miércoles, 16 de marzo de 2016

CENTENARIO DEL NACIMIENTO DEL POETA COMUNISTA BLAS DE OTERO


BLAS DE OTERO: MÁS ALLÁ DE LA POLÍTICA Y LA POESÍA SOCIAL

Blas de Otero, el poeta que pidió "la paz y la palabra", que luchó contra el franquismo y por la democracia, la voz de la llamada poesía social, hubiera cumplido hoy cien años, una fecha para recordar que, por encima de clasificaciones, fue un gran poeta que atravesó el siglo XX.

Así quedó de manifiesto en Hojas de Madrid con la galerna, un libro inédito en prosa y verso que el autor (Bilbao, 1916) dejó sin editar, con los poemas en carpetas poco antes de morir en Madrid el 29 de junio de 1979, a los 63 años, y que Galaxia Gutenberg publicó en 2010 con la ayuda de su viuda, la profesora Sabina de la Cruz, la mujer que el poeta bilbaíno conoció a los 45 años, y quien le cuidó y comprendió hasta los últimos días de su vida.

De la Cruz hizo una tesis doctoral sobre el autor de Canto espiritual y es presidenta de la Fundación Blas de Otero. "Era el hombre más libre que he conocido en mi vida. Cuando me dicen que se plegó a una u otra doctrina del Partido Comunista, digo que no, que se equivocan, que para Blas nunca hubo consignas ni sometimientos. Para él sólo existía la realidad, el pueblo y las necesidades del pueblo: la gente, la felicidad, la paz y la libertad", dice.

Blas de Otero, el poeta comprometido con lo humano, encasillado en el canon de la poesía social y política, dialogó también con la tradición moderna y la poesía experimental. Con influencias del surrealismo, de Whitman, Lorca, Cervantes o la Biblia, según Mario Hernández, otro de los grandes estudiosos de su obra. "Es él solo una entera clasificación", decía de él el también poeta José Ángel Valente. Dámaso Alonso, que igualaba al autor con Lorca, dejó escrito: "Si hay un poeta a la altura de los mejores autores del 27 en la literatura de posguerra, ése es sin duda Blas de Otero".

Clasificaciones todas ellas para alguien que fue poeta desde niño y que tuvo una infancia dura. Nacido en una familia acomodada, la vida de Blas de Otero estuvo marcada por una depresión que se despertó en el escritor a los 16 años, tras perder a su padre y a su hermano y tenerse que poner a estudiar Derecho para sacar a la familia adelante, a pesar de que se consideraba poeta por encima de todo. Abandonó Madrid, donde vivía con su familia desde los diez años, y volvió a Bilbao con su madre y dos de sus hermanas sin un duro en el bolsillo, y a los 19 años se licenció en Derecho.

La Guerra Civil lo sorprendió en Bilbao y participó en ella alistado en un batallón de gudaris. Tras una breve permanencia en un campo de depuración, incorporado a las fuerzas nacionales, fue enviado al frente de Valencia. Cuando finalizó la guerra trabajó como asesor jurídico en una fábrica metalúrgica de Vizcaya, hasta que un día lo abandonó todo para dedicarse a la poesía.

Alternó así su labor de creación poética con trabajos que ayudasen a su subsistencia. Dio clases particulares, dictó conferencias y cursos y trabajó en una mina en Vizcaya. En 1942 publicó su primera obra, Cántico espiritual, en homenaje a San Juan de la Cruz, escrita en una etapa espiritual, cuando todavía era creyente, a la que le seguiría otra etapa existencial con Ángel fieramente humano (1950). Sus Obras Completas están publicadas en Galaxia Gutenberg.

Fuente: EFE

Ergo sum

A los 52 años sigo pensando lo mismo que a los 7.
Que las nubes son grandes, los monopolios enormes, los
vietnamitas chiquitos
e invencibles.
A los 52 años sigo pensando lo mismo que Carlos Marx,
con la única diferencia de que le copio un poco pero lo
digo más bonito.
A los 52 años, me planto
en medio de los hombres y les espeto que me engañaron
a los 7 años, a los 17 y casi a los 27.
A los 52 años, escribo
y no escarmiento y me dedico exclusivamente a pasear, a
leer, a trasladar maletas de un país a otro, y a conspirar.
(Esto lo digo para confundir a la policía.)
A los 52 años sigo enamorado de Carmencita, de Merche,
de Carmela y de la Niña de los Peines.
A los 52 años, Málaga.
Y escribo como un autómata, corrijo como un robot, y pu-
blico lo que pienso (es un decir).
A los 52 años, ni tengo bicicleta, ni televisor, ni ganas de
dormir, ni cuenta vulgar y corriente.
A los 52 años, chufas.
A los 52 años, escucho el agua de los montes, el fuego de
los campos y el ruido de las batallas.
Y sigo pidiendo la paz y, de momento, me la conceden en
parte; y la palabra, y me mutilan la lengua.
A los 52 años, los caramelos son de más vivos colores y la
bandera, más desteñida.
Y me dedico fundamentalmente a silbar, a deambular y a
pensar que existo puesto que pienso que existo.

(Blas de Otero, del libro Mientras, Colección Fuendetodos, Zaragoza. 1970)

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