miércoles, 18 de abril de 2012
LUIGI NONO EN LA SELVA
El director teatral argentino Rodrigo García estrena su versión de A floresta é jovem y cheja de vida, ópera del compositor veneciano Luigi Nono dedicada al Vietcong que inaugura el ciclo Operadhoy en Madrid
Por Jesús Ruiz Mantilla
Si Luigi Nono levantara la cabeza y viera el panorama, le sería muy difícil resistirse al primer impulso de volver a la tumba y permanecer en el difuso suspenso serial que deben tener para él las notas del sueño eterno. Aunque si por algo podría permanecer despierto este comunista irredento, nacido en 1924 en el seno de una familia veneciana de postín, era por comprobar cómo su pieza musical A floresta é jovem y cheja de vida (La selva es joven y está llena de vida), dedicada ni más ni menos que al Vietcong, abre el festival Operadhoy. Lo hace con un montaje que es estreno mundial, concebido por el no menos radical director de escena argentino Rodrigo García. Cuando Nono murió también en Venecia allá por 1990 había caído el muro de Berlín. Pero entonces a nadie se le ocurría ni por asomo que tras él se desmoronaría el Estado de bienestar, ni la construcción de un sueño europeo por el que él, decididamente comprometido contra los nubarrones del fascismo, luchó y creó desmarcándose del ensimismamiento espiritual en el que cayeron muchos de sus colegas contemporáneos pertenecientes a lo que se fraguó en Darmstadt en los años cincuenta.
Si el espectro de Luigi Nono paseara hoy por el Madrid de 2012 junto a Rodrigo García, observaría otra selva. Pero no tropical y luminosa, sino un gran pozo de pesimismo, un arrabal de brazos caídos y árboles secos, sordos a cualquier aviso de esperanza, una procesión deambulante plagada de derrotados. Pese a que los sonidos inquietantes, espectrales, bruscos, caóticos y a ratos escalofriantes de A floresta... trataban de homenajear una esperanza cálida y húmeda, la senda de su lucha se torció. Habría que preguntarle hoy a Nono si esa pintada que leyó en una pared de Toledo le animaría a algo. Ponía: "No hay caminos, hay que caminar". Según muchos de los que le conocieron, aquello inspiró gran parte de su último periodo hasta llegar a su gran obra culminante, Prometeo, la metáfora de la construcción de un hombre nuevo para un mundo nuevo que seguramente no debía ser este.
A floresta... fue compuesta por Nono en 1966. Es un trabajo firmemente experimental e inacabado a propósito, escrito a medias y concebido para ser improvisado en parte por voz de soprano acompañada por instrumental de percusión y la preponderancia de un clarinete. Eso en lo musical. El fondo ideológico es muy radical. Fue efectivamente dedicada al Vietcong cuando se urdía la catástrofe de Vietnam con su guerra, pero quería inspirar también a los movimientos de liberación en África y América Latina.
Sin embargo, García avisa: "Aquellos que conozcan la obra y se esperen una puesta en escena ilustrativa, con referencias al Vietcong o a las guerrillas en África o Latinoamérica, se llevarán una decepción con la parte teatral". Su visión requiere una puesta al día, según el director de escena. "Para mí, La selva es joven... tiene vigencia como universo sonoro; en cambio, su tema, el contenido, lo veo como parte de la historia y no me voy a ocupar en hablar de eso".
Lo hace, según este argentino emigrado a Asturias, por el bien de la partitura. "Si me centro en el contenido, atento contra la capacidad evocativa de la música. Por eso he introducido la obra sonora en un sandwich: antes y después hay textos que he escrito y que hablan de un momento social estúpido y cruel, como el de la obra, pero actual o futuro, y en tono casi fantástico. No quiero remontarme a los sesenta y setenta, aunque no olvido que aquella fue una época de utopías e intento rescatar algo de ese espíritu. Las posibilidades de equivocarme son grandes, pero no podría entender la pieza de otra manera si no es creando algo paralelo a la misma".
Nono creía en el poder revolucionario de las revueltas que se daban en lo que entonces se conocía como Tercer Mundo. Lo que no imaginaba es que 20 años después de su muerte, aquellas notas desgajadas en un laberinto atonal y como de ultratumba vienen que ni pintadas por su abuelo, artista perteneciente a la antigua escuela veneciana en el siglo XIX y que llevaba su mismo nombre, para inspirar también las ruinas de la vieja Europa.
De selva a selva, los sonidos de A floresta..., como los de su Prometeo o algunas otras obras suyas de referencia como Il canto sospeso, compuesto con cartas de condenados a muerte en la II Guerra Mundial, La fabbríca illuminata o su famoso Epitafio para Federico García Lorca inspiran bien una melancolía de idealismo arrastrado a la catástrofe o una necesidad de conciencia por resucitar.
Eso último es lo que Nono trató de aportar en la música de su tiempo. Vivió la era revolucionaria de Darmstadt intensamente. Por allí pasaron todos los compositores rompedores del momento, españoles incluidos de la generación del cincuenta como Cristóbal Halffter, Luis de Pablo, Antón García Abril o Carmelo Bemaola. Darmstadt, visto con distancia, fue un movimiento tan importante como la Segunda Escuela de Viena, liderada por su suegro Arnold Schoenberg, padre de Nuria, la esposa de Luigi Nono desde 1956.
Pero aquello acabó como el rosario de la aurora. Por motivos no solo estéticos, sino morales. Rabiosamente enfrentado a la cerrazón y el aislamiento que propugnaban John Cage o Karlheinz Stockhausen, Nono quiso oponerse a lo que consideraba un "suicidio espiritual". Su música debía ser consciente de que provenía de un mundo marcado por circunstancias —una concepción decididamente marxista—, para ser devuelta a la sociedad como punto de partida de una reflexión activa y comprometida con su tiempo.
A floresta... es un ejemplo proverbial de esa posición. También una evolución natural de la música vocal. Si la historia de este arte ha tenido dos vértices cruciales en Europa, estos han sido Alemania e Italia. El peso de la tradición ha sido enorme para los músicos del siglo XX. Tanto para destrozarla como para reconducirla. Y Nono, quizá muy consciente de que en su Venecia natal vino al mundo la ópera de manos de Monteverdi hace más de 400 años, se concentró en hacer perdurar este arte para su tiempo. La huella de Nono pisó también Argentina. Fue cuando Rodrigo García era un niño. Dio clases en el Instituto Di Telia y se distinguió por apoyar fervientemente una ópera perseguida por el régimen dictatorial de entonces: se trataba de una adaptación de Bomarzo, la novela de Manuel Mújica Láinez, que compuso Ginastera y que muchos consideraron una pieza pornográfica. Aquellos ecos debieron de ser tan legendarios que llegaron al García adolescente. "Tendría 17 años y, por aquel entonces, lo confundía con Berio...".
Fuera uno u otro, el chaval comenzó a interesarse por aquella música extraña que no tenía nada que ver con los discos de Lola Flores que escuchaba su padre. "La familia se componía de un carnicero (mi padre), una verdulera (mi madre) y yo (aprendiz de carnicero y verdulero). Como no me gustaba dedicarme al oficio cogía un tren desde nuestra casa, en un suburbio de Buenos Aires, hasta lo que llaman 'la capital' y ahí me metía en salas de teatro, cines, y recuerdo especialmente la sala de cámara del teatro Colón y un edificio en la calle Florida que hasta hacía no tantos años se llamaba Instituto Torcuata Di Telia: Luigi Nono había pasado por allí. Y seguían programando música contemporánea".
Hoy a García le ha tocado dar cuerpo a aquel recuerdo de Nono en la apertura del nuevo ciclo Operadhoy. Lo va a hacer acompañado de tres actores: Juan Loriente, Agnes Mateus y Nuria Lloansi, junto a la soprano Jihye Son, al clarinetista Carlos Calvez y un grupo de neopercusionistas. Está convencido de que su efecto será minoritario, pero real. No cree en la grandilocuencia de la provocación a gran escala con este tipo de obras. Más bien la encuentra en otras esferas.
"No hubo tal provocación en la escuela de Darmstadt. Es como decir que el surrealismo o Dada lo fueron. Pregúntele a un campesino lo que ha significado en su vida la obra de Duchamp o la música que hacían allí en los cincuenta. La provocación se llamó Adolf Hitler, y con su muerte se acabó todo eso", cree García. Por tanto, su tarea es otra, no provocar desde un escenario, menos en plan hostil. "Mi trabajo consiste en crear obras que puedan dialogar con cualquiera. Ya sé que al teatro no vendrán un albañil ni un minero, pero trabajo pensando que, por equivocación, tal vez sí. No encuentro esta filosofía alejada de la que tenía Luigi Nono".
La agresión proviene de otros frentes. "De los políticos, de esta democracia que pide a gritos aterradores la eutanasia. Nadie puede sentirse sacudido por ninguna obra en un teatro, los que afirman lo contrario son unos mentirosos o viven en otro mundo". Con La selva es joven... sacarán algo positivo quienes deseen y tengan ganas de vivir un momento infrecuente, piensa García. Pero no lo olvidarán. "La música de Nono interpretada en directo es una experiencia poética innegable. Somos pocos quienes la apreciamos. Pero existimos y nos merecemos disfrutarlo".
La selva es joven y está llena de vida. Música: Luigi Nono. Texto y dirección escénica: Rodrigo García. Ciclo Operadhoy. Teatros del Canal. Madrid. 18 y 19 de abril, http://www.musicadhoy.com/
Fuente: Babelia (El País)
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