La crisis del pensamiento emancipador en que estamos inmersos se manifiesta en África de forma especial. El “afropesimismo” es un concepto en boga que define el marasmo ante una situación en la que no se reconocen herramientas de análisis capaces de aportar estrategias de acción idóneas. Se trata de un desánimo racializado en el que el marxismo es desdeñado por “eurocéntrico”, olvidando sus contribuciones a las luchas del siglo XX, y se mira con desconfianza todo lo ajeno a la raza negra. En esta coyuntura, el politólogo Kevin Ochieng Okoth se plantea con África Roja, recién editado por Verso (trad. de Carmen Alonso Menéndez), reivindicar el legado de los grandes revolucionarios africanos del siglo XX y mostrar que existe una posibilidad real de compatibilizar marxismo y radicalismo Negro en la lucha por la liberación del continente. Un repaso cuidadoso de la historia, que alumbra sus hitos esenciales y recuerda a sus protagonistas, pone esto en claro, al tiempo que va dejando perfiladas actuaciones posibles.
Promesas y frustraciones del espíritu de Bandung
En abril de 1955, Sukarno, presidente de Indonesia, decidió celebrar la independencia de su país, conquistada unos años antes, con una conferencia en Bandung (Java) a la que asistieron representantes de veintinueve naciones de Asia y África. La meta era reforzar la solidaridad entre países recién emancipados y debatir sobre un orden mundial post-imperial sin interferencia de Occidente. En plena Guerra Fría, el mensaje de este evento era que los reunidos tenían sus propios criterios y objetivos más allá del alineamiento con uno de los bloques enfrentados. El paso siguiente se dio en 1961 en Belgrado, cuando se creó formalmente el Movimiento de Países No Alineados, agrupando ya a ciento veinte naciones de todo el mundo, y con Tito, Nehru y Nasser como cabezas más visibles. La Conferencia Tricontinental de 1966 en La Habana aportó nuevo impulso y propuso medidas concretas de cooperación política, económica y militar para el tercer mundo.
Simultáneamente a estos procesos, en África se daban otros específicos que retomaban las labores de las conferencias panafricanas celebradas hasta entonces fuera del continente. En diciembre de 1958 se convocó en Accra, capital de la recién independizada Ghana, la Conferencia Panafricana de los Pueblos, y allí muchos activistas anticoloniales exiliados pudieron discutir sus estrategias. No obstante, a pesar de las buenas intenciones, lo cierto es que las independencias de muchos países en los años siguientes no supusieron avances reales para sus pueblos, pues los intentos que hubo fueron abortados, con el asesinato de Patrice Lumumba en 1961, el de Mehdi Ben Barka en 1965 o el golpe de estado en Ghana en 1966, por ejemplo. Después, la crisis económica de los 70 produjo un endeudamiento generalizado, y la ofensiva neoliberal que siguió impuso planes de ajuste que agudizaron la miseria. En este momento, las élites burguesas nacionales habían sido ya captadas o desplazadas del gobierno y una nueva clase dominante actuaba simplemente de correa de transmisión de los poderes globales, aunque haciendo alarde de un “nacionalismo diluido” no anti-imperialista, sino racial o cultural.
La claudicación en los objetivos emancipadores fue acompañada de una sustitución de los análisis anticoloniales de base económica por los Estudios Decoloniales, auspiciados por el lingüista argentino Walter Mignolo, que atienden sobre todo a aspectos epistémicos, simbólicos y culturales. Okoth juzga esta tendencia poco efectiva para la transformación social, pues no considera adecuadamente la dinámica del capital, las clases enfrentadas y los movimientos de resistencia, y tiende demasiadas veces a enfrascarse en abstrusas conceptualizaciones y discusiones académicas a las que se adivinan fines esencialmente curriculares. En una línea similar, el “afropesimismo” que se desarrolla en los campus de California en 2006 defiende una singularidad del racismo antinegro que lo distancia de cualquier otra lucha emancipadora y lo hace imposible de superar. Lo triste del caso es que estas ideas, a pesar de sus bases teóricas endebles han conseguido amplia influencia social. Por su parte, el camerunés Achille Mbembe plantea que el afro-radicalismo de estirpe marxista que capitalizó los procesos de independencia fracasó luego por su fetichización del poder estatal y su carácter autoritario y no tiene hoy nada que ofrecer.
Buscando vías de avance a pesar de todo
El marxismo ha sido denunciado como eurocéntrico, por ejemplo por Cedric J. Robinson en Marxismo Negro (1983), pero lo cierto es que una lectura atenta del de Tréveris pone de manifiesto que sí tiene en cuenta la importancia de esclavismo y racismo en el desarrollo del capitalismo. Diversos autores posteriores han argumentado sólidamente que el racismo es una consecuencia de la explotación económica y no al revés, lo que explica la abolición de la trata cuando las condiciones de los mercados fueron propicias. La esclavitud se desliga de la raza también en situaciones históricas que Okoth describe en Nigeria o en el Imperio español, y que lo llevan a cuestionar los conceptos esquemáticos y universalistas sobre los negros, como los de los teóricos del afropesimismo.
Aimé Césaire y Léopold Sédar Senghor ofrecen un buen ejemplo de un planteamiento que no cosechó resultados. Ellos auspiciaron en Francia a partir de los años 30 su movimiento de la “negritud”, una reflexión poética sobre la esencia africana que carecía de músculo de transformación social, como demostró luego el Senghor estadista en Senegal a partir de los 60. En oposición a esto la trayectoria de Amílcar Cabral representa para Okoth un modelo de estrategia anticolonial exitosa, que tras la independencia de Guinea-Bisáu en 1974 fue capaz de desarrollar un enfoque del marxismo enraizado en la realidad de su país. Frantz Fanon, analizado en detalle, muestra que más allá del radicalismo negro de algunos de sus textos, se comprometió en la lucha anticolonial, en la que veía una ventana de oportunidad para el ideal emancipador.
El hecho es que tras las independencias, el “socialismo africano” que trató de ponerse en práctica dio paso pronto a políticas económicas al servicio de las viejas metrópolis y autoritarismo creciente, como prueba el recorrido por escenarios de todo el continente que realiza Okoth. Este fracaso se incardinó a partir de los 80 con el neoliberalismo que se impuso y afianzó un neocolonialismo depredador, capitaneado por élites negras locales captadas. Según el análisis, el proceso estaba viciado también al no potenciarse las fuerzas populares que podían desafiar democráticamente al Estado. Lo que caracteriza la situación actual es la ausencia de planteamientos anticapitalistas capaces de sacar provecho de las mejores tradiciones anticoloniales de una tierra pródiga en ellas.
Kevin Ochieng Okothexplora en África Roja el origen de los problemas del presente en los proyectos fallidos y los errores del siglo XX, pero extiende su crítica también a los que predican el desánimo hoy mismo teorizando sobre un racismo impreso en el ADN de Occidente. Más allá de esto, se nos demuestra con rigor en el libro que hay un camino posible, de racionalidad y conciencia, para retomar las movilizaciones y luchas por el socialismo en el continente negro.
Reseña de Jesús Aller
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