Pocas veces se habla de arte en el Congreso de los Diputados. El edificio diseñado por Pascual Colomer e inaugurado en 1850 reúne una importante colección artística, con espléndidas pinturas en sus bóvedas y excelentes cuadros colgando de sus paredes. Pinturas murales y cuadros ejecutadas por grandes artistas del siglo XIX, desde Federico de Madrazo y Antonio Gisbert a Joaquín Sorolla, y algunos otros de primera línea del XX, entre ellos Antonio Saura, Rafael Canogar o Lucio Muñoz. Sin embargo, esta rica pinacoteca seguramente es desconocida para muchos de los parlamentarios, que dejan transcurrir sus horas en el palacio de la carrera de San Jerónimo sumidos en la más patética de las banalidades.
Estos últimos días, sin embargo, esa forma de “sentir el mundo”, tal como definía al Arte el filósofo español exiliado y muerto en México Adolfo Sánchez Vázquez ha resonado con cierta fuerza en la sede del Parlamento. Y lo ha hecho a través de una pregunta planteada en torno al cuadro ‘El abrazo’, obra maestra del artista valenciano Juan Genovés, uno de los más importantes exponentes de lo que se ha venido en llamar “realismo crítico”; un artista que aunó un firme compromiso en la lucha por las libertades bajo la dictadura franquista con uno de los mayores reconocimientos internacionales y que, desde 1966, se halla ligado a la Marlborough Gallery de Nueva York, donde una veintena de cuadros suyos se está exponiendo en estos días.
El escrito fue presentado por la portavoz adjunta de IU en la Comisión de Cultura, Ascensión de las Heras. La diputada de la coalición pide que el Gobierno de Mariano Rajoy responda “si tiene intención” de trasladar ‘El abrazo’ al Congreso de los Diputados, tal como se comprometió el anterior presidente de la cámara baja, el socialista José Bono. No es una cuestión baladí. Lamentablemente, hasta ahora, este formidable cuadro se halla almacenado en los sótanos del Museo Reina Sofía. Aunque, casualmente, la dirección de este museo anunció en estos mismos días que próximamente pasaría a ser expuesto en su colección permanente.
Si es cierto que el Arte es, en gran parte, un reflejo de la realidad social, ‘El abrazo’ es un ejemplo paradigmático de dicha afirmación, al igual que lo fue en los años de la guerra civil y de la dictadura el ‘Guernica’, de Pablo Picasso y, anteriormente, en los de la guerra de la independencia contra la invasión napoleónica, ‘Los fusilamientos de la Moncloa’, del genial Francisco de Goya.
Símbolo de la lucha por la amnistía
Su autor, Juan Genovés, nació en 1930 en Valencia, en cuya Escuela de Bellas Artes estudió, formó parte de varios grupos de artistas, desde ‘Los siete’, creado en 1949; ‘Parpalló’, en 1956; y ‘Hondo’, en 1960, y fue evolucionando desde su inicial neofigurativismo hasta el realismo crítico, en donde se situó en la primera línea de la creación pictórica española. No en vano, para el historiador del arte Valeriano Bozal, “Genovés es entre los nuevos realistas el que consigue efectos más próximos al realismo tradicional, pues también en él el miedo, el dolor y la desesperación juegan un fuerte contenido sentimental”.
Empeñado siempre en una renovación constante del lenguaje artístico, Genovés decidió a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta realizar una pintura totalmente política, completamente volcada en el ser humano. A esa época corresponden numerosas obras, ejecutadas con tintas planas y negras, desde una perspectiva de arriba abajo, “a vista de pájaro”, en las que su motivo principal, en realidad, el único, lo constituían individuos aislados o perdidos en medio de una multitud. Seres humanos despersonalizados, sin rasgos reconocibles más allá de su propia humanidad, agitados y sometidos, en su soledad o en medio de amplias masas, a fuerzas que los perseguían y maltrataban. Un rico conjunto de obras que conformarían unas vibrantes “crónicas de la realidad”.
Resultado de todo ese itinerario creador, dotado de una fortísima significación crítica, fue la ejecución de ‘El abrazo’, en el que, dejando un tanto atrás la despersonalización de las figuras, sus personajes cobran una fuerza poderosa, con perfiles identificables, emergiendo de sus diminutos tamaños a los reales del hombre libre, que dirige sus pasos a la reconciliación o, en cualquier caso, al aire fresco y revitalizador de la democracia por la que el mismo Genovés estaba luchando. Ejecutado con pintura acrílica sobre tela, fue pintado por Genovés en 1976, en el auge de la lucha de la oposición democrática contra la dictadura franquista, y es un cuadro de considerables dimensiones -1,50 x 2 metros- aunque no llega a alcanzar las medidas de muchos de los lienzos de Historia que se pintaron, en una operación con claras dimensiones ideológicas, en el periodo de la Restauración borbónica, por impulso de Cánovas del Castillo. Baste recordar los 3,40 x 5 metros, de ‘Doña Juana la loca’, del aragonés Francisco de Pradilla; y los 3,90 x 6 del ‘Fusilamiento de Torrijos’, obra del alicantino Antonio Gisbert.
Su misma historia es un fiel trasunto de las contradicciones de la España surgida de la transición democrática. En aquellos años fue convertido por la Junta Democrática en cartel para la defensa de la amnistía, pero por ello encontró toda suerte de dificultades y obstáculos para llegar a las calles y a las plazas en las que se peleaba por el restablecimiento de las libertades. La siniestra Brigada Político Social, la policía franquista especializada en la persecución de la oposición democrática, destruyó totalmente una primera tirada de 25.000 ejemplares y detuvo al pintor que lo había creado. Genovés permaneció una semana preso en un calabozo de la Dirección General de Seguridad, en los sótanos del edificio de la Puerta del Sol, hoy sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid.
El cuadro corrió mejor suerte. Fue comprado en la Marlborough Gallery de Nueva York por un coleccionista de Chicago al que entusiasmó la fuerza que irradiaba la composición pintada por Genovés. Poco tiempo después, el Gobierno de Adolfo Suárez hizo gestiones para repatriarlo, dada su fuerte carga simbólica para la democracia española. Y su nuevo propietario aceptó la propuesta, tras haber alcanzado el acuerdo de permutarlo por otra importante obra del artista valenciano.
Sin embargo, su regreso a Madrid sufrió los mismos ataques por parte de las fuerzas ultramontanas que la misma democracia que estaba surgiendo. Su destino fue el Museo Español de Arte Contemporáneo, sito en la Ciudad Universitaria y transformado posteriormente en Museo del Traje. Pero el público nunca pudo llegar a contemplarlo en las paredes de aquella pinacoteca. Permaneció oculto en sus sótanos, hasta que unos trabajadores del sindicato de Comisiones Obreras, que se habían afanado en su búsqueda, lo rescataron de un rincón perdido del almacén. Cuando los fondos del mencionado museo se trasladaron al Reina Sofía, ‘El abrazo’ los acompañó. Pero volvió otra vez a ser depositado en los sótanos del edificio. Y allí ha permanecido hasta ahora.
En su pregunta parlamentaria, la diputada Ascensión de las Heras señala que “esta emblemática obra se erigió en icono reivindicativo de la amnistía de los presos políticos víctimas del régimen franquista”, así como para reclamar “la libertad de asociación política y la convocatoria de elecciones” tras la muerte del dictador Francisco Franco. Pero, además, la diputada de IU recuerda que tras los sangrientos atentados ocurridos el 24 de enero de 1977 en el despacho de abogados laboralistas de Atocha, donde cinco de ellos fueron asesinados, “la obra tomó una nueva dimensión” al ser elegida por CCOO como motivo inspirador para que Genovés realizara un “magnífico grupo escultórico que se erigió en Madrid como homenaje y repulsa de la matanza”
La conversión de ‘El abrazo’ en soberbia y estremecedora escultura y su ubicación en la madrileña Plaza de Antón Martín, muy próxima al despacho de los jóvenes laboralistas asesinados, fue una elección obligada. No sólo por su significado. En una de las paredes de la habitación donde fueron acribillados a balazos se hallaba uno de los carteles que reproducían el cuadro de Genovés. ‘El abrazo’, transformado en un vigoroso pasquín de lucha por la amnistía, resultó salpicado con la sangre de uno de los asesinados. ¿Quizás la de nuestro querido Javi Sauquillo? ¿O, tal vez, la de la única superviviente de aquella terrible y cobarde matanza, nuestra entrañable Lola González Ruiz?
El cuadro de la ‘clandestinidad’ y de la ‘vergüenza’
"El abrazo" sólo vio la luz durante tres meses en 2009. Conocedor de la suerte que “El abrazo” había tenido en los Museos de Arte Contemporáneo y en el Reinta Sofía, Genovés recordó con tristeza en alguna ocasión que cuando algunos periodistas extranjeros le preguntaban la razón por la cual el cuadro permanecía oculto él les respondía, con sorna: ”El cuadro nació en la clandestinidad y debe de gustarle vivir así”. Pero la posición oficial ante esta emblemática obra llegó a límites realmente patéticos. Durante todos estos años, cuando algunas delegaciones extranjeras importantes expresaron su deseo de ver ‘El abrazo’, los responsables del Museo Reina Sofía daban las instrucciones oportunas para que lo subieran del almacén, lo colgaban en una de sus salas y, tras ser contemplado por los visitantes, ordenaban su regreso al sótano.
No resulta extraño, por tanto, que el también diputado de IU José Luis Centella haya declarado que el hecho de que continúe en el sótano del Reina Sofía supone una “vergüenza para la democracia” y podría ser considerado “como una segunda clandestinidad”.
Fuente: Rodrigo Vázquez de Prada y Grande (Crónica Popular)
Estos últimos días, sin embargo, esa forma de “sentir el mundo”, tal como definía al Arte el filósofo español exiliado y muerto en México Adolfo Sánchez Vázquez ha resonado con cierta fuerza en la sede del Parlamento. Y lo ha hecho a través de una pregunta planteada en torno al cuadro ‘El abrazo’, obra maestra del artista valenciano Juan Genovés, uno de los más importantes exponentes de lo que se ha venido en llamar “realismo crítico”; un artista que aunó un firme compromiso en la lucha por las libertades bajo la dictadura franquista con uno de los mayores reconocimientos internacionales y que, desde 1966, se halla ligado a la Marlborough Gallery de Nueva York, donde una veintena de cuadros suyos se está exponiendo en estos días.
El escrito fue presentado por la portavoz adjunta de IU en la Comisión de Cultura, Ascensión de las Heras. La diputada de la coalición pide que el Gobierno de Mariano Rajoy responda “si tiene intención” de trasladar ‘El abrazo’ al Congreso de los Diputados, tal como se comprometió el anterior presidente de la cámara baja, el socialista José Bono. No es una cuestión baladí. Lamentablemente, hasta ahora, este formidable cuadro se halla almacenado en los sótanos del Museo Reina Sofía. Aunque, casualmente, la dirección de este museo anunció en estos mismos días que próximamente pasaría a ser expuesto en su colección permanente.
Si es cierto que el Arte es, en gran parte, un reflejo de la realidad social, ‘El abrazo’ es un ejemplo paradigmático de dicha afirmación, al igual que lo fue en los años de la guerra civil y de la dictadura el ‘Guernica’, de Pablo Picasso y, anteriormente, en los de la guerra de la independencia contra la invasión napoleónica, ‘Los fusilamientos de la Moncloa’, del genial Francisco de Goya.
Símbolo de la lucha por la amnistía
Su autor, Juan Genovés, nació en 1930 en Valencia, en cuya Escuela de Bellas Artes estudió, formó parte de varios grupos de artistas, desde ‘Los siete’, creado en 1949; ‘Parpalló’, en 1956; y ‘Hondo’, en 1960, y fue evolucionando desde su inicial neofigurativismo hasta el realismo crítico, en donde se situó en la primera línea de la creación pictórica española. No en vano, para el historiador del arte Valeriano Bozal, “Genovés es entre los nuevos realistas el que consigue efectos más próximos al realismo tradicional, pues también en él el miedo, el dolor y la desesperación juegan un fuerte contenido sentimental”.
Empeñado siempre en una renovación constante del lenguaje artístico, Genovés decidió a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta realizar una pintura totalmente política, completamente volcada en el ser humano. A esa época corresponden numerosas obras, ejecutadas con tintas planas y negras, desde una perspectiva de arriba abajo, “a vista de pájaro”, en las que su motivo principal, en realidad, el único, lo constituían individuos aislados o perdidos en medio de una multitud. Seres humanos despersonalizados, sin rasgos reconocibles más allá de su propia humanidad, agitados y sometidos, en su soledad o en medio de amplias masas, a fuerzas que los perseguían y maltrataban. Un rico conjunto de obras que conformarían unas vibrantes “crónicas de la realidad”.
Resultado de todo ese itinerario creador, dotado de una fortísima significación crítica, fue la ejecución de ‘El abrazo’, en el que, dejando un tanto atrás la despersonalización de las figuras, sus personajes cobran una fuerza poderosa, con perfiles identificables, emergiendo de sus diminutos tamaños a los reales del hombre libre, que dirige sus pasos a la reconciliación o, en cualquier caso, al aire fresco y revitalizador de la democracia por la que el mismo Genovés estaba luchando. Ejecutado con pintura acrílica sobre tela, fue pintado por Genovés en 1976, en el auge de la lucha de la oposición democrática contra la dictadura franquista, y es un cuadro de considerables dimensiones -1,50 x 2 metros- aunque no llega a alcanzar las medidas de muchos de los lienzos de Historia que se pintaron, en una operación con claras dimensiones ideológicas, en el periodo de la Restauración borbónica, por impulso de Cánovas del Castillo. Baste recordar los 3,40 x 5 metros, de ‘Doña Juana la loca’, del aragonés Francisco de Pradilla; y los 3,90 x 6 del ‘Fusilamiento de Torrijos’, obra del alicantino Antonio Gisbert.
Su misma historia es un fiel trasunto de las contradicciones de la España surgida de la transición democrática. En aquellos años fue convertido por la Junta Democrática en cartel para la defensa de la amnistía, pero por ello encontró toda suerte de dificultades y obstáculos para llegar a las calles y a las plazas en las que se peleaba por el restablecimiento de las libertades. La siniestra Brigada Político Social, la policía franquista especializada en la persecución de la oposición democrática, destruyó totalmente una primera tirada de 25.000 ejemplares y detuvo al pintor que lo había creado. Genovés permaneció una semana preso en un calabozo de la Dirección General de Seguridad, en los sótanos del edificio de la Puerta del Sol, hoy sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid.
El cuadro corrió mejor suerte. Fue comprado en la Marlborough Gallery de Nueva York por un coleccionista de Chicago al que entusiasmó la fuerza que irradiaba la composición pintada por Genovés. Poco tiempo después, el Gobierno de Adolfo Suárez hizo gestiones para repatriarlo, dada su fuerte carga simbólica para la democracia española. Y su nuevo propietario aceptó la propuesta, tras haber alcanzado el acuerdo de permutarlo por otra importante obra del artista valenciano.
Sin embargo, su regreso a Madrid sufrió los mismos ataques por parte de las fuerzas ultramontanas que la misma democracia que estaba surgiendo. Su destino fue el Museo Español de Arte Contemporáneo, sito en la Ciudad Universitaria y transformado posteriormente en Museo del Traje. Pero el público nunca pudo llegar a contemplarlo en las paredes de aquella pinacoteca. Permaneció oculto en sus sótanos, hasta que unos trabajadores del sindicato de Comisiones Obreras, que se habían afanado en su búsqueda, lo rescataron de un rincón perdido del almacén. Cuando los fondos del mencionado museo se trasladaron al Reina Sofía, ‘El abrazo’ los acompañó. Pero volvió otra vez a ser depositado en los sótanos del edificio. Y allí ha permanecido hasta ahora.
En su pregunta parlamentaria, la diputada Ascensión de las Heras señala que “esta emblemática obra se erigió en icono reivindicativo de la amnistía de los presos políticos víctimas del régimen franquista”, así como para reclamar “la libertad de asociación política y la convocatoria de elecciones” tras la muerte del dictador Francisco Franco. Pero, además, la diputada de IU recuerda que tras los sangrientos atentados ocurridos el 24 de enero de 1977 en el despacho de abogados laboralistas de Atocha, donde cinco de ellos fueron asesinados, “la obra tomó una nueva dimensión” al ser elegida por CCOO como motivo inspirador para que Genovés realizara un “magnífico grupo escultórico que se erigió en Madrid como homenaje y repulsa de la matanza”
La conversión de ‘El abrazo’ en soberbia y estremecedora escultura y su ubicación en la madrileña Plaza de Antón Martín, muy próxima al despacho de los jóvenes laboralistas asesinados, fue una elección obligada. No sólo por su significado. En una de las paredes de la habitación donde fueron acribillados a balazos se hallaba uno de los carteles que reproducían el cuadro de Genovés. ‘El abrazo’, transformado en un vigoroso pasquín de lucha por la amnistía, resultó salpicado con la sangre de uno de los asesinados. ¿Quizás la de nuestro querido Javi Sauquillo? ¿O, tal vez, la de la única superviviente de aquella terrible y cobarde matanza, nuestra entrañable Lola González Ruiz?
El cuadro de la ‘clandestinidad’ y de la ‘vergüenza’
"El abrazo" sólo vio la luz durante tres meses en 2009. Conocedor de la suerte que “El abrazo” había tenido en los Museos de Arte Contemporáneo y en el Reinta Sofía, Genovés recordó con tristeza en alguna ocasión que cuando algunos periodistas extranjeros le preguntaban la razón por la cual el cuadro permanecía oculto él les respondía, con sorna: ”El cuadro nació en la clandestinidad y debe de gustarle vivir así”. Pero la posición oficial ante esta emblemática obra llegó a límites realmente patéticos. Durante todos estos años, cuando algunas delegaciones extranjeras importantes expresaron su deseo de ver ‘El abrazo’, los responsables del Museo Reina Sofía daban las instrucciones oportunas para que lo subieran del almacén, lo colgaban en una de sus salas y, tras ser contemplado por los visitantes, ordenaban su regreso al sótano.
No resulta extraño, por tanto, que el también diputado de IU José Luis Centella haya declarado que el hecho de que continúe en el sótano del Reina Sofía supone una “vergüenza para la democracia” y podría ser considerado “como una segunda clandestinidad”.
Fuente: Rodrigo Vázquez de Prada y Grande (Crónica Popular)
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