Como artista casi autodidacta, Agustín Ibarrola ha construido desde su
juventud un lenguaje personal ligado a referentes del País Vasco (como
Aurelio Arteta, 1879-1940, o Daniel Vázquez Díaz, 1882-1969) y a sus
propias circunstancias personales. Considerado obrero e hijo de obreros,
ha canalizado su lucha pacifista por la libertad de expresión a través
de una simbología muy reconocible.
Durante la década de 1960 la obra de Ibarrola se había difundido en
gran parte a través de grabados desde el colectivo Estampa Popular. Sus
imágenes, talladas en linóleo y madera −materiales toscos que no
permiten gran detallismo y producen una calidad de línea gruesa y dura−,
pueden haber influido en su manera de trabajar la pintura. De su
condición de miembro fundador de Equipo 57 mantendrá en años posteriores el gesto geométrico y el intenso cromatismo.
Pese al discurso político de su obra, Ibarrola no sacrifica la calidad pictórica de su trabajo en pro de su ideología. El gran formato de este cuadro, en el que la figura roja del barco en plano contrapicado parece avanzar contra el mar, logra generar una majestuosa imagen que habla de su propio sentimiento de arraigo. En Ibarrola ¿un pintor maldito? (1978), de Javier Angulo, el artista declara: "el arte es ya en sí una herramienta política y lo que había que hacer era dotarla de un contenido profundo, ser conscientes de que el arte es siempre la traducción de pensamientos, ideologías, vivencias individuales, colectivas, que se asienta en las constantes de una cultura, de unos momentos históricos y de un tiempo concreto en la historia de cada pueblo”.
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