martes, 23 de diciembre de 2008

"LA MUCHACHA DEL SIGLO PASADO": MEMORIAS POLÍTICAS DE LA FUNDADORA DE IL MANIFESTO

La muchacha del siglo pasado
Autor: Rossana Rossanda.
ISBN: 9788495440877
Año: 2008
Edición: 1ª
Idioma: Castellano
Encuadernación: Rústica
Páginas: 448
Dimensiones: 14,5x21
Editorial:
Foca, Ediciones y Distribuciones Generales S.L.
Precio: 22.00 €
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En este libro, crónica apasionada de una época y de un proyecto político comunista narrada en primera persona por una de sus protagonistas más emblemáticas, Rossana Rossanda narra su peripecia personal y política hasta finales de la década de 1960. Su infancia, su entorno familiar, sus predilecciones intelectuales, y su militancia comunista durante los años convulsos de la Segunda Guerra Mundial entre la crisis del régimen de Mussolini, la Resistencia antifascista y los primeros balbuceos de la democracia tras el fin del conflicto bélico. A partir de este ovillo de experiencias primordiales, Rossanda cuenta su intensa militancia en el Partido Comunista Italiano, analizando sus propias perplejidades, sus puntos ciegos y sus intentos para transformarlo desde dentro, hasta la expulsión del mismo en 1969 con el grupo de Il Manifesto y el lanzamiento de una aventura política, cultural y periodística decisiva en la sociedad italiana contemporánea que se prolonga hasta el día de hoy en la publicación del periódico homónimo. Libro apasionante en el que se mezclan sabiamente la autobiografía, la sociología del conocimiento y el análisis político entreverados con las opciones que han definido toda una época histórica y con la vida de varias generaciones de militantes de la izquierda europea.

Rossana Rossanda (1924), militante y dirigente comunista, escritora, diputada por PCI, fundadora de Il Manifesto y protagonista sobresaliente de la política italiana durante los últimos cincuenta años. Entre sus obras se cuentan entre otras las siguientes: Note su alcuni aspetti teorici e politici del dibattito sul controllo operaio (1959); L’anno degli studenti (1968); Il marxismo di Mao Tse-tung e la dialettica (1974) (con Charles Bettelheim); Viaggio in Spagna (1977); Le altre. Conversazioni sulle parole della politica (1979); Un viaggio inutile (1981); Anche per me. Donna, persona, memoria dal 1973 al 1986 (1987); La vita breve. Morte, resurrezione, immortalità (con Filippo Gentiloni) (1996); Appuntamenti di fine secolo (1995) (con Pietro Ingrao); Note a margine, (1996) y Brigadas Rojas. Una historia italiana [1994] (con Carla Mosca) (2002).

Premisa

«Éste no es un libro de historia. Es lo que me devuelve la memoria cuando me encuentro con la mirada recelosa de quienes me rodean: ¿por qué has sido comunista? ¿Por qué dices que lo eres? ¿Qué quieres decir? ¿Sin un partido, sin cargos, cerca de un periódico que ya no es tuyo? ¿Se trata de una ilusión a la que te aferras, por obstinación, por osificación? De vez en cuando alguien me para amablemente: «¡Usted ha sido un mito!». Ahora bien, ¿quién quiere ser un mito? Yo no. Los mitos son una proyección ajena, con la que no tengo nada que ver. Me desazona. No estoy honrosamente clavada en una lápida, fuera del mundo y del tiempo. Sigo metida tanto en el uno como en el otro. Pero la pregunta me interpela. La vicisitud del comunismo y de los comunistas del siglo XX ha terminado tan mal que es imposible no planteársela. ¿Qué ha significado ser un comunista en Italia desde 1943? Comunista como miembro de un partido, no sólo como un momento de conciencia interior en el que uno siempre puede arreglárselas: «Con esto o aquello no tengo nada que ver». Comienzo interrogándome a mí misma. Sin consultar libros ni documentos, pero no libre de dudas. Después de más de medio siglo atravesado corriendo, tropezando, retomando de nuevo la carrera con algunos moratones de más, a la memoria le entra el reuma. No la he cultivado, conozco su indulgencia y sus trampas. También las que consisten en darle una forma. Pero memoria y forma son a su vez un hecho en medio de los hechos. Ni más ni menos».

Prefacio. El relato de una elección
Mario Tronti

La muchacha del siglo pasado: estaré equivocado –el éxito del libro dice lo contrario– pero no me parece un título acertado. Pues no se trata de una muchacha, sino de una mujer. Y sabemos por este relato de un yo inmerso en el mundo que no fue precoz en Rossana la conciencia de su tiempo trágico: «[...] más dominada por el fragor de la mente que por el de la guerra». Francamente, cuesta pensar en la joven Rossanda como «una muchacha gris». Me he hecho la siguiente pregunta: ¿por qué esa insistencia en una adolescencia y en parte una juventud no políticas, antes de plantar todo su cuerpo en los caminos truncados de la propia época? Y he creído poder responderla de este modo: todo el relato pretende advertirnos, a nosotros y a todos, de que hay una excedencia de la persona respecto a la figura. La presencia pública no agota la complejidad humana. Antes bien, esta última suele entrar en un doloroso conflicto con aquella. Y cuanto más se eleva el grado de intensidad del acontecimiento histórico, tanto más chirría la forma de la respuesta íntima. Y siempre emerge con fuerza un sentimiento de insatisfacción: por no haber dado lo necesario desde el punto de vista subjetivo, por la dificultad de las condiciones objetivas o por la ignorancia de las fuerzas en liza. Circula por todo el libro un aura de dolorosa desproporción entre lo que se es y lo que se hace. Una Stimmung [temperamento] del siglo XX. Y de esta suerte estamos siempre tratando de averiguar si la tentativa era demasiado ambiciosa o si hemos sido nosotros los que no hemos estado a la altura. Nosotros, esto es, la parte en cuyo destino se ha inscrito a partir de un determinado momento la existencia de Rossana Rossanda, conforme a una especie de penúltima decisión. Son muchos los que fingen no entender que el verdadero vínculo de hierro no era el que unía un partido a un Estado, sino el de un individuo, una mujer, un hombre, a una historia que les superaba.
Antes que en el título, debemos fijarnos en la foto de la portada del libro. Una expresión de perplejidad, una mirada directa, dos manos que sostienen un rostro. A su manera, se trata de otra representación de la «melancolía», ese precioso movimiento del alma sensible, que sólo en este sentido es lo mismo que el carisma: se tiene o no se tiene, pero no se puede adquirir. Rossana nos cuenta que en una reciente exposición en París ha tenido ocasión de ver abundantes ejemplos de esas representaciones –por regla general un rostro que se apoya en una sola mano– que, como todo cuanto frecuenta, no la había dejado contenta.

Este libro es el relato de un gran amor malogrado. Es el destino de los grandes amores. Sólo las pequeñas historias duran eternamente y eternamente se repiten. El amor entre Rossanda y el PCI atraviesa todas las fases: el estado naciente del enamoramiento, los primeros contactos llenos de entusiasmo, las primeras incomprensiones que consolidan la relación, la ilusión de la identificación, el descubrimiento de lo distinto en el otro, las desconfianzas recíprocas, el ahondarse de las diferencias hasta la conciencia de las incompatibilidades y la solución de la separación. El libro prácticamente quiere decirnos que ese resultado estaba oscuramente contenido en los comienzos. ¿Cómo podía aquella muchacha del siglo pasado convertirse en una mujer del PCI del siglo XX? Los fragmentos de reservada sabiduría que aparecen en la primera parte, sobre la infancia, sobre el ser padre y madre y hermana, no llevan a presagiar el final feliz. Y no porque se tratara de aquellos comunistas, sino porque aquel tipo de sensibilidad, formada en el gusto de los intereses estéticos, abocada a los misterios de la cultura, fascinada por las dimensiones implicadas de la interioridad, no se componía, a largo plazo, a pesar de la elección racional, con las duras, áridas repetitivas tareas de la política cotidiana. La época, además, había dejado atrás la excepcionalidad de los acontecimientos para recobrar el paso normal de la administración ordinaria de los sucesos.

Sin embargo, en este cuerpo a cuerpo con los hechos, mediado por una pertenencia de organización, sorprende encontrar algunos agujeros de memoria o algunos vacíos de presencia. 1956 no resulta ser el «año inolvidable», aquel desgarrón interno, aquella conmoción del despertar del sueño dogmático, que fue para muchos de nosotros y para buena parte de la cultura del compromiso. A principios de la década de 1960, viviendo en Milán, Rossanda no encuentra el operaismo, del que no hay huella en todo el libro, ni de recuerdos ni de juicios. No porque aquello fuese un acontecimiento, pero sí un tránsito de ruptura, político y sindical: las organizaciones lo contemplaban de una manera, podía ser contemplado de otra. No aparece el descubrimiento lancinante, creativo, en aquellos mismos años, de la cultura de la crisis, del milieu centroeuropeo, de las vanguardias artísticas de principios del siglo XX, de la sociología crítica, de la fenomenología. Pero esto sorprende menos. De los maestros de la sospecha, Rossanda conoce a Marx y Freud. Le falta Nietzsche. Quiere que le falte.

La relación entre «la mujer del siglo pasado» y el feminismo, sobre todo el de la diferencia, daría lugar a un capítulo aparte. Relación de amor y odio, de pertenencia conflictiva, de atención muy, excesivamente desencantada. Es un terreno minado. No me aventuraré por él. No quiero saltar por los aires.

Hasta ahora me he limitado a las anteriores consideraciones para despejar el terreno de aspectos secundarios y encaminarme así al corazón oscuro del libro. La belleza de este relato reside en otro lugar. He leído en el Corriere della sera, firmado por una persona que hasta ahora consideraba inteligente, una intervención grosera, que se servía del libro como pretexto para insultar a la persona. El anticomunismo en ausencia de comunismo, es decir, el sentido común intelectual hoy al uso, no soporta que se hable del PCI sin que se encienda la hoguera bajo los pies de las mujeres y los hombres que han tenido que ver con él. Y no importa lo más mínimo que su relación haya sido ortodoxa o herética. El pecado, la culpa, el delito, permanecen. Si este libro hubiera sido escrito con el PCI todavía en vida, podría jurarse que habría sido mucho más duro y lejano. Hoy Rossana, al ser interpelada, ha respondido: con este libro he querido defender la memoria de los comunistas. De ahí que, si las partes literariamente más bellas son los retratos de las personas, de los que Rossana es maestra, las páginas políticamente más significativas son los relatos de vida del colectivo. «Era el partido duro [...] una red fatigosa pero viva que estructuró al pueblo de izquierda». El sujeto de «una inmensa aculturación», de masas. En la sección de Lambrate, escuchando al relator que iba de peldaño en peldaño, desde el centro del mundo a la periferia de Milán, de la información a la directriz: «Observando aquellos rostros a la escucha, pensaba que para cada uno su propia historia dejaba de parecerles casual o desesperante, cobraba sentido propio en un marco mundial de avances o retrocesos [...] Ese, que ha sido un objeto corriente de mofa a finales del siglo, fue el partido que también hice mío». ¿Hay un reconocimiento del dolor en la vida pública? Sí, lo hay. Lo dice aquella frase, una vez terminado el comité central que decidió la exclusión: «ya no éramos de los suyos, de los nuestros».

«No se puede ser comunista de paso», escribe Rossana. Y recuerda a Aldo Natoli, que también estaba en aquel comité central: «No hace falta carné para ser comunista». Hay un hilo que une el libro, y el libro a una vida, y una vida a la historia. Cierto es que el relato de la vida privada se limita a la infancia y a la adolescencia y, cuando llega el paso a la vida pública, desaparece todo lo demás. Pero ésta es precisamente la cuestión problemática. La ridícula fórmula «lo personal es político», que justamente no aparece en ninguna página, experimenta aquí una nueva traducción, una rearticulación en una historia distinta, dura, grande y terrible. El siglo pasado precisamente. Creo entender en sus dimensiones profundas las palabras, las pausas y los silencios de los enojos de Rossanda ante las objeciones, sobre todo femeninas, de quienes dicen: ¿para qué te metes en líos? «¿Cómo explicar que para nosotros el partido fue una marcha de más? Nos dio la clave de relaciones ilimitadas, aquellas a las que por sí solo no se accede jamás, de mundos distintos, de vínculos entre gente que trataba de ser igual, nunca serial, nunca dependiente, nunca convertida en mercancía, nunca utilitaria. Habrá sido una ilusión, un error, como llegó a decir hace un tiempo una amiga mía. Pero una compacta ilusión y una sólida equivocación, difícilmente distinguibles de una realidad humana».

Asimismo, recomiendo la lectura de las páginas [...]. La contradicción entre ser mujer y hacer política. «Desconfío de los saberes femeninos». Sin embargo, cuando «no estoy en juego yo sola, siento una desviación, una vacilación, un deseo de retirarme. No creo que le suceda a un varón [...]». Y no es todo. Algunas mujeres destacadas, que se habían preocupado de las demás, decidieron en un determinado momento no preocuparse en lo sucesivo más que de sí mismas. «Una de ellas la emprendía con Simone Weil: ¿pero quién le había mandado inmiscuirse, quién la había dado vela en aquel entierro? Ardí en cólera. Y llena de dudas. ¿Quién me había dado vela a mí, que ni siquiera era Simone Weil? Nadie [...] Estaba furiosa [...]». Otras le reprochan que se haya sacrificado a sí misma. «¿Sacrificada? Ni hablar. Nunca he sentido que me faltara una habitación propia teniendo para mí el mundo y pudiendo incluso retirarme del mismo. No hay mejor modo de realizarse que junto a los demás [...] Nunca te sacrificas menos que en un colectivo que has elegido y en el que te crees necesaria». Léase en la página [...]: «Yo me hice comunista en octubre de 1943, cuando me descubrí como una rama en un mundo que se despeñaba». Una elección de la razón. No una teoría, adquirida gracias a los libros que Banfi le facilita, sino una parte de sí misma que se pone en movimiento por su propia cuenta. «¿Cómo soportar que la mayoría de las personas que nacen no tengan ni siquiera la posibilidad de pensar quiénes son, que harán con sus vidas, que hayan perdido la aventura humana antes de emprender el viaje? O hay un Dios tremendo que te pone a prueba y te compensa en el más allá, o es inaceptable. [...] Por eso no abandoné el PCI en 1948 ni en 1956. Los comunistas eran los únicos que negaban la inevitabilidad de lo no humano». «Es inaceptable»: esto es lo que se presenta como razón de fondo de la elección política comunista. En el siglo XX nadie dijo esto con tanta claridad. Y no será el coro de los arrepentidos, de los que transcienden la naturaleza humana, de los ateos devotos, de los burgueses laicos, de los patronos ilustrados, la que borre esta historia. Si el Partido Demócrata ha de ser la nueva frontera del «anticomunismo democrático» en Italia, que lo hagan. Movilizarán a un puñado de intelectuales prodianos, pero no estimularán de nuevo las razones de una izquierda del pueblo. Ahí reside la diferencia entre una fuerza histórica y una ocurrencia política. La primera sabe liberarse del pasado para superarse a sí misma, sabe romper la continuidad para revalorizar una tradición. La segunda no sabe más que comenzar puerilmente desde cero, para terminar descubriendo que no es nada.

Escribe Rossana: «Por lo demás mi fracaso como persona política es total sólo desde hace veinte años». Calculemos: desde mediados de la década de 1980. Así que el fracaso no fue la fractura de esta persona con el cuerpo del PCI. Porque, fuera, el grupo de Il Manifesto, como leemos al final del libro, no cayó en el vacío, cayó por el contrario en medio de un país en movimiento, entre revuelta juvenil y empellón obrero. Su esperanza era la de «ser el puente entre aquellas ideas jóvenes y la sabiduría de la vieja izquierda». Dejemos a un lado la afirmación de que no funcionó. Hemos aprendido que no todo lo que no ha funcionado históricamente era políticamente erróneo. La verdad es que la esperanza de reunir vieja y nueva izquierda existió mientras existió el PCI. Sólo después se torna en desesperación. Comprobamos hoy, con los hechos en la mano, que terminar con el PCI pretendía coherentemente terminar con la izquierda. Tal vez el plan no estaba inscrito en las intenciones, pero los procesos son más fuertes que los planes. Y la política que no controla los procesos, y que no sabe dirigirlos, no es política, es administración. ¿Y por qué a mediados de la década de 1980? Porque aquel día que, como una masa del pueblo, dijimos adiós a Berlinguer, celebramos el funeral del PCI. El después estaba ya inscrito en una historia que ya no estaba en nuestras manos. El fracaso pertenece a todo aquello que se intentó después: escaramuzas de retaguardia, un bullicio insensato para seguir la rueda de una supuesta modernización o una improbable refundación, además de algunos pepitos grillos –estamos hablando de nosotros– que hablaban sin que nadie les escuchase.

Querida Rossana, no sé si tendrás ganas de continuar el relato. Tengo la impresión de que, en tal caso, deberías volver a partir de ti misma. Desde aquellos años, el mundo ha vuelto a precipitarse en nuestro interior. En el fondo, las mejores cosas son las que han ocurrido en nuestro interior. Pero, al parecer, esto sólo nos ha sucedido a nosotros, que nunca hemos dado a torcer nuestro brazo antagonista. Y si hubiera un resquicio, uno sólo, para comenzar de nuevo y seriamente en la práctica a combatir este mundo, no se nos pasaría por la cabeza ni un instante de vacilación.

Fuente: Universidad Nómada
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