jueves, 16 de julio de 2015

"EL FINAL DE LA GUERRA, LA ÚLTIMA PUÑALADA A LA REPÚBLICA", DE PAUL PRESTON

Reseña de María Rosa de Madariaga (Historiadora. Consejo de Redacción de Crónica Popular)


Más que una reseña al uso sobre la obra El final de la guerra. La última puñalada a la República ((Debate, 2014), del historiador británico Paul Preston, lo que damos en las páginas que siguen es un artículo en el que, por su elevado interés y el desconocimiento que todavía hoy se tiene sobre el tema, tratamos de reflejar los elementos esenciales que conformaron el golpe de Estado del coronel Segismundo Casado contra el Gobierno de la II República y la entrega de Madrid al general golpista Francisco Franco, el 5 de marzo de 1939. El libro de Paul Preston lo merece. Compuesto de doce capítulos y un Epílogo, se inicia con el capítulo titulado “Una tragedia innecesaria”, del que vale la pena transcribir el primer párrafo:


Esta es la historia de una tragedia humanitaria evitable que costó muchos miles de vidas y arruinó decenas de miles más. Tiene numerosos protagonistas, pero se centra en tres individuos. El primero, el doctor Juan Negrín, víctima de lo que se podría llamar una conjura de necios, trató de impedirla. Los otros dos fueron responsables de lo acontecido. Uno, Julián Besteiro, actuó con ingenuidad culposa. El otro, Segismundo Casado, con una sorprendente combinación de cinismo, arrogancia y egoísmo”.

En efecto, la historia se centra sobre todo en estos tres hombres, de los que Preston traza un fino análisis psicológico. Pero hay otros muchos personajes que, como en las tragedias griegas, forman parte del coro. El relato empieza con el coronel Casado, al que Preston presenta como a un “eterno insatisfecho”, calificativos a los que habría que añadir los de “obseso anticomunista”, dos características que bastan quizá para explicar su comportamiento casi al final de la guerra, cuando lanzó el 5 de marzo de 1939 un golpe militar contra el gobierno de Juan Negrín, con el argumento de que éste era una marioneta del Partido Comunista, y de que se preparaba un golpe de Estado para imponer una dictadura comunista sometida a la Unión Soviética. Así se producía al final de la guerra civil un escenario parecido al del comienzo, en el que los militares facciosos, como Franco y Mola, se alzaron contra el gobierno legítimamente constituido con el pretexto de que los comunistas preparaban un asalto al poder. Naturalmente, tanto en un caso como en el otro, estas acusaciones eran totalmente falsas. Como Preston demuestra a lo largo de las páginas de su libro, Negrín no era ni mucho menos una marioneta de los comunistas y la acusación de que se proponía encabezar personalmente un golpe comunista carecía totalmente de fundamento. Los testimonios del corresponsal de guerra estadounidense Herbert Matthews, que conocía bien a Negrín, y de Marcelino Pascua, gran amigo personal suyo desde siempre, expresaban una opinión sobre el líder socialista que contradecía totalmente esas acusaciones.

Según Matthews, Negrín veía que Rusia era la única nación que ayudaba a la España republicana y que los comunistas eran los mejores soldados y los más disciplinados, sin que eso significase ni mucho menos que estuviera a sus órdenes. Para Marcelino Pascua, el personaje político al que más admiraba Negrín era Clemenceau, jefe del gobierno francés durante la Primera Guerra Mundial, y el eslogan preferido de Negrín era el comentario de Clemenceau: “En la guerra como en la paz, los que tienen la última palabra son los que no se rinden jamás”.

Cuando Casado, que era desde mayo de 1938 comandante del Ejército Republicano del Centro, lanzó su golpe, afirmaba que lo hacía para poner fin a una matanza cada vez más insensata, y porque estaba convencido de que podría obtener la clemencia de Franco para todos, excepto para los comunistas. Cuando adoptó en sus negociaciones con Franco la postura de que el conflicto estaba ya perdido para la República, mostró que no tenía nada que ofrecer a cambio. Totalmente ajeno a la realidad, e imbuido de una asombrosa fatuidad pensaba que podría convencer a Franco de que, por encima de las diferencias ideológicas, ambos pertenecían a la “gran familia militar”. Pretender ponerse en el mismo plano que Franco, que contaba con el apoyo de la Alemania nazi y la Italia fascista, era un completo despropósito. Aunque la derrota de la República parecía estar próxima, era todavía posible pensar en un desenlace que permitiera la evacuación de los políticos y soldados que corrían mayor riesgo y ofreciese garantías a la población civil que dejaban a sus espaldas.

Preston cita las palabras que Negrín había comentado a Juan Simeón-Vidarte, miembro del Comité Ejecutivo del Partido Socialista: “La paz negociada, siempre; la rendición sin condiciones para que fusilen a medio millón de españoles, eso nunca”. Y Ernst Hemingway resumía la postura de Negrín con que en una guerra nunca se puede reconocer, ni siquiera a uno mismo, que todo está perdido, ya que, si lo reconoces, te machacan. El que está siendo machacado, se niega a reconocerlo y sigue luchando, gana todas las batallas definitivas, a menos que lo maten, se muera de hambre o se vea privado de armas o traicionado. “Todas estas cosas le sucedieron al pueblo español. Muchos murieron, sucumbieron al hambre o fueron privados de armas o traicionados”. Esta situación fue consecuencia de las acciones de Casado, que ocasionaron miles de muertos.

Aunque la derrota de la República era previsible, la revuelta de Casado contra el Gobierno de Negrín la precipitó al desencadenar en el Madrid asediado por las fuerzas franquistas una “mini guerra civil”, en palabras de Preston, que costó la vida de dos mil personas y dio al traste con los planes de evacuación de miles de republicanos.

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