Rudi Dutschke
El Che, reduce la tragedia mundial de la revolución
vietnamita a la idea siguiente: “La trágica soledad del pueblo vietnamita es
una penosa realidad”, penosa para todos los que hablamos de solidaridad y
suprimimos el verdadero carácter del conflicto. Día tras día, el pueblo
vietnamita nos da una inestimable lección de espíritu de sacrificio, de
perseverancia y de humanidad revolucionaria en su lucha contra el representante
mundial de la opresión y la represión. Él nos demuestra a cada instante que el
movimiento de liberación nacional de un pueblo, por pequeño que éste sea, puede
conducir un combate victorioso aún contra la potencia imperialista mundial más
fuerte del mundo. El papel histórico de esta revolución es el de servir de
ejemplo y modelo a la lucha de otros pueblos por su liberación. Si ella
permanece aislada, el peligro persistirá, en tal caso el proceso mundial de la
lucha contra el embrutecimiento y el hambre se retardará en muchas decenas de
años. En este sentido, la lucha de los vietnamitas hace cada día más sensible
la alternativa histórica; principio del proceso de supresión total de la
guerra, del hambre, del embrutecimiento y del libre arbitraje entre los
hombres, o el reforzamiento del sistema, amenaza de la explotación del hombre
por el hombre en el mundo entero. Si los pueblos del tercer mundo, bajo tutela
y en una total dependencia, comprenden plenamente la posibilidad de liberarse,
en el sentido vietnamita de la palabra, entonces la actualidad de la revolución
mundial dependerá para cada uno de nosotros, que no solamente querrá luchar
contra el sistema, sino que estará profundamente convencido de la imposibilidad
que existe de superar el orden existente, una inestimable realidad.
El objetivo de esta lucha no puede ser otro que la
liquidación total del sistema imperialista mundial y la liberación social y
económica de los pueblos. La represión internacional acelera ese proceso
tratando de reducir toda sublevación revolucionaria por medio de su propia
maquinaria de coerción. Las reformas consentidas no son más que momentos de la
pacificación militar y han perdido toda significación propia. De ello resultan
la inevitable necesidad del levantamiento internacional armado del Tercer
Mundo. Esta guerra revolucionaria es terrible; pero los sufrimientos de los
pueblos serían más terribles aún si el combate armado no debiera engendrar la
supresión de la guerra entre los hombres: “Estamos por la supresión de la
guerra; pero no puede suprimirse la guerra sino por medio de la guerra: Aquel
que no quiere el fusil, debe tomar el fusil” (Mao, 1938). La guerra no es
destino eterno de la existencia humana, ella es producida por los hombres y
puede ser suprimida de la superficie de la Tierra por la acción consciente de
los hombres. Es ahí donde la aparente glorificación de la guerra por Che,
encuentra su explicación. “Las acciones armadas de propaganda” de las
organizaciones guerrilleras en el Tercer Mundo, constituye el punto de partida
de las acciones ofensivas contra la represión. Las acciones de los guerrilleros
son la condición para un engrandecimiento posible del movimiento
revolucionario. Las oligarquías responden a este primer signo de amenaza contra
su propia dominación, con un desmedido pánico y medidas de represión ciegas y
exageradas. El pueblo todavía pacífico la mayor parte del tiempo, hace en el
curso de esta confrontación, la experiencia directa de la fuerza
contrarrevolucionaria. Por un sistema de acción ofensiva con posibilidades de
retirada, capas populares cada vez más importantes son lanzadas al combate.
Sólo la lucha hace posible el establecimiento de la voluntad revolucionaria que
permite a los pueblos hacer y en fin; consciente y enérgicamente esta historia
de la que ellos no han dejado jamás de ser artífices.
Las oligarquías, que han perdido en el curso de esta etapa
del combate su última apariencia de independencia, no son ya las primeras en
responder a esta voluntad del pueblo en el curso de la lucha que amenaza
aniquilar la potencia establecida, sino más bien la internacional organizada de
la represión; encarnada por los Estados Unidos de América. Es en este momento
allá donde únicamente han aparecido un segundo o tercer Vietnam. Es allá
solamente donde en este momento la única solución histórica real, y no sobre el
papel del conflicto chino-soviético nos parece posible, pues una actitud
aislada y una participación titubeante en el combate, serían consideradas
imposibles en esas condiciones. Un segundo, un tercer Vietnam obligará a los
socialistas que hoy se oponen a tomar una decisión. Pero en ese caso también,
es necesario comprender que la toma de conciencia revolucionaria de las masas
en los países socialistas es imposible sin conflictos reales. El abismo que
separa la Unión Soviética y en los países del Este al partido y al pueblo,
deben desaparecer –en el caso de un segundo o un tercer Vietnam– para permitir,
en particular, ofrecer una ayuda eficaz a los movimientos de liberación. Eso
permitiría, por otra parte, continuar la revolución estancada desde hace
decenas de años y triunfar sobre la dominación burocrática del partido sobre el
pueblo. o es cuestión de ocultar que la teoría de la revolución permanente, –a
la que se opone hasta hoy la República China– que lucha contra todo fallo
histórico entre el partido y el pueblo en medio de campañas, sistemáticas en
las que se establece un diálogo positivo y generador de toma de conciencias
entre los jefes y la masa, ha sido coronada de éxito, cualesquiera que sean las
dificultades encontradas. Para el Che, –sin embargo, y con justicia– las dos
fracciones del campo socialista son de una importancia secundaria. Son los
pueblos que luchan y combaten los que deciden las formas y medios de la
revolución en América Latina, en Asia, en África y ningún gobierno por amigo
que sea, puede, ni debe, influenciar la libertad de decisión.
La carta del Che constituye un llamamiento a los
revolucionarios del Tercer Mundo para que no esperen más y establezcan, al
contrario, por su propia acción, las condiciones victoriosas de una revolución
continental. Pero no se trata de un análisis teórico, su principal objeto es la
propaganda revolucionaria que precede a la propaganda de los golpes, es decir,
un momento de esta primera fase del combate. Esto explica el gran uso de
fotografías de combates como medio de formación de la voluntad revolucionaria.
Ellos atacan la teoría y la práctica resignada de los partidos comunistas y
socialistas firmemente establecidos; atacan el cinismo de Pablo Neruda que
almuerza con el presidente Belaunde en el momento de la liquidación radical,
por tropas gubernamentales peruanas, de las guerrillas peruanas, colaborando
con los consejeros norteamericanos. La glorificación de los primeros mártires
victoriosos caídos ya por el Movimiento de Liberación, debe reemplazar la de
los jefes de la guerra de independencia del siglo XIX, trabadas por mecanismos
de integración, por siluetas revolucionarias de la fase actual, y hacer una
nueva continuidad histórica de la historia americana. Los pasajes irracionales
contenidos en esta carta, deben ser considerados como juicios de
esclarecimiento previo contra los esquemas chovinistas interiorizados por las
masas. El recuerdo de los primeros nuevos jefes constituye para los
guerrilleros y para la joven generación que se lanza al combate, una fuerza de
liberación e impulsión y contribuye al proceso de aparición de una identidad
nacional, así como de una conciencia revolucionaria. Es bajo este ángulo que
hay que comprender el pretendido determinismo del Che. El acento que pone sobre
la necesidad histórica del triunfo de la revolución, no debe ser diferenciado
de su realismo dialéctico, cuando se trata de apreciar las dificultades de la
situación. El resultado de la lucha es incierta y es todo un periodo histórico
de luchas quien lo decidirá. Debemos entre tanto, recordar una frase de Marx a
Ruge en 1843:
“Usted no dirá que yo subestimo el presente, sin embargo, si
yo no desespero de él es únicamente porque su propia situación de desesperanza
me llena de esperanza”. La situación desesperada de la guerra de liberación
vietnamita, la situación desesperada del tercer mundo, crea una energía de
desesperación entre los revolucionarios del mundo entero. No puede
diferenciarse de la situación y del desencadenamiento del movimiento
revolucionario, el pasaje que nos deprime a todos, sobre el odio como factor
del combate. Él nos hace distinguir ciertamente dos aspectos del fenómeno. Hay
de una parte un odio a todas las formas de opresión, un humanismo militante, y
por otra parte –como destaca justamente B. Brecht– el odio del opresor vuelve
más ronca la voz y hace medir el peligro de la sumisión revolucionaria, que no
sitúa al centro, los intereses de la emancipación que deben impregnar todos los
medios y todas las formas de liberación revolucionaria en el individuo y la
sociedad. En Cuba, el Che percibe muy claramente cuando exige que el revolucionario
moderno se distinga por una gran humanidad. Pero debemos darnos cuenta, y es
así como hay que comprender al Che, que no puede ganarse ninguna lucha
revolucionaria en el Tercer Mundo sin la participación activa del odio contra
los representantes de la represión nacional e internacional. Un mundo sin odio
es un mundo sin guerra y sin dominación histórica, superfluo, y por lo mismo
irracional, del hombre por el hombre. La contribución de los revolucionarios en
las ciudades –en el interior mismo del proceso internacional de emancipación–
tiene un doble aspecto: la colaboración para la puesta en escena de una
oposición revolucionaria global (H. Marcuse) tomando parte directamente en la
lucha actual del Tercer Mundo, creando una central internacional y no dejando
desarrollar a los burócratas del partido, formas de luchas específicas
correspondientes al estado de desarrollo histórico concernientes a las
metrópolis.
En efecto, la situación es actualmente muy distinta en las
ciudades: nuestros dirigentes son removibles y pueden ser reemplazados a cada
instante por nuevos disfraces burocráticos. No podemos incluso odiarlos, ellos
son prisioneros o víctimas de su maquinaria represiva. Nuestras fuerzas van contra
los inhumanos resortes gubernamentales, contra los medios de maniobra y los
reflejos organizados. Sin armas, sin otra cosa que nuestra razón educada, nos
oponemos a las partes más inhumanas de la maquinaria. No jugamos más el juego e
intervenimos, por el contrario, consciente y directamente en nuestra propia
historia. El resultado de estas reflexiones es que la toma del poder político
por un grupo por una banda o hasta por una clase específica, no parece ya ser
posible en la fase actual del desarrollo social. El proceso de la revolución
por el rechazo organizado, constituye para los que lo han provocado un
hundimiento tendencial y visible de todo el aparato emplazado. Los seres
independientes reconocerán finalmente sus propias fuerzas como fuerzas sociales
poderosas y se liberarán en el curso de un combate en el que devendrán cada vez
más conscientes del tutelaje y del apoliticismo que sufrían.
Publicado en Magazine Litteraire, n.º 18, París, 1968 y en
Revista Revolución y Cultura. Agosto, 1968. Cuba.
Fuente: LA EXPRESIÓN TEÓRICA DEL MOVIMIENTO PRÁCTICO por Walter Benjamin – Rudi Dutschke – Jean-Paul Sartre y Otros (El Sudamericano)
No hay comentarios:
Publicar un comentario