"TIEMPO ENTRE OLIVOS": FANY DE LA CHICA Y LA MEMORIA DE LA TIERRA
La directora jiennense, afincada hasta ahora en Los Ángeles, regresa a las raíces en un documental premiado en el Festival de Sevilla.
En una ocasión, Fany de la Chica volaba a Nueva York y el itinerario contemplaba una escala prolongada en Reikiavik, un parón en el que la cineasta andaluza aprovecharía para visitar a un amigo. Mientras el avión se aproximaba al aeropuerto, la viajera observó la extraña belleza del paisaje volcánico, “esas tierras negras y yermas”, y se preguntó cómo sería la infancia en ese entorno, “a qué jugarían los niños allí”. Ella se recordó entonces entregada con otros chavales “a la guerra de las aceitunas, metiéndonos en casas abandonadas, descendiendo por la montaña en chanclas” en las estancias de la familia en la aldea de La Cerradura, y De la Chica supuso con orgullo que había sido una suerte despertar a la vida entre los olivares de Jaén.
La directora, afincada en los últimos años en Los Ángeles, regresa a sus raíces con Tiempo entre olivos, un proyecto que empezó a gestar hace una década y que recibió este fin de semana el premio al mejor documental en el Festival de Sevilla. Un testimonio emocionante que toma la producción del aceite de oliva como premisa para reflexionar sobre el peso de los orígenes en la identidad de las personas y la posibilidad de habitar el mundo con otro tempo, lejos del vértigo y la indiferencia de las ciudades.
“Quería que esta película sirviera como memoria de una generación, la de nuestros abuelos, que vivieron la Guerra Civil y la posguerra, gente que es una fuente de sabiduría”, explica De la Chica, “y que representa otro estilo de vida, una economía basada en lo que se planta, donde se cocina con fuego o se hace la matanza”. Ancianas que se sientan en la puerta de sus casas a charlar y que exhiben en sus rostros las arrugas que ha cincelado el tiempo. “Esas arrugas me recuerdan a las grietas de la tierra”, señala la directora, conmovida con el material humano que atrapa con su cámara y que enmarca en hermosos primeros planos. “Hay una escena en que dos de esas mujeres se ponen a soltar refranes y cancioncillas, pero yo no lo pedí, salió de ellas. Y lo mismo ocurrió con otro momento en que la niña protagonista, Carmen, habla inesperadamente sobre águilas con Aniceto, el abuelo. No hay nada guionizado de antemano. Creo que en un documental es fundamental la elección de los personajes, es importante que sean carismáticos, y aquí hemos acertado”.
En Tiempo entre olivos, en el que no podía faltar el poema Andaluces de Jaén de Miguel Hernández, Fany de la Chica homenajea un universo que corre peligro de desaparecer, “pero yo hablo de un olivar marginal de montaña, que no el de campiña, que puede ser más rentable. En el documental vemos a uno de los agricultores portando un saco con las aceitunas y sube una cuesta, una imagen que para mí es reveladora”. En la mirada al campo que dedica la realizadora –que ha desarrollado también una carrera paralela en la música– asoman también los inmigrantes “cuyo trabajo es indispensable para que los alimentos lleguen a nuestra mesa. No quería dedicarles mucho tiempo, porque sus historias darían para otro documental, pero sí creía importante dar las gracias”.
De la Chica, que esta semana participa en una residencia de guionistas en La Rábida, intuye que su etapa en Los Ángeles termina y está “volviendo” a Andalucía “por amor y porque no se puede estar a trece horas de avión con tus padres ya mayores”. Pese a la distancia geográfica, sostiene ahora, ella nunca se fue del todo. “Cuando me mudé a Londres me grabé los discos de Camarón y de Rocío Jurado, y si lo pasaba mal me ponía a escucharlos. Esas letras, esa música, las vivía yo como un acto de resistencia. Me decía: ‘Si ellos han podido, yo también puedo’. El flamenco es mucho más que una seña de identidad”.
Fuente: Diario de Sevilla
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