León Tolstói, espejo de la revolución rusa
Publicado el 11 (24) de septiembre de 1908.
A primera vista puede parecer extraño y traído por los pelos que asociemos el nombre del gran escritor a la revolución que —es evidente— no comprendió y de la que —también es evidente— se inhibió por completo. ¿Por qué llamar espejo a lo que, sin duda, no refleja bien los fenómenos? Pero nuestra revolución es un fenómeno extraordinariamente complejo; entre la masa de sus agentes y participantes directos hay muchos elementos sociales que —es indudable— tampoco comprendían lo que estaba pasando y asimismo se inhibieron de las tareas verdaderamente históricas que planteaba ante ellos el curso de los acontecimientos. Pero todo gran artista de verdad debió de reflejar en sus obras, si no todos, algunos de los aspectos esenciales de la revolución.
Lo que menos interesa a la prensa legal rusa, en la que tanto abundan los artículos, las cartas y los sueltos con motivo de los ochenta años de Tolstói, es el análisis de sus obras desde el punto de vista del carácter de la revolución rusa y de sus fuerzas motrices. Esa prensa rebosa, hasta el punto de producir náuseas, en hipocresía, en una hipocresía doble: la oficial y la liberal. La primera es la burda hipocresía de plumíferos venales a quienes ayer se ordenaba perseguir a León Tolstói y hoy se ordena buscar en él lo que tenga de patriótico y esforzarse por guardar las apariencias ante Europa. Todo el mundo sabe que a esos plumíferos se les ha pagado por sus escritos, y no pueden engañar a nadie. Es mucho más refinada, y, por ello, mucho más nociva y peligrosa la hipocresía liberal. De creer a los Balalaikin demócratas constitucionalistas de Riech, su simpatía por Tolstói no puede ser mayor ni más ardiente. En realidad, esas declamaciones —mero cálculo— y esas frases ampulosas acerca del «gran buscador de Dios» son todas pura falsedad, porque los liberales rusos no creen en el Dios de Tolstói ni simpatizan con la crítica que del régimen existente hace el escritor. Los liberales aprovechan el popular nombre del escritor para multiplicar su capital político, para simular que son los jefes de la oposición nacional y, bajo el estrépito ensordecedor de sus frases, escamotear la necesidad de dar una respuesta clara y concreta a la pregunta: ¿qué motiva las flagrantes contradicciones del «tolstoísmo», qué defectos y debilidades de nuestra revolución se expresan en esas contradicciones?
Las contradicciones en las obras, en las ideas, en las teorías, en la escuela de Tolstói, son verdaderamente flagrantes. De un lado, es un artista genial, que no sólo ha producido lienzos incomparables de la vida rusa, sino obras de primer orden en la literatura mundial. De otro lado, es un terrateniente poseído de un misticismo fanático. De un lado, vemos en él una protesta extraordinariamente sincera, franca y fuerte contra la falsedad y la hipocresía sociales; de otro lado, es un «tolstoiano», es decir, ese baboso gastado e histérico que se llama intelectual ruso y que se da golpes de pecho a la vista del público, diciendo: «Yo soy malo, yo soy vil, pero trato de autoperfeccionarme moralmente; ya no como carne y ahora me alimento con albóndigas de arroz». De un lado, una crítica implacable de la explotación capitalista, la denuncia de las brutalidades del gobierno, de esa comedia que son la justicia y la administración pública, un análisis de todas las profundas contradicciones entre el aumento de las riquezas y las conquistas de la civilización y el aumento de la miseria, el embrutecimiento y las penalidades de las masas obreras; de otro lado, la prédica fanática del «no oponerse» por la violencia «al mal». De un lado, el realismo más lúcido, que arranca todas y cada una de las caretas; de otro lado, la prédica de una de las cosas más repugnantes que existen bajo la capa del cielo, a saber: la religión; el afán de poner, en lugar de los popes por nombramiento oficial, a popes por convicción moral, es decir, el culto del clericalismo más refinado y, por ello, más repugnante. En realidad:
«¡Eres mísera y opulenta,
Eres vigorosa e impotente,
Madre Rusia!».
Es de por sí evidente que, dadas estas contradicciones, Tolstói no ha podido comprender en absoluto ni el movimiento obrero, ni su papel en la lucha por el socialismo, ni la revolución rusa. Pero las contradicciones en las ideas y las teorías de Tolstói no son una casualidad, sino la expresión de las contradictorias condiciones en que se desenvolvió la vida de Rusia en el último tercio del siglo XIX. El patriarcal campo, recién liberado del régimen de la servidumbre, fue literalmente entregado a saco al capital y al fisco. Los viejos puntales de la hacienda y de la vida campesinas, que se habían mantenido en pie durante siglos, fueron destrozados con una rapidez extraordinaria. Y las contradicciones en las ideas de Tolstói no hay que considerarlas desde el punto de vista del movimiento obrero contemporáneo y del socialismo contemporáneo (eso, naturalmente, es necesario, pero no es suficiente), sino desde el punto de vista de la protesta que debía engendrar el patriarcal campo ruso contra el capitalismo que avanzaba, contra la ruina y la pérdida de sus tierras por las masas. Tolstói es ridículo como profeta que descubre nuevas recetas para salvar a la humanidad; y, por ello, no pueden ser más miserables los «tolstoianos» rusos y extranjeros, que quieren erigir en dogma precisamente la parte más débil de su doctrina. Tolstói es grande como portavoz de las ideas y el estado de ánimo de millones de campesinos rusos en vísperas de la revolución burguesa en Rusia. Tolstói es original, porque todas sus ideas, tomadas en su conjunto, expresan precisamente las particularidades de nuestra revolución como revolución burguesa campesina. Las contradicciones en las ideas de Tolstói son, desde este punto de vista, un espejo efectivo de las condiciones contradictorias en que se desenvolvió la actividad histórica del campesinado en nuestra revolución. De una parte, los siglos de opresión feudal y los decenios de ruina acelerada que siguieron a la reforma acumularon montañas de odio, de ira y de desesperada decisión. El afán de arrasar hasta los cimientos la Iglesia oficial, de barrer a los terratenientes y a su gobierno, de destruir todas las viejas formas y reglamentaciones de la posesión de la tierra, de desbrozar el terreno, de crear en sustitución del Estado policíaco‐clasista una sociedad en la que convivieran pequeños campesinos libres e iguales en derechos; ese afán se observa en cada paso histórico de los campesinos en nuestra revolución, y es indudable que el contenido ideológico de los escritos de Tolstói se corresponde mucho más con ese afán de los campesinos que con el abstracto «anarco‐cristianismo», que es como llaman algunos su «sistema» de concepciones.
De otra parte, el campesinado, en su afán de alcanzar nuevas formas de vida social, mantenía una actitud muy inconsciente, patriarcal, propia de fanáticos idiotizados hacia cuestiones como cuál debía ser esa vida; cómo había que luchar para conquistar la libertad; qué dirigentes podía tener en esa lucha; qué actitud mantenían ante los intereses de la revolución campesina la burguesía y la intelectualidad burguesa; por qué era necesario derrocar el poder zarista por la violencia para destruir el sistema de posesión feudal de la tierra. Toda la vida pasaba enseñando a los campesinos y así como el funcionario, pero no les han enseñado, ni podían enseñarles, dónde podían buscar la respuesta a todas estas cuestiones. En nuestra revolución, la parte menor del campesinado luchó efectivamente, organizándose un tanto para ese fin, y una parte muy pequeña se levantó con las armas en la mano para exterminar a sus enemigos, para aniquilar a los servidores del zar y a los defensores de los terratenientes. La parte mayor del campesinado lloraba y rezaba, peroraba y soñaba, escribía solicitudes y mandaba «emisarios» a las autoridades, todo ello en un espíritu a lo León Tolstói. Y, como ocurre siempre en tales casos, la abstención tolstoiana de la política, la renuncia tolstoiana a la política, la falta de interés por ella y su incomprensión hicieron que sólo la minoría siguiera al proletariado consciente y revolucionario: la mayoría fue presa de esos lacayunos intelectuales burgueses carentes de principios que, con el nombre de demócratas constitucionalistas, corrían de las reuniones de los trudoviques a la antesala de Stolypin e imploraban, regateaban, conciliaban y prometían conciliar, hasta que la bota con espuelas no les propinaba un puntapié y los ponía de patitas en la calle. Las ideas de Tolstói son un espejo de la debilidad, de los defectos de nuestra insurrección campesina, un reflejo de la flojera del campo patriarcal y de la rutinaria cobardía del «mujik hacendoso».
Tomad las insurrecciones de los soldados en 1905–1906. La composición social de aquellos luchadores de nuestra revolución era la intermedia entre el campesinado y el proletariado. Este último estaba en minoría; por eso, el movimiento en las tropas no muestra ni siquiera aproximadamente la unidad que observamos por toda Rusia en el proletariado ni la conciencia de partido que éste manifestó haciéndose socialdemócrata como por arte de magia. De otra parte, nada más erróneo que la opinión de que la causa del fracaso de las insurrecciones de los soldados fue la falta de dirigentes salidos de la oficialidad. Al contrario, el gigantesco progreso de la revolución desde los tiempos de Naródnaya Volia se expresó precisamente en que quienes empuñaron las armas contra los jefes fueron los «borregos grises», cuyo espíritu de independencia tanto asustó a los terratenientes y oficiales liberales. El soldado simpatizaba con toda su alma con la causa de los campesinos, los ojos se le encendían cuando oía hablar de la tierra. En más de una ocasión, en las unidades pasó el poder a los soldados, pero casi nunca se supo aprovechar resueltamente este poder; los soldados vacilaban, al cabo de uno o dos días, a veces al cabo de unas horas, tras de matar a algún oficial odiado, ponían en libertad a los demás, entablaban negociaciones con las autoridades y, después, se arrimaban ellos mismos al perdón, se tendían para ser azotados, se unían de nuevo al yugo, todo ello en un espíritu a lo León Tolstói.
Tolstói reflejó el odio acumulado, el maduro afán de una vida mejor, el deseo de liberarse del pasado, la falta de madurez que entrañaban los sueños, la incultura política y la blandura revolucionaria. Las condiciones histórico‐económicas explican la necesidad del surgimiento de la lucha revolucionaria de las masas, su falta de preparación para la lucha y la tolstoiana no resistencia al mal, que fue una causa importantísima de la derrota de la primera campaña revolucionaria.
Se dice que los ejércitos que han sido derrotados se instruyen bien. Naturalmente, la comparación de las clases revolucionarias con los ejércitos es acertada tan sólo en un sentido muy limitado. El desarrollo del capitalismo modifica, agravándolas a cada hora, las condiciones que empujaron a millones de campesinos, aglutinados por el odio a los terratenientes feudales y a su gobierno, a la lucha democrático‐revolucionaria. En el seno del campesinado mismo, el desarrollo del cambio, del dominio del mercado y del poder del dinero va desplazando más y más la vieja vida patriarcal y la patriarcal ideología tolstoiana. Pero los primeros años de la revolución y las primeras derrotas en la lucha revolucionaria de las masas han dado una cosa que no puede ponerse en duda: me refiero al golpe mortal asestado a la inconsistencia y a la flojera que antes tuvieran las masas. Las líneas divisorias se han hecho más acusadas. Las clases y los partidos se han deslindado. Bajo el martillo de las enseñanzas stolypinianas, y gracias a la agitación constante y consecuente de los socialdemócratas revolucionarios no sólo el proletariado socialdemócrata, sino también las masas democráticas del campesinado destacarán infaliblemente de su medio luchadores más y más templados, menos y menos susceptibles de incurrir en nuestro pecado histórico del tolstoísmo.
León Tolstói
Publicado el 16 (29) de noviembre de 1910.
Ha muerto León Tolstói. Su importancia mundial como artista y su celebridad universal como pensador y predicador reflejan, a su modo, la trascendencia universal de la revolución rusa.
León Tolstói se reveló ya como un gran artista en los tiempos del régimen de la servidumbre. En la serie de obras geniales que escribió en los cincuenta años largos de su labor literaria, pintó principalmente a la vieja Rusia prerrevolucionaria que incluso después de 1861 siguió en estado de semiesclavitud; a la Rusia rural, a la Rusia del terrateniente y el campesino. Al pintar este período de la vida histórica de Rusia, León Tolstói supo plantear tantas cuestiones cardinales en sus escritos y alcanzó en su arte tanta fuerza que sus obras figuran entre las mejores de la literatura mundial. La época en que se preparaba la revolución en uno de los países oprimidos por los señores feudales fue, gracias a la manera genial en que Tolstói la trató, un paso adelante en el desarrollo artístico de toda la humanidad.
Tolstói es conocido como artista sólo por una minoría insignificante, incluso en Rusia. Para hacer efectivamente sus grandes obras patrimonio de todos hay que luchar, y esta lucha debe estar encauzada contra el régimen social que ha condenado a millones y millones de seres a la ignorancia, al embrutecimiento, a un trabajo de forzados y a la miseria; hay que hacer la revolución socialista.
Tolstói no sólo escribió obras literarias que siempre serán apreciadas y leídas por las masas cuando éstas creen para sí condiciones de vida humanas, derrocando la opresión de los terratenientes y los capitalistas; supo también describir con fuerza admirable el estado de ánimo de las grandes masas sojuzgadas por el orden de cosas contemporáneo, supo pintar su situación y expresar sus sentimientos espontáneos de protesta e indignación. Tolstói, que perteneció, principalmente, a la época de 1861-1904, reflejó con asombroso acierto en sus obras —como artista, como pensador y predicador— los rasgos de la especificidad histórica de toda la primera revolución rusa, su fuerza y su debilidad.
Uno de los principales rasgos distintivos de nuestra revolución consiste en que fue una revolución burguesa campesina en una época de gran desarrollo del capitalismo en el mundo entero y relativamente alto en Rusia. Fue una revolución burguesa, pues su tarea inmediata era derrocar la autocracia zarista, la monarquía zarista, y destruir el sistema de posesión de la tierra por los terratenientes, y no derrocar la dominación de la burguesía. El campesinado, sobre todo, no tenía conciencia de esta última tarea, no comprendía su diferencia de otros objetivos de lucha más próximos e inmediatos. Y fue una revolución burguesa campesina porque las condiciones objetivas pusieron en primer plano la necesidad de hacer cambios en las condiciones cardinales de vida del campesinado, de destruir el viejo sistema medieval de posesión de la tierra, de «desbrozar el terreno» para el capitalismo; las condiciones objetivas llevaron a las masas campesinas al ámbito de una actividad histórica más o menos independiente.
Las obras de Tolstói expresaron la fuerza y la debilidad, la potencia y la limitación del movimiento precisamente campesino de masas. Su protesta calurosa, apasionada y muchas veces de una dureza implacable contra el Estado y la Iglesia policíaco-oficial refleja el pensar y el sentir de la primitiva democracia campesina, en la que siglos de servidumbre, de arbitrariedad y saqueo por parte de los funcionarios, de jesuitismo, de engaños y embaucamientos eclesiásticos acumularon montañas de cólera y odio. Su negación inexorable de la propiedad privada de la tierra refleja la psicología de la masa campesina en el momento histórico en que el viejo sistema medieval de posesión de la tierra —tanto de la tierra de los terratenientes como de la del Estado asignada en parcelas a los campesinos— acabó por convertirse en un estorbo insoportable para el desarrollo del país, en el momento histórico en que este viejo sistema de posesión de la tierra debía ser inevitablemente destruido del modo más violento e implacable. Su constante denuncia del capitalismo, llena del más profundo sentimiento y de la más encendida indignación, refleja todo el espanto del campesino patriarcal, sobre el que avanzaba un enemigo nuevo, invisible, incomprensible, que venía de la ciudad o del extranjero —no se sabía a ciencia cierta— y destruía todos los «puntales» de la vida del campo, trayendo consigo una ruina inaudita, la miseria, la muerte por hambre, el embrutecimiento, la prostitución, la sífilis, todas las calamidades de la «época de la acumulación originaria», agravadas cien veces al ser trasplantados al suelo ruso los modernísimos métodos de saqueo ideados por el señor Cupón.
Pero como fervoroso protestante, apasionado fustigador y gran crítico, puso también de manifiesto en sus obras la incomprensión de las causas de la crisis que se cernía sobre Rusia, y de los medios para salir de ella, propia tan sólo del campesino patriarcal e ingenuo, y no de un escritor con cultura europea. La lucha contra el Estado feudal y policíaco, contra la monarquía, se convirtió para él en negación de la política, llevó a la doctrina de la «no resistencia al mal», a mantenerse totalmente al margen de la lucha revolucionaria de las masas en 1905-1907. La lucha contra la Iglesia oficial se conjugaba con la prédica de una religión nueva, purificada, es decir, de un nuevo veneno, purificado y sutil, para las masas oprimidas. La negación de la propiedad privada sobre la tierra no llevaba a concentrar todo el fuego de la lucha contra el enemigo efectivo, contra el sistema de posesión de la tierra por los terratenientes y su instrumento político del poder, es decir, la monarquía, sino a lanzar suspiros de ensueño, vaguedad y lasitud. La denuncia del capitalismo y de las calamidades que éste originaba a las masas se conjugaba con una actitud de apatía frente a la lucha de liberación que sostiene en todo el mundo el proletariado socialista internacional.
Las contradicciones existentes en las ideas de Tolstói no son sólo contradicciones de su propio pensar, sino un reflejo de las condiciones, complejísimas y contradictorias en extremo, así como de las influencias sociales y tradiciones históricas que determinaban la sicología de las distintas clases y capas de la sociedad rusa en la época posterior a la reforma, pero anterior a la revolución.
Por ello sólo puede aquilatarse acertadamente a Tolstói desde el punto de vista de la clase que, con su papel político y su lucha en la revolución —primer desenlace de ese nudo de contradicciones—, demostró que estaba llamada a ser el jefe en la lucha por la libertad del pueblo y por liberar a las masas de la explotación; que demostró su abnegada fidelidad a la causa de la democracia y su capacidad para luchar contra la limitación y las consecuencias de la democracia burguesa (comprendida la campesina). Sólo puede aquilatarse acertadamente a Tolstói, partiendo del punto de vista del proletariado socialdemócrata.
Fíjense en lo que dicen de Tolstói los periódicos del gobierno. Viertan lágrimas de cocodrilo, asegurando que tienen en alta estima al «gran escritor»; pero, al mismo tiempo, condenan el «santísimo» sínodo. Y «los santísimos padres acaban de hacer una canallada de lo más inmunda, enviando a sus popes a la cabecera del moribundo para engañar al pueblo y decir que Tolstói «se ha arrepentido». El santísimo sínodo excomulgó a Tolstói. Tanto mejor. Esa hazaña se le recordará cuando el pueblo ajuste las cuentas a los funcionarios con sotanas, a los gendarmes de Cristo, a los negros inquisidores que han apoyado los pogromos contra los hebreos y otras hazañas de la ultrarreaccionaria pandilla zarista.
Fíjense en lo que dicen de Tolstói los periódicos liberales. Salen del paso con esas frases hueras del lenguaje oficial que emplean los liberales, con esas frases trilladas y magisteriales sobre «la voz de la humanidad civilizada», «el eco unánime del mundo», las «ideas de la verdad y el bien», etc., etc., por las que Tolstói fustigaba con tanta fuerza —y tanta razón— a la ciencia burguesa. Los periódicos liberales no pueden decir clara y concretamente qué piensan de las ideas de Tolstói sobre el Estado, la Iglesia, la propiedad privada de la tierra y el capitalismo, y no porque la censura les estorbe; por el contrario, ¡la censura les ayuda a salir del apuro!; no pueden porque todas las ideas de la crítica de Tolstói es una bofetada al liberalismo burgués; porque el valiente y franco planteamiento de implacable dureza de las cuestiones más candentes y malditas de nuestra época por Tolstói es una bofetada a las frases estereotipadas, a los trillados subterfugios y a la falsedad escurridiza, «civilizada», de nuestra prensa liberal (y liberal–populista). Los liberales se alzan unánimes en defensa de Tolstói, contra el sínodo; mas, al mismo tiempo, están por… los de Veji, con los que «se puede discutir», pero con los que «hay» que convivir en un mismo partido, con los que «hay» que trabajar conjuntamente en la literatura y en la política. Pero Antonio, el obispo de Volynia, se da el pico con los de Veji.
Los liberales colocan en primer plano que Tolstói es «la gran conciencia». ¿Acaso no es ésta una frase hecha que repiten de mil maneras Nóvoie Vremia y todos los demás órganos de prensa semejantes? ¿Acaso no es eludir las cuestiones concretas de la democracia y el socialismo planteadas por Tolstói? ¿Acaso no pone eso en primer plano lo que expresa los prejuicios de Tolstói, y no su razón, lo que en él pertenece al pasado, y no al futuro, su negación de la política y su prédica del auto-perfeccionamiento moral, y no su violenta protesta de toda dominación de clase?
Ha muerto Tolstói, y quedó en el pasado la Rusia anterior a la revolución, la Rusia cuya debilidad e impotencia se expresaron en la filosofía del genial artista y vemos reflejadas en sus obras. Pero en su herencia hay cosas que no pertenecen al pasado, sino al futuro. Esa herencia pasa a manos del proletariado de Rusia, que la está estudiando. El explicará a las masas trabajadoras y explotadas la significación de la crítica que Tolstói hizo del Estado, de la Iglesia, de la propiedad privada de la tierra; y no lo hará para que las masas se limiten a autoperfeccionarse y a suspirar por una vida santa, sino para que se alcen con el fin de asestar un nuevo golpe a la monarquía zarista y a la posesión terrateniente, que en 1905 sólo fueron ligeramente quebrantadas y que deben ser destruidas. Explicará a las masas la crítica que Tolstói hizo del capitalismo, pero no lo hará para que las masas se limiten a maldecir el capitalismo y el poder del dinero, sino para que aprendan a apoyarse, a cada paso de su vida y de su lucha, en las conquistas técnicas y sociales del capitalismo, para que aprendan a agruparse en un ejército único de millones de luchadores socialistas que derrocarán el capitalismo y crearán una nueva sociedad sin miseria para el pueblo, sin explotación del hombre por el hombre.
León Tolstói y el movimiento obrero contemporáneo
Publicado el 28 de noviembre de 1910.
En casi todas las grandes ciudades de Rusia, los obreros rusos se han hecho ya eco de la muerte de León Tolstói y han expresado, de uno u otro modo, su actitud hacia el escritor, a quien se deben obras literarias inapreciables, que lo sitúan entre los más grandes escritores de todo el mundo; hacia el pensador que, con fuerza enorme, con firmeza y sinceridad, planteó toda una serie de cuestiones relacionadas con los rasgos fundamentales del régimen político y social de nuestros días. A grandes rasgos, esa actitud se ha expresado en el telegrama de los diputados obreros de la III Duma, publicado en la prensa.
León Tolstói empezó su actividad literaria cuando existía el régimen de la servidumbre, pero en una época en que dicho régimen estaba viviendo ya —era bien claro— sus últimos días. La actividad de Tolstói corresponde principalmente a un período de la historia rusa comprendido entre dos puntos cruciales de la misma, entre 1861 y 1905. En el transcurso de este período, las huellas del régimen de la servidumbre, sus supervivencias directas, penetraban de parte a parte toda la vida económica (particularmente en el campo) y política del país. Al mismo tiempo, ese período fue precisamente un período de desarrollo acelerado del capitalismo desde abajo y de implantación de él desde arriba.
¿En qué se manifestaban las supervivencias del régimen de la servidumbre? Sobre todo —y con la mayor claridad— en que en Rusia, país preferentemente agrícola, hallábase entonces la agricultura en manos de campesinos arruinados, sumidos en la pobreza, que explotaban de manera antiquísima y primitiva las viejas parcelas de servidumbre, recordadas en beneficio de los terratenientes en 1861. Pero, de otro lado, la agricultura se encontraba en manos de los terratenientes, que en la parte central de Rusia explotaban la tierra con el trabajo del campesino, con el primitivo arado del campesino, con el caballo del campesino, en pago por las «tierras recordadas»,<«Recortes» o «tierras recortadas»: tierras arrebatadas por los latifundistas a los campesinos al abolirse el régimen de la servidumbre en Rusia en 1861. los prados, los abrevaderos, etc., etc. En esencia, era aquello el viejo sistema feudal de economía. En aquel período, el régimen político de Rusia estaba también impregnado de feudalismo hasta la médula. Eso puede verse por la estructuración del Estado hasta los primeros intentos de transformarla en 1905, por la influencia decisiva de los aristócratas terratenientes en los asuntos del Estado y por la omnipotencia de los funcionarios, que también eran en su mayoría —sobre todo los altos funcionarios— aristócratas terratenientes.
Después de 1861, esta vieja Rusia patriarcal empezó a desmoronarse rápidamente bajo la influencia del capitalismo mundial. Los campesinos pasaban hambre, se iban extinguiendo, se arruinaban como nunca y huían a las ciudades, abandonando la tierra. Se tendían a un ritmo acelerado ferrocarriles y se construían fábricas, gracias al «barato trabajo» de los campesinos arruinados. En Rusia se desarrollaban el gran capital financiero, el gran comercio y la gran industria.
Esta rápida, dura e intensa demolición de todos los viejos «pilares» de la vieja Rusia se reflejó en las obras del Tolstói escritor y en las ideas del Tolstói pensador.
Tolstói conocía perfectamente la Rusia aldeana, la vida del terrateniente y del campesino. En sus obras pintó lienzos de esa vida que figuraban entre las mejores creaciones de la literatura mundial. La intensa demolición de todos los «viejos pilares» de la Rusia aldeana agudizó su atención, profundizó su interés por lo que ocurría en torno suyo, lo llevó a cambios radicales en su concepción del mundo. Por su origen y educación, Tolstói pertenecía a la alta aristocracia terrateniente de Rusia. Rompió con todas las ideas habituales de ese medio y, en sus últimas obras, criticó apasionadamente todas las normas establecidas, sociales y económicas de nuestros días, basadas en la esclavización de las masas, en su miseria, en la ruina de los campesinos y de los pequeños propietarios en general, en la violencia y la hipocresía, que impregnan hasta la médula toda la vida de nuestros días.
La crítica que hizo Tolstói no era nueva. No dijo nada que no hubiera sido dicho mucho antes en la literatura europea y en la rusa por hombres que se hallaban al lado de los trabajadores. Pero lo específico de la crítica de Tolstói y su importancia histórica consisten en que, con una fuerza propia sólo de los genios del arte, expresa los cambios radicales en la mentalidad de las más amplias masas populares de Rusia en el período mencionado, y precisamente de la Rusia aldeana, campesina. La crítica que Tolstói hace del orden de cosas actual se diferencia de la crítica del mismo por los representantes del movimiento obrero contemporáneo porque Tolstói entiende el punto de vista del campesino patriarcal e ingenuo, porque Tolstói trasplanta a su crítica, a su doctrina, la psicología del campesino. La crítica de Tolstói es tan fresca, tan sincera, tan valiente en su afán de «llegar hasta la raíz», de encontrar la verdadera causa de las calamidades de las masas, porque refleja efectivamente los cambios radicales en la mentalidad de millones de campesinos que, recién liberados del régimen de la servidumbre, vieron que su libertad suponía los nuevos horrores de la ruina, de la muerte por hambre, de una vida sin hogar entre los de JítrovLos de Jítrov (denominación derivada del nombre del «Mercado Jítrov»): barriada de Moscú en la que vivían en tiempos del zarismo los elementos desclasados, el lumpenproletariado. de la ciudad, etc. Tolstói reflejó el estado de ánimo de esos campesinos con tanta fidelidad, que introdujo en su doctrina el candor, el alejamiento de la política, el misticismo, el deseo de apartarse del mundo, la «no resistencia al mal», las maldiciones impotentes al capitalismo y al «poder del dinero». La protesta de millones de campesinos y su desesperación: eso es lo que se fundió en la doctrina de Tolstói.
Los representantes del movimiento obrero contemporáneo estiman que tienen contra qué protestar, pero que no tienen por qué desesperarse. La desesperación es propia de las clases que perecen; y la clase de los asalariados crece inevitablemente, se desarrolla y se fortalece en toda sociedad capitalista, comprendida Rusia. La desesperación es propia de los que no comprenden las causas del mal, no ven salida, no son capaces de luchar. El proletariado industrial contemporáneo no es una clase de esas.
León Tolstói y la lucha proletaria
Publicado el 18 (31) de diciembre de 1910.
Tolstói fustigaba con enorme fuerza y sinceridad a las clases dominantes, denunciaba con la mayor evidencia la falsedad interna de todas las instituciones con ayuda de las cuales se sostiene la sociedad de nuestros días: la Iglesia, los tribunales, el militarismo, el matrimonio «legal», la ciencia burguesa. Pero su doctrina resultó estar en plena contradicción con la vida, con el trabajo y la lucha del proletariado, el sepulturero del régimen actual. ¿Qué punto de vista reflejaba la prédica de León Tolstói? Por boca suya hablaba toda esa ingente masa del pueblo ruso, todos esos millones de personas que ya odian a los dueños y señores de la vida de nuestros días, pero que aún no han adquirido conciencia de que hay que librar contra ellos una lucha intransigente, consecuente hasta el fin.
La historia y el desenlace de la gran revolución rusa demostraron que precisamente así era la masa que se vio entre el proletariado consciente, socialista, y los resueltos defensores del viejo régimen. Esa masa —sobre todo el campesinado— demostró en la revolución lo grande que era su odio a lo viejo, lo vivamente que sentía todo el peso del actual régimen, lo ingente que era su afán espontáneo de liberarse de él y de encontrar una vida mejor.
Pero, al mismo tiempo, esa masa demostró en la revolución que en su odio no era lo bastante consciente, que en su lucha carecía de la conciencia necesaria, que sus búsquedas de una vida mejor estaban limitadas por un estrecho marco.
En la doctrina de Tolstói tuvo su reflejo el gran mar del pueblo, agitado hasta lo más profundo, con todas sus debilidades y toda su fuerza.
Estudiando las obras literarias de León Tolstói, la clase obrera rusa conoce mejor a sus enemigos, y viendo claro en la doctrina de Tolstói, todo el pueblo ruso debe comprender en qué consistió su propia debilidad, que no le permitió llevar hasta el fin su liberación. Eso hay que comprenderlo para marchar adelante.
Esa marcha adelante la entorpecen todos los que proclaman a Tolstói «conciencia general», «maestro de la vida». Esa es una falsedad que difunden conscientemente los liberales, deseosos de sacar provecho del aspecto antirrevolucionario de la doctrina de Tolstói. Esa falsedad de que Tolstói es «maestro de la vida» la repiten, siguiendo a los liberales, algunos ex socialdemócratas.
El pueblo ruso no logrará su emancipación mientras no comprenda que no debe aprender de Tolstói a lograr una vida mejor, sino que eso debe aprenderlo del proletariado, de la clase cuya importancia no comprendió Tolstói y que es la única capaz de destruir el viejo mundo, al que Tolstói tan gran odio tenía.
1 Téngase en cuenta la fecha de publicación del artículo. Lenin habla en sus artículos de una revolución burguesa campesina contra la autocracia zarista.
2 Balalaika: personaje de la obra del escritor satírico ruso M Salikov-Schedrín Un idilio moderno; charlatán liberal, aventurero y mentiroso.Reich («La palabraI»): diario, órgano central del Partido Demócrata Constitucionalista; apareció en San Petersburgo desde febrero de 1906 hasta octubre de 1917.
3 Lenin cita un fragmento del poema de N. Nekrásov ¿Quien vive bien en Rusia?. Para saber más sobre el poeta, véase la traducción de este artículo de Plejánov analizando su obra: «El pueblo y la intelectualidad en la poesía de N.A. Nekrásov» (1903).
4 Trudoviques (Grupo del Trabajo): grupo de demócratas pequeñoburgueses en las Dumas de Estado, compuesto de campesinos e intelectuales de tendencia populista; se formó en abril de 1906 con los diputados campesinos de la I Duma de Estado. En la Duma de Estado los trudoviques oscilaban entre los demócratas constitucionalistas y los socialdemócratas. Los trudoviques representaban, en cierto modo, a las masas campesinas; los bolcheviques aplicaron en la Duma la táctica del acuerdo con ellos en torno a ciertas cuestiones para luchar en común contra el zarismo y los demócratas constitucionalistas.
5 >Naródnaya Volia (Libertad del Pueblo): organización política secreta y conspirativa de populistas terroristas, surgida en agosto de 1879 al escindirse la organización populista Tierra y Libertad.
6 Sínodo: órgano máximo de dirección de la Iglesia ortodoxa en Rusia
7 Veji («Jalones»): recopilación demócrata constitucionalista editada en Moscú en la primavera de 1909, conteniendo artículos de N. Berdiáev, S. Bulgákov, P. Struve, M. Guershenzón y otros representantes de la burguesía liberal. En sus artículos sobre la intelectualidad rusa, los de Veji pretendieron denigrar las tradiciones democrático-revolucionarias de los mejores representantes del pueblo ruso, incluidos Belinski y Chernishevski; cubrieron de oprobio el movimiento revolucionario de 1905 y expresaron su agradecimiento al gobierno zarista porque, «con sus bayonetas y sus cárceles», había salvado a la burguesía «de la furia popular». En la recopilación se exhortaba a los intelectuales a ponerse al servicio de la autocracia
8 Nóvoie Vremia («Tiempos Nuevos»): periódico editado en San Petersburgo desde 1868 hasta octubre de 1917. Al principio era liberal moderado, pero en 1876 se transformó en órgano de los círculos reaccinoarios de la nobleza y la burocracia.Nóvoie Vremia («Tiempos Nuevos»): periódico editado en San Petersburgo desde 1868 hasta octubre de 1917. Al principio era liberal moderado, pero en 1876 se transformó en órgano de los círculos reaccinoarios de la nobleza y la burocracia
9 Lenin alude a un telegrama enviado por los diputados socialdemócratas a la III Duma a V. Cherkov, amigo íntimo y continuador de León Tolstói, que estaba en Astápovo. «El grupo parlamentario socialdemócrata de la Duma de Estado —se decía en el telegrama—, interpretando los sentimientos del proletariado de Rusia y de todo el proletariado internacional, expresa su profundo dolor por la pérdida del artista genial, luchador intransigente e invencible contra la iglesia oficial, enemigo de la arbitrariedad y del sojuzgamiento, que alzó fuertemente su voz contra la pena de muerte y fue amigo de los perseguidos»
10 «Recortes» o «tierras recortadas»: tierras arrebatadas por los latifundistas a los campesinos al abolirse el régimen de la servidumbre en Rusia en 1861
11 Los de Jítrov (denominación derivada del nombre del «Mercado Jítrov»): barriada de Moscú en la que vivían en tiempos del zarismo los elementos desclasados, el lumpenproletariado
Fuente: Para la voz

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