Año: 1949
Duración: 96 min.
País: Japón
Dirección: Kenji Mizoguchi
Guión: Kaneto Shindô, Yoshikata Yoda (Novela: Kogo Noda)
Música: Senji Ito
Fotografía: Tomotarô Nashiki, Kohei Sugiyama (B&W)
Reparto: Kinuyo Tanaka, Mitsuko Mito, Kuniko Miyake, Ichiro Sugai, Shinobu Araki, Koreya Senda, Eitarô Ozawa, Zeya Chida, Eijirô Tono, Sadako Sawamura
Sinopsis: Oyakama, 1884. La famosa feminista Toshiko Kishida, del ascendente Partido Liberal, visita la localidad, proclamando la libertad y plena igualdad entre hombres y mujeres. Eiko, una joven del lugar, simpatiza con esos ideales feministas y liberales. Tras asistir a la vergonzosa venta, como si fuera un animal, de Chiyo, otra muchacha del pueblo cuyos padres, hundidos en la miseria, se ven obligados a comerciar con ella con tal de sobrevivir, Eiko se enfrenta a su despótico padre, partidario de la tradición, y decide irse a vivir a Tokio. Allí le espera Hayase, un muchacho de Okayama amigo suyo que también ha ido para estudiar pero que no recibe muy bien a Eiko, cuya presencia le incomoda. Eiko consigue empleo en un periódico y se pone a estudiar. Así conocerá a Kentaro Omoi, uno de los líderes más combativos del Partido Liberal, del cual se enamora y al que acompaña en su lucha en defensa de los obreros y de las mujeres oprimidas.
Crítica (Por Tomás Fernández Valentí): Como ya tuve ocasión de apuntar brevemente en mi comentario de Mujeres de la noche (1948) en este mismo portal, y siguiendo lo que explica al respecto Antonio Santos en su libro sobre el cineasta, entre 1940 y 1949 Kenji Mizoguchi firmó una docena de largometrajes, uno de ellos una de sus mayores obras maestras, Utamaro o meguru gonin no onna (1946), también conocida por los títulos castellanos de Utamaro y sus mujeres o Cinco mujeres en torno a Utamaro, así como la ya citada Mujeres de la noche, donde Mizoguchi incidía en una temática afín a parte de su filmografía: la prostitución. Sus películas de los cuarenta fueron producidas por la productora Shôchiku, propiedad de Shôchiku Shimokano, dentro de la cual, añade Santos, Mizoguchi llegó a ocupar el cargo de Presidente de la Corporación Laboral tras la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial (1); precisamente el título que aquí traemos a colación, Waga koi wa moenu (1949), a veces mencionada con el título castellano de Llama de mi amor y editada en DVD como Amor en llamas, fue el último trabajo de Mizoguchi para Shôchiku.
Basada en una novela de
Kôgo Noda (1893-1968) —en cuya trayectoria como guionista de cine
hallamos su contribución a algunas piezas fundamentales de Yasujiro Ozu,
como Cuentos de Tokio (1953), Buenos días (1959) o El sabor del sake (1962)—, Amor en llamas
vuelve a ser una de las enésimas exploraciones de Mizoguchi en torno al
universo femenino. La mujer y sus dificultades para liberarse y
realizarse como ser humano en el seno de una sociedad, un mundo,
dominados por el machismo y la prepotencia hacia el mal llamado sexo
débil vuelve a ser el eje de una ficción que, como siempre en estos
casos, tiene para Mizoguchi un carácter decididamente reivindicativo.
Como en muchas de sus más bellas defensas de la mujer —entre ellas, la
extraordinaria Historia del último crisantemo (1939) o esa maravilla de inagotable poesía que es La emperatriz Yang Kwei-Fei (1955), uno de los films más hermosos de la historia del cine—, Amor en llamas se ubica en un tiempo pasado para hablar, desde
el mismo, del presente. La acción arranca en el Japón de 1884, momento
en que el país del sol naciente se hallaba fuertemente escindido por las
luchas internas entre los partidarios de la tradición y los adeptos a
los nuevos aires ideológicos traídos por el comercio con Occidente y
defensores de políticas más modernas, entre ellas una notablemente
feminista para la época en virtud de la cual se pregonaba la igualdad
entre hombres y mujeres. No por casualidad, la película arranca con la
llegada a Okayama de Toshiko Kishida (Kuniko Miyake), representante del
Partido Liberal y una feminista de prestigio nacional; ahora bien, la
acción no gira en torno a esta última, sino alrededor de Eiko Hirayama
(Kinuyo Tanaka), una muchacha imbuida por las ideas de Kishida que, en
su lucha por la liberación de la mujer japonesa en general y de ella
misma en particular, se enfrentará a su despótico padre y será capaz, en
un arranque de audacia insólito en una joven nipona más o menos
acomodada como ella, de irse sola a Tokio para estudiar y trabajar de
manera independiente.
Si bien la temática de la
prostitución reaparece brevemente por mediación del personaje de Chiyo
(Mitsuko Mito), otra chica de Okayama a la que sus padres, inmersos en
la más absoluta miseria, se ven obligados a venderla como esclava, en
esta ocasión la mirada de Mizoguchi va dirigida hacia la denuncia de la
opresión de las mujeres en todas sus formas. De hecho, hay en su manera
de plantear la evolución del personaje de Eiko, desde cuyo punto de
vista se desarrolla el grueso del relato, una cierta inflexión irónica
(que no humorística: no es lo mismo ironía que humor), de modo que, a la
postre, tan prostituida es la desdichada Chiyo (a la que la pobreza y
la ignorancia convierten en alguien constantemente perseguido por la
desgracia) como la propia Eiko, la cual sin pretenderlo acaba
convirtiéndose en la «prostituta» de lujo de Kentaro Omoi (Ichirô
Sugai), un importante cargo del Partido Liberal del cual se ha enamorado
y, en principio, un decidido defensor de los derechos de las mujeres,
pero que al final se revela como alguien que practica la misma doble
moral de sus enemigos políticos: a espaldas de Eiko, Omoi toma una
amante, Chiyo, con lo cual denigra tanto a esta última, siempre
utilizada por los hombres para satisfacer sus «bajas pasiones», como a
la propia Eiko, a la que humilla sin tener en cuenta el amor sincero y
entregado de esta última, tan característico de muchas heroínas de
Mizoguchi.
La conclusión del film, un
tanto ingenua todo hay que decirlo, consiste en que las mujeres de
todas las distintas clases y extracciones sociales acaben uniendo sus
fuerzas para alcanzar esa libertad y completa equiparación con los
hombres que andan buscando: en la última secuencia, Eiko abandona a Omoi
y toma un tren, al cual se sube también Chiyo, arrepentida del daño que
le ha causado a su amiga y consciente de haber sido utilizada de nuevo
por un hombre, y le suplica que la deje acompañarla en su viaje… De
hecho toda la película está recorrida en su conjunto por un tono
reivindicativo, aderezado además con diversas escenas de reuniones de
miembros del Partido Liberal o de manifestaciones de protesta de los
obreros, que hacen de ella la que quizá sea la más política de las obras
de Mizoguchi, o al menos la que más de todas las que le conozco. Con
semejante material hubiese sido fácil que Amor en llamas
acabase derivando en un panfleto al uso, mas a pesar de la ingenuidad de
su conclusión, y del tono exaltado de las mencionadas secuencias de
reivindicación política, la película tiene tanta fuerza, está rodada con
tanta convicción y, a ratos, es tan bella cinematográficamente
hablando, que hace olvidar ese tono discursivo en beneficio de un buen
puñado de momentos de cine. Como siempre en su autor, el virtuosismo de
los movimientos de cámara imprime una notable energía y viveza a las
escenas corales, en particular los travellings que acompañan al
cortejo de Toshiko Kishida durante su visita a Okayama (que transmiten
una vitalidad casi contagiosa), o la espléndida panorámica combinada con
plano general en semipicado sobre la pelea de los miembros del Partido
Liberal contra sus rivales políticos (que expresa con sencillez y
maestría el caos y la turbulencia emocional del fragmento de la historia
del Japón aquí retratado). Las escenas en las cuales asistimos a las
feroces torturas sobre las mujeres trabajadoras encerradas en la misma
fábrica de tejidos donde están empleadas por sus desaprensivos
capataces, y que culminan con el desesperado incendio provocado por
Chiyo en un arrebato de locura, tiene una fuerza a la altura de los
mejores retratos de Mizoguchi sobre la explotación de la mujer, como Mujeres de la noche (1948), El intendente Sansho (1954) o La calle de la vergüenza (1956). Pero, incluso por encima de esos momentos «fuertes», lo que subyace en Amor en llamas es la sutilidad y elegancia de gestos y miradas, gracias a los cuales
su algo grueso discurso feminista adquiere así el valor de una poética
declaración de principios.
Fuente: Cinearchivo
VER PELICULA CON SUBTITULOS EN CASTELLANO: https://zoowoman.website/wp/movies/amor-en-llamas/
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