 18 de marzo, afirmando que Nolde “no se adhirió” al partido nazi, una forma de situarlo en la marginalidad, pese a las evidentes muestras de adhesión al nazismo que el pintor había manifestado. En julio de 1937, se sella su destino en la Alemania nazi cuando se realiza la exposición de “arte degenerado”, en Munich Nolde está representado en la muestra con cuarenta y ocho pinturas, junto a obras de Chagall, Grosz, Dix, Munch, Beckmann, Klee, Max Ernst, Kandinski, Marc, y sus viejos compañeros Kirchner, Schmidt-Rottluff y Pechstein, entre otros. Nolde ha pasado a ser un pintor degenerado, un exponente del arte que se opone a la pureza racial, que corrompe el ideal de la tradición donde debe mirarse Alemania. Así, más de mil obras de Nolde son retiradas de los museos alemanes. Es aislado por el poder nazi, y el pintor interpreta esa decisión como un eslabón más de la cadena de enemigos que ha tenido a lo largo de su vida y que, según él, siempre han pretendido marginarlo: desde los judíos, hasta los marchantes, pasando por la prensa, por algunos artistas como Max Liebermann (que había fundado junto a Walter Leistikow la Sezession berlinesa, y que fue considerado, junto a Lovis Corinth y Max Slevogt, uno de los más notables impresionistas alemanes), y culminando con los nazis. A quien padece manía persecutoria no hay nada que le reafirme más en su obsesión que una persecución real. Sin embargo, a la hora de las quejas, Nolde no quiere reparar en su inicial acercamiento al nazismo, ni en los éxitos que ha conseguido desde los años veinte. Nolde tiene una salud precaria en ese momento: es operado de un cáncer de estómago, en una curiosa coincidencia con Matisse, que padeció un cáncer de duodeno, también a edad avanzada. En ese 1937, Nolde tiene ya el viento de la historia en contra: sus obras son consideradas un ultraje a la raza aria, pero sigue intentando conseguir los favores del nazismo, hasta el extremo de que, en julio de 1938, intenta ponerse en contacto con Goebbels, y proclama, en la carta que le dirige, su defensa del partido nazi y del régimen nacionalsocialista, además de exaltar la idea de la germanidad y la importancia histórica del nazismo. Solicita, además, que se le devuelvan las obras que están en poder del Estado nazi. Goebbels no le contesta, pero le envía al pintor las obras pedidas. Esa patética sumisión de Nolde, humillante y oportunista, no le servirá de nada.
Algunas de sus etapas artísticas son muy precisas, identificables: las pinturas surgidas durante su viaje a los Mares del Sur, o las que pintó en el Berlín anterior a la gran guerra, documentando los cabarets, como hizo Toulouse-Lautrec en el París finisecular. Las acuarelas sobre figuras exóticas, de Papúa, de las islas del archipiélago de Bismarck, inspiradas durante ese viaje por el océano Pacífico entre 1913 y 1914. O sus obras sobre cuestiones religiosas, tan obsesivas; o sus marinas, tan pertinentes en un hombre nacido en una pequeña península, cerca del mar. En su tierra natal pintó los canales y el Mar del Norte; campesinos y pescadores daneses. La cuestión de la autenticidad, que tanto obsesionó a Gauguin, intentando encontrarla en la naturaleza y en la vida primitiva, está también en Nolde, como puede verse en las obras que pintó durante ese periplo por el Pacífico. Antes de de su viaje a Papúa, ese territorio disputado por británicos, alemanes y holandeses, había descubierto, en el Museo etnográfico berlinés, el arte primitivo, interesándose por objetos africanos, coreanos, chinos. Merece la pena que nos detengamos un momento en ese viaje de Nolde. La aventura se inició en Berlín, el 3 de octubre de 1913, de donde partió con su mujer, Ada. Era una expedición organizada por el Reichskolonialamt (la Oficina imperial para las colonias) y dirigida por los doctores Külz y Leber, que fue quien le ayudó a participar. Llegaron en tren a Moscú, donde permanecieron entre el 4 y el 7 de octubre, en la atmósfera opresiva del zarismo. Atravesaron después Siberia y la Manchuria: pasaron por Omsk, Tomsk, Irkust, Harbin (ya en China), y llegaron a Seúl, en Corea, que en ese momento estaba ocupada y convertida en colonia por el Japón. Alcanzaron después Kioto, Tokio, Nagasaki. De nuevo en China, llegaron a Pekín el 10 de noviembre de 1913, y pudieron admirar la ciudad prohibida y las tumbas Ming, para viajar después a Huangshi, y, en barco, llegar a Shanghai el 20 de noviembre de 1913, donde Nolde realiza una serie de acuarelas, sobre todo de juncos. Continuaron en barco hasta el río de la Perla, para visitar Hong-Kong y Cantón, y desembarcaron en Manila el 2 de diciembre. Después, visitaron las islas Carolinas, que eran colonias alemanas. Finalmente, llegaron a Madang, ya en Papúa, donde permanecieron desde el 10 de diciembre de 1913 hasta el 20 de mayo de 1914.
Ha ido trabajando a lo largo del viaje: a finales de ese 1913, Nolde remite a Alemania unas doscientas cincuenta acuarelas. Después va a otras islas: Manus, Kavieng, Rabaul, aunque la parte más relevante de su viaje es el periodo de enero a abril de 1914, cuando pinta las obras más notables de esa aventura: puede disponer, incluso, de una vieja cárcel (en Käwieng, en la pequeña isla de Nusa) que le facilitan las autoridades coloniales para que la utilice como taller. En la isla de Manus, visita a los que consideran indígenas hostiles y pinta acuarelas teniendo el revólver al alcance de la mano, igual que su mujer, que le acompaña: confiesa en sus memorias que nunca había pintado con una tensión tan extrema. Nolde pinta retratos y paisajes, con pasteles y acuarelas, y unas decenas de óleos. Después, inicia el regreso a Alemania: pasa por Ambón, en las islas Molucas; por Makassar, en las islas Célebes, para llegar a Yakarta el 20 de junio, donde se interesará por el teatro javanés. Alcanza después Singapur, Penang; Rangún, donde admira los templos birmanos, Mandalay; de nuevo, Penang, y de allí salta a Colombo, en la vieja Ceilán colonial. Llegan después a Adén, en el Yemen, y atraviesan el Mar Rojo y el canal de Suez para llegar a Port Said, y, después, a Marsella.
Nolde no pintó muchos óleos durante el viaje, pero sí acuarelas y piezas con la técnica del pastel, y el material que recoge le será útil después. Tuvo algunos percances durante el regreso: el más molesto fue cuando las autoridades británicas le confiscaron las pinturas y los equipajes durante la travesía del canal de Suez y, aunque por un azar, pudo recuperarlas en 1921, en Gran Bretaña, muchas serían destruidas durante los bombardeos de Berlín al final de la Segunda Guerra Mundial. Ese viaje aumentó su gusto por las figuras exóticas, indígenas y máscaras africanas, que ya se había manifestado en 1911, y por siberianos y rusos, en pinturas de los años 1914 y 1915. De sus inclinaciones y apuntes surgirían Familia papúa, de 1914; y Salvajes de Nueva Guinea, de 1915; así como El soberano, de 1914: una pintura orientalista, con un visir ataviado con turbante, con odaliscas desnudas detrás de él. O Desnudos y eunuco, de 1912, donde se aprecian a dos mujeres y el eunuco. Pero sus mejores obras son las expresionistas, anteriores a la gran guerra, como En el hostal del pueblo, de 1912. También algunas, delicadas, como Nadja, de 1919, donde vemos un rostro de mujer, con ojos azules y labios rojos. Algunas pinturas son inquietantes, como Animal y mujer, de 1931-35, donde un enorme animal (¿perro, león?) está sobre una mujer desnuda, sugiriendo un contacto sexual.
Los grandes girasoles que Nolde pinta a final de los años veinte, y los paisajes marinos, a veces encendidos, a veces tenebrosos, muestran su intimidad con la naturaleza y el mar, que pinta antes de la gran guerra con mucha frecuencia, con tendencia a presentarlo como un peligro, un mar bravío. En la muestra de París podía verse Sol de los trópicos, de 1914, un magnífico paisaje, con un sol rojo, en un cielo de cinabrio. Crepúsculo, de 1916, que nos enseña un atardecer moribundo, verde y amarillento, amenazador, donde, como en otras de sus telas de paisajes, parece encerrarse la sabiduría y la tradición que llegaba al siglo XX desde Patinir y Carracci hasta Turner y Constable, pasando por la escuela de Barbizon, sin olvidar la mirada alemana de Philipp Otto Runge y de Caspar David Friedrich (que, curiosamente, iría a morir a Dresden).
Su vejez es amarga. En 1939, obras de Nolde son destruidas. Se convierte en una víctima del nazismo, aunque en ningún momento su vida estará en peligro: recibe un trato de favor, no en vano había colaborado con el régimen hitleriano, comportándose de una forma oportunista. Para justificar esa actitud de Nolde, sus defensores y quienes han intentado ser comprensivos con su trayectoria han hablado de la senectud del pintor, de su ingenuidad, incluso de su inconsciencia, pero lo cierto es que mientras otros intelectuales alemanes arrostraban el exilio, incluso la muerte, Nolde ni siquiera se pronunció contra el nazismo, ni se distanció del régimen. Al contrario.
En 1940, Nolde se instala en Seebüll, junto a la frontera danesa y, en el verano de 1941, le notifican la prohibición de pintar: unos meses antes se había rebajado a enviar a la Cámara de Bellas Artes del Reich sus obras más recientes para que fuesen evaluadas. Muy a su pesar, ha pasado a ser un apestado, un pintor que no acompaña a las glorias del III Reich, un artista que no puede aportar nada al alma heroica que los jerarcas del régimen quieren que exprese el nuevo arte alemán: Nolde está atrapado entre el nazismo y la pintura degenerada. Se ve obligado a pintar clandestinamente y, así, pintará más de mil acuarelas de pequeño formato, que llamará los cuadros no pintados. Muchas, son de una gran sencillez y belleza, como la que tituló Mar claro, costa arbolada y dos veleros. En 1942, Nolde se va a Viena, controlado por la Gestapo. Dos años después, en 1944, su taller en Berlín es bombardeado. Pierde muchas obras, y pinturas de amigos como Klee, Feininger, Kandinski, Kokoschka. La guerra termina, y Berlín se convierte en un océano de ruinas. Nolde está en el final de su vida, aunque vivirá aún una década más. Después, como signo de los nuevos aires de guerra fría que llegan de Washington, es rehabilitado en 1951, y expone en la Biennale de Venecia y en la Documenta de Kasel, pero es ya una sombra del pasado, porque, pese a la fuerza de sus pinturas expresionistas, a la cólera de sus personajes de naufragio, a sus colores rebosantes y airados y al empeño glacial con que quiso triunfar enfangándose con el nazismo, tal vez Nolde no entendió nunca el mundo, ni la vida.

Texto de Higinio Polo (Fuente: El Viejo Topo, n° 256)

No hay comentarios: