jueves, 7 de febrero de 2013

"MI LIBRO DE HORAS", DE FRANS MASEREEL



LA FASCINACIÓN DE THOMAS MANN POR LA OBRA DE FRANS MASEREEL

Se publica, por primera vez en España, una obra clave del artista belga Frans Masereel: Mi libro de horas, con prólogo de Thomas Mann. El País avanza algunos pasajes del prólogo y varias ilustraciones. El volumen llegará a la librerías mañana. 

Por BORJA HERMOSO

Precursor inconsciente del hoy tan celebrado género de la novela gráfica, Frans Masereel (Blankenberge, Bélgica, 1889 - Aviñón, Francia, 1972) fue uno de los grandes artistas europeos de los años 20 del siglo pasado. Aunque la Historia del Arte, escrita así, con mayúsculas, no le reservó el lugar de honor que merecía -sí, curiosamente, la del Cómic, una forma de expresión de cuya existencia futura no podía ni sospechar-.

Igual da para quienes, en algún momento, han viajado por la alegría mundana y la tiniebla acechante que invariablemente pueblan sus viñetas en obras como Un suceso (1920), Recuerdos de mi país (1921) o la escalofriante La ciudad (1925). En todas ellas, pero especialmente en esta última, Masereel eleva la xilografía -una técnica de grabado en madera que se remonta a la Edad Media y en la que fueron maestros Durero o Lucas van Leyden- a categoría de arte mayor, como ya hicieran su contemporáneo Ernst Ludwig Kirchner y otros pintores expresionistas.

Pero para cuando La ciudad salió de imprenta ya habían transcurrido seis años desde que Masereel había ejecutado la última viñeta de su primera obra maestra, Mi libro de horas, publicado en 1919 con prólogo de Thomas Mann, y que ahora ve la luz en España en una impecable edición de Nórdica Libros (que ya lanzó el año pasado otra edición similar de La ciudad). Masereel prefigura aquí su mundo, un mundo que bebe de las fuentes temáticas del expresionismo: la contradicción del hombre solo en la muchedumbre y el hombre pleno en la soledad, la tristeza irreparable ante el destino humano, hecho de sangre, dinero y poder, y las grandes o las pequeñas alegrías de la vida: solidaridad, amor, aprendizaje, alcohol, sexo, espectáculo... son 167 páginas, a viñeta por página, sin palabras, para qué cuando el arte habla con tal fuerza.

Fue el propio Thomas Mann quien, preguntado en una entrevista de 1919 sobre cuál era la película que más le había gustado del naciente arte del cine, citó sin dudar un segundo Mi libro de horas, que no lo era (una película) pero que nada tendría que envidiar a posteriores obras maestras que, en los años inmediatos, iban a ir desfilando de la mano de los grandes cineastas alemanes: El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1920), Nosferatu (Friedrich W. Murnau, 1922) o Metrópolis (Fritz Lang, 1927).

Comunista, pacifista, contradictorio, incomprendido, genial, Frans Masereel logró ensimismar bajo su manto a una pléyade de estrellas de la cultura europea del primer siglo XX: Stefan Zweig, Hermann Hesse, George Grosz o el propio Mann. En su prólogo a Mi libro de horas, el autor de La montaña mágica escribe: "El arte de Masereel acusa y juzga a nuestra civilización, y cuando critica los defectos de la vida y de la sociedad lo hace por el sentimiento humano más natural y más libre, por el arte, en una palabra, y no por el fanatismo ideológico".  

Así empieza Thomas Mann el prólogo de Mi libro de horas:

"En primer lugar, traduzco lo mejor que puedo las dos citas de los textos literarios que Masereel antepone a su Livre d’Heures, su Libro de horas, como lemas. Podría ser que, según la formación cultural que se tenga, no todo aquel que coja este libro de imágenes en su mano —y ¡hace muy bien en cogerlo!— sea capaz de leerlas, aunque para ser llamado y estar capacitado a amar y disfrutar la obra de este gran artista, y especialmente la presente, no sea necesario ser un políglota, como un camarero de la Riviera o una jovencita de un internado del siglo XIX".

El entusiasmo de Mann por Masereel estalla más adelante cuando dice: "¡Oscureced la habitación! Sentaos aquí, a la lámpara de lectura, con este libro, y dejad que proyecte su foco de luz sobre las imágenes mientras vais pasando hoja por hoja: no demasiado despacio; no pasa nada si no le encontráis el sentido a cada imagen inmediatamente, tampoco es importante en ese otro lugar; dejad que vayan pasando sus figuras en intenso blanco y negro, y oscilantes luces y sombras, desde la primera en la que un vagón de tren ladeado rugiendo entre humo lleva al héroe a la vida hasta el paseo por las estrellas de un esqueleto al final: ¿Dónde estáis?".

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Y, más delante, despliega su vena como escritor y pensador agradecido con la historia de Mi libro de horas: "¡Seguid la preciosa historia en once imágenes de cómo nuestro héroe acoge a la pequeña niña maltratada y es feliz con ella hasta que tiene que ver cómo su amada languidece y muere, y en el desenlace del último y más amargo dolor yace postrado en su lecho de muerte! ¡Sollozad con él tras el humilde féretro y dirigíos luego, porque así ha de ser, a una nueva vida, a un nuevo quehacer del corazón! ¡Imbuíos mientras hojeáis de todo el carácter enigmático de este sueño de la existencia del hombre aquí en la tierra, que es insignificante porque termina y se desvanece, y en cuya insignificancia, sin embargo, está presente lo eterno por todas partes haciéndolo realidad! ¡Mirad y disfrutad, y dejad que vuestra afición al espectáculo os sumerja a través de la confianza más fraternal!".

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Ilustración de Masereel.

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