Cigarreras es una adaptación al teatro de La Tribuna, de Emilia Pardo Bazán que, llena de ternura y de toques de humor, retrató la dignidad de esas trabajadoras
Las cigarreras fueron unas adelantadas en capacidad de organización y
solidaridad. En 1834 crearon una Hermandad de Socorro para ocuparse de
las compañeras en apuros por enfermedad, incapacidad o viudedad
“No hay pobreza más pobre que la del pobre que ha de servir a un pobre”
(Emilia Pardo Bazán)
Debido a la ópera Carmen de Georges Bizet, en la que el personaje central encarna a una cigarrera gitana, el oficio de liar cigarrillos fue en cierto modo secuestrado por una visión romántica aromatizada con altas dosis de pasión y sensualidad. Pero la realidad de las cigarreras, más allá de los ambientes bon vivant, nos sitúa ante un trabajo muy apreciado y solicitado que pasaba de madres a hijas, pero también extremadamente duro: el calor, el polvo, la nicotina y los efluvios que emanaba la manipulación del tabaco provocaban muchas enfermedades respiratorias y oculares.
En Madrid, allá por 1809, la antigua Real Fábrica de Aguardientes, ubicada en Embajadores, pasó a ser una fábrica de tabacos. Existían en aquel barrio muchos talleres clandestinos compuestos por cigarreras, y todas fueron contratadas para la nueva fábrica, llegaron a ser 6.300, de igual manera en el barrio de Lavapiés proliferó esta actividad. En 1834 las trabajadoras constituyeron una Hermandad de Socorro para ocuparse de las compañeras que se encontrasen en apuros por motivos de enfermedad, incapacidad, viudedad… Fueron adelantadas en movilizarse para defender sus derechos, así en 1830 protestaron contra el tabaco de baja calidad que llegaba a las fábricas y que les costaba en exceso manipular. La Hermandad fue un instrumento verdaderamente valioso.
En Madrid se crearon otras ayudas sociales, como una sala de lactancias y escuelas (con el nombre de Asilo de Cigarreras), ubicado en la finca de lo que fue el Casino de la Reina. Era un lugar donde podían dejar a sus pequeños y recogerlos a la salida. En 1857, las cigarreras de A Coruña, destruyeron la nueva sección donde se picaba tabaco en protesta contra la nueva maquinaria. También lo hicieron en Madrid unos años después, negándose a trabajar, y en Cádiz o Bilbao. Igualmente fueron pioneras en la afiliación a sindicatos, como lo demuestran las llamadas tres rosas de la tabacalera de Cádiz, adscritas a CNT y fusiladas en octubre de 1936. Por encima de las leyendas y el folclore, las cigarreras han pasado a la historia por su solidaridad y capacidad de organización, hasta abarcar lo que hoy llamamos “conciliación laboral”.
Todo este mundo es el que recoge la obra de teatro Cigarreras, que lleva tiempo recorriendo España, en versión y dirección de Cándido Pazo, a partir de la novela La Tribuna. El acierto del director está en haber buscado lo esencial de la novela de la Pardo Bazán y, sin grandes artificios, trasladarla al escenario para que seis mujeres trabajadoras permitan a las seis actrices en escena brillar por su sencillez, su entrega y su trabajo conjunto, aunque finalmente sea Amparo (“La Tribuna”, como acaban llamándola sus compañeras), la que atraiga más miradas del espectador porque su inteligencia, su facilidad de palabra y su decisión, muy pronto la convierten en la líder del grupo. En la función a la que asistimos el personaje lo encarnaba una estupenda María Roja.
Todas ellas, salvo Doña Emilia, que en el montaje se erige en relatora de las vicisitudes que plasmó en su novela, —pero contadas una década después de haberla escrito—, son obreras de una fábrica de tabacos situada en A Coruña a finales del XIX. Día a día comparten circunstancias de trabajo, comentarios sobre la ciudad, sus personajes, la realidad política que se vive en España, las luchas sindicales en la fábrica y los avatares personales de cada una de ellas.
El retrato resultante nos revela la incorporación de la mujer al mundo del trabajo fuera de casa, las condiciones casi miserables de la España del XIX, los abusos constantes de las clases pudientes frente a las menos favorecidas, la manipulación que los señoritos infligen a sus novias de clase baja, amén de las diferencias abismales en las condiciones de trabajo y en los salarios existentes en la fábrica. Es la Galicia de 1868 a 1873 y, como toda España, también desde allí miran de cerca las vicisitudes que atraviesa la reina Isabel II, los movimientos de Prim y Espartero, la llegada de Amadeo de Saboya y, finalmente, la proclamación de la I República Española.
Cigarreras es una buena adaptación de la novela de la escritora gallega, llena de ternura y de toques de humor, que la convierten en una loa a la dignidad de esas mujeres trabajadoras, ¡ejemplo de tantas cosas!
Fuente: Mundo Obrero
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