lunes, 8 de octubre de 2018

"ANTONIO MACHADO, SU POESÍA Y SU ESPAÑA", DE ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ


En esta sección recuperaremos textos de las revistas culturales depositadas en el Archivo Histórico del PCE. “Nuestro Tiempo” fue una publicación cultural vinculada a la organización del PCE en el exilio mexicano. Para empezar, recuperamos un texto del genio de Sánchez Vazquez publicado en el nº 5 de febrero de 1952. Palabras refulgentes como estrellas cuya luz nos llega al presente para alumbrarlo.

En toda la obra de Antonio Machado, desde sus primeros versos, teñidos aún de modernismo, hasta sus poemas de guerra, se afirma la misma dignificación del hombre, rotundamente expresada por Juan de Mairena con estas palabras: "Por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de, ser hombre".

Toda su obra es una melodía en que el mismo tema se repite, con diversas variantes, con pocas diferencias de tono, dominando casi siempre el grave, hasta llegar a los acordes espléndidos del final. Del tema del hombre es inseparable el de España, que aparece explícitamente en el centro de su obra.

Cierto que ese tema está también, como una preocupación profunda, en la obra de los escritores que constituyen la llamada generación del 98, Unamuno, Azorín, Baroja, Valle Inclán, con el antecedente inmediato de Ganivet.

Hoy es moneda de fácil curso la afirmación de que Machado es el poeta del 98, de que el espíritu, el contenido ideológico que alimentó a esa generación, es el mismo que nutre la obra de nuestro poeta.

Hurgando aquí y allá se ha forjado una imagen de los hombres del 98, dentro de la cual cabría también la de Antonio Machado, aunque para ello sea necesario abordar los aspectos más profundos de su obra.

Convertido en lugar común, se repite que Machado canta en verso lo que los otros decían en prosa. No se para la atención en los matices nuevos que Machado introduce al abordar el mismo problema y, menos aún, en lo que le separa de la citada generación.

Es verdad que los hombres del 98 abordan el problema de España, que, por otra parte, aparece con frecuencia a lo largo de los últimos siglos. de la literatura española. La preocupación de esos hombres por España nace indudablemente de su amarga insatisfacción con la sociedad en que viven. Tras de haberse apagado los últimos rescoldos de las guerras civiles, las viejas fuerzas sociales que han encontrado cierta estabilidad social bajo la Restauración, mantienen el país en la postración más completa.

Achatada la vida espiritual, paralizado el progreso económico y social de la nación, ampliada la entrega de las riquezas de la nación a los capitalistas británicos, extendidas la corrupción política y la penalidad, agudiza la explotación. de los trabajadores .en la ciudad y en el campo, inerme el país ante el zarpazo brutal de la agresión yanqui, nuestras clases dirigentes han demostrado hasta la saciedad su incapacidad para dirigir el país en el futuro. Se ha puesto de manifiesto la necesidad de que esas fuerzas sociales sean derrocadas para dejar paso a un régimen democrático.

A tientas todavía, el proletario se organiza y, en la lucha misma contra la Monarquía, va tomando conciencia, oscura todavía, de que ha de ser él quien dirija esa lucha.

En esta situación, se oye la protesta de los hombres del 98. Unamuno habla de que "le duele España". Su pluma comienza a sacar a la luz· algunos de los males que corrompen a la nación.

Encerrados en sí mismos, buscan a ciegas la causa de tanto mal.Y no· se limita a establecer un diagnóstico de esos males, sino que también quieren remediarlos, o como se decía entonces, regenerar a España.

Para salir del marasmo, Azorín predica el conocimiento del ser prístino español. Para Unamuno, todos los males que padece España provienen de que ha sido ahogado el espíritu eterno del alma castellana. Para Unamuno, como para Ganivet, lo místico es uno de los ingredientes básicos del alma española.

Para estos hombres, lo español no se hace históricamente, en el marco de lo universal, sino que es algo ya definido, concluso, que aparece de una vez para siempre.

Se trata, en consecuencia, de empalmar nuevamente con el dorado eslabón, perdido u oculto.

Todo se reduce a un volver desde el presente hacia .el pasado. Por eso, claman contra los tiempos en que viven, sin que puedan ofrecer nada para el futuro.

No hay para ellos, en la tarea de regenerar a España, ningún punto de apoyo, ya que se niegan a .entrar en viva relación con las fuerzas sociales que pueden llevar a cabo esa transformación de España.

De ahí que, con el tiempo, mordiéndose la cola con sus amargas dentelladas, caigan en la más profunda desilusión y finalmente, decenios después, en brazos de esas tenebrosas fuerzas sociales contra las que habían alzado su protesta.

Ganivet proclama que “en el interior de España habita la verdad". La exaltación de este interiorismo ganivetiano, este cerrarse a todo pensamiento universal, se trasformará en nacionalismo. De aquí al fascismo no habrá más que un paso.

Unamuno se hace intérprete de la Edad Media, que ha muerto ya en Europa, y nos propone revivir sus ideales, bajo la fórmula del quijotismo nacional. "El quijotismo -dice- no es sino lo más desesperado de la lucha de la Edad Media contra el Renacimiento, que salió de ella". En lugar de la transformación material y social de España; en lugar de elevar a los campesinos, a los obreros a un nivel digno de vida; en vez de ciencia y cultura, Unamuno nos propone su quijotismo, que mata en su raíz todo intento de transformación radical de la sociedad española.

Valle Inclán se evade de su época y se refugia en el medievo. Azorín deambula por los pueblos de España, sordo a las imprecaciones tremantes de los sufridos campesinos, para buscar la España pretérita, bajo el polvo que cubre los viejos pueblos castellanos.

Lejos de ver en la tristeza y desolación de los campos, en la miseria de sus hombres, un motivo de indignación y de odio, se solazan con el doloroso espectáculo, convirtiéndolo en objeto de placer estético. Y así llega a exclamar Unamuno ante los páramos de Castilla: "¡Qué hermosa la tristeza reposada de ese mar petrificado y lleno de cielo!"

En Machado encontramos un acento nuevo que le aleja, cada vez más, de sus compañeros de generación.

Hay en él, desde el primer momento, una profunda inconformidad con la España de su tiempo. Pero sus disparos apuntan certeramente a los que sostienen esa España. La vieja lacra del señoritismo andaluz merece, entre ironías y sarcasmos, sus dardos más agudos. En su Llanto de las virtudes y coplas por la muerte de Don Guido, con esta muerte, Machado anuncia la de una aristocracia podrida.

En El mañana efímero, escrito en 1913, el poeta fustiga

Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahur, zaragatera y triste;-
esa España inferior que ora y embiste
cuando se digna usar de la cabeza...


Pero Machado no se limita a trazarnos un cuadro sombrío de España para luego abrir la espita del desengaño y la desesperanza, como sus compañeros de generación, sino que ya en esos años, alienta en él una poderosa fe en el futuro, en una nueva España.

Recordemos, del mismo poema que acabamos de citar, la exclamación jubilosa del poeta, tras de haber expresado en versos implacables su indignación:

Mas otra España nace,.
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.

Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea.


Frente a esa España en que el poeta vive y frente a una España ya hecha, cuya esencia hay que restaurar, Machado nos ofrece una España joven, por hacer, una España que sea tarea, esfuerzo, lucha.

Sabe Machado -y está todavía a 23 años de distancia de la .trágica confirmación de sus palabras- que esa España, apenas nazca, pretenderán estrangularla y que habrá que acudir con la sangre del pueblo a salvarla. Es lo que nos dice en estos tremendos versos.

¡Oh tú, Azorín, escucha: España quiere
surgir, brotar, toda un España empieza.
¿Y ha de helarse en. la España que se muere?
¿Ha de ahogarse en la España que bosteza?
Para salvar la nueva epifanía, Hay que acudir, ya es hora,
con el hacha y el fuego al nuevo día.
Oye cantar los gallos de la aurora.


¿A quién puede extrañar que cuando ese alborear llegue, el poeta se sume poética, políticamente a esa España cuya presencia ha anhelado y ha presentido decenios antes?

La raíz poética, humana y española de sus poesías de .guerra; de su pura y entrañable adhesión a la causa de la República española, de la nueva España, está en su poesía anterior.

Sólo los que hoy intentan inútilmente, en esa vieja España que entre el terror y la .sangre, prolonga su reinado, castrar lo medular de la poesía de Machado, se niegan a ver esa línea española, popular y humana que ininterrumpidamente, de un extremo a otro, cruza toda la obra de Antonio Machado.

Esta fe en el futuro de España lo separa radicalmente de los hombres del 98. Mientras éstos se empecinan en resucitar nostálgicamente el pasado, Machado ve el sentido esencial de la historia en el porvenir. El mismo lo dice, años más tarde, con estas rotundas palabras: "No creáis que la esencia española os la puede revelar el pasado".

Quien está ensimismado, vuelto al pasado, buscando en su solipsismo la receta para curar los males de una nación, es natural que permanezca sordo a la corriente tumultuosa, popular que encarna el futuro. Es lo que ocurre a los hombres del 98.

Machado percibe esa corriente y, cuando las circunstancias lo exigen, incorpora su vida y poesía a ellas. Machado se alza con indignación contra esos intelectuales ensimismados, que pasan sus ocios ejerciendo una especie de matonería intelectual en tiempo de paz, a la par que "en tiempos de combate se dicen siempre au dessus de la melée".

No hay que estar por encima, sino a la altura de las .circunstancias. Que Machado lo estuvo, haciendo buena su palabra, lo muestra su conducta durante la guerra de liberación de nuestro pueblo, hasta que "des.nudo de equipaje", como su pueblo mismo, vino a morir, apenas traspasados los límites de su patria.

Esa comunión con el destino de su pueblo, era lógico remate de su conducta anterior. Machado había repetido hasta la saciedad que "lo esencialmente humano se encuentra en el alma popular".

Cuando los hombres del 98 se acercan al pueblo, siempre lo hacen en actitud de soberbia. Valle Inclán lo ve cuajado de temblorosas supersticiones. Azorín, postrado en un sueño de siglos del que es difícil despertar. Unamuno jamás siente la menor humildad hacia él. Baroja se acerca siempre a él con un escupitajo en la boca.

¡Cuán distinta la actitud de Antonio Machado! A medida que cala más hondo en el destino de España y a medida que reacciona contra la lírica intimista, burguesa del romanticismo, se siente más vinculado a él, en una tarea común.

“¡Escribir para el pueblo, qué más quisiera yo!", exclama el gran poeta con esa humildad de todo verdadero poeta. Y para escribir para el pueblo, que es dialogar con su tiempo, con todos los hombres, su expresión se desnuda, se libra de afeites y cosméticos y se hace clara, profunda como toda expresión verdaderamente humana. A veces, ese andaluz que jamás deja de ser Antonio Machado, vetea esa expresión de la gracia popular. Y en esta fusión de Machado con el alma popular hay ocasiones en que sería difícil diferenciar una copla suya de aquéllas que el pueblo ha ido tejiendo a lo largo de siglos:

. .. Pero yo he visto beber
hasta en los charcos del suelo.
Caprichos tiene la sed.

La poesía de Antonio Machado es una poesía profundamente española y esencialmente popular. Por ello, también profundamente humana.

Esos tres rasgos que se dan en él entrañablemente fundidos mantienen la unidad de su poesía y su conducta.

La fusión de esos tres rasgos .explica sus ideas, estéticas claramente definidas, en todo el curso de su obra.

A Machado le repugna un arte sin contenido, el virtuosismo de la forma. En su proyecto del discurso que preparaba para su ingreso en la Academia Española, insiste en esa idea: "Soy poco sensible a los primores de la forma, a la pulcritud y pulidez del lenguaje, y a todo cuanto en literatura no se recomienda por su contenido".

En ese importantísimo escrito, que nos demuestra cómo habían madurado en él una serie de ideas estéticas, que algunos le cuelgan como algo adventicio, surgido de su pluma al calor del incendio de nuestra guerra, Machado condena la cultura como privilegio de clase y reafirma su fe en el nuevo mundo que está surgiendo: "Triste es ir para viejo... -dice- cuando el mundo se esfuerza en ir para joven".

La comunión del poeta con ese mundo es evidente. En nombre de ella, condena la lírica burguesa, individualista, las formas subjetivas del arte.

Machado se da cuenta de que no es ese el arte que corresponde ya a ese nuevo mundo que amanece. Tampoco corresponde a él esa lírica desubjetivizada, destemporalizada, deshumanizada de los llamados poetas puros.

"Por todas partes -dice Machado- las cosas parecen bruscamente cambiar, como si el árbol total de la cultura se renovase por sus más ocultas raíces".

Se requiere una poesía de nuevo tipo, una poesía vuelta nuevamente hacia la naturaleza y hacia la vida, capaz de servir la tarea común que rebasa los estrechos límites de una mera conciencia individual.

Ya antes de la guerra, Machado anuncia la salvación de la cultura en la destrucción de los privilegios de clase. Quien defiende la cultura como privilegio de clase defiende, dice el propio Machado, lo ruinoso y lo muerto.

Cuando se produce la pérfida agresión a nuestro pueblo y se inicia la gloriosa epopeya popular, Machado comparte su dolor y sus sacrificios como un combatiente más.

A Lister le dirige estos emocionantes versos:

Si mi pluma valiera tu pistola
de capitán, contento moriría.


Viejo, enfermo, achacoso, Machado no quiere para él privilegio alguno. Y toma la pluma para servir a su pueblo, dejánodnos los poemas más bellos y más hondos que se hayan escrito en nuestra guerra.

Y, junto a su poesía, la prosa magnífica de Juan de Mairena. En ella el poeta no expone un solo pensamiento que. no estuviera ya, hecho raíz, en su obra anterior.

La lucha popular es como una explosión que ilumina todos los rincones de su alma, y que viene a confirmar lo que tantos años antes había expresado su fe en el nacimiento de una nueva España y en el pueblo que habría de construirla.

Publicado en el Nº 319 de la edición impresa de Mundo Obrero septiembre 2018

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