martes, 7 de julio de 2015

EDITORIAL DYSKOLO PUBLICA "117 DÍAS", DE LA COMUNISTA SUDAFRICANA RUTH FIRST

117 Días
Ruth First
Traducción de Silvia Arana
Prólogo: Albie Sachs
Epílogo: Tom Lodge
1ª edición (digital), abril 2015
pdf: 267 pág.

Ruth First, una comunista lituana en el país del “apartheid”

Rebelión informa de la edición de la publicación 117 Días , la primera traducción al castellano, obra de la militante comunista sudafricana contra el apartheid Ruth First (Johannesburgo, 4 de mayo 1925 – Maputo, Mozambique, 17 de agosto 1982). Este verdadero empeño militante ha corrido a cargo de la editorial Dyskolo ( www.dyskolo.cc ) en una versión descargable que merece una mayor atención por cuanto resulta uno de los “momentos estelares” de la historia social del siglo XX.

La motivación inicial ha sido rendir homenaje a esta mujer ofreciendo su testimonio de su periodo de encarcelamiento en la década de 1960. La obra está organizada en cinco partes: 1) La celda, 2) La vida en una estación de policía, 3) El aislamiento, 4) Las presiones y 5) "Este no es lugar para ti". El método escogido por Ruth es el del diario personal, combinando lo descriptivo (las condiciones carcelarias), lo político (análisis del contexto político de Sudáfrica en una etapa de crecimiento y a la vez de crisis para el Congreso Nacional Africano bajo constante persecución por parte del régimen), lo personal (los efectos del aislamiento y el costo afectivo de no poder ver a sus hijas y familia), lo legal (la preparación para los interrogatorios). Algunos de los aspectos más conmovedores del relato incluyen su lucha cotidiana contra la rabia y la humillación del encarcelamiento y sus estrategias para mantener su mente lúcida y el espíritu combativo en pie. En un momento, reconoce que debe racionar sus pensamientos, como se raciona el alimento cuando hay escasez.

Quizás sea este el momento de recordar que existe una notable aproximación cinematográfica a la figura de Firts, Un mundo aparte (A World Apart, EUA, 1998) , una producción realizada como punto de apoyo de la campaña internacional contra el régimen de Pretoria para desesperación de su gobierno. Aunque se trataba de un producción mucho más modesta que la emblemática Cry Freedom (su presupuesto es siete veces inferior, solamente alcanza los dos millones de dólares), contó a su favor con el apoyo de la actriz Barbara Hershey (responsable original de que Scorsese se embarcara en The last temptation of Christ donde interpretaba de una manera muy singular a una Maria Magdalena), quién hizo una apuesta muy valiente encarnando a una militante comunista íntegra, a una heroína real que causó verdaderas “ofensas” entre los medias derechistas que marcaban la línea en la época de Ronald Reagan. Por cierto, tanto este como Margaret Thatcher o Helmulth Kolh fueron defensores a ultranza del un “régimen democrático” que tenía subyugada a la mayoría de la población. También Manuel Fraga Irirbarne se distinguió en su defensa y a tal efecto, el autor de estas líneas recuerda dos flamantes artículos publicados en el País en los ochenta y que parecían un folleto de propaganda del régimen.

Igualmente importante fue la contribución de su director, Chris Menges, hasta entonces un fotógrafo, eso sí, con dos oscar –Los gritos del silencio y La misión, ambas con Roland Joffé-, amén de contar con una extensa colaboración con Ken Loach del que reconoce “haber aprendido muchísimo, así con Stephen Frears y otros. Menges es también responsable de centenares de documentales.

Menges recordaba que a “principios de los años sesenta estuve en Sudáfrica trabajando en un programa de World in action que mostraba la realidad del apartheid; programas equivalente a los que llegaron aquí bien entrado los ochenta. Entonces -sigue diciendo-: “Mi responsabilidad se limitaba a cuidarme del encuadre, pero tuve la oportunidad de conocer aquello. Casi contemporáneamente se produjeron parte de los hechos que muestro en la película”. Estaba hablando de1963 fue un año crucial y dramático. El CNA fue prohibido, Nelson Mandela encarcelado y condenado a cadena perpetua, la plana mayor de la resistencia tuvo que exiliarse, entró en vigor la infame Ley de los 90 días que la policía podía renovar utilizando un método que recuerda a la famosa «ley de fugas» aplicada por la dictadura de Primo de Rivera contra la CNT (detalle que la película recoge con precisión), con la el gobierno racista podía retener y encarcelar a un ciudadano sin cargos durante el tiempo que quería.

Después de todo esto, cuando la productora Sarah Radclyffe -la productora responsable de buena parte de los filmes británicos más comprometidos de la época- lo contrató como cámara, a Menges le “atrajo el hecho de que hubiera dos historias realmente...La primera, un relato muy sensible de las relaciones entre una niña ya en la pubertad y su madre, metida fuertemente en el mundo de la política, que parece absorberla y llena de celos a la niña, incapaz de comprender que el alejamiento de su madre se debe sobre todo, a querer preservarla de los peligros que corrían en un país y una situación como la de Sudáfrica bajo el apartheid...”


Conviene recordar que la historia de Ruth firts estaba todavía muy viva en la memoria de las luchas. Se trataba de una destacada periodista, académica y militante del Congreso Nacional Africano (CNA), una periodista que enfocó su compromiso hacia la denuncia de las condiciones paupérrimas de los mineros y agricultores sudafricanos, y su actividad política a la formación ideológica e investigación de las luchas antiimperialistas. Era una mujer especialmente maltratada por los medias adictos al régimen racista, cuyos servicios secretos organizaron el paquete bomba que acabó con su vida, un medio de lo más habitual y que, por decirlo suavemente, no tenían por aquí lo que se dice “mala prensa”.

El guión de la película se basa en la historia clandestina de Ruth y fue escrito por alguien que también lo vivió en primera persona, por Shawn Slovo, hija del principal dirigente del SAPC, Joel Slovo, y de la periodista y también militante comunista judía de origen lituano, Ruth Firts, editora de los discursos de Mandela y activa publicista que fue asesinada en 1982. “La mataron --declaro Shawn-- agentes de los servicios secretos sudafricanos cuando ya vivíamos exiliadas en Mozambique. Ella y yo habíamos pasado épocas muy difíciles; ella, encarcelada y luchando contra el apartheid; yo, echando en falta una vida familiar como el de las otras niñas”. Y añade: “El asesinato me impulsó a escribir el guión, quise que la muerte de mi madre tuviera un sentido claro, que otra gente supiera lo que había sucedido y porqué”.

En los diálogos el concepto “comunista” proviene siempre desde fuera, utilizada por la policía naturalmente, pero también por el padre la su mejor amiga de la muchacha, y por sus compañeras de colegio. En esto, existe una razón dictaminada por la propia Shawn: “Para mí era muy importante poner alguna distancia entre el relato y la vida. Por eso he cambiando los nombres de los protagonistas, he inventado algunas secuencias y personajes y, sobre todo, he mantenido como punto de vista narrativo el de una niña de 13 años, que da al relato una dimensión universal y concreta a un tiempo, pues, sin disminuir para nada la dimensión política, le da otra más humana» (idem).
Cabría añadir que Joe Slovo falleció a principios de enero de 1995 mientras ocupaba la cartera de Vivienda en el gabinete de Unidad Nacional presidido por Mandela, “obligado” a desarrollar una política neoliberal, la misma que habría aplicado los borres todavía amenazantes. Este judío lituano nacido en 1907, se afilió al SAPC cuando estudiaba para abogado, oficio que ejerció junto con Mandela --ambos estudiaron en la Universidad de Witwatersrand-- en los años cuarenta y cincuenta. Considerado como un estalinista, Slovo acabó criticando duramente el estalinismo en un opúsculo titulado ¿Es el socialismo un fracaso?, en el que defendía la idea de un socialismo pluralista y con elecciones libres. Ruth First judía lituana que militaba en el SAPC desde su juventud. Sus actividades como periodista se hicieron insoportables para el régimen de Pretoria que acabó con su vida con una carta-bomb.

Delante de su tumba, Nadime Gordimer subrayó su “coraje y sus cualidades revolucionarias” y al referirse a su libro, encontró en 117 Días :   "Una espléndida mirada interior en la personalidad de una prisionera de conciencia, una heroína de la liberación de Sudáfrica, que fue también una mujer talentosa, encantadora y con un agudo sentido del humor. Este libro es un clásico en su género."

A World apart fue rodada en 1986 en Bulamayo y en Zimbabwe, y fue seleccionada para el Festival de Cannes donde consiguió aparecer en el palmarés Menges, como mejor director, el premio a la mejor interpretación femenina fue repartido ex aequeo entre las tres actrices protagonistas, mientras que la película ganó un Premio Especial del Jurado. La fotografía corría a cargo de Peter Biziou, colaborador habitual de Alan Parker, y el enfoque para Menges radicaba en «reflejar en la pantalla adecuadamente las dos historias (...), y para ello hacía falta dos estilos de iluminación totalmente diferentes, precisamente en exteriores e interiores. Cada historia se refería a uno de esos espacios; una luz enorme, pero no cegadora, y una oscuridad inquietante, pero matizada...». Ulteriormente, Menges combinaría su oficio inicial con el de director, pero no volvió a revalidar el prestigio que le otorgó A World apart.

La trama nos lleva a Johannesburgo en 1963, para examinar la experiencia de Molly Roth (Jodhi May), hija de dos periodistas blancos acusados de comunistas por apoyar la causa anti-apartheid. Una noche es testigo del abrazo de despedida entre sus padres. Su padre Gus (Jeroen Krabe), implicado en las actividades del ANC, se ve obligado a desplazarse hacia la clandestinidad y el exilio. Su madre, Diana (Barbara Hershey), toma el relevo, y participa asiduamente en reuniones y manifestaciones contra el gobierno, provocando en Molly la sensación de abandono. Elsie (Linda Mvusi), la doncella negra cuyo hermano Salomon (Albee Lesotho), también está implicado en la mismas actividades de oposición. Elsie le presta más atención que su propia madre, pero también tiene sus problemas (tiene que ayudar a sobrevivir a su propia familia, y en sus visitas le acompaña Molly que comparte con ellos una prolongación calurosa de la vida familiar), la mujer no tiene mucho carácter. La abuela también resulta desbordada por las tareas, y le reprocha a Ruth “si no tiene corazón”, justo lo que le sobra.

Diana considera que no puede abandonar su causa, y sufre con concentración la doble presión. Molly trata de refugiarse en la amistad de su compañera de colegio Ivonne, hija de una familia conservadora, pero el padre de ésta reacciona violentamente. Diana será víctima de la Ley de los 90 días, por lo que la soledad y la desesperación de Molly se acentúan. Muller (David Suchet), el policía «bueno» que la salva de los malos tratos físicos de sus compañeros afrikaners, ferozmente anticomunistas, trata de cercarla ahondando esta herida. Si declara, le dice, podrá volver a ser una madre para sus hijos, si persiste podrá incluso resultar «desaparecida», una insinuación sostenida por ejemplos que ella conoce de sobras. Ruth está incluso al borde del suicidio, hasta que finalmente comienza a darse cuenta que no solo es necesaria para la lucha, también lo es para su hija.

El acoso policial, la relación con Elsie y su familia, y finalmente, el asesinato de Salomon, unirá a las dos en un entierro que concluye siendo un abierto desafío a las autoridades racistas. Esta relación madre-hija vértebra toda la historia, concebida también como «un diálogo póstumo» que llevará a Molly (Shawn Slovo) a "aceptar mejor su desaparición". Este drama intimista reproduce, como raramente lo había hecho antes el cine, uno de los problemas centrales en la historia del activismo femenino contra la opresión. La propia lucha contra la dictadura franquista está repleta de ejemplos, anónimos en la práctica totalidad de los casos, de mujeres «comunistas» o no, que tuvieron que abandonar sus funciones de madres, produciendo un desgarro añadido a sus años de cárceles y ostracismo con un desencuentro que, en muchos casos, les acompañó el resto de sus vidas.


Desde este punto de mira, cabe plantear la cuestión que planteaba cierta crítica sobre Cry freedom, fiolmes que describen «lo mal que lo pasan en Sudáfrica...los blancos, porque ese color pintan los protagonistas principales y los desgarradores gritos, las lágrimas derramadas provienen de ellos, aunque su lucha sea en favor de la raza negra». Una respuesta pasa por una constatación que argumenta Attenborough, una película que se arriesgara por contar la vida y la muerte de Biko no tendría una salida comercial, eso quizás podría venir más tarde. De momento, el alegato cinematográfico contra el «apartheid» --incluyendo el biopic como los diversos sobre Mandela, hechos a la medida de la opinión pública de las izquierdas establecidas- solo se ha mostrado posible desde este ángulo, aunque sus autores no han titubeado a la hora de presentar inequívocamente cuales son las víctimas de verdad, que los blancos lo son solo en la medida en que asumen una «toma de conciencia» a favor de los negros, y por lo tanto, cuestionándose sus propios privilegios.
También existe entre ellos una diferencia, y los únicos blancos torturados de este ciclo son los comunistas, utilizados además como una “amenaza” para la democracia. Otra cuestión es que en esta historia están las dos partes, y se invita a los blancos a aceptar y a luchar por las razones de la mayoría negra.

Y como A World appart existen menos dudas que con Cry fredom, por otro lado, su valor fílmico también resulta ser muy superior. De ello se hizo cargo el incisivo rossellianiano José Luís Guarner cuando escribió en su reseña en La Vanguardia de Barcelona: “Esta situación limite podría inspirar un clásico melodrama humanista para buenas conciencias liberales (...) aunque aquí no esté por suerte, el espíritu canonizador de Richard Attenborough...Lo que Un mundo aparte tiene de especial está en su titulo ambiguo. Porque no se trata de mostrar simplemente las injusticias masivas de una minoría blanca contra una mayoría negra en Sudáfrica. Lo que se trata de mostrar aquí es el dato incalculable que la represión causa a las relaciones familiares, hacernos comprender el enorme coste humano que significa tener conciencia bajo una tiranía. De ahí que el extraordinario trabajo interpretativo de las dos protagonistas (...) es una carta de triunfo que Menges juega a fondo para hacernos compartir sus emociones y mantener a raya el bacilo de la infección sentimental, que diría don Luís Buñuel”.

Después de compararla --favorablemente- con Cry fredom, Carlos García Brusco resume su evaluación marcada por un cierto escepticismo sobre la eficacia del cine comprometido, escribiendo: “...hay que dudar de que Un mundo aparte pueda llegar a un alto grado de eficacia política. Pero ello no obsta para indicar que el film de Chris Menges es, en todo caso, un buen film sobre el despertar de una conciencia que comprende que el mundo no es algo que se limita a su medio habitual que, como se dijo y se olvida, «la injusticia hecha a uno es una injusticia hecha a todos...». Es decir, un film que puede ser celebrado más allá de la buena voluntad y que tiene valor por si mismo».

Pepe Gutiérrez-Alvarez (Rebelión)

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