viernes, 26 de junio de 2015

"EL SUPERVIVIENTE DE VARSOVIA", OBRA DE ARNOLD SCHÖNBERG DEDICADA AL LEVANTAMIENTO DE VARSOVIA DE 1943


EL SUPERVIVIENTE DE VARSOVIA, OP. 46 (1947)


El superviviente de Varsovia es una obra que Arnold Schönberg quiso dedicar a las víctimas del Holocausto. Él había sido uno de los primeros en percatarse de lo que iba a suceder con la llegada de los nazis al poder. En primer lugar, fue apartado de su puesto de profesor en la Academia prusiana de Artes en Berlín. ¿El motivo? Su origen judío. En respuesta, regresó a su religión, que había abandonado siendo joven y, un mes después, partió para el exilio a los Estados Unidos. Gracias a ello se salvó, pero fueron muchos los amigos que perdió en aquella locura. Podía haber escogido muchos de los oscuros episodios de la matanza, pero se decantó por la heroica resistencia del gueto de Varsovia que tuvo lugar en 1943. En ella mil judíos resistieron durante casi un mes (más que el ejército polaco durante la invasión de 1939) a las tropas de las SS tras la segunda deportación masiva a los campos de exterminio. Como represalia, los nazis asesinarían a más de 13.000 personas. La idea le fue sugerida a Schönberg por la bailarina Corinne Chochem y si bien no surgió ningún proyecto común entre ambos, el músico desarrolló esta partitura para narrador, coro masculino y orquesta, que sigue, como las de este periodo, su técnica de los doce tonos. Su implicación emocional le llevó a escribirla en tan sólo doce días. Poco después la Fundación Kussevitzki le encargó una obra que podía desarrollar como quisiera, y Schönberg les brindó ésta. “Representa una advertencia para todos los judíos -escribió-para que nunca olvidemos lo que nos hicieron. Nunca deberíamos olvidarnos de esto, incluso si las cosas no ocurrieron del modo en que las describo aquí. Eso no importa. Lo fundamental es que lo vi en mi imaginación”. El estreno tuvo lugar el 4 de noviembre de 1948 en Albuquerque.

Narrador

No consigo recordar todo.
Debo haber estado inconsciente la mayor
parte del tiempo.
Sólo recuerdo el grandioso momento
en que todos comenzaron a cantar como
si hubiera estado planeado,
la antigua oración abandonada durante
tantos años, ¡el credo olvidado!
Mas no me acuerdo de cómo llegué al
subsuelo, a vivir en las cloacas de
Varsovia durante tanto tiempo.
El día comenzaba como siempre: Toque de
diana cuando todavía no había amanecido.
¡Fuera! Tanto si habías dormido como si
las preocupaciones te habían mantenido
despierto toda la noche.
Te habían separado de tus hijos,
de tu esposa, de tus padres
no sabías qué les había pasado
¿cómo podrías dormir?
Otra vez las trompetas – ¡Fuera!
¡El sargento se enfurecerá!
Salían algunos muy lentamente:
los ancianos, los enfermos algunos con
nerviosa agilidad. Tenían miedo del sargento.
Se daban tanta prisa como podían.
¡En vano! Demasiado ruido demasiado
alboroto – ¡y no lo suficientemente rápido!
El Sargento grita: “¡Atención! ¡En pie!
¡Qué sucede! ¿Acaso tendré que ayudaros
con la culata de mi rifle? ¡Oh, bien si de
verdad eso es lo que queréis!”
El sargento y sus subordinados los
golpearon a todos: jóvenes y viejos,
sanos y enfermos, culpables e inocentes...
Fue algo doloroso oírles lamentarse y
quejarse.
Yo les oí, aunque también yo fui duramente
golpeado, tanto que acabé cayéndome.
A nosotros, los que yacíamos sobre el
suelo y no podíamos levantarnos, nos
golpearon en la cabeza.
Debo de haber permanecido inconsciente.
Lo siguiente que recuerdo es a un soldado
diciendo: “Están todos muertos”,
por lo que el sargento ordenó
deshacerse de nosotros.
Allí yacía yo semiinconsciente.
Me había quedado muy quieto –
miedo y pánico.
Entonces oí al sargento gritar:
“¡A numerarse!”
Y ellos empezaron lenta e irregularmente:
uno, dos, tres, cuatro “¡Alto!”
gritó de nuevo el sargento,
“¡Más rápido! ¡Otra vez desde el principio!
¡En un minuto quiero saber
a cuántos enviaré a la cámara de gas!
¡A numerarse!”
Ellos empezaron de nuevo, primero
lentamente:
uno, dos, tres, cuatro, luego más y más
rápido, tan rápido que al final sonaba como
una estampida de caballos salvajes,
y todos, de repente, en medio de ella,
comenzaron a cantar el Shema Yisrael.

Coro

Escucha Israel, El Señor es nuestro Dios,
el Señor es único.
Amarás al Señor tu Dios
Con todo tu corazón, con toda tu alma
y todas tus fuerzas
Y estas palabras
Que yo hoy te digo
Guardarás en tu corazón
Y las repetirás a tus hijos
Y hablará de ellas cuando estés en tu casa
Y andando por el camino
Y al acostarte y al levantarte

Fuente: Martín Llade

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