Juan Gelman vuelve con un extenso poemario escrito desde su premio Cervantes en 2007, en el que repasa su vida a partir del amor, la memoria, la infancia, la injusticia y un ajuste de cuentas con quienes perdieron sus ideales por el camino
A sus 79 años de edad el escritor argentino Juan Gelman lanza poemas de amor, rebelión y nostalgia contra el cinismo y el miedo a una vida sin excesos de corazón. "El amor de ser amado/ nunca abandona su juventud", apunta en uno de los poemas del nuevo libro del premio Cervantes 2007, De atrásalante en su porfía (Visor), que aparece la semana que viene en nuestras librerías. Un intenso recorrido por dos años de noches entregado al encuentro con sus adentros y un resultado de más de 150 poemas, en los que destaca la falta de indulgencia que muestra el autor con aquellos amigos que traicionaron sus ideas políticas y se fueron al otro lado. Lo que él califica de "ataque de senilidad ideológica".
"Fueron amigos que estuvieron en la batalla contra el poder y con los años se pasaron con los demonios", así que necesitó escribir sobre esto, porque entre ellos reconoce a personas a las que quiso mucho y que hoy siente que le han "traicionado". "Por supuesto, soy muy poco indulgente con la traición a las ideas, porque las ideas no son sólo ideas cuando hay acción. Son algo más, son ideas que se encarnan. Hay otros, a los que llamo profetas del pasado, no quisieron mojarse el culo y ahora aparecen para decir que tenían razón", cuenta desde su casa en México DF a este periódico.
Gelman se mantiene fiel a su poesía hermética permeable y desmenuza esa pequeña venganza contra sus compañeros fallidos en poemas como Teorías, donde escribe: "Las reglas de la tristeza no/ saben lo que saben. En la/ sala de espera de su tren/ pasan los sueños viejos/ que cada día se abren/ con una moneda que no existe", para referirse a las añejas aspiraciones de la izquierda. "Cuando escribo una moneda que no existe, me refiero a la izquierda que no existe. Los sueños viejos siguen existiendo y me gustaría saber cómo podríamos recuperarlos hoy. Sigo confiando en que como no se puede mutilar la capacidad del sueño, ni se puede acabar con los deseos de la gente, esta situación terminará provocando una respuesta. Por eso lo que me alarma es este desencanto, la desilusión, y esta convivencia con el horror", explica.
Parece desencantado, aunque no desesperado, y no lo decimos por la nostalgia tanguera inherente a sus maneras. Incluso podríamos crear un neogelmanismo de los suyos agrupando dos términos contrarios como desilusión y hechizo, pero no somos él. Seguimos hablando de la izquierda y reconoce tajante que "perdió el norte, el sur, el este y el oeste". "Pero de todos modos, pienso que siempre hubo momentos de aletargamiento, para hacer surgir luego las revoluciones. Así que, aunque esté un poquito lastimada, mantengo mi esperanza en la izquierda".
El poeta hace referencia en un par de ocasiones a una cita imprescindible de Emily Dickinson para definir la situación actual. La autora dijo que acostumbrarse a las catástrofes humanas es una prueba de pérdida de humanidad. Precisamente, uno de los versos de un poema de De atrásalante en su porfía dice: "Poesía, apurémonos antes de que la oscuridad sea completa". Él está convencido de que la poesía es "una luz" en medio de todo esto, porque es capaz de advertir del riesgo de no darse cuenta de que "están manufacturando nuestro pensamiento". "La poesía resiste toda esa situación, aunque no se lo proponga". ¿Y Obama? ¿Es también luz? "Es evidente que no. Ha pasado el tiempo suficiente como para darse cuenta de que no. Ha continuado la guerra en Afganistán, para salir de la crisis ha decidido darle plata a los que la tenían No".
Casualidad o encuentro
Cada poema en De atrásalante en su porfía es un encuentro casual. No tiene ninguna estructura concreta, son acumulaciones de poemas según van presentándosele en las noches de vigilia. A punto de los 80, no ve ningún problema ni miedos en no escribir todo lo que tiene ganas de escribir "antes de tocar el violín en el otro barrio". "El problema realmente es que uno no escribe cuando quiere, sino cuando las señoras quieren, y cuando tocan a la puerta tienes que recibirlas aunque vengan, como decía Lorca, llenas de besos y arena", y asume que esas señoras, conocidas como musas, además, se marchan cuando quieren.
Mantiene vivo el sentido del humor al reconocer que "el único consuelo es que el tiempo envejece con nosotros". Porque el poeta no ve demasiadas diferencias entre el Gelman de 2009 y el Gelman de hace 20 o 30 años. "Sólo veo un tipo 20 o 30 años más viejo". Quizá le mantenga en vivo y lanza en astillero la llama de la memoria, que como escribe: "Dormir en un silencio se puede,/ en la derrota, no".
Siempre crítico, apela a la lectura dura de uno mismo, porque, como él mismo explica, "el poder mirarse forma parte del ser". De ahí que suelte un verdadero latigazo en Azar, uno de los primeros poemas: "Quien se lee a sí mismo encuentra/ faltas de ortografía, faltas/ de su verdad, faltas". Sí, escribir es encontrarse las ruinas de uno mismo, como dice el autor de País que fue será. "Mira, para escribir hay que meterse mucho en sí mismo, por eso es también un descubrimiento de uno mismo. En estos momentos, que puedo escribir tres o cuatro poemas en una noche, encuentro un estado particular en el que lo único que quiero es que desaparezca el mundo para quedarme solo", vuelve a mencionar lo que muchas veces ha comentado, que no es uno el que escribe, sino otro que aparece y desaparece cuando quiere para tomarle la palabra por escrito.
Después de todos estos años hurgándose en el silencio del mundo, en la soledad de su estudio, conoce qué necesita para que las cosas salgan bien. Es una cuestión de equilibrio entre obsesión y densidad. Dice que la expresión gana en intensidad a medida que la obsesión va apaciguándose. Sin ella es incapaz de hacer nada, pero con un exceso de la misma la densidad pierde. "Aunque no haya obsesión uno puede seguir escribiendo, es lo que yo llamo "la maquinita", y hay que tener cuidado para no incurrir en eso. Él tiene un remedio infalible: dejar descansar los poemas unos meses.
En el recuerdo, Ángel
Sin duda alguna este es un libro contra los cínicos: "El amor de ser amado nunca abandona su juventud". Un libro para acabar con descreídos. Un libro lleno de pasión y amor. "Amarte es preciso, vivir no", escribe tomando lo que decían los marinos romanos ("Navegar es preciso, vivir no"). "¿Para qué sirve una vida tan apasionada? Para vivir, claro. Si no hay deseo en la vida, no hay vida".
Y entre los remedios contra el cinismo, Ángel González. Le dedica un poema y le tiene en el recuerdo. Explica cómo le conoció hace años en la casa mexicana de Paco Taibo, cuando el poeta asturiano llegaba a la ciudad para pasar unos días. "Su poesía fue muy importante para mí y su desaparición fue muy triste".
"¿Qué es el contenido de un poema? Esa es la pregunta. El poeta nombra lo que no tiene nombre todavía, ese es el contenido de un poema para referirse a lo que sea". Resuelve así el eterno conflicto entre forma y contenido. Un poema es como el tango, "una manera de conversar y no una manera de caminar, como decía Borges". "Un poeta es hijo de lo que escribe. Él va creando su biografía, va conociéndose. Uno escribe para vivir, como decía Ajmátova". Y en cuanto a la nostalgia en el libro "La verdad es que debo ser un inconsciente porque nunca me pregunto por esas cosas. Sale lo que sale, uno no escribe lo que sabe, sino lo que puede y se acabó".
Un poeta que escribe a ciegas
Lengua viva
“Atrásalante” hace referencia a lo vivido y a lo que se vivirá, a la insistencia de tratar de conocerlo antes de tiempo. Pero hay otras tantas palabras que cruza en este poemario, como es hábito en este poeta. “Otromundo”, “Osculuz”… Recurre a Lope de Vega, a Quevedo para aclarar que la unión de términos es una práctica que agranda el lenguaje y muestra que el castellano vive. “Porque sólo no cambian las lenguas que no estén muertas”. Fue durante el exilio, reconoce, cuando apareció la necesidad en él de hacer chocar el lenguaje. “Eso siempre debe ser una necesidad y no un juego”.
Nuevos caminos
Todas esas palabras nuevas las entiende como una victoria contra los límites del lenguaje y se llegó a preguntar durante el discurso de la entrega del premio Cervantes: “¿Cuántas palabras aún desconocidas guardan en sus silencios? Hay millones de espacios sin nombrar y la poesía trabaja y nombra lo que no tiene nombre todavía. Esto exige que el poeta despeje en sí caminos que no recorrió antes, que desbroce las malezas de su subjetividad, que no escuche el estrépito de la palabra impuesta”.
Verdad y sufrimiento
Gelman reconoce en Santa Teresa y San Juan de la Cruz unas lecturas de referencia que le hicieron ver la presencia ausente de lo amado, Dios para ellos, el país del que él fue expulsado en su caso. De ahí que no ceje en su empeño de demostrar con su poesía que jamás será posible terminar con la utopía o recortar la capacidad de sueño y de deseo de los seres humanos. Su lucha es la de la recuperación de los recuerdos que nunca se marchan –“y muestran su rostro sin descanso”–. Son el cuerpo de las dictaduras militares que desaparecieron, pero pesan “en el interior de cada familiar, de cada amigo, de cada compañero de trabajo, alimentan preguntas incesantes”.
Fuente: Público
"JUAN GELMAN", POR JUAN GELMAN
El único argentino de la familia soy yo. Mis padres y mis dos hermanos eran ucranianos. Emigraron en 1928. Mi padre era un socialrrevolucionario que había participado en la revolución de 1905. Yo no lo supe sino mucho después, en 1957, cuando encontré en Moscú a dos tías y a una prima que aún vivían en la casa de madera donde mi padre se había refugiado, y de la que debió escapar porque la policía del zar le pisaba los talones. Después anduvo por otras regiones de Rusia, vaya a saber por dónde, hasta que decidió ir a Buenos Aires. Llegó por primera vez en 1912, escapando del servicio militar.
Con un pasaporte falso partió hacia Génova. Ahí supo que zarparían dos barcos: uno hacia Nueva York y otro a Buenos Aires. El de Buenos Aires salió primero y en él se fue. Vivió en la capital argentina hasta que regresó a su tierra de origen, en los inicios de la revolución rusa, Volvió esperanzado porque eran momentos de cierto pluralismo. Como todo mundo sabe, los espacios se fueron cerrando.
Lo que lo desilusionó fue, sobre todo, la expulsión de Trotsky del Partido Comunista y su destierro en Alma Ata, en la frontera de Manchuria. Aunque él no era trotskista en absoluto, admiraba a Trotsky y pensaba que con su salida de escena se terminaban las últimas posibilidades de un debate democrático en la Unión Soviética. Entonces se fueron todos con pasaportes falsos, inaugurando así la tradición de pasaportes falsos en la familia. Mi hermana tenía tres años.
Él era obrero ferroviario, carpintero. En 1928 volvió a Buenos Aires con mi madre y mis dos hermanos mayores. Ahí siguió de carpintero y luego de pequeño comerciante. (Ella) había sido estudiante de medicina en Odesa. Era hija de un rabino metido en su shtetl, un pequeño pueblo judío donde fungía como juez de paz. Era una especie de santo que se alimentaba de té y pan. Muchos años después, en la poesía norteamericana de los años 20, encontré la referencia del té y el pan en la boca del poeta judío.
Mi infancia está muy lejos, en el barrio de Villa Crespo, en Buenos Aires. Nací ahí porque en un momento tan delicado como un alumbramiento quise acompañar a mi madre. Corresponde a un caballero estar con una mujer querida en una zona difícil como el parto… Mi infancia también está llena de cosas que no viví. Por ejemplo de historias extraordinarias y terribles que mi madre me contaba, como el día aquel en que los cosacos quemaron todo durante un pogrom y mi abuela entró en la casa en llamas para salvar a sus hijos. Perdió uno. Cada vez que había peligro, mi abuelo sacaba una arquilla con un pergamino de mil setecientos y corno en el Génesis leía: “El rabino tal engendró al rabino tal que engendró a tal..” El era el último de la lista. Cuando existía una amenaza, la lectura del pergamino les otorgaba cierto sentido de continuidad y supervivencia.
Mi padre era uno de esos obreros de la Rusia revolucionaria que sabía de todo: economía, historia, ciencias políticas. Lo que ahora se llamaría un tipo culto. Mi madre… amaba la música, nos hacía estudiar piano.
Nunca nos encerraron en un gueto, ni cultural ni nada. Esos años de mi vida coincidieron con la segunda guerra. Hice, por ejemplo, mi bar-mitzvah, porque hacerlo se llenaba de sentido en medio de la matanza de judíos en Europa. Pero no recibí ninguna educación religiosa. Lo que más recuerdo de mis trece años fue que me regalaron las obras completas de Sholem Aleijem. Mis padres, que no nadaban en la abundancia, ahorraban centavitos y una vez al año nos llevaban al Teatro Colón. Ahí escuché a Brailovsky, cantantes de primera línea, óperas con espléndidos elencos. Al mismo tiempo llevaba una intensa vida de barrio, un barrio pobre y agresivo.
Me enamoré de una vecinita … Me encantaban sus rodillas sucias. Me salían versitos de amor, rimados.
Me enamoré de Ana, que tenía once. Al principio yo le mandaba versos de Almafuerte. como si fueran míos. Se reía mucho…entonces traté de intentar mejor fortuna.
De niño recuerdo todo lo que se hizo en favor de los republicanos durante la guerra española, las pintadas en el barrio y nosotros, los pibes, juntando el papel plateado de los chocolates porque se creía que con eso se fundía el plomo para las balas de los republicanos; pero también el problema de la guerra mundial que en mi casa se vivía con intensidad y todo lo que ocurrió después: el golpe de Estado del 43, el advenimiento del peronismo y el golpe del 55. Es decir que había todo un clima, un contexto de efervescencia social muy grande en todos esos años que sin duda impregnó nuestra actitud practicante.
No recuerdo cuál fue el primer poema que escribí, pero si cuál fue el primero que publiqué. Vivíamos en Canning y Vera, y desde muy chico, desde los ocho años o tal vez antes, leía mucha poesía. La poesía era como una hipnosis; me atraían los sonidos por un lado, y por el otro el misterio de algunas palabras incomprensibles… Boris leía mucho. Fui saqueándole a mansalva la biblioteca. Tenía, él también, algunos libros en ruso.
Tenía once (años). Yo leía esa revista (se refiere a Rojo y Negro) cada vez que me caía en las manos porque tenía unos cuentos de aventuras buenísimos. En cada número traía una sección de filatelia Y otra de espontáneos. Muchas veces traté de sobornarlos mandándoles cincuenta, sesenta estampillas pero me rechazaban el poema. Hasta que una vez, por fin, me publicaron. Era, por supuesto, un poema de amor imposible… decía, más o menos: “Al amor, sueño eterno y poderoso,/ el destino furioso lo cambié”.
Tenía entonces un sueño extraordinario, que se repitió durante más de dos años. Yo era paje de una corte e improvisaba versos maravillosos que, por supuesto, olvidaba al despertar. Al acostarme, dejaba lápices y papeles junto a la cabecera de la cama, pero jamás pude acordarme de un solo verso.
A los doce años leí Humillados y ofendidos (de Dostoievski) y caí dos días con fiebre. En mi casa había un patio y, al fondo, una escalera de chapa que llegaba a la pieza donde dormía mi hermano. Un domingo fui a su cuarto, tomé el libro, y me lo devoré de cabo a rabo. (Leía) sobre todo a los clásicos españoles: Garcilaso, Quevedo, Góngora, Lope de Vega… pero el primer poema que escuché fue un poema de Pushkin, en ruso. Se lo oí a mi hermano, que recordaba todavía algunos versos de Pushkin. En ese momento descubrí la poesía “dicha”.
Recuerdo que mi padre me regaló, cuando cumplí 12 años, la obra completa de Sholem Aleijem… Empecé robándole versos a Almafuerte.
Mi padre era un lector voraz. Mi madre, por su herencia rabínica, tenía un modo de entender la vida donde la pobreza existe, sí, es un hecho, pero ahí no se acaba el espíritu humano. Crecí con una vida repartida: la de] colegio donde me rozaba con gente de otras clases y la vida del barrio en el que, de paso, hice el escalafón completo: billar, mujeres, organillos, fútbol, milonga y esas cosas.
Yo fui milonguero desde los 15 años. En aquel mundo de entonces el baile me interesaba mucho. Borges dice que el tango es una manera de caminar. Yo no lo voy a corregir, pero me parece que es una manera de conversar. Frente a una muchacha que no conocés es la mejor manera de iniciar una buena conversación. Luego la conversación pasará a otras regiones distintas, al baile, las inevitables preguntas sobre el otro. Por eso creo que la milonga es una forma de conversar, un diálogo bailable.Llegó un día en que me declaré a mí mismo poeta. Abandoné entonces la Facultad de Química. Además estaba enamorado y dejé todo. Me puse a trabajar de camionero, Transportaba muebles, fui vendedor de partes automotrices y, a través de las facturas, descubrí el paso del lápiz a la tinta y de la tinta a la máquina de escribir. Pienso que el paso a la computadora ya no lo podré dar.
(…) me acerqué al núcleo de una revista que salía en los años 50 que se llamaba Muchachos. También habla narradores como Damato y Cronda y el poeta David Álvarez Morgade.
Uno se pasa años escribiendo sin pensar que va a publicar, simplemente escribiendo porque tenés necesidad de hacerlo. Había un grupo de muchachos, no todos poetas, que me alentaron para publicar. Con otros poetas, Héctor Negro, Julio C. Silvain, Di Taranto, estábamos todos en la misma. Editábamos EÍ Pan Duro, para autopublicarnos. El sistema era la venta previa de bonos; cada bono valía un libro y con ese dinero imprimíamos. Se decidía entre todos cuáles eran los libros que iban a aparecer, el orden y todo lo demás. Lo extraordinario cm que no había competitividad entre nosotros y en votación se decidió que Violín y otras cuestiones fuera el primero en salir, luego apareció el de Héctor Negro. También empezamos a realizar lecturas públicas de poesía. Fue después del golpe del 55, en el teatro La Máscara. Ahí conocí a Raúl González Tuñón, una vuelta que lo habían invitado. También hacíamos lecturas en clubes de barrio, en bibliotecas públicas, en distintos sitios.
Seguro que escribo poesía de puro holgazán, porque la ventaja de los versos es la brevedad. El poema es corto, las líneas son más cortas. Sin embargo una vez intenté hacer una novela, y llegué hasta la página treinta… Creo que se iba a llamar El diario del poeta o algo así. Era una especie de farsa. Y también hice un libro de cuentos, allá por el año 1967 o 1968. Pero éste era ante todo un ejercicio personal relacionado con toda mi búsqueda poética e idiomática de ese momento. No sabría decir si eran exactamente cuentos. Digamos que eran textos, que en parte se perdieron.
Con un pasaporte falso partió hacia Génova. Ahí supo que zarparían dos barcos: uno hacia Nueva York y otro a Buenos Aires. El de Buenos Aires salió primero y en él se fue. Vivió en la capital argentina hasta que regresó a su tierra de origen, en los inicios de la revolución rusa, Volvió esperanzado porque eran momentos de cierto pluralismo. Como todo mundo sabe, los espacios se fueron cerrando.
Lo que lo desilusionó fue, sobre todo, la expulsión de Trotsky del Partido Comunista y su destierro en Alma Ata, en la frontera de Manchuria. Aunque él no era trotskista en absoluto, admiraba a Trotsky y pensaba que con su salida de escena se terminaban las últimas posibilidades de un debate democrático en la Unión Soviética. Entonces se fueron todos con pasaportes falsos, inaugurando así la tradición de pasaportes falsos en la familia. Mi hermana tenía tres años.
Él era obrero ferroviario, carpintero. En 1928 volvió a Buenos Aires con mi madre y mis dos hermanos mayores. Ahí siguió de carpintero y luego de pequeño comerciante. (Ella) había sido estudiante de medicina en Odesa. Era hija de un rabino metido en su shtetl, un pequeño pueblo judío donde fungía como juez de paz. Era una especie de santo que se alimentaba de té y pan. Muchos años después, en la poesía norteamericana de los años 20, encontré la referencia del té y el pan en la boca del poeta judío.
Mi infancia está muy lejos, en el barrio de Villa Crespo, en Buenos Aires. Nací ahí porque en un momento tan delicado como un alumbramiento quise acompañar a mi madre. Corresponde a un caballero estar con una mujer querida en una zona difícil como el parto… Mi infancia también está llena de cosas que no viví. Por ejemplo de historias extraordinarias y terribles que mi madre me contaba, como el día aquel en que los cosacos quemaron todo durante un pogrom y mi abuela entró en la casa en llamas para salvar a sus hijos. Perdió uno. Cada vez que había peligro, mi abuelo sacaba una arquilla con un pergamino de mil setecientos y corno en el Génesis leía: “El rabino tal engendró al rabino tal que engendró a tal..” El era el último de la lista. Cuando existía una amenaza, la lectura del pergamino les otorgaba cierto sentido de continuidad y supervivencia.
Mi padre era uno de esos obreros de la Rusia revolucionaria que sabía de todo: economía, historia, ciencias políticas. Lo que ahora se llamaría un tipo culto. Mi madre… amaba la música, nos hacía estudiar piano.
Nunca nos encerraron en un gueto, ni cultural ni nada. Esos años de mi vida coincidieron con la segunda guerra. Hice, por ejemplo, mi bar-mitzvah, porque hacerlo se llenaba de sentido en medio de la matanza de judíos en Europa. Pero no recibí ninguna educación religiosa. Lo que más recuerdo de mis trece años fue que me regalaron las obras completas de Sholem Aleijem. Mis padres, que no nadaban en la abundancia, ahorraban centavitos y una vez al año nos llevaban al Teatro Colón. Ahí escuché a Brailovsky, cantantes de primera línea, óperas con espléndidos elencos. Al mismo tiempo llevaba una intensa vida de barrio, un barrio pobre y agresivo.
Me enamoré de una vecinita … Me encantaban sus rodillas sucias. Me salían versitos de amor, rimados.
Me enamoré de Ana, que tenía once. Al principio yo le mandaba versos de Almafuerte. como si fueran míos. Se reía mucho…entonces traté de intentar mejor fortuna.
De niño recuerdo todo lo que se hizo en favor de los republicanos durante la guerra española, las pintadas en el barrio y nosotros, los pibes, juntando el papel plateado de los chocolates porque se creía que con eso se fundía el plomo para las balas de los republicanos; pero también el problema de la guerra mundial que en mi casa se vivía con intensidad y todo lo que ocurrió después: el golpe de Estado del 43, el advenimiento del peronismo y el golpe del 55. Es decir que había todo un clima, un contexto de efervescencia social muy grande en todos esos años que sin duda impregnó nuestra actitud practicante.
No recuerdo cuál fue el primer poema que escribí, pero si cuál fue el primero que publiqué. Vivíamos en Canning y Vera, y desde muy chico, desde los ocho años o tal vez antes, leía mucha poesía. La poesía era como una hipnosis; me atraían los sonidos por un lado, y por el otro el misterio de algunas palabras incomprensibles… Boris leía mucho. Fui saqueándole a mansalva la biblioteca. Tenía, él también, algunos libros en ruso.
Tenía once (años). Yo leía esa revista (se refiere a Rojo y Negro) cada vez que me caía en las manos porque tenía unos cuentos de aventuras buenísimos. En cada número traía una sección de filatelia Y otra de espontáneos. Muchas veces traté de sobornarlos mandándoles cincuenta, sesenta estampillas pero me rechazaban el poema. Hasta que una vez, por fin, me publicaron. Era, por supuesto, un poema de amor imposible… decía, más o menos: “Al amor, sueño eterno y poderoso,/ el destino furioso lo cambié”.
Tenía entonces un sueño extraordinario, que se repitió durante más de dos años. Yo era paje de una corte e improvisaba versos maravillosos que, por supuesto, olvidaba al despertar. Al acostarme, dejaba lápices y papeles junto a la cabecera de la cama, pero jamás pude acordarme de un solo verso.
A los doce años leí Humillados y ofendidos (de Dostoievski) y caí dos días con fiebre. En mi casa había un patio y, al fondo, una escalera de chapa que llegaba a la pieza donde dormía mi hermano. Un domingo fui a su cuarto, tomé el libro, y me lo devoré de cabo a rabo. (Leía) sobre todo a los clásicos españoles: Garcilaso, Quevedo, Góngora, Lope de Vega… pero el primer poema que escuché fue un poema de Pushkin, en ruso. Se lo oí a mi hermano, que recordaba todavía algunos versos de Pushkin. En ese momento descubrí la poesía “dicha”.
Recuerdo que mi padre me regaló, cuando cumplí 12 años, la obra completa de Sholem Aleijem… Empecé robándole versos a Almafuerte.
Mi padre era un lector voraz. Mi madre, por su herencia rabínica, tenía un modo de entender la vida donde la pobreza existe, sí, es un hecho, pero ahí no se acaba el espíritu humano. Crecí con una vida repartida: la de] colegio donde me rozaba con gente de otras clases y la vida del barrio en el que, de paso, hice el escalafón completo: billar, mujeres, organillos, fútbol, milonga y esas cosas.
Yo fui milonguero desde los 15 años. En aquel mundo de entonces el baile me interesaba mucho. Borges dice que el tango es una manera de caminar. Yo no lo voy a corregir, pero me parece que es una manera de conversar. Frente a una muchacha que no conocés es la mejor manera de iniciar una buena conversación. Luego la conversación pasará a otras regiones distintas, al baile, las inevitables preguntas sobre el otro. Por eso creo que la milonga es una forma de conversar, un diálogo bailable.Llegó un día en que me declaré a mí mismo poeta. Abandoné entonces la Facultad de Química. Además estaba enamorado y dejé todo. Me puse a trabajar de camionero, Transportaba muebles, fui vendedor de partes automotrices y, a través de las facturas, descubrí el paso del lápiz a la tinta y de la tinta a la máquina de escribir. Pienso que el paso a la computadora ya no lo podré dar.
(…) me acerqué al núcleo de una revista que salía en los años 50 que se llamaba Muchachos. También habla narradores como Damato y Cronda y el poeta David Álvarez Morgade.
Uno se pasa años escribiendo sin pensar que va a publicar, simplemente escribiendo porque tenés necesidad de hacerlo. Había un grupo de muchachos, no todos poetas, que me alentaron para publicar. Con otros poetas, Héctor Negro, Julio C. Silvain, Di Taranto, estábamos todos en la misma. Editábamos EÍ Pan Duro, para autopublicarnos. El sistema era la venta previa de bonos; cada bono valía un libro y con ese dinero imprimíamos. Se decidía entre todos cuáles eran los libros que iban a aparecer, el orden y todo lo demás. Lo extraordinario cm que no había competitividad entre nosotros y en votación se decidió que Violín y otras cuestiones fuera el primero en salir, luego apareció el de Héctor Negro. También empezamos a realizar lecturas públicas de poesía. Fue después del golpe del 55, en el teatro La Máscara. Ahí conocí a Raúl González Tuñón, una vuelta que lo habían invitado. También hacíamos lecturas en clubes de barrio, en bibliotecas públicas, en distintos sitios.
Seguro que escribo poesía de puro holgazán, porque la ventaja de los versos es la brevedad. El poema es corto, las líneas son más cortas. Sin embargo una vez intenté hacer una novela, y llegué hasta la página treinta… Creo que se iba a llamar El diario del poeta o algo así. Era una especie de farsa. Y también hice un libro de cuentos, allá por el año 1967 o 1968. Pero éste era ante todo un ejercicio personal relacionado con toda mi búsqueda poética e idiomática de ese momento. No sabría decir si eran exactamente cuentos. Digamos que eran textos, que en parte se perdieron.
Fuente: Angosto Hojas Libres
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