lunes, 15 de octubre de 2012

"EL TIEMPO QUE ME HA TOCADO VIVIR"

Retrato de Atahualpa Yupanqui

EL GRITO HIRIENTE DE GUAYASAMÍN

Cádiz reúne el legado de uno de los grandes de la pintura iberoamericana

A Oswaldo Guayasamín (1919-1999) no le gustaba el siglo que le había tocado vivir. Aborrecía las guerras y los soldados. Detestaba a sus líderes y sus poderes. Y lo pintó todo. Porque no sabía ni quería hacer otra cosa. Dejó constancia de su tiempo en una prolija obra que le convirtió en el artista más aclamado de su país, Ecuador, y en un referente en Iberoamérica. Ahora una extensa selección de sus trabajos ha llegado a Cádiz envuelta en una inusitada expectación que atrae a muchos; entre ellos al ecuatoriano Juan Carlos Ayala, quien ha recorrido casi 2.000 kilómetros, desde Francia hasta Andalucía, para asistir a la inauguración de esta muestra. “Es un grande”, resume.

Ayala conoció en vida al pintor. Un día se acercó a su casa, se asomó a ella y lo vio terminar una obra. No habló con él. Le admiraba profundamente desde sus clases de Bellas Artes. Ayala se instaló hace un tiempo en París y se ganó la vida haciendo retratos en la calle, como también hizo Guayasamín en su juventud. Ahora se dedica a otra cosa. “A veces la vida te machaca los sueños”, admite. Aunque el dueño de su casa le deja tener un hueco para sus pinturas. Llegó a Cádiz el jueves y se marcha este sábado tras recorrer cuatro veces la exposición de su idolatrado Guayasamín.

Juan Carlos Ayala es uno de esos habitantes del siglo que le tocó vivir a Guayasamín, una frase que él usaba mucho y que da título a esta exposición, El tiempo que me ha tocado vivir, en la que se recoge su singular visión del mundo y la pintura. “Mi arte es para herir, para arañar y golpear en el corazón de la gente. Para demostrar lo que el hombre hace contra el hombre”, reza una de sus frases en la sala de exposiciones del castillo de Santa Catalina. “Pintar es una forma de oración y de grito. Por eso lo hago de forma nítida. Para que se entienda”.

Y hay ejemplos certeros como la serie La edad de la ira, con mujeres llorando en una alegoría de la Guerra Civil española, o La serie de las manos, donde resume sus planteamientos sobre América. “Cada español llora un muerto de la Guerra Civil y lleva en sí mismo cada día algo de su propia muerte”, escribió el artista. Las manos que pintaba estaban cargadas de intención. Dedos que rezan, atemorizan, tapan, protegen o golpean, síntesis del devenir de su continente. “América Latina tiene su propia raíz, que es necesario remover y encontrar para decir cosas, para expresarnos con nuestra voz”, se propuso.

Guayasamín fue nombrado Pintor de Iberoamérica en la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de Iberoamérica que se celebró en 1999. Y su obra estará en Cádiz mientras se celebre aquí esa misma cumbre el 16 y 17 de noviembre de este año. “Es un sueño cumplido”, ha dicho en la apertura Pablo Guayasamín, nieto del pintor y director de su fundación, quien destaca el enorme esfuerzo realizado para traer la muestra a Cádiz.

Calcula que se han movido siete toneladas de piezas porque también se exponen cerámicas precolombinas y cuadros de otros autores, que formaban parte de su colección personal. “Será la última vez que muchas de estas obras salgan de Ecuador”, ha anunciado el nieto y se ha referido concretamente a La serie de las manos. De ahí el carácter único, extraordinario, de esta exposición, que ha llevado a su compatriota Juan Carlos Ayala a recorrer 2.000 kilómetros para asistir a esta inauguración. “Es el primer pintor de Ecuador”, sentencia mientras resalta por encima de todo sus retratos. “Pintó a Fidel Castro, el Che o Víctor Jara. Era muy bueno”. También pintó los horrores de las guerras para, desde sus lienzos, condenar a sus responsables. “Mientras haya gente que aprenda a matar, habrá víctimas”, se quejaba Guayasamín.

Su casa en Ecuador ha quedado convertida en su museo, de donde provienen las obras que estarán en Cádiz hasta marzo de 2013. Esa casa que Juan Carlos Ayala visitó cuando el pintor todavía vivía. No le habló pero le vio sacar un cuadro, casi con la misma ilusión que ahora recorre repetidamente las salas en el mejor homenaje que un alumno puede hacer a su maestro.

Fuente: El País

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