martes, 30 de diciembre de 2008

90 AÑOS DE LA FUNDACIÓN DEL PARTIDO COMUNISTA ALEMÁN (KPD)

"¿QUE QUIERE LA LIGA ESPARTACO?"
Discurso pronunciado por Karl Liebknecht a finales de 1918

Lo que sobre todo es necesario en este momento es tener una idea clara de los objetivos de nuestra política. Tenemos necesidad de una comprensión muy exacta de la marcha de la revolución, darnos cuenta de lo que ha sucedido hasta aquí para ver en que consistirá nuestra tarea futura.
Hasta aquí, la revolución alemana no ha sido más que un intento de poner fin a la guerra y superar sus consecuencias. Por eso su primer acto fue concluir un armisticio con las potencias enemigas y apartar a los líderes del antiguo régimen. La tarea de todos los revolucionarios consiste ahora en reforzar y ampliar sus conquistas.
Vemos que el armisticio que el gobierno actual negocia con las potencias adversarias es utilizado por estas para estrangular a Alemania. Esto es contrario a los objetivos del proletariado, puesto que tal trato no es compatible con el ideal de una paz digna y duradera.
El objetivo del proletariado alemán, como el del proletariado mundial, no es una paz provisional, basada en la violencia, sino una paz duradera, basada en el derecho. Esto no es lo que hace el go­bierno actual, el cual, conforme a su naturaleza, se esfuerza únicamente en concluir con los gobiernos imperialistas de los países de la Entente una paz provisional. No quiere afectar a los fundamentos del capital.
En tanto el capitalismo sobreviva —y esto lo saben todos los socialistas muy bien—, las guerras serán inevitables. ¿Cuáles son las causas de la guerra mundial? La dominación capitalista significa la explotación del proletariado y una ampliación creciente del capitalismo en el mercado mundial. Aquí se oponen violentamente las fuerzas capitalistas de los diferentes grupos nacionales, y el conflicto económico lleva inevitablemente al enfrentamiento de las fuerzas militares, a la guerra. Ahora se nos quiere arrullar con la idea de la Sociedad de las Naciones, que debe conducir a una paz duradera entre los pueblos. Como socialistas, sabemos perfectamente que tal organismo no es sino una alianza que no puede disimular su carácter capitalista, que está dirigida contra el proletariado y es incapaz de garantizar una paz duradera.
La concurrencia, que esta en la base de la socie­dad capitalista, significa para nosotros, socialistas, un fratricidio; por el contrario, nosotros queremos una comunidad internacional de hombres. Unicamente el proletariado aspira a una paz durable; ja­más el imperialismo de la Entente podrá dar esta paz al proletariado alemán. Este último la obtendrá de sus hermanos de Francia, de América, de Italia. Poner fin a la guerra mundial mediante una paz duradera y digna solo es posible gracias a la acción del proletariado internacional. Esto es lo que nos enseña nuestra doctrina socialista básica.
Ahora, después de la inmensa mortandad, se trata en verdad de crear una obra sólida. La humanidad entera ha sido lanzada al crisol ardiente de la gue­rra mundial. El proletariado tiene el martillo en su mano para forjar un mundo nuevo.
No se trata solamente de la guerra y de los estragos que sufre el proletariado, sino del régimen capitalista mismo, que es la verdadera causa de la guerra. Suprimir el régimen capitalista es la única vía de salvación para el proletariado, la única que le permitirá escapar a su sombrío destine
¿Cómo puede ser alcanzado este objetivo? Para responder a esta pregunta, es necesario darse cuenta claramente de que únicamente el proletariado puede, por su propia acción, liberarse de la esclavitud. Se nos dice: la Asamblea Nacional es la vía que nos lleva a la libertad. Pero la Asamblea Na­cional no es otra cosa que la democracia política formal, no la democracia que el socialismo siempre ha exigido. El carnet del voto no es la palanca que puede levantar y voltear al régimen capitalista. Sa­bemos que un gran número de países, por ejemplo, Francia, América, Suiza, poseen desde hace largo tiempo esta democracia formal. Pero en estas democracias reina igualmente el capital.
Es evidente que en las elecciones a la Asamblea Nacional, la influencia del capital, su superioridad económica, se hará sentir en el más alto grado. Grandes masas de la población se situarán, bajo la presión de esta influencia, en contradicción con sus verdaderos intereses y darán sus votos a sus adver­sarios. Ya por esta razón la elección de una Asam­blea Nacional no será jamás una victoria de la voluntad socialista. Es completamente falso creer que la democracia parlamentaria formal crea las condiciones propias para la realización del socialismo. Por el contrario, el socialismo realizado es la condición fundamental de la existencia de una ver­dadera democracia. El proletariado revolucionario alemán no puede esperar nada de la resurrección del antiguo Reichstag bajo la nueva forma de Asam­blea Nacional, puesto que esta tendrá el mismo ca­rácter que la vieja "boutique de bavardage" de la Koenigsplatz. Seguramente encontraremos allí a todos los señores ancianos que se esforzaban antes y durante la guerra en decidir de una forma tan fatal la suerte del pueblo alemán. Es igualmente probable que en esta Asamblea Nacional los partidos burgueses tengan la mayoría. Pero incluso aunque este no fuera el caso, incluso si la Asamblea Nacional tuviese una mayoría socialista que decidiese la socialización de la economía alemana, tal decisión parlamentaria quedaría como un simple pedazo de papel y se enfrentaría a una resistencia encarnizada de parte de los capitalistas. No es con el Parlamento y con sus métodos como se puede realizar el socialismo; aquí el factor decisivo es la lucha revolucionaria del proletariado, ya que solo el podrá fundar una sociedad según sus deseos.
La sociedad capitalista no es otra cosa que la dominación más o menos velada de la violencia. Esta sociedad tiende ahora a volver a la legalidad del "orden" precedente, a desacreditar y a anular la revolución que el proletariado ha hecho, a considerarla como una acción ilegal, una especie de malentendido histórico. Pero el proletariado no ha soportado en vano los mas pesados sacrificios durante la guerra; nosotros, los pioneros de la revolución, no nos dejaremos anular. Permaneceremos en nuestro puesto hasta que hayamos instaurado el reino del socialismo.
El poder político del que el proletariado se apode-ro el 9 de noviembre le ha sido ya arrebatado en parte, y se le ha arrancado, sobre todo, el poder de colocar en los puestos mas elevados de la administración a hombres de su confianza. Incluso el militarismo, contra la dominación del cual nos alzamos, vive todavía. Conocemos perfectamente las causas que han conducido a desalojar al proletariado de sus posiciones; sabemos que los consejos de soldados, al comienzo de la revolución, no comprendieron claramente su papel. Se han deslizado en sus filas numerosos calculadores astutos, revolucionarios de ocasión, cobardes que después del hundimiento del antiguo régimen, para salvar sus existencias amenazadas, se han unido nuevamente. En numerosos casos, los consejos de soldados han confiado a tales individuos puestos importantes, haciendo así de la zorra el guardián del gallinero. Por otra parte, el gobierno actual ha restablecido el antiguo Gran Estado Mayor y ha entregado así el poder a los antiguos oficiales.
Si ahora reina el caos por toda Alemania, la culpa no incumbe a la revolución, que se ha esforzado en suprimir el poder de las clases dirigentes, a las mismas clases dirigentes y el incendio de la guerra alumbrado por estas. "El orden y la tranquilidad deben reinar" nos grita la burguesía, y esta piensa que el proletariado debe capitular para que el orden y la tranquilidad se restablezcan; que debe entregarse el poder en manos de los que, bajo la mascara de la revolución, preparan ahora la contrarrevolución. Sin duda que un movimiento revolucionario no puede deslizarse sobre un parquet encerado; existen astillas y virutas en la lucha por una sociedad nueva, por una paz duradera.
Al entregar a los generales el Alto Mando del ejército para proceder a la desmovilización, el go­bierno ha hecho esta más difícil. Sin duda que la desmovilización seria mas ordenada si se hubiese confiado a la libre disciplina de los soldados. Por el contrario, los generales, armados con la autoridad del gobierno del pueblo, han intentado por todos los medios suscitar entre los soldados el odio hacia el gobierno. Por propia decisión, los generales han disuelto los consejos de soldados, prohibido desde los primeros días de la revolución la bandera roja y ha hecho quitar esta bandera de los edificios públicos. De esto es responsable el gobierno, que, para mantener el "orden" de la burguesía, ahoga a la revolución en sangre.
Osadamente se afirma que somos nosotros los que queremos el terror, la guerra civil, la efusión de sangre; osadamente se nos sugiere que renunciemos a nuestro trabajo revolucionario, a fin de que el orden de nuestros adversarios sea restablecido. No somos nosotros los que queremos la efusión de sangre, pero si es cierto que la reacción, en cuanto tenga la menor posibilidad, no dudara ni un instante en ahogar la revolución en sangre. Recordemos la crueldad y la infamia de la que es culpable la reac­ción, y no hace tanto tiempo aun. En Ucrania se ha entregado a un trabajo de verdugo; en Finlandia ha asesinado a millares de obreros. Esta es la labor sangrienta del imperialismo alemán, cuyos portavoces nos acusan hoy en la prensa calumniosa, a los socialistas, de querer el terror y la guerra civil.
¡No! Nosotros queremos que la transformación de la sociedad y de la economía se produzcan en el orden. Si ha de haber desorden y guerra civil, la responsabilidad será únicamente de los que siempre han reforzado y ampliado su dominación y su provecho por las armas y quieren hoy poner al proletariado bajo su yugo. No es a la violencia y a la efusión de sangre a lo que llamamos al proletariado, sino a la acción revolucionaria enérgica, para poner en marcha la reconstrucción del mundo. Llamamos a las masas de soldados y de proletarios a trabajar vigorosamente para la formación de los consejos de soldados y obreros. Los llamamos a desarmar a las clases dirigentes y a armarse ellos mismos, para defender la revolución y asegurar la victoria del socialismo. Solamente así podremos asegurar la vida y el desarrollo de la revolución en interés de las clases oprimidas. El proletariado revolucionario no debe dudar un solo instante en apartar a los elementos burgueses de todas las posiciones políticas y sociales; debe tomar el mismo el poder en sus manos. Sin duda, tendremos necesidad, para conducir con éxito la socialización de la vida económica, de la colaboración de los intelectuales burgueses, de los especialistas, de los ingenieros, pero estos deben trabajar bajo el control del proletariado.
De todas nuestras acuciantes tareas, ninguna ha sido emprendida por el gobierno actual. Por el contrario, el gobierno ha hecho todo lo posible por frenar la revolución. Y ahora nos enteramos que con la colaboración del gobierno se han formado en el campo consejos de campesinos, en esta capa de la población que siempre ha sido el adversario mas retrogrado y encarnizado del proletariado, en par­ticular del proletariado rural. A todas estas maquinaciones, los revolucionarios deben oponerse enérgicamente; deben hacer uso de su poder y orientarse resueltamente en la vía del socialismo.
El primer paso en este sentido consistiría en poner todos los depósitos de armas y toda la industria de armamentos bajo el control del proletariado. A continuación, las grandes empresas industriales y agrícolas deben ser transferidas a la colectividad. No cabe la menor duda de que esta transformación socialista de la producción, dado el grado de centra­lización de esta rama de la economía, puede ser realizada bastante rápidamente. Por otra parte, poseemos un sistema de cooperativas muy desarrollado, en el cual esta interesada igualmente y sobre todo la clase media. Esto también constituye un factor favorable para la construcción eficaz del so­cialismo.
Sabemos perfectamente que esta socialización será un proceso de larga duración; no disimulamos las dificultades a las que nos enfrentamos en esta tarea, sobre todo la situación peligrosa en que nuestro pueblo se encuentra actualmente. Pero ¿quien pue­de creer seriamente que los hombres pueden elegir a su gusto el momento propicio para una revolución y para la realización del socialismo? ¡La marcha de la historia no es esa precisamente! No se trata de decir: ni hoy ni mariana nos conviene la revo lución; será pasado mañana, cuando nuevamente tengamos pan y materias primas y nuestro modo de producción capitalista este en plena marcha, será entonces cuando estaremos dispuesto a discutir la construcción del socialismo. No, esta es una concep­ción falsa y ridícula de la naturaleza de la evolución histórica.
No se puede elegir el momento propicio para una revolución ni transferir esta revolución a una fecha que nos convenga. Pues las revoluciones no son en el fondo otra cosa que grandes crisis sociales ele-mentales, cuyo estallido y desarrollo no dependen de individuos aislados y que, pasando por encima de sus cabezas, se descargan como formidables tormentas. Ya Marx nos enseñó que la revolución social debe producirse en el curso de una crisis del capitalismo. Y bien, esta guerra es precisamente una crisis, por ello ha sonado la hora del socialismo.
En la víspera de la revolución, en el curso de la famosa noche del viernes al sábado, los dirigentes de los partidos socialdemócratas dudaban de que la revolución era inminente; no querían creer que el fermento revolucionario en las masas de soldados y obreros había progresado hasta tal punto. Pero cuando percibieron que había comenzado la gran batalla acudieron todos; si no, habrían corrido el riesgo de ser desbordado por el movimiento.
Ha llegado el momento decisivo. Estúpidos y débiles serán los que lo consideren inoportuno y lamenten que haya llegado precisamente ahora. Todo depende de nuestra resolución, de nuestra voluntad revolucionaria. La gran tarea para la que nos hemos preparado desde hace tanto tiempo exige ser cumplida ahora. ¡La revolución está ahí, debe ser desencadenada! No se trata de preguntarse quien, sino como. La cuestión esta planteada, y dado que la situación en que nos encontramos es difícil, no podemos decir que este no es el momento de hacer la revolución.
Repito que no desconocemos las dificultades del momento. Ante todo, somos conscientes de que el pueblo alemán no tiene ninguna experiencia, ninguna tradición revolucionaria. Pero, por otra parte, la tarea de la socialización esta esencialmente facilitada al pueblo alemán por toda una serie de circunstancias. Los adversarios de nuestro programa nos objetan que, en una situación tan amenazante como es la de hoy, tan preocupados por el paro, por la escasez de artículos alimenticios y materias pri­mas, es imposible emprender la socialización de la economía. Pero ¿acaso el gobierno de la clase ca­pitalista, como consecuencia de una situación por lo menos tan peligrosa, no ha tornado medidas extremadamente enérgicas que han transformado por completo la producción y el consumo? Y todas estas medidas han sido tomadas para servir los fines guerreros, en interés de los militaristas y de las clases dirigentes, para permitirles subsistir.
Las medidas de economía de guerra no han podido ser aplicadas más que gracias a la autodisciplina del pueblo alemán; en su tiempo, esta autodisciplina estaba al servicio del genocidio y era contraria a los intereses del pueblo. Ahora debe servir a los intereses del pueblo y ser utilizada para transformaciones mucho mas profundas que jamás hayan sido conocidas. Al servicio del socialismo, esta autodisciplina creara la socialización. Precisamente son los social-patriotas los que han calificado estas medidas económicas de socialismo de guerra, y Scheidemann, celoso defensor de la dictadura militar, las defendió con entusiasmo. Pues bien, nosotros debemos considerar este socialismo de guerra como una transformación de nuestra vida económica, que preparara la vía de la realización de la verdadera socialización bajo el signo del socialismo.
El socialismo es inevitable, y debe venir precisa-mente porque es necesario superar el desorden del que se lamentan tanto actualmente. Pero este des­orden es insuperable en tanto continúen en sus posiciones las fuerzas económicas y políticas del capitalismo; ellas son las que han provocado el caos.
Hubiese sido deber del gobierno intervenir y actuar rápida y enérgicamente. Pero este no ha hecho avanzar ni un paso a la socialización. ¿Qué ha hecho para resolver el problema del aprovisiona-miento de la población? El gobierno ha dicho al pueblo: "Es necesario que seas prudente y que te conduzcas convenientemente, entonces Wilson te enviara alimentos". Esto es lo que nos dice día tras día la burguesía, y la que no hace aun unos meses no encontraba palabras suficientemente injuriosas para cubrir de cieno al Presidente de los Estados Unidos, se entusiasma ahora con él y cae a sus pies llena de admiración —a fin de recibir de el alimentos—. Si, efectivamente, Wilson y sus amigos puede ser que nos ayuden, pero solamente en la medida en que esta ayuda corresponda a los intereses del capitalismo de la Entente. Ahora, todos los enemigos declarados o disimulados de la revo­lución proletaria se apresuran a glorificar a Wilson como un amigo del pueblo alemán; mas este Wilson humanitarista ha aprobado las crueles condiciones del armisticio impuestas por Folch y contribuido a aumentar hasta el infinito la miseria del pueblo. No, nosotros no creemos ni un solo instante, nos-otros, socialistas revolucionarios, en las mentiras del humanitarismo de Wilson, el cual no hace ni puede hacer otra cosa que representar de forma inteligente los intereses del capitalismo de la Entente. ¿A quien sirven, en realidad, las mentiras de la burguesía y de los social-patriotas? Sirven para persuadir al proletariado a que abandone el poder que ha conquistado por la revolución.
Nosotros no caeremos en la trampa. Colocamos nuestra política sobre el suelo de granito del prole­tariado alemán, sobre el suelo de granito del socia­lismo internacional. No conviene ni a la dignidad ni a la tarea revolucionaria del proletariado que nosotros, que hemos comenzado la revolución so­cial, confiemos en la benevolencia del capital de la Entente; nosotros contamos con la solidaridad revo­lucionaria y la combatividad de los proletarios de Francia, de Inglaterra, de Italia y de América. Los pusilánimes y los incrédulos desprovistos de todo espíritu socialista nos dicen que somos locos al esperar que estalle una revolución en los países vencedores en la guerra. ¿Qué es lo cierto? Claro está que sería estúpido pensar que en un instante, a una orden, la revolución va a estallar en los países de la Entente. La revolución mundial, nuestro objetivo y nuestra esperanza, es un proceso histórico bien complejo para que estalle golpe a golpe en unos días o en unas semanas. Los socialistas rusos han previsto la revolución alemana como consecuencia necesaria de la revolución rusa, pero un año después de que esta revolución estallara todo esta en calma en Alemania, hasta que al fin suene la hora.
Es comprensible que en estos momentos reine en los pueblos de la Entente una cierta embriaguez de triunfo. La alegría producida por el aplastamiento del militarismo alemán, por la liberación de Francia y Bélgica es tan grande que no debemos esperar, por el momento, un eco revolucionario por parte de la clase obrera de nuestros antiguos enemigos. Por otra parte, la censura existente todavía en los países de la Entente impondrá brutalmente silencio a quien llamara a unirse al proletariado revolucio­nario. Igualmente es necesario no olvidar que la política de traición criminal de los social-patriotas ha tenido por resultado romper durante la guerra los lazos internacionales del proletariado.
De hecho, ¿qué revolución esperamos nosotros de los socialistas franceses, ingleses, italianos y americanos? ¿Qué objetivo y qué carácter debe tener esta revolución? La del 9 de noviembre se impuso como tarea, en su primer estadio, el establecimiento de una república democrática y tenía un programa burgués. Nosotros sabemos muy bien que esta re­volución no ha ido más lejos: ha llegado al estadio actual de su desarrollo. Pero no es una revolución de este género la que esperamos del proletariado de los países de la Entente, por la siguiente razón: Francia, Inglaterra, América e Italia gozan, desde largo tiempo, desde decenios e incluso siglos, de estas libertades democráticas por las que nos hemos batido nosotros el 9 de noviembre. Estos países tienen una Constitución republicana, precisamente la que la Asamblea Nacional tan ensalzada debe, en primer termino, concedernos, pues la realeza en In­glaterra e Italia no es mas que un decorado sin importancia, una simple fachada. Así, nosotros no podemos pedir al proletariado de otros países que desencadenen la revolución social en tanto que nosotros no la hayamos desencadenado. Corresponde a noso­tros dar el primer paso. Cuanto más rápida y más enérgicamente dé el proletariado alemán el buen ejemplo, más rápida y más enérgicamente nos seguirá el proletariado de los países de la Entente.
Pero para que este gran proyecto del socialismo se realice, es indispensable que el proletariado conserve el poder político. Ahora no puede haber duda: lo uno o lo otro. O el capitalismo burgués se mantiene y continúa haciendo la felicidad de la humanidad con su explotación y su esclavitud asalariada y el peligro permanente de guerra que representa, o el proletariado toma conciencia de su tarea histórica y de sus intereses de clase y se decide a abolir definitivamente toda dominación de clase.
Los social-patriotas y la burguesía se esfuerzan en desviar al proletariado de su misión histórica, presentándole un cuadro horrible de los peligros de la revolución y describiéndole con los colores más sombríos la miseria, la ruina y las perturbaciones que acompañarían a la transformación de las condiciones sociales. ¡Pero esta negra pintura es trabajo perdido! Las mismas condiciones, la incapacidad en que se encuentra el capitalismo de restablecer la vida económica que el mismo ha destruido, es lo que impulsa ineluctablemente al pueblo hacia la vía de la revolución social. Si consideramos los grandes movimientos huelguísticos de los últimos días, veremos claramente que, incluso en plena re­volución, el conflicto entre la patronal y los asalariados continúa vivo. La lucha de clase proletaria proseguirá tanto tiempo como la burguesía se mantenga sobre las ruinas de su antigua dominación, y esta lucha no se detendrá más que cuando la revo­lución social haya triunfado.
Esto es lo que quiere la Liga Espartaco.
Ahora se ataca a los miembros de Espartaco por todos los medios imaginables. La prensa de la bur­guesía y de los social-patriotas, desde el Vorwarts hasta la Krezzeitung, rebosan de mentiras vergonzosas, de las mas escandalosas deformaciones y de las peores calumnias. ¿De qué se nos acusa? De proclamar el terror, de querer desencadenar una espantosa guerra civil, de prepararnos para la insu­rrección armada; en una palabra: de ser los perros sangrientos mas peligrosos y sin conciencia que haya en el mundo: mentiras fáciles de desenmascarar. Cuando al comienzo del conflicto mundial yo agrupaba en torno mío a un pequeño grupo de revolucionarios valientes y decididos a luchar contra la guerra y la embriaguez guerrera, se nos ataco por todas partes, se nos acorralo y se nos mando a prisión. Y cuando yo manifestaba abiertamente y en voz alta lo que entonces nadie se atrevía a decir y que muy pocos querían admitir, a saber: que Alemania y sus jefes políticos y militares eran responsables de la guerra, se me acuso de ser un vulgar traidor, un agente pagado por la Entente, un sin-patria que quería la ruina de Alemania. Hubiera sido más cómodo para nosotros callar o hacer coro con el chauvinismo y el militarismo. Pero nosotros preferimos decir la verdad, sin preocupamos del peligro a que nos exponíamos. Ahora todos, e incluso los que entonces se desencadenaron contra nos­otros, comprenden que teníamos razón. Ahora, después de la derrota y de los primeros días de la revolución, los ojos del pueblo se han abierto y el pueblo comprende que fue precipitado a la desgracia por sus príncipes, sus pangermanistas, sus imperialistas y sus social-patriotas. Y ahora que de nuevo elevamos la voz para mostrar al pueblo alemán la única vía que puede llevarlo a la verdadera libertad y a una paz duradera, los mismos hombres que entonces nos difamaron, a nosotros y a la ver­dad, reemprenden la misma campana de mentiras y de calumnias. Pero estos podrán babear y aullar tanto como quieran y correr tras de nosotros como perros rabiosos: seguiremos imperturbablemente nuestro recto camino, el de la revolución y el socialismo, y nos diremos: "!Muchos enemigos, mucho honor!" Pues sabemos muy bien que los mismos traidores y criminales que en 1914 engañaron al proletariado alemán, prometiéndole la victoria y la conquista, pidiéndole que se mantuviera "hasta el fin" y pactando la vergonzosa unión sagrada entre el capital y el trabajo; los mismos que intentaron ahogar la lucha revolucionaria del proletariado y reprimido cada huelga como huelga salvaje con la ayuda de su aparato sindical y de las autoridades: estos son los que ahora, en 1918, hablan de nuevo de la tregua nacional y proclaman la solidaridad de todos los partidos para la reconstrucción de nuestro Estado.
A esta nueva unión del proletariado y la burguesía, a esta traidora continuación de las mentiras de 1914 servirá la Asamblea Nacional. Esta será su ver­dadera tarea: con su ayuda se proponen ahogar por segunda vez la lucha de clase revolucionaria del proletariado. Pero nosotros sabemos que, en realidad, detrás de la Asamblea Nacional esta el viejo imperialismo alemán, el que a pesar de la derrota de Alemania no ha muerto. No, no ha muerto y, si pervive, el proletariado no recogerá los frutos de su revolución.
Esto no debe ser. El hierro esta todavía caliente, y nos falta forjarlo. ¡Ahora o nunca! O bien caemos en el viejo pantano del pasado, del que intentamos salvarnos con un impulso revolucionario, o bien proseguiremos la lucha hasta la victoria, hasta la liberación de toda la humanidad de la maldición de la esclavitud. Para que podamos acabar victoriosamente esta gran obra —la tarea mas importante y mas noble que jamás se hay a planteado la civi­lización humana—, el proletariado alemán debe instaurar su dictadura.

Fuente: Ed. Roca


DISCURSO DE ROSA LUXEMBURGO ANTE EL CONGRESO DE FUNDACIÓN DEL PARTIDO COMUNISTA ALEMÁN

¡Camaradas! Hoy tenemos la tarea de discutir y aprobar un programa. Al emprender esta tarea no nos motiva únicamente el hecho de que ayer fundamos un partido nuevo, y que un partido nuevo debe formular un programa. Grandes movimientos históricos fueron las causas determinantes de las deliberaciones de hoy. Ha llegado el momento de fundar todo el programa socialista del proletariado sobre nuevas bases. Nos encontramos ante una situación similar a la de Marx y Engels cuando escribieron su Manifiesto Comunista, hace setenta años. Como todos saben, el Manifiesto Comunista trata del socialismo, de la realización de los objetivos socialistas, como tarea inmediata de la revolución proletaria. Esta fue la idea presentada por Marx y Engels en la revolución de 1848; así, también, concibieron la base para la acción proletaria en el campo internacional. Junto con todos los dirigentes del movimiento obrero, tanto Marx como Engels creían que estaba planteada la realización inmediata del socialismo. Bastaba provocar una revolución política, tomar el poder político del Estado y el socialismo pasaría inmediatamente del reino del pensamiento al reino de carne y hueso. Posteriormente, como sabéis, Marx y Engels revisaron totalmente esta perspectiva. En el prefacio conjunto a la reedición del Manifiesto Comunista del año 1872, encontramos el siguiente pasaje: “[...] no se concede importancia exclusiva a las medidas revolucionarias enumeradas al final del capítulo II. Este pasaje tendría que ser redactado hoy de distinta manera, en más de un aspecto. Dado el desarrollo colosal de la gran industria en los últimos veinticinco años, y con éste, el de la organización del partido de la clase obrera; dadas las experiencias prácticas, primero de la revolución de febrero y después, en mayor grado aun, de la Comuna de París, que eleva por primera vez al proletariado, durante dos meses, al Poder político, este programa ha envejecido en algunos de sus puntos. La Comuna ha demostrado, sobre todo, que “la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines’.” ¿Cuál es el pasaje que habría que redactar de manera distinta, por hallarse perimido? El que dice así: “El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas. ”Esto, naturalmente, no podrá cumplirse al principio más que por una violación despótica del derecho de propiedad y de las relaciones burguesas de producción, es decir, por la adopción de medidas que desde el punto de vista económico parecerán insuficientes e insostenibles, pero que en el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas y serán indispensables como medio para transformar radicalmente todo el modo de producción. ”Estas medidas, naturalmente, serán diferentes en los diversos países. ”Sin embargo, en los países más avanzados podrán ser puestas en práctica casi en todas partes las siguientes medidas:
1 — Expropiación de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para los gastos del Estado.
2 — Fuerte impuesto progresivo.
3 — Abolición del derecho de herencia.
4 — Confiscación de toda la propiedad de los emigrados y sediciosos.
5 — Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y monopolio exclusivo.
6 — Centralización en manos del Estado de todos los medios de transporte.
7 — Multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los instrumentos de producción; roturación de los terrenos incultos y mejoramiento de las tierras, según un plan general.
8 — Obligación de trabajar para todos; organización de ejércitos industriales, particularmente para la agricultura.
9 — Combinación de agricultura y la industria; medidas encaminadas a hacer desaparecer gradualmente la oposición entre la ciudad y el campo.
10 — Educación pública y gratuita de todos los niños; abolición del trabajo de éstos en las fábricas tal como se practica hoy; régimen de educación combinado con la producción material, etcétera, etcétera.”
Con pocas variantes estas son, como sabéis, las tareas que se nos plantean hoy. Llevando adelante estas medidas tendremos que construir el socialismo. Entre el día en que se formuló el programa citado y la hora actual median setenta años de desarrollo capitalista y la evolución del proceso histórico nos ha devuelto a la posición que Marx y Engels desecharon por errónea en 1872. En ese momento existían muy buenas razones para creer que la posición anterior era errónea. La evolución posterior del capital, empero, ha convertido el error de 1872 en la realidad de hoy, de modo que nuestro objetivo inmediato es cumplir la tarea que Marx y Engels pensaron que tendrían que cumplir en 1848. Pero entre ese momento del proceso, ese comienzo de 1848, y nuestras posiciones y tareas inmediatas, media toda la evolución no sólo del capitalismo, sino también del movimiento obrero socialista. Han intervenido, sobre todo, los procesos ya mencionados de Alemania, el país más importante del proletariado moderno. Esta evolución de la clase obrera asumió formas peculiares. Cuando, después de las desilusiones de 1848, Marx y Engels desecharon la idea de que el proletariado podía realizar en forma inmediata el socialismo, surgieron en todos los países partidos socialistas inspirados en objetivos muy distintos. Se proclamó que el objetivo inmediato de dichos partidos era el trabajo local, la mezquina lucha cotidiana en los campos político e industrial.
Así, de a poco, se irían creando ejércitos proletarios, los que estarían prontos a construir el socialismo apenas madurara el proceso capitalista. El programa socialista quedó, por lo tanto, apoyado sobre cimientos totalmente distintos, y en Alemania el cambio asumió una forma típica y peculiar. Hasta el colapso del 4 de agosto de 1914, la socialdemocracia alemana defendía el programa de Erfurt, en virtud del cual las llamadas consignas mínimas pasaban a primer plano, mientras que el socialismo pasaba a ser un lucero distante. Sin embargo, mucho más importante que la letra de un programa es la forma en que se lo interpreta en la práctica. En este sentido debe otorgarse gran importancia a uno de los documentos históricos del movimiento obrero alemán: el prefacio escrito por Federico Engels a la edición de 1895 de Las luchas de clases en Francia, de Marx. No es sólo en base a consideraciones históricas que vuelvo a plantear la cuestión. Se trata de un problema de suma actualidad. Es nuestro deber perentorio volver a colocar nuestro programa sobre las bases sentadas por Marx y por Engels en 1848. En vista de los cambios ocurridos desde entonces en el proceso histórico, nos corresponde emprender una cautelosa revisión de las posiciones que llevaron a la socialdemocracia alemana al desastre del 4 de agosto Dicha revisión es la tarea que nos ocupa hoy oficialmente. ¿Cómo encaraba Engels el problema en su célebre prefacio a Las luchas de clases en Francia, escrito en 1895, doce años después de la muerte de Marx? En primer lugar, recordando el año 1848, demostró que la creencia en la inminencia de la revolución socialista ya había quedado perimida. Dijo: “La historia nos ha dado un mentís, a nosotros y a cuantos pensaban de un modo parecido. Ha puesto de manifiesto que, por aquel entonces, el estado del desarrollo económico en el continente distaba mucho de estar maduro para poder eliminar la producción capitalista; lo ha demostrado por medio de la revolución económica que desde 1848 se ha adueñado de todo el continente, dando, por primera vez, verdadera carta de ciudadanía a la gran industria en Francia, Austria, Hungría, Polonia y últimamente Rusia, y haciendo de Alemania un país industrial de primer orden. Y todo sobre la base capitalista, lo cual quiere decir que esta base tenía todavía, en 1848, gran capacidad de expansión.” Después de resumir los cambios que sobrevinieron en el período intermedio, Engels analiza las tareas inmediatas del Partido Socialdemócrata. “Como Marx predijo, la guerra de 1870 a 1871 y la derrota de la Comuna desplazaron por el momento de Francia a Alemania el centro de gravedad del movimiento obrero europeo. En Francia, naturalmente, éste necesitaba años para reponerse de la sangría de 1871. En cambio en Alemania, donde la industria —impulsada como una planta de invernadero por el maná de los cinco mil millones pagados por Francia- se desarrollaba cada vez más rápidamente, la socialdemocracia crecía todavía más a prisa y con más persistencia. Gracias a la inteligencia con que los obreros alemanes supieron utilizar el sufragio universal, implantado en 1866, el crecimiento asombroso del partido se ofrece en forma indiscutible, a los ojos del mundo entero.” Luego viene la famosa enumeración que muestra el crecimiento de los votos del partido en elección tras elección, hasta llegar a cifras millonadas. Del análisis de este proceso Engels saca la siguiente conclusión: “Pero con este eficaz empleo del sufragio universal entró en acción un método de lucha proletario totalmente nuevo, que se siguió desarrollando con rapidez. Al comprobarse que las instituciones estatales en las que se organiza la dominación de la burguesía ofrecen nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar contra las mismas instituciones, se tomó parte en las elecciones a las dietas provinciales, a los organismos municipales, a los tribunales industriales, se le disputó a la burguesía cada puesto, en cuya provisión mezclaba su voz una parte suficiente del proletariado. Así se dio el caso de que la burguesía y el gobierno llegasen a temer mucho más la actuación legal que la actuación ilegal del partido obrero, más los éxitos electorales que los éxitos insurreccionales." Engels añade una crítica minuciosa a la ilusión de que bajo las condiciones que crea el capitalismo moderno el proletariado puede aportar algo a la revolución en la lucha callejera. Sin embargo, me parece que, visto que hoy nos encontramos en medio de una revolución caracterizada por la lucha callejera, y todo lo que ésta significa, es hora de librarnos de las posiciones que han guiado la política oficial de la socialdemocracia alemana hasta nuestros días, de las posiciones responsables de lo que ocurrió el 4 de agosto de 1914. [¡Muy bien, muy bien!] Con ello no quiero decir que, en virtud de estas palabras, Engels debe compartir la responsabilidad por todo el curso de la evolución socialista de Alemania. Simplemente llamo vuestra atención hacia una de las citas clásicas que apuntala la posición prevaleciente en la socialdemocracia alemana, posición que resultó fatal para el movimiento. Como experto en ciencia militar, Engels demuestra en este prefacio que es una ilusión pura creer que los obreros podían, dado el estado de la técnica militar y la industria en ese momento, y en vista de las características de las grandes ciudades, realizar con éxito la revolución mediante el combate en las calles. Dos conclusiones importantes surgirán de ese razonamiento. En primer lugar, se contrapuso la lucha parlamentaria a la acción revolucionaria directa del proletariado, y se señaló que aquella es la única forma práctica de llevar adelante la lucha de clases. La consecuencia lógica de la crítica fue el parlamentarismo, y nada más que el parlamentarismo. En segundo lugar, a la máquina militar, a la organización más poderosa del estado clasista, a todo el cuerpo de proletarios en uniforme, se lo declaró, apriorísticamente, inaccesible a la influencia socialista. Cuando en su prefacio Engels declara que, debido al actual desarrollo de gigantescos ejércitos, es una locura pensar que los proletarios puedan hacer frente a soldados armados de ametralladoras y equipados según el último grito de la técnica, ésto se basa obviamente en la premisa de que cualquiera que se haga soldado se vuelve, de golpe y para siempre, partidario de la clase dominante. Sería absolutamente incomprensible, a la luz de la experiencia contemporánea, que un dirigente de la talla de Engels cometiera semejante error, si no conociéramos las circunstancias históricas en que se escribió este documento histórico. En reivindicación de nuestros dos grandes maestros, y sobre todo de Engels, que murió doce años después de Marx y fue siempre un fiel exegeta de las teorías y de la reputación de su gran colaborador, debo recordaros que Engels escribió este prefacio bajo una fuerte presión del bloque parlamentario. En esa época en Alemania, en los primeros años de la década del noventa, luego de la derogación de las leyes antisocialistas, surgió una fuerte corriente hacia la izquierda, el movimiento de los que querían evitar que el partido quedara totalmente absorbido por la lucha parlamentaria. Bebel y sus secuaces querían argumentos convincentes, respaldados por la gran autoridad de Engels; querían una declaración que les permitiera mantener a los elementos revolucionarios bajo su férreo control. Era típico de la situación del partido en esa época que los parlamentarios socialistas tuvieran la última palabra, tanto en la teoría como en la práctica. Aseguraron a Engels, que vivía en el extranjero y naturalmente aceptó de buena fe, que era absolutamente indispensable salvaguardar al movimiento obrero alemán de caer en el anarquismo: y así lo obligaron a escribir en el tono que ellos querían. De ahí en más la táctica expuesta por Engels en 1895 guió a los socialdemócratas alemanes en todo lo que hicieron y dejaron de hacer hasta el inevitable final acaecido el 4 de agosto de 1914. El prefacio fue la proclamación formal de la táctica nada-más-que-parlamentarismo. Engels murió ese mismo año y no tuvo, por lo tanto, oportunidad de analizar las consecuencias prácticas de su teoría. Quienes conocen las obras de Marx y Engels, quienes están familiarizados con el espíritu verdaderamente revolucionario que anima todas sus enseñanzas y escritos, tendrán la certeza de que Engels hubiera sido uno de los primeros en protestar contra la corrupción del parlamentarismo y contra el derroche de energías del movimiento obrero, característico de Alemania en las décadas que precedieron a la guerra. El cuatro de agosto no surgió de la nada, como un trueno en un cielo azul; lo que sucedió ese día no fue un giro casual de los acontecimientos, sino la consecuencia lógica de lo que los socialistas alemanes venían haciendo día tras día, durante muchos años. [¡Muy bien, muy bien!] Estoy convencida de que si Engels y Marx vivieran hoy protestarían con todo vigor, y utilizarían todas las fuerzas a su alcance para impedir que el partido se arroje al abismo. Pero después de la muerte de Engels en 1895, la dirección del partido en materia de teoría pasó a manos de Kautsky. Resultado de este cambio fue que en los sucesivos congresos anuales del partido las protestas enérgicas del ala izquierda contra la política del parlamentarismo puro, sus advertencias perentorias acerca de la esterilidad e inutilidad de semejante política, fueron tachadas de anarquismo, socialismo anarquizante o, al menos, antimarxismo. Lo que oficialmente se llamaba marxismo se convirtió en una capa para encubrir todo tipo de oportunismo, para rehuir consecuentemente la lucha de clases revolucionaria, para todo tipo de medidas a medias. Así, la socialdemocracia y el movimiento obrero alemanes, así como también el movimiento sindical, fueron condenados a languidecer en el marco de la sociedad capitalista. Ya ningún socialista ni sindicalista alemán hacía el menor intento serio de derrocar las instituciones capitalistas ni de descomponer la maquinaria capitalista. Pero ahora llegamos a un punto, camaradas, en que podemos decir que nos hemos reencontrado con Marx, que marchamos nuevamente bajo su bandera. Si declaramos hoy que la tarea inmediata del proletariado es convertir el socialismo en una realidad viva y destruir el capitalismo hasta su raíz, al hablar así nos colocamos en el mismo terreno que ocuparon Marx y Engels en 1848; asumimos una posición cuyos principios ellos jamás abandonaron. Por fin queda claro qué es el verdadero marxismo, y qué ha sido el marxismo sustituto. [Aplausos]. Hablo de ese marxismo sustituto que durante tanto tiempo ha sido el marxismo oficial de la socialdemocracia. Ya veis a qué conduce esta clase de marxismo, el marxismo de los secuaces de Ebert, David y demás. Estos son los representantes oficiales de lo que durante años se ha proclamado como marxismo inmaculado. Pero en realidad el marxismo no podía señalar esta dirección, no podía haber llevado a los marxistas a dedicarse a actividades contrarrevolucionarias codo a codo con tipos como Scheidemann. El verdadero marxismo también vuelve sus armas contra quienes pretenden falsificarlo. Cavando como un topo bajo los cimientos de la sociedad burguesa, ha trabajado tan bien que hoy más de la mitad del proletariado alemán marcha bajo nuestro estandarte, el pendón enhiesto de la revolución. Inclusive en el bando contrario, inclusive allí donde parece imperar la contrarrevolución, tenemos partidarios y futuros camaradas de armas. Permítaseme repetir, entonces, que la evolución del proceso histórico nos ha conducido de vuelta a la ubicación de Marx y Engels de 1848, cuando enarbolaron por primera vez la bandera del socialismo internacional. Estamos donde estuvieron ellos, pero con la ventaja adicional de setenta años de desarrollo capitalista a nuestras espaldas. Hace setenta años, para quienes revisaron los errores e ilusiones de 1848, parecía que al proletariado le aguardaba un camino interminable por recorrer antes de tener la esperanza, siquiera, de realizar el socialismo. Casi no es necesario que diga que a ningún pensador serio se le ha ocurrido jamás ponerle fecha a la caída del capitalismo; pero después de las derrotas de 1848 esa caída parecía estar en un futuro distante. Esa creencia se desprende también de cada frase del prefacio que Engels escribió en 1895. Estamos ahora en condiciones de hacer el balance y podemos ver que el lapso ha sido breve si lo comparamos con el curso de la lucha de clases a través de la historia. El desarrollo capitalista en gran escala ha llegado tan lejos en setenta años, que hoy nos podemos proponer seriamente liquidar al capitalismo de una vez por todas. No sólo estamos en condiciones de cumplir esta tarea, no sólo es un deber para con el proletariado, sino que nuestra solución le ofrece a la humanidad la única vía para escapar a la destrucción. [Fuertes aplausos.] Después de la guerra, ¿qué ha quedado de la burguesía sino un gigantesco montón de basura? Formalmente, desde luego, todos los medios de producción y la mayor parte de los instrumentos de poder, prácticamente todos los instrumentos decisivos de poder, están aún en manos de las clases dominantes. No nos hacemos ilusiones. Pero lo que nuestros gobernantes podrán obtener con el ejercicio de sus poderes, más allá de sus esfuerzos frenéticos por reimplantar su sistema de expoliación mediante la sangre y la masacre, no será más que el caos. Las cosas han llegado a un punto tal que a la humanidad se le plantean hoy dos alternativas: perecer en el caos o encontrar su salvación en el socialismo. El resultado de la gran guerra es que a las clases capitalistas les es imposible salir de sus dificultades mientras sigan en el poder. Comprendemos ahora la verdad que encerraba la frase que formularon por primera vez Marx y Engels como base científica del socialismo, en la gran carta de nuestro movimiento, el Manifiesto Comunista. El socialismo, dijeron, se volverá una necesidad histórica. El socialismo es inevitable, no sólo porque los proletarios ya no están dispuestos a vivir bajo las condiciones que les impone la clase capitalista, sino también porque si el proletariado no cumple con sus deberes de clase, si no construye el socialismo, nos hundiremos todos juntos. [Aplausos prolongados] Aquí tenéis las bases generales del programa que adoptamos hoy oficialmente, cuyo proyecto habéis leído todos en el folleto ¿Was will der Spartakusbund? [¿Qué quiere la Liga Espartaco?]. Nuestro programa se opone deliberadamente al principio rector del programa de Erfurt; se opone tajantemente a la separación de las consignas inmediatas, llamadas mínimas, formuladas para la lucha política y económica, del objetivo socialista formulado como programa máximo. En oposición deliberada al programa de Erfurt liquidamos los resultados de un proceso de setenta años, liquidamos, sobre todo, los resultados primarios de la guerra, declarando que no conocemos los programas máximos y mínimos; sólo conocemos una cosa, el socialismo; esto es lo mínimo que vamos a conseguir. [¡Bien, bien!] No propongo entrar en los detalles del programa. Llevaría demasiado tiempo, y vosotros podréis formaros vuestras propias opiniones respecto a los detalles. La tarea que me incumbe es simplemente exponer los aspectos más generales que distinguen a nuestro programa de lo que ha sido hasta hoy el programa oficial de la socialdemocracia alemana. Considero, no obstante, de primordial importancia que nos pongamos de acuerdo en nuestra apreciación de las circunstancias concretas del momento, de las tácticas que debemos adoptar, de las medidas prácticas a tomar, a la luz del desarrollo del proceso revolucionario hasta el momento y también del probable curso futuro de los acontecimientos. Hemos de juzgar la situación política desde la perspectiva que acabo de caracterizar, desde la perspectiva de quienes apuntan a la realización inmediata del socialismo, de quienes están decididos a subordinar todo lo demás a ese fin. Nuestro congreso, el congreso de lo que puedo llamar con orgullo el único partido socialista revolucionario del proletariado alemán, casualmente coincide con una crisis en el proceso de la revolución alemana. Digo “casualmente coincide”; pero, en verdad, la coincidencia no es casual. Después de los sucesos de los últimos días podemos afirmar que el telón ha descendido sobre el primer acto de la revolución alemana. Está comenzando el segundo acto, y tenemos el deber común de hacer un autoexamen y una autocrítica. Nos moveremos más sabiamente en el futuro, y ganaremos un ímpetu adicional para seguir avanzando, si analizamos cuidadosamente todo lo que hicimos y dejamos de hacer. Analicemos, pues, cuidadosamente, los acontecimientos del primer acto de la revolución. La movilización comenzó el 9 de noviembre. La característica de la revolución del 9 de noviembre fue su insuficiencia y debilidad. Esto no debe sorprendernos. La revolución vino después de cuatro arios de guerra, cuatro años durante los cuales, bajo la tutela de la socialdemocracia y los sindicatos, el proletariado alemán se comportó con intolerable ignominia y repudió sus obligaciones socialistas hasta un punto inigualado en el resto del mundo. Nosotros, los marxistas, que nos guiamos por el principio de la evolución histórica, no podríamos esperar que en la Alemania que contempló el horrendo espectáculo del 4 de agosto, y que durante cuatro años cosechó lo que se sembró ese día, apareciera repentinamente, el 9 de noviembre de 1918, una revolución gloriosa, inspirada en una conciencia de clase definida, dirigida hacia un objetivo concebido con toda claridad. Lo que ocurrió el 9 de noviembre fue, en menor medida, el triunfo de un nuevo principio; apenas un poco más que la caída del sistema imperialista existente. [¡Muy bien!] Había llegado el momento de la caída del imperialismo, un coloso con pies de barro, que se resquebrajaba por dentro. La secuela de esta caída fue una movilización más o menos caótica, desprovista de un plan razonado. La única fuente de unidad, el único principio persistente y salvador fue la consigna “Por consejos de obreros y soldados”. Esa era la consigna de la revolución con la cual, a pesar de la insuficiencia y debilidad de la primera fase, inmediatamente reclamó el derecho de contarse entre las revoluciones obreras socialistas. A quienes participaron en la revolución del 9 de noviembre, y sin embargo arrojan calumnias sobre los bolcheviques rusos, no podemos dejar de preguntarles: “¿Dónde aprendisteis el alfabeto de vuestra revolución? ¿Acaso no fueron tos rusos quienes os enseñaron a pedir consejos de obreros y soldados?” [Aplausos] Esos pigmeos que hoy, en su carácter de dirigentes de un gobierno que falsamente llaman socialista, consideran que una de sus tareas principales es unirse a los imperialistas ingleses en su ataque asesino contra los bolcheviques, han sido delegados de los consejos de obreros y soldados, reconociendo así que la Revolución Rusa creó las primeras consignas de la revolución mundial. El estudio de la situación imperante nos permite predecir con certeza que, cualquiera que sea el país donde estalle la próxima revolución proletaria después de Alemania, el primer paso será la formación de consejos de obreros y soldados. [Murmullos de aprobación]. He aquí el vínculo que une internacionalmente a nuestro movimiento. Este es el lema que distingue tajantemente a nuestra revolución de todas las revoluciones anteriores, las revoluciones burguesas. El 9 de noviembre, el primer grito de la revolución, instintivo como el llanto de un recién nacido, fue por consejos de obreros y soldados. Ese fue nuestro grito de guerra común, y sólo a través de los consejos podemos aspirar a la realización del socialismo. Pero es característico de los rasgos contradictorios de nuestra revolución, característico de las contradicciones que acompañan a toda revolución, que en el momento de lanzarse este poderoso, conmovedor e instintivo grito, la revolución era tan insuficiente, tan débil, tan falta de iniciativa, tan falta de claridad en cuanto a sus propios objetivos, que el 10 de noviembre nuestros revolucionarios permitieron que escaparan de sus manos casi la mitad de los instrumentos de poder que habían tomado el 9 de noviembre. De esto aprendemos, por un lado, que nuestra revolución está sujeta a la arbitraria ley del determinismo histórico, ley que garantiza que, a pesar de las dificultades y complicaciones, a pesar de todos nuestros errores, avanzaremos sin embargo paso a paso hacia nuestra meta. Por otra parte, debemos reconocer, al comparar este espléndido grito de guerra con la insuficiencia de los resultados obtenidos, que estos no fueron más que los primeros pasos infantiles y vacilantes de la revolución, que tiene muchas tareas difíciles que cumplir y un largo camino por recorrer antes de poder realizar las primeras consignas. Las semanas que transcurrieron entre el 9 de noviembre y el día de hoy están plagadas de toda clase de ilusiones. La primera ilusión de los obreros y soldados que hicieron la revolución fue creer en la posibilidad de unidad bajo la bandera de lo que se hace llamar socialismo. ¿Dónde se refleja mejor la debilidad de la revolución del 9 de noviembre que en el hecho de que desde el comienzo de dirección pasó a manos de individuos que pocas horas antes de que ésta estallara habían resuelto que su principal deber era lanzar advertencias en contra de la revolución [¡muy bien!], tratar de imposibilitar su realización; a manos de tipos de la calaña de Ebert, Scheideman y Hasse? Una de las ideas directrices de la revolución del 9 de noviembre era la de unificar a las distintas tendencias socialistas. Dicha unión debía efectuarse por aclamación. Esta ilusión se cobró una venganza sangrienta, y los acontecimientos de los últimos días provocaron un amargo despertar; pero el autoengaño fue universal, y afectó a los grupos de Ebert y Scheideman y a la burguesía tanto como a nosotros. Hubo otra ilusión, que también afectó a la burguesía, durante este acto inicial de la revolución: creyeron que mediante la combinación Ebert-Hasse, mediante el gobierno autotitulado socialista, realmente podrían frenar a las masas proletarias y estrangular la revolución socialista. Otra ilusión sufrieron también los miembros del gobierno de Scheideman-Ebert al pensar que con la ayuda de los soldados que volvían del frente podrían controlar a los obreros y reprimir toda manifestación de la lucha de clases socialista. Tales son las distintas y variadas ilusiones que explican los recientes acontecimientos. Una tras otra, se han disipado. Se ha demostrado claramente que la unión de Hasse con Ebert-Scheideman bajo la bandera del “socialismo” no es sino la hoja de parra que le da visos de decencia a la política contrarrevolucionaria. Nosotros mismos, como siempre sucede durante las revoluciones, nos hemos curado de nuestras ilusiones. Existe un procedimiento revolucionario definitivo mediante el cual se libera al pueblo de las ilusiones pero, desgraciadamente, la cura exige sangrías. En la Alemania revolucionaria los acontecimientos siguieron el curso que es característico de todas las revoluciones. El derramamiento de sangre del 6 de diciembre en la calle Chaussee, la masacre del 24 de diciembre, les mostraron la verdad al grueso de las masas populares. A través de estos hechos aprendieron que lo que se hace llamar gobierno socialista es el gobierno de la contrarrevolución. Comprendieron que quienquiera que tolere semejante estado de cosas conspira contra el proletariado y contra el socialismo. [Aplausos]. Ha desaparecido también la ilusión abrigada por los señores Ebert, Scheideman y Cía. de que, con la ayuda de los soldados que vuelven del frente podrán someter a los obreros para siempre. ¿Cuál ha sido el resultado de las experiencias del 6 y el 24 de diciembre? Últimamente es notable como ha cundido la desilusión en la soldadesca. Estos hombres comienzan a mirar con ojos críticos a quienes los usaron de carne de cañón contra el proletariado socialista. En esto vemos otra vez la aplicación de la ley de que la revolución socialista sufre un determinado proceso objetivo, una ley según la cual los batallones del movimiento obrero aprenden, a través de la amarga experiencia, a reconocer el verdadero camino de la revolución. Nuevas unidades de soldados han sido traídas a Berlín, nuevos destacamentos de carne de cañón, fuerzas adicionales para aplastar a los proletarios socialistas, con el resultado de que, de un cuartel tras otro, vienen los pedidos de folletos y volantes del grupo Espartaco. Esto señala el fin del primer acto. Las esperanzas de Ebert y Scheideman de dominar al proletariado con la ayuda de los elementos reaccionarios de la soldadesca, ya han sido frustradas en gran medida. Lo que les aguarda para el futuro muy próximo es la creciente difusión de las tendencias revolucionarias en los cuarteles. Así aumentarán las fuerzas del proletariado combatiente a la vez que disminuyen las de los contrarrevolucionarios. Como consecuencia de estos cambios tendrá que desaparecer la ilusión que anima a la burguesía, la clase dominante. Al leer los periódicos de los últimos días, los de las jornadas posteriores a los incidentes del 24 de diciembre, no se puede dejar de percibir sentimientos de desilusión combinados con indignación, fruto de que los secuaces de la burguesía, los que ocupan los puestos de poder, han resultado ineficaces. [¡Muy bien!] Se esperaba de Ebert y Scheideman que demostraran ser los hombres fuertes, buenos domadores de leones. ¿Qué han logrado? Han reprimido unos cuantos disturbios sin importancia, con el resultado de que la hidra de la revolución ha levantado su cabeza con más decisión que nunca. Por lo tanto la desilusión es mutua, o mejor dicho, universal. Los obreros han perdido la ilusión que los llevó a creer que la unión de Hasse con Ebert-Scheideman equivaldría a un gobierno socialista. Ebert y Scheideman han perdido la ilusión que los indujo a imaginar que con la ayuda de los proletarios en uniforme militar podrían controlar permanentemente a los proletarios de ropa civil. La clase media ha perdido la ilusión de que, por intermedio de Ebert, Scheideman y Hasse, pueden engañar a toda la revolución socialista alemana respecto de los objetivos que busca. Todas estas cosas poseen una fuerza negativa, y lo que queda de ellas son los retazos y harapos de las ilusiones perdidas. Pero es en verdad un gran aporte a la causa del proletariado que de la primera fase de la revolución no queden sino retazos y harapos, porque nada hay más dañino que una ilusión, a la vez que nada sirve tanto a la causa revolucionaria como la verdad desnuda. Es apropiado que recuerde las palabras de uno de nuestros escritores clásicos, un hombre que no era un revolucionario proletario sino un espíritu revolucionario proveniente de la clase media. Me refiero a Lessing, y paso a citar un pasaje que siempre ha suscitado mi interés y simpatía: “No sé si es un deber sacrificar la felicidad y la vida en aras de la verdad [...] Pero si sé que tenemos el deber, si queremos enseñar la verdad, de enseñarla completa o no enseñarla, enseñarla con claridad y franqueza, sin equívocos ni reservas, inspirados por la plena confianza en su poder [...] Cuanto más grosero el error, más corto y directo es el camino que conduce a la verdad. Pero un error altamente sofisticado nos alienará permanentemente de la verdad, tanto más cuánto más nos cueste comprender que se trata de un error [...] Quien piense en llevar a la humanidad la verdad enmascarada y pintarrajeada, puede ser el alcahuete de la verdad, pero jamás ha sido su amante.” Camaradas, los señores Haase, Dittmann, etcétera, han querido traernos la revolución, implantar el socialismo, cubierto con una máscara, untado de carmín; han así demostrado ser los alcahuetes de la contrarrevolución. Hoy estas máscaras han caído, y lo que en verdad se ofrecía se revela en la política brutal y dura de los señores Ebert y Scheidemann. Hoy ni el más necio puede equivocarse. Lo que ofrece es la contrarrevolución, en toda su repugnante desnudez. El primer acto ha terminado. ¿Cuáles son las posibilidades para el futuro? No se trata, desde luego, de hacer profecías. Sólo podemos tratar de deducir las consecuencias lógicas de lo ocurrido, para sacar conclusiones en cuanto a las probabilidades futuras y así adaptar nuestras tácticas a dichas probabilidades. ¿A dónde conduce, aparentemente, ese camino? Podemos sacar algunos indicios de las últimas declaraciones del gobierno de Ebert-Scheidemann, declaraciones libres de ambigüedad. ¿Qué hará, posiblemente, este autotitulado gobierno socialista ahora que, como acabo de demostrar, las ilusiones se han disipado? Día a día el gobierno pierde más y más el apoyo de las amplias masas proletarias. Fuera de la pequeña burguesía, apenas les quedan algunos pequeños remanentes del movimiento obrero, y dudo mucho que éstos últimos sigan prestando ayuda a Ebert-Scheidemann por mucho tiempo. El gobierno también pierde cada vez más el apoyo del ejército, puesto que los soldados han tomado la senda del autoexamen y la autocrítica. Las consecuencias de este proceso podrán parecer al comienzo algo lentas, pero los llevarán irresistiblemente a la adquisición de una mentalidad plenamente socialista. En cuanto a la burguesía, Ebert y Scheidemann también han perdido la confianza de este sector, al no mostrarse lo suficientemente fuertes. ¿Qué pueden hacer? No tardarán en poner fin a la comedia de la política socialista. Cuando leáis el nuevo programa de estos caballeros, veréis que marchan a todo vapor hacia la segunda fase, la de la contrarrevolución abierta o, se puede decir también, hacia la restauración de las condiciones preexistentes, prerrevolucionarias. ¿Cuál es el programa del nuevo gobierno? Propone la elección de un presidente que ocuparía una posición intermedia entre la del rey de Inglaterra y la del presidente de Estados Unidos [¡Bravo!] Vendría a ser una especie de Rey Ebert. En segundo lugar, proponen reimplantar el consejo federal. Podéis leer hoy las exigencias independientes que formulan los gobiernos del sur de Alemania, exigencias que subrayan el carácter federal de reino alemán. La reimplantación del viejo consejo federal, conjuntamente por supuesto, con su viejo apéndice, el Reichstag, es cuestión de un par de semanas, a lo sumo. Camaradas, Ebert y Scheidemann se dirigen así a la reimplantación usa y llana de las condiciones existentes antes del 9 de noviembre. Pero han entrado así en una aguda pendiente, y es posible que no tarden en encontrarse en el fondo del abismo, con todos los huesos rotos. Porque para el 9 de noviembre las condiciones que imperaban antes estaban ya perimidas, y hoy Alemania se encuentra a muchas millas de distancias de la posibilidad de restablecerlas. Para conseguir el respaldo de la única clase cuyos intereses representa realmente este gobierno, para conseguir el apoyo de la burguesía —apoyo que les ha sido retirado en virtud de los recientes sucesos— Ebert y Scheidemann se verán obligados a aplicar una política cada vez más contrarrevolucionaria. Las exigencias de los estados alemanes del sur, publicadas hoy en los diarios berlineses, expresan francamente su deseo de lograr “mayor seguridad” para el reino alemán. Esto significa, en términos sencillos, que desean que se declare el estado de sitio para contener a los elementos “anarquistas, turbulentos y bolchevistas”; en otras palabras, para contener a los socialistas. La presión de las circunstancias obligarán a Ebert y Scheidemann a recurrir a la dictadura, con o sin estado de sitio. Así, como resultado del proceso anterior, por la simple lógica de los acontecimientos y en función de las fuerzas que controlan a Ebert y Scheidemann, en el segundo acto de la revolución tendremos una oposición de tendencias mucho más pronunciada y una lucha de clases más acentuada. [¡Bravo!] Esta intensificación del conflicto no se producirá solamente en virtud de que las influencias políticas que acabo de mencionar provocarán, al disiparse todas las ilusiones, un combate de cuerpo a cuerpo entre la revolución y la contrarrevolución. Además, de las profundidades vienen las llamas de un nuevo incendio, las llamas de la lucha económica. Fue un rasgo típico de la revolución que se mantuviera estrictamente en el campo político, durante el primer período, hasta el 24 de diciembre. De ahí el carácter infantil, la insuficiencia, el desgano, la falta de miras de la revolución. Esa fue la primera etapa de una transformación revolucionaria cuyo objetivo principal está en el campo económico, cuyo objetivo principal es provocar un cambio fundamental en el terreno económico. Sus pasos fueron tan vacilantes como los de los de un niño que busca a tientas su camino sin saber a dónde va; porque en esta etapa, repito, la revolución se mantuvo en un terreno puramente político. Pero en las últimas dos o tres semanas se han producido algunas huelgas, en buena medida espontáneas. Ahora bien, yo considero que la esencia misma de la revolución reside en que las huelgas se extenderán más y más, hasta constituir, por fin, el foco de la revolución. [Aplausos.] Así tendremos una revolución económica y, junto con ello, una revolución socialista. La lucha por el socialismo debe ser librada por las masas, sólo por las masas, frente a frente con el capitalismo; se tiene que librar en todos los lugares de trabajo, cada proletario contra su patrón. Sólo así podrá ser una revolución socialista. Los insensatos se habían trazado un cuadro muy distinto del curso de los acontecimientos. Imaginaban que bastaría derribar al viejo gobierno, poner un gobierno socialista a la cabeza de los asuntos de la nación, y proclamar el socialismo por decreto. ¿Otra ilusión? El socialismo no puede ser ni será creado por decreto; no lo puede crear gobierno alguno, por socialista que sea. El socialismo lo deben crear las masas, lo debe realizar cada proletario. Allí donde estén forjadas las cadenas del capitalismo, deben ser rotas. Eso es lo único a lo que se puede llamar socialismo, y es la única manera en que éste puede implantarse. ¿Cuál es la forma eterna de la lucha por el socialismo? La huelga, y es por ello que la fase económica del proceso ha pasado al frente en el segundo acto de la revolución. Podemos estar orgullosos de ello, puesto que nadie nos puede disputar ese honor. Nosotros, los del grupo Espartaco, nosotros, el Partido Comunista Alemán, somos los únicos en toda Alemania que estamos de parte de los obreros huelguistas combatientes. [¡Muy bien!] habéis leído y sido testigos, una y otra vez, de la posición de los socialistas independientes respecto a las huelgas. No había diferencias entre la posición de Vorwaerts y la de Freiheit. Ambos periódicos entonaban el mismo estribillo: Trabajad, el socialismo significa trabajar mucho. ¡Esto decían aunque el capitalismo todavía está en el poder! El socialismo no se construye de esa manera, sino en la lucha sin cuartel contra el capitalismo. Sin embargo, vamos que las pretensiones capitalistas encuentran defensores, no solo entre los más destacados especuladores sino también en los socialistas independientes y su órgano, el Freiheit; vemos que nuestro Partido Comunista es el único que apoya a los obreros contra las exacciones del capital. Esto basta para demostrar que hay todos los enemigos implacables de la huelga, salvo quienes levantan con nosotros la plataforma del comunismo revolucionario. La conclusión a extraer es que durante el segundo acto de la revolución las huelgas no sólo tenderán a prevalecer, sino que, además, las huelgas pasarán a ser el rasgo central y el factor decisivo de la revolución, y las cuestiones puramente políticas pasarán a segundo plano. La consecuencia inevitable será que las luchas económicas se intensificarán enormemente. Por ese camino la revolución adquirirá ciertos aspectos que para la burguesía no son broma. Los integrantes de la clase capitalista están bien dispuestos a aceptar las mistificaciones en la esfera política, donde tales fantochadas son posibles, donde criaturas de la calaña de Ebert y Scheidemann pueden hacerse pasar por socialistas; pero los horroriza cualquier atentado directo contra sus ganancias. Por eso, los capitalistas le plantearán el gobierno de Ebert-Scheidemann las siguientes alternativas. Poned fin a las huelgas -dirán- poned fin a este movimiento huelguístico que amenaza destruirnos; si no, no nos servís más. Yo creo, por cierto, que el gobierno se ha hundido a sí mismo con sus medidas políticas. Ebert y Scheidemann descubren con tristeza que la burguesía ya no los necesita más. Los capitalistas lo pensarán dos veces antes de ponerle la capa de armiño a ese arribista grosero que es Ebert. Si las cosas llegan a un punto tal que se necesite un monarca, dirán: “No basta tener sangre en las manos para ser rey; también hay que tener sangre azul en las venas”. [¡Muy bien!] Si se llega a esa situación, dirán: “Ya que necesitamos un rey, no aceptaremos a un arribista que no posee modales regios”. [Risas.] No se puede especificar los detalles. Pero no nos preocupan las cuestiones de detalle, la cuestión de qué ocurrirá y cuándo, exactamente. Bástenos conocer las líneas generales del proceso. Bástenos saber que, al primer acto de la revolución, a la fase cuyo rasgo principal ha sido la lucha política, seguirá una fase caracterizada por la intensificación de la lucha económica, y que tarde o temprano el gobierno de Ebert y Scheidemann se irá al reino de las sombras.
No es fácil predecir que ocurrirá con la Asamblea Nacional durante el segundo acto de la revolución. Quizás resulte una nueva escuela para educar a la clase obrera. Pero parece igualmente probable que no llegue a aparecer nunca. Permítaseme agregar, entre paréntesis, para ayudarnos a comprender sobre qué bases defendíamos ayer nuestra posición, que objetábamos únicamente el limitar nuestra táctica a una sola alternativa. No reabriré toda la discusión, pero diré dos palabras para que ninguno crea que digo blanco y negro al mismo tiempo. Nuestra posición de hoy es precisamente la de ayer. No proponemos basar nuestra táctica en relación a la Asamblea Nacional sobre algo que es una posibilidad y no una certeza. Nos negamos a jugamos a la única carta de que la Asamblea Nacional jamás llegará a existir. Queremos estar preparados para todas las eventualidades, inclusive la de utilizar la Asamblea Nacional para los fines revolucionarios, si es que llega a crearse. Se cree o no, nos es indiferente, porque el éxito de la revolución es seguro. ¿Qué quedará, entonces, del gobierno de Ebert-Schiedemann o de cualquier otro gobierno supuestamente socialdemócrata cuando se haga la revolución? Ya he dicho que las masas obreras están alejadas de ellos, y que ya no se puede contar con los soldados para que sirvan de carne de cañón de la contrarrevolución. ¿Qué podrán hacer los pobres pigmeos? ¿Cómo salvarán la situación? Les quedará una última oportunidad. Quienes hayan leído los diarios de hoy habrán visto cuáles son sus últimas reservas, sabrán a quienes dirigirá contra nosotros la contrarrevolución alemana si se llega a la situación extrema. Habréis leído que las tropas alemanas estacionadas en Riga ya marchan hombro a hombro con los ingleses contra los bolcheviques rusos. Camaradas, tengo en mis manos documentos que echan luz sobre los sucesos de Riga. Todo proviene del cuartel general del octavo ejército, que colabora con el dirigente socialdemócrata y sindical Herr August Winning. Se nos dice siempre que los pobres Ebert y Scheidemann son víctimas de los aliados. Pero en las últimas semanas, desde el comienzo de nuestra revolución, Vorwaerts se ha dado la política de sugerir que los aliados desean sinceramente aplastar la Revolución Rusa. Tenemos documentos que demuestran cómo esto ha sido orquestado en detrimento del proletariado ruso y de la revolución alemana. En un telegrama fechado el 26 de diciembre, el Teniente Coronel Bürkner, jefe del estado mayor del octavo ejército, informa sobre las negociaciones que culminaron en este acuerdo en Riga. El telegrama dice: “El 23 de diciembre hubo una conversación del plenipotenciario alemán Winnig con el plenipotenciario británico Monsaquet, ex cónsul general en Riga. La entrevista se realizó a bordo del H.M.S. Princess Margaret, con la presencia, por invitación, del comandante de las tropas alemanas. Yo representé al mando del ejército. El propósito de la misma fue ayudar a cumplir las condiciones del armisticio. La conversación versó sobre lo siguiente: ”De la parte inglesa: Los buques británicos en Riga supervisarán el cumplimiento del armisticio. Sobre estas condiciones se basan las siguientes exigencias: ” ‘1 - Los alemanes mantendrán una fuerza en esta región que baste para contener a los bolcheviques y les impida extender la zona que ocupan [...] ” ’3 - El oficial británico recibirá un informe de la disposición de las tropas que combaten a los bolcheviques, comprendidos los soldados letones y alemanes, para que el jefe militar naval esté informado. Asimismo se deben comunicar al mismo oficial todas las futuras disposiciones de las tropas que luchan contra los bolcheviques. ” ’4 - Se debe mantener una fuerza armada en los lugares que se nombran a continuación, para impedir que los bolcheviques se apoderen de ellos o desborden la línea que los une: Walk, Wolmar, Wenden, Friedrichstadt, Pensk, Mitau” ’5 — El ferrocarril que une Riga con Libau debe ser defendido del ataque bolchevique, y todas las provisiones y comunicaciones británicas que recorran esta línea recibirán trato preferencial.’ ” Sigue una serie de exigencias adicionales. Veamos ahora la respuesta de Herr Winnig, plenipotenciario alemán y dirigente sindical. “Aunque no es usual que se exprese el deseo de obligar a un gobierno a mantener la ocupación de un estado extranjero, en este caso desearíamos hacerlo, puesto que se trata de proteger la sangre alemana - ¡Los barones del Báltico! - Además, consideramos que es nuestro deber moral ayudar al país al que hemos liberado de su estado de dependencia. Sin embargo, es probable que nuestros deseos se vean frustrados, porque nuestros soldados es esta región son en su mayoría hombres de cierta edad y poco aptos para el servicio y, en virtud del armisticio, muy ansiosos de volver a sus hogares y de poco espíritu de lucha; en segundo lugar, los gobiernos del Báltico tienden a considerar a los alemanes opresores. Pero trataremos de proveer tropas de voluntarios con espíritu de combate, y en realidad esto ya se ha hecho en parte.” Aquí vemos la contrarrevolución en marcha. Habréis leído hace poco de la formación de la División de Hierro, destinada a combatir a los bolcheviques en las provincias del Báltico. En ese momento existían dudas respecto de la actitud del gobierno Ebert-Scheidemann. Comprenderéis ahora que quien tuvo la iniciativa en la creación de esta fuerza fue el gobierno. Una palabra más respecto de Winnig. No es casual que un dirigente sindical preste semejantes servicios políticos. Podemos decir sin vacilar que los dirigentes sindicales alemanes y los social-demócratas alemanes son los canallas más infames que el mundo haya conocido. [Gritos y aplausos.] ¿Sabéis dónde tendrían que estar los tipos como Winnig, Ebert y Scheidemann? Según el código penal alemán que, se nos dice, sigue en vigor, y sigue siendo la base del sistema legal, ¡deberían estar en la cárcel! [Gritos y aplauso.] Porque el código penal alemán castiga con la cárcel a quien ponga a soldados alemanes al servicio de una potencia extranjera. Hoy, a la cabeza del gobierno “socialista” alemán hay hombres que son no sólo “judas” del movimiento socialista y traidores a la revolución proletaria, sino también criminales, que no merecen codearse con la gente decente. [Fuertes aplausos.] Retomando el hilo de mi discurso, es claro que estas maquinaciones, la formación de Divisiones de Hierro y, sobre todo, el acuerdo con los imperialistas británicos, debe considerarse las últimas reservas, que serán convocadas en caso de necesidad para aplastar al movimiento socialista alemán. Además, el problema cardinal, el de las perspectivas de paz, está ligado íntimamente a este asunto. ¿A qué pueden conducir las negociaciones, sino a un nuevo brote de guerra? Mientras esos canallas hacen su comedia en Alemania, queriendo hacernos creer que trabajan horas extras para tratar de negociar la paz, y declarando que los espartaquistas somos los perturbadores de la paz que intranquilizamos a los aliados y la retrasamos, ellos mismos lanzan nuevamente la guerra, una guerra en el este a la que pronto seguirá una guerra en suelo alemán. Una vez más nos hallamos ante una situación que no puede traer como consecuencia más que una etapa de grandes conflictos. Nos incumbe a nosotros defender, no sólo el socialismo, no sólo la revolución, sino también la paz mundial. He aquí la justificación de la táctica que empleamos en todo momento los del grupo Espartaco durante los cuatro años de guerra. La paz es la revolución mundial del proletariado. Hay una sola manera de imponer y salvaguardar la paz: ¡la victoria del proletariado socialista! [Aplausos prolongados.] ¿Cuáles sen las consideraciones tácticas que debemos deducir de ello? ¿Cuál es la mejor manera de enfrentar la situación que probablemente se nos presentará en el futuro inmediato? Vuestra primera conclusión será indudablemente la esperanza de una próxima caída del gobierno Ebert-Scheidemann, y de que ocupe su lugar un gobierno que se declare socialista revolucionario proletario. Yo os pido que no dirijáis nuestra atención hacia la cumbre, sino a la base. No debemos recaer en la ilusión de la primera fase de la revolución, la del 9 de noviembre; no debemos pensar que cuando queramos realizar la revolución socialista bastará con derrocar al gobierno capitalista y poner otro en su lugar. Hay un solo camino hacia la victoria de la revolución proletaria. Debemos comenzar socavando el gobierno Ebert-Scheidemann, destrozando sus cimientos mediante la movilización revolucionaria masiva del proletariado. Además, permitidme recordaros algunas de las insuficiencias de la revolución alemana, insuficiencias no superadas al cierre del primer acto de la revolución. Distamos de hallamos en una situación en la que la caída del gobierno garantice el triunfo del socialismo. He tratado de demostrar que la revolución del 9 de noviembre fue, ante todo, una revolución política; mientras que la revolución que cumplirá nuestros objetivos ha de ser, además y sobre todo, una revolución económica. Incluso, el movimiento revolucionario abarcó únicamente las ciudades, y hasta el día de hoy no ha llegado a las zonas rurales. El socialismo sería ilusorio si dejara intacto el sistema agrario imperante. Desde la amplia perspectiva de la economía socialista, la industria manufacturera no puede remodelarse a menos que se acelere el proceso mediante la transformación socialista de la agricultura. La idea directriz de la transformación económica que construirá el socialismo es la abolición de la diferencia y contraste entre la ciudad y el campo. Esta separación, este conflicto, esta contradicción es un fenómeno puramente capitalista, y debe desaparecer apenas asumimos el punto de vista socialista. Si la reconstrucción socialista ha de emprenderse con toda la seriedad, nuestra atención debe dirigirse tanto al campo como a los centros industriales, y sin embargo ni siquiera hemos dado el primer paso con respecto a aquél. Esto es esencial, no sólo porque no podemos construir el socialismo sin socializar la agricultura; sino porque, aunque pensemos que ya hemos considerado las últimas reservas de la contrarrevolución, queda otra importante que todavía no hemos tenido en cuenta. Me refiero al campesinado. Precisamente porque el socialismo no los ha tocado aún, los campesinos constituyen una reserva adicional para la burguesía contrarrevolucionaria. Lo primero que harán nuestros enemigos cuando la llama de la antorcha socialista les empiece a quemar los pies, será movilizar a los campesinos, defensores fanáticos de la propiedad privada. Hay una sola manera de adelantarse a esta potencia contrarrevolucionaria amenazante. Debemos llevar la lucha de clases al campo; debemos movilizar al proletariado sin tierras y a los campesinos pobres contra los campesinos ricos. [Fuertes aplausos.] A partir de aquí podemos deducir qué tenemos que hacer para garantizar el triunfo de la revolución. Primero y principal, debemos extender en todas direcciones el sistema de consejos obreros. Lo que queda del 9 de noviembre son los comienzos débiles, y ni siquiera los tenemos todos. Durante la primera fase de la revolución perdimos fuerzas que habíamos adquirido al comienzo. Sabéis que la contrarrevolución se ha empeñado en la destrucción sistemática del sistema de consejos de obreros y soldados. El gobierno contrarrevolucionario de Hesse los ha abolido totalmente; en otras partes el poder ha sido arrancado de sus manos. Entonces, no basta con desarrollar el sistema de consejos de obreros y soldados, sino que debemos inducir a los trabajadores rurales y a los campesinos pobres a adoptar este sistema. Tenemos que tomar el poder, y el problema de la toma del poder se plantea de la siguiente manera: ¿Qué puede hacer, en cada lugar de Alemania, cada consejo de obreros y soldados? [¡Bravo!] Esa es la fuente de poder. Debemos minar el Estado burgués, debemos, en todas partes, poner fin a la separación de poderes públicos, a la división entre los poderes ejecutivo y legislativo. Esos poderes deben unificarse en manos de los consejos de obreros y soldados. Camaradas, tenemos un campo extenso por cultivar. Debemos construir de abajo hacia arriba, hasta que los consejos de obreros y soldados sean tan fuertes que la caída del gobierno Ebert-Scheidemann será el último acto del drama. Para nosotros la conquista del poder no será fruto de un solo golpe. Será un acto progresivo porque iremos ocupando progresivamente las instituciones del Estado burgués, defendiendo con uñas y dientes lo que tomemos. Además, considero, junto con mis colaboradores más íntimos en el partido, que la lucha económica también estará en manos de los consejos obreros. La solución de los problemas económicos, y la expansión del área de aplicación de esta solución, deben estar en manos de los consejos obreros. Los consejos deben ejercer todo el poder estatal. Á ese fin debemos dirigir nuestras actividades en el futuro inmediato, y es obvio que si aplicamos esta línea la lucha no dejará de intensificarse inmediata y colosalmente. Paso a paso, en lucha cuerpo a cuerpo, en cada provincia, en cada ciudad, en cada aldea, en cada comuna, todos los poderes estatales deben pasar, pieza por pieza, de la burguesía a los consejos de obreros y soldados. Pero antes de tomar estas medidas los militantes de nuestro partido y los proletarios en general deben educarse y disciplinarse. Aun en los lugares donde los consejos de obreros y soldados ya existen, no comprenden por qué existen. [¡Muy bien!] Debemos hacer comprender a las masas que el consejo de obreros y soldados debe ser el eje de la maquinaria estatal, que debe concentrar todo el poder en su seno y que debe utilizar dichos poderes para el único inmenso propósito de realizar la revolución socialista. Todavía los obreros organizados para formar consejos de obreros y soldados distan mucho de comprender esa perspectiva, y sólo minorías proletarias aisladas comprenden las tareas que les incumben. Pero no hay razón para quejarse de ello, puesto que es normal. Las masas deben aprender a ejercer el poder, ejerciendo el poder. No hay otro camino. Felizmente, quedaron atrás los días en que nos proponíamos “educar” al proletariado en el socialismo. Parecería que los marxistas de la escuela de Kautsky siguen viviendo en esas épocas pasadas. Educar en el socialismo a las masas proletarias significaba distribuir volantes y folletos, hacer conferencias. Pero ése no es hoy el método de educar a los proletarios. Hoy, los obreros aprenderán en la escuela de la acción. [¡Muy bien!] Nuestro evangelio dice: en el principio era el hecho. La acción significa para nosotros que los consejos de obreros y soldados deben comprender su misión y aprender a convertirse en las únicas autoridades públicas en toda la extensión del reino. Sólo así prepararemos el terreno de modo que todo esté dispuesto cuando llegue la revolución que coronará nuestra obra. Deliberadamente, y con plena conciencia del significado de estas palabras, os dijimos ayer, os dije yo en particular: “¡No creáis que las cosas serán fáciles en el futuro!” Algunos camaradas imaginan erróneamente que yo sostengo que podemos boicotear la Asamblea Nacional y cruzarnos de brazos. Es imposible, en el tiempo que nos queda, discutir a fondo el problema, pero permitidme decir que yo jamás quise significar semejante cosa. Yo quise decir que la historia no va a facilitamos la revolución como facilitó las revoluciones burguesas. En esas revoluciones bastó con derrocar el poder oficial central y entregar la autoridad a unas cuantas personas. Pero nosotros debemos trabajar desde abajo. Allí se revela el carácter masivo de nuestra revolución, que busca transformar la estructura de la sociedad. Es una característica de la revolución proletaria moderna que no debamos conquistar el poder político desde arriba sino desde abajo. El 9 de noviembre fue un intento, un intento débil, desganado, semiconsciente y caótico de derrocar la autoridad pública y poner fin al dominio de la propiedad privada. Lo que nos incumbe ahora es concentrar deliberadamente todas las fuerzas del proletariado para atacar las bases mismas de la sociedad capitalista. Allí, en la base, donde el patrón enfrenta a sus esclavos asalariados; allí, en la raíz, donde los órganos ejecutivos de la propiedad enfrentan a los objetos de su gobierno, a las masas; allí, paso a paso, debemos arrancar el poder de las clases dominantes, tomarlo en nuestras manos. Trabajando con esos métodos puede parecer que el proceso será bastante más pesado de lo que imaginábamos en el primer arrebato de entusiasmo. Creo que debemos comprender con toda claridad las dificultades y complicaciones que aparecen en el camino de la revolución. Espero que en vuestro caso, como en el mío, la descripción de las dificultades enormes que debemos enfrentar, de las inmensas tareas que debemos asumir, no disminuirá el entusiasmo ni paralizará las energías. Todo lo contrario, cuanto mayor la tarea, mayor el fervor con el que concentraréis vuestras energías. Tampoco debemos olvidar que la revolución puede obrar con extraordinaria velocidad. No trataré de predecir cuánto tiempo necesitaremos. ¿Quién de nosotros se preocupa por el tiempo, mientras alcance la vida para lograr el objetivo? Bástenos tener claridad acerca del trabajo que nos aguarda; he tratado de bosquejar lo mejor posible, en rasgos generales, el trabajo que tenemos por delante. [Aplausos tumultuosos.]

Fuente: Marxists Internet Archive

lunes, 29 de diciembre de 2008

XIV CONFERENCIA INTERNACIONAL ROSA LUXEMBURGO, BERLÍN 10 DE ENERO DE 2009

“El dominio mundial del imperialismo es una necesidad histórica, que la internacional proletaria lo derribe también lo es.”
Rosa Luxemburgo, obras escogidas: El Folleto Junius: La crisis de la socialdemocracia alemana.

ACERCA DE LA CONFERENCIA

Desde 1996 cada segundo sábado de enero se celebra en Berlín la Conferencia-Internacional-Rosa-Luxemburg. Este encuentro es auspiciado por el periódico-diario marxista “junge Welt”, que se difunde en todo el espacio germano-parlante y que no depende de ningún partido político. El acento de este evento radica en ponencias, debates e intercambio de experiencias así como en el análisis de actividades de movimientos de la izquierda y partidos a nivel mundial y el desarrollo de la lucha política en Alemania.

La Conferencia-Rosa-Luxemburg reúne cada año a unas 2000 personas de diferente procedencia y edad para debatir sobre la actualidad de la obra de Rosa Luxemburgo, sobre teoría y política, historia y presente de movimientos antiimperialistas y perspectivas de cambios sociales. Ponentes y participantes provienen de diferentes entornos políticos, algunos organizados y otros independientes. El lazo de unión es la búsqueda de caminos que rompan con la dinámica del devastador del neoliberalismo, la voluntad de superar el capitalismo y el tener una perspectiva socialista. No es casualidad que el espectro de los participantes corresponda a la de los lectores del “junge Welt”.

Para las intervenciones se invita expresamente a ponentes internacionales; Alemania participa con una ponencia. Las barreras lingüísticas se superan con la ayuda de traducción simultánea, las lenguas habituales de la conferencia son inglés, castellano y alemán. En múltiples puestos de información se presentan más de 30 organizaciones, partidos y editoriales.
Al día siguiente de la conferencia tiene lugar en Berlín la gran marcha conmemorativa en honor de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Para la mayoría de los participantes es un hecho unir estas dos citas.

La Conferencia-Rosa-Luxemburg está organizada por el periódico “junge Welt” y respaldada y apoyada por sindicatos, medios y organizaciones de izquierda.

PROGRAMA

Sábado, 10.1.2009

Lugar: URANIA-HAUS, An der Urania 17, 10787 Berlín
Entrada desde las 10.00 Uhr (entre las 10.00 y 10.45 se proyectarán videos de las sesiones de años anteriores)

Desde las 11.00 h Ponencias

Internacionalismo y contrapoder, hoy

Intervienen:
Klaus Gietinger, Director de cine y escritor, Köln (Colonia)
Samir Diab, l´Université Libanaise, Miembro del Buró Político del PC de Líbano
Domenico Losurdo, Filósofo, Italia
Georgina Alfonso Gonzáles, Subdirectora del Instituto Filosófico de Cuba
Sara Flounders, International Action Center, USA
Ahmath Dansokho, Secretario General del Partido de la Independencia y del Trabajo de Senegal
Mumia Abu-Jamal, Periodista, preso político, USA
Moderación: Dr. Seltsam

Desde las 13.30 h Programa paralelo

Kein Frieden mit der NATO (No a la Paz con la OTAN)

Jornadas juveniles para preparar las movilizaciones del aniversario de la OTAN:

Con representantes de las organizaciones juveniles como: SDAJ, DIDF-Jugend, Die Linke.SDS, ALB, ARAB, der KNE de Grecia) y otros invitados internacionales.

Desde las 18 h Debate

Europäische Union – Das nette Imperium von nebenan (Unión Europea – El simpático imperio de los vecinos)

La Unión Europea: Militarización, recorte democrático y social. ¿Como puede perfilarse una respuesta efectiva internacional de las fuerzas de la izquierda?

Michael Kronawitter, Antifa
Lothar Bisky, Presidente del partido europeo IE (izquierda europea - Europäischen Linkspartei) y del partido die Linke (Alemania)
Stefanos Loukas, Director y editor de Rizospastis, Miembro del buró político del KKE, Grecia
Domenico Losurdo, Filosofo, Italia
Moderador: Arnold Schölzel, Jefe de redacción del Junge Welt

Desde 20.00 h Concierto en el “Großen Saal” (gran auditorio) del Urania

Ich war, ich bin, ich werde sein (...He sido, soy y seré)
Rosa Luxemburg sobre la revolución alemana, poco antes de ser asesinada
50 aniversario de la revolución Cubana,
90 Aniversario del asesinato de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht

VICENTE FELIU, representante destacado de la Nueva Trova Cubana, acompañado por JOSÉ ANDRES ORDAS AGUILERA
EWO2, la pequeña orquesta mundial electrónica

Desde las 22.00 h Fiesta en el Loft

COOL BREEZE (Afroskalypso de Berlín) y visitantes sorpresa

Entradas:

Todo completo (Ponencias, Debate, Concierto, Fiesta) 21 euros, reducida 15 euros
Solo Conferencia (Ponencias, Debate) 13 euros, reducida 9 euros
Debate 5 euros, reducida 4 euros
Concierto 13 euros, reducida 9 euros

domingo, 28 de diciembre de 2008

LAS LETRAS Y LAS ARTES PLÁSTICAS FESTEJAN EL CENTENARIO DE MERCÉ RODOREDA


SE EXPONEN SUS OBRAS EN LA PEDRERA Y EDHASA REEDITA SUS NOVELAS

La autora más universal de la narrativa catalana contemporánea fue también una notable pintora, aunque este aspecto creativo de Mercè Rodoreda (1908-1983) resulte mucho menos conocido. Desde que el pasado 10 de octubre se cumplieran cien años de su nacimiento, las reediciones de sus libros, los seminarios y exposiciones se suceden en un vívido afán por iluminar su personalidad compleja y vanguardista. Y es que la autora de La plaza del Diamante -novela que para Gabriel García Márquez es la más hermosa de cuantas se han publicado en España tras la Guerra Civil- convirtió su obra "en un inmenso ejercicio de evocación de su vida en Barcelona", ciudad que abandonó en 1939 dejando atrás a su familia y a su hijo de diez años, explica Anna Caballé Masforroll, profesora de Literatura Española de la Universidad de Barcelona.En su largo exilio, primero en Francia y luego en Suiza, cosió para ganarse la vida, escribió y pintó. La exposición Rodoreda en vivo acerca hasta el 1 de febrero en La Pedrera barcelonesa una treintena de sus pinturas y collages. "Son obras sobre papel, en su mayoría inéditas, que muestran que Rodoreda es un símbolo de las relaciones entre arte y pintura, como sucede con Henri Michaux. Ella empezó a pintar a finales de los años cuarenta, durante su exilio en París, y continuó haciéndolo hasta 1957, cuando ya residía en Ginebra [adonde se trasladó junto a su pareja Armand Obiols, contratado como traductor por la ONU]", contextualiza la escritora y comisaria de la muestra, Mercè Ibarz.Esos dibujos comparten muchos rasgos de su literatura: la presencia femenina, la solidaridad con los desterrados... Y el tono dulce y triste con el que retrataría en 1962 a su protagonista más universal, Colometa, que en la adaptación televisiva llevó el rostro de Silvia Munt.

La editorial Edhasa se ha sumado a la celebración de este Año Rodoreda con la reedición en tapa dura de dos de sus mejores novelas, La plaza del Diamante y La calle de las camelias (reunidas en un solo volumen); así como de sus cuentos completos. Para Anna Caballé, "antes del exilio, Rodoreda ya había dado muestras de ser una excelente narradora porque su novela Aloma es de 1937. No sabemos hasta qué punto el vivir lejos de Cataluña transformó su literatura pero sí lo importante que fue su forma de hacerlo: huyendo de la prosa literaria al viejo estilo, que ella detestaba, y buscando un lenguaje lo más próximo posible a sus protagonistas". Así, continúa Caballé, "la narración de Natalia (o Colometa, el sobrenombre por el que se la conoce en la novela) está firmemente arraigada a su propia conciencia de muchacha sencilla, observadora y con una vida bastante desgraciada. De esa vida suya irá extrayendo sus reflexiones, sencillas pero emocionantes, y que no comparte con nadie, más que con el lector".Sobre la tradición literaria de la que se nutre Rodoreda, reconoce que le ve una profunda correspondencia con Soledad, de Caterina Albert (que publicaba con el pseudónimo de Víctor Catalá). "Soledad se publicó en 1905 y también traza con un lenguaje ajustadísimo, aunque más poético, la historia de una mujer con sus pensamientos y su vida erizada de dificultades. Mujeres solas, inocentes, cohibidas en un mundo de hombres que apenas saben verlas... y que acaban por erguirse, cada una a su modo". Rodoreda fue muy amiga del intelectual anarquista Andreu Nin y a través de sus traducciones del ruso al catalán conoció lo mejor de la novela rusa, sobre todo Ana Karenina. Pero no sólo. "Leía mucho: Constant, Proust, Stendhal, Thomas Hardy, Aldous Huxley, Kafka, Virginia Woolf, Katherine Mansfield (una escritora que le encantaba) y, sobre todo, Dorothy Parker y su mirada finamente corrosiva de las cosas", prosigue Caballé.

La edición de Edhasa recupera La calle de las camelias, una obra que contiene otra protagonista inolvidable, Cecilia, hoy eclipsada por la fama de Colometa. En esta novela de madurez, junto con La plaza del Diamante y Espejo roto, así como en sus cuentos y sus cartas, cree Caballé que es posible fijar su ideal expresivo: escribir con un lenguaje desembarazado de la presunción y la pedantería. "Colometa y Cecilia son mujeres que observan cosas sumamente penetrantes sobre sí mismas y la gente que las rodea y siempre nos parece verosímil lo que piensan. A Rodoreda le fascinaba la lengua hablada y ése es su modelo literario. Culto en la estructura pero buscando siempre la palabra y el tono adecuados a sus personajes".
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Fuente: Charo Ramos (Diario de Sevilla)