Esta semana fue anunciado en La Habana que el libro La Gran Familia ha obtenido el Premio Nacional de Investigación Cultural 2012, otorgado por el 
 Centro de Investigación Cultural Juan Marinello del Ministerio de 
Cultura de Cuba. El volumen fue apoyado en parte por la Fundación Howard
 y Patricia Farber, que patrocina de manera no lucrativa Cuban Art News.
El libro que presentamos 
              hoy, Raúl Martínez, 
              la gran familia, 
              tiene la significación 
              de un bien esperado. Los 
              interesados en las artes 
              plásticas cubanas 
              necesitábamos un libro 
              que recogiera la 
              aventura pictórica de 
              este pintor, para 
              tenerla analizada y 
              visualizada en 
              reproducciones 
              atendibles. La 
              trayectoria de este 
              pintor no puede 
              considerarse individual, 
              sino la experiencia de 
              varias generaciones 
              coincidentes en años 
              decisorios. Martínez 
              transitó una línea que 
              zigzagueaba entre 
              estilos y tendencias, 
              experimentos y 
              decantaciones que 
              tradujeron, entre muchas 
              cosas, la sensibilidad 
              de nuestro siglo XX, 
              que iba cerrando unas 
              puertas y abriendo 
              otras. Del expresionismo 
              abstracto, deudor del 
              action painting y de 
              la fatiga del 
              figurativismo, a los 
              tanteos arremolinados de 
              un modernismo de nuevo 
              tipo, donde nada marcaba 
              con drasticidad 
              tiránica, y una 
              saludable irreverencia 
              sentaba sus bases. El 
              post modern, colmado 
              de interrogantes y 
              tanteos, bebería en esos 
              desconciertos, como se 
              esperaba en un fin de 
              siglo donde la humanidad 
              y su testimoniante más 
              lúcido y lúdico, el 
              arte, a un tiempo eran 
              caja de resonancia y 
              protagonista. 
              
              Raúl Martínez fue uno de 
              nuestros pintores más 
              cuestionadores, su obra 
              y su vida reflejaron 
              esos estremecimientos, 
              las ingratitudes y las 
              gratificaciones de un 
              período que en su caso 
              —en nuestro caso— 
              resultó insoslayable. 
              Desde los inicios, su 
              formación se acercó a 
              una de las esferas más 
              dinámicas, la 
              publicidad, terreno 
              donde se busca el 
              impacto renovado, la 
              seducción detonante de 
              intereses que no se 
              permiten inercias ni 
              descansos, Quien piensa 
              en términos 
              propagandísticos sabe 
              que lo reiterado conduce 
              a la impermeabilización 
              en la mente del 
              destinatario, a la 
              pérdida de efecto y, por 
              consiguiente, a la 
              muerte del interés. Ese 
              elemento motor toca 
              todos los factores que 
              conforman la publicidad, 
              desde el color y la luz, 
              los contrastes, la 
              organización y la 
              tipografía. La OTPLA, 
              institución donde 
              trabajó el joven Raúl 
              Martínez, fue un 
              inestimable motor de la 
              vida económica cubana, 
              desde la producción 
              azucarera a la 
              cosmética, los alimentos 
              destinados a la infancia 
              y las comprobaciones de 
              audiencia de los medios 
              masivos de comunicación 
              más extraordinarios de 
              entonces, la radio y la 
              prensa escrita. Su razón 
              de trabajo era la 
              elaboración de mensajes 
              y la comprobación de sus 
              efectos. Allí Raúl trabó 
              amistad con uno de los 
              pintores señeros de la 
              época, Luis Martínez 
              Pedro, y conoció los 
              derroteros de la pintura 
              internacional. Una 
              estancia de estudios en 
              Chicago redondeó un 
              proceso que no fue de 
              consagraciones más o 
              menos académicas, sino 
              de provocación del 
              talento, pinchazos a su 
              curiosidad creadora. La 
              sensibilidad aguzada del 
              artista en ciernes había 
              llegado al lugar preciso 
              en el tiempo preciso, 
              una experiencia 
              inigualada por otros 
              talentos contemporáneos. 
              Esa impronta condicionó 
              la ansiedad de 
              conocimientos, los 
              impulsos y cambios, la 
              implicación en el 
              expresionismo abstracto, 
              en una definición cubana 
              del pop y el 
              regreso a la abstracción 
              en sus últimos trabajos, 
              siempre con 
              interpretaciones muy 
              personales. 
              
              Al estudiar aquellos 
              inicios de una obra que 
              marcó pautas en nuestra 
              esfera plástica, la 
              autora de este libro, 
              Corina Matamoros, traza 
              una indagación que no se 
              detiene en 
              circunloquios, ni accede 
              a un metalenguaje 
              demasiado frecuente en 
              la actual literatura 
              analítica de las artes, 
              que al lector le asesta 
              un bombardeo de fuentes 
              teóricas, demostración 
              de conocimientos que 
              contraen y desvirtúan el 
              tono ensayístico. 
              Matamoros no pierde 
              ocasión de subrayar los 
              puntos de giro en la 
              formación y el 
              emplazamiento artístico 
              de Raúl Martínez, sus 
              aportes, cómo resentía o 
              se apropiaba los retos 
              del entorno. Con estas 
              aproximaciones se nos 
              clarifica la condición 
              de un artista receptor y 
              generador del arte de su 
              momento, las 
              circunstancias que 
              condicionaron su 
              trayectoria. 
              
              La estructura del libro 
              sigue la pauta de esas 
              experiencias y sus 
              concreciones en la obra 
              que el pintor fue 
              entregando. Es como si 
              siguiéramos su vida, 
              pero no en la suma de 
              acontecimientos, sino en 
              las razones que lo 
              movieron. Digo motivos y 
              razonamientos, pues de 
              lo contrario hubieran 
              quedado en hechos sin 
              huellas, sin que los 
              metabolizara, asumiera y 
              tradujera en la obra. 
              Quienes conocimos a Raúl 
              y con él compartimos 
              vivencias 
              aleccionadoras, sabemos 
              que entre los pintores 
              de ese tiempo era uno de 
              los más dados a pensar 
              el arte, a la 
              actualización de las 
              fuentes, a la suma de 
              reflexión y acción 
              artísticas. Su 
              curiosidad no decaía y 
              la compartía con 
              generosidad. Por eso, 
              muchos le llamaban 
              “maestro”, y lo fue en 
              el sentido clásico de la 
              academia, como 
              participación e 
              intercambio, no el 
              infatuado tono de 
              declaraciones fuera de cátedra 
              que tanto accidentan la 
              comunicación. 
              
              Corina Matamoros se 
              muestra consciente de 
              establecer los hilos 
              conductores de ese 
              recorrido artístico en 
              constante evolución. 
              Entra en el mecanismo de 
              observación, dudas y 
              rompimientos a que se 
              sometió Raúl Martínez, 
              traducido en las etapas 
              de su trabajo. En este 
              discurso, valen ejemplos 
              que no se ajustan a 
              cronologías previstas, 
              sino a los saltos y 
              replanteos vividos por 
              el pintor. Más que 
              seguir una vida, narra 
              un pensamiento. Por 
              supuesto, los 
              requerimientos 
              ambientales, los grandes removiones a que fue 
              sometida la vida 
              ciudadana en los años 
              correspondientes a esa 
              obra, marcaron un 
              derrotero, pero la 
              observación ensayística 
              no procura el relato de 
              lo obvio, sino las 
              interrelaciones y las 
              rupturas que le dieron 
              vida interna, razón 
              intrínsecamente cultural 
              y vivencial. 
              
              Al tratar el extenso 
              período de la 
              iconografía política 
              asumida por Martínez, 
              observa que vale más por 
              sus cuestionamientos que 
              por definiciones 
              inducidas en el diálogo 
              siempre incómodo entre 
              la creación artística y 
              un poder que por la 
              fuerza del consenso, 
              devino autoritario, sin 
              que le faltaran 
              intolerancias y 
              dogmatismos. Si hubo 
              creadores que conocieron 
              esos aspectos, debemos 
              contar a Raúl entre los 
              más agredidos, cuando a 
              contrapelo de normativas 
              se mantuvo observando 
              elementos de la realidad 
              como elementos 
              artísticos, integrantes 
              de su obra porque 
              conformaban sus 
              convicciones. El texto 
              de este libro revive una 
              de las relaciones de 
              aceptación y rechazo más 
              apasionantes de la vida 
              cultural cubana en 
              aquellos años. La airada 
              torpeza de los decidores 
              frente a la persistencia 
              de un creador a quien, 
              como a otros, se le 
              quiso fuera del terreno 
              en debate, según 
              dictaban los caminos 
              trillados de la 
              obsecuencia y la 
              compartimentación de 
              labores. Él persistía en 
              una vocación de servicio 
              nacida de sus propios 
              impulsos, no de 
              ordenanzas y programas 
              trazados desde la 
              inmediatez, pero con 
              recetas vencidas y 
              exógenas.
              
              Un aspecto de la obra de 
              Raúl Martínez que el 
              libro evidencia, es su 
              jubiloso y sensual 
              disfrute de la belleza 
              expresada en cuerpos y 
              en un colorido 
              deslumbrante. La 
              exaltación con que 
              mezclaba contenidos que 
              parecerían divergir, 
              aunados por las 
              vivencias y el carácter 
              de los cubanos, la 
              manera en que a los 
              retos de la comunidad 
              responde nuestra 
              idiosincrasia. En este 
              aspecto se explica que 
              la obra de este pintor 
              reflejara asuntos del 
              entorno que también 
              conformaban su carácter 
              y su personalidad, una 
              eclosión ilimitada que 
              pronto dejó huellas en 
              las formas de 
              comunicación social. Así 
              podemos denotar un 
              período Martínez en el 
              paisaje citadino, en la 
              propaganda, una 
              expresión asumida y 
              extendida como nunca 
              antes ocurrió en el 
              diálogo entre la 
              creación artística y la 
              colectividad. Al 
              expresar esa 
              convergencia en este 
              libro, Raúl Martínez, 
              la gran familia, 
              tenemos un ejemplo de 
              comunión entre la 
              literatura que aborda el 
              arte y el arte mismo. La 
              riqueza de los ejemplos 
              pictóricos y la 
              deducción a que nos 
              conduce el texto de 
              Corina Matamoros, arman 
              un todo. Es un libro de 
              arte y un ensayo en una 
              concertación pocas veces 
              alcanzada. 
 
              
              Leído por Reynado González en la presentación 
              del libro Raúl 
              Martínez, la gran 
              familia, de Corina 
              Matamoros, Museo 
              Nacional, sala de Arte 
              Cubano, viernes 18 de 
              mayo de 2012.
Fuente: La Jiribilla
Raúl Martínez: La Gran Familia está a la venta en el Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana y en los EE.UU. a través de Pan American Art Projects en
 Miami (vía correo electrónico a miami@panamericanart.com) y Magnan Metz
 Gallery (Taylor@magnanmetz.com) y Espacio de Arte Cubano 
(cubanartspace@gmail.com) en Nueva York. El precio es $ 50 dólares 
estadounidenses. 
Raúl Martínez, Isla 70, 1970 


 
 
1 comentario:
Me quedo con esta frase: "Quien piensa en términos propagandísticos sabe que lo reiterado conduce a la impermeabilización en la mente del destinatario, a la pérdida de efecto y, por consiguiente, a la muerte del interés". .... o dicho de otro modo, menos estatuas de Lenin y más conciencia revolucionaria. Sí, los soviéticos debieron aprender de Cuba y no ser tan cansinos con la propaganda.
Siempre es interesante ver como la imagen del socialismo no se limita al realismo socialista y transita por campos tan poco usuales como el Pop Art, porque nadie me puede negar la similitud entre este autor y la estética de The Yellow submarine. Y para mi, sinceramente, muestra una amplitud de miras muy negada por muchos dentro de nuestra ideología.
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