Título original: ¡Cuba Sí!
Año: 1961
Duración: 50 min.
País: Francia
Dirección: Chris Marker
Guión: Chris Marker
Música: J. Calzada, Eduardo Gonzàlez Mantici
Fotografía: Chris Marker
Cuba sí está entre aquellos primeros filmes que el realizador consideraría más adelante parte de su prehistoria como cineasta –un período de balbuceos antes de La jetée–. Sin embargo, representa un trabajo sintomático. Y ello por múltiples razones. Primero, porque da cuenta del entusiasmo y a la vez del pánico que la revolución cubana suscitó en todo el mundo. Por una parte, el sueño de un socialismo que no se rigiera por el eufemístico centralismo democrático que los tanques rusos habían impuesto en Europa del este. Por la otra, empezando por Estados Unidos, iba rondando la pregunta: ¿cómo restañar la marea roja? Es ése el telón de fondo del documental.
Así la voz en off no para de insistir en el carácter absolutamente cubano de la revolución. Y, por lo tanto, en ese modo tan cubano de organizar la defensa de la isla, de ir a las manifestaciones, de montar un desfile y ¡hasta de cortar las naranjas o de beber! La cámara se regodea en rostros que, en su diversidad (blancos, mestizos, negros) e indiferencia, evocan una Babel en estado de sitio y sin embargo feliz –rayano en la etnología del buen salvaje–. Secuencias breves o planos cortos se suceden a un ritmo desenfrenado que, como la revolución, no se detiene, salvo en el momento en que habla Fidel. La alternancia continua entre los planos abiertos de la muchedumbre y los planos cerrados de los rostros viene a sugerir que, más que diluirse en la masa, el individuo se realiza en la colectividad.
Pero hay más. Cuba sí puede ser visto como la matriz de lo que sería en adelante el enfoque de la izquierda respecto a la realidad cubana –aquí coinciden todos los tópicos–. La lucha entre David y Goliat, el pueblo jubiloso tras la figura providencial de su líder, los logros sociales y la excepción caribeña –en la que no hay gulags–. Claro que se trata de un filme comprometido que no oculta sus afinidades. Pero es precisamente eso, la voluntad de ensalzar la revolución, lo que obstaculiza su comprensión. Encuadrándose la complejidad de semejante acontecimiento en una caricatura.
De ahí ese sorprendente contraste entre la cámara, que se desliza continuamente entre la multitud y enfoca fijamente rostros y cuerpos, escruta sus gestos, abandonándose al éxtasis, y la ausencia de palabra: no hay preguntas: ¿qué sienten, qué piensan esos rostros, esos cuerpos? Nunca lo sabremos. No es sino mediante el comentario que se nos da una idea. Y en este sentido el uso del sonido es revelador. Compuesto básicamente de tres pistas –la voz en off, el sonido directo, la música y los efectos sonoros– organizadas de la siguiente manera: el sonido directo proporciona el color local, algún que otro trozo de lo real; la música (cubana por lo general) pasa de temas épicos a festivos; a la vez que la voz en off domina el conjunto, articulándolo por medio de reflexiones que le imponen a cada imagen un sentido.
La única otra voz en la partitura, la de Fidel, fragmentos de discursos, de entrevistas, contribuyen a componer la imagen del redentor. La armonía entre el pueblo y el mesías se pone de manifiesto precisamente en la ausencia de palabra del primero. No obstante, aunque el apoyo a la revolución haya sido casi unánime (como lo fue en sus inicios), las discrepancias en torno a su significado, a lo que debería ser, van tejiendo la trama de su futuro. Es esa tensión, esa lucha encarnizada que se libran las diversas facciones políticas y sociales para imponer el sentido de la revolución, lo que el filme pasa por alto al negarle la voz a la calle. Paradójicamente, queda una imagen estrafalaria, y sin embargo profética, la de un pueblo reducido al rol de coro, su voz convertida en simple eco.
Fuente: Fronterad
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