Coordina David Becerra
Tierradenadie Ediciones
Es curioso cómo son, a veces, las cosas, justo ahora, en este mes de septiembre, verá la luz una obra colectiva dedicada a la novela crítica española de los últimos decenios, titulada, Convocando al fantasma: novela crítica en la España actual (Tierradenadie Ediciones), coordinada por David Becerra Mayor, y cuyo primer ensayo está dedicado justamente a Rafael Chirbes. Va firmado por uno de los especialistas más importantes en su obra, el crítico Ángel Basanta, con lo que, de esta manera, se ha convertido probablemente en el último gran estudio de la obra del escritor valenciano escrito en vida de este. Aunque esto no es lo verdaderamente trascendente, sino el hecho de que encabece precisamente la nómina de los novelistas que David Becerra, coordinador del trabajo, y los editores de este ensayo colectivo han considerado que debían incluirse en la corriente de la novela crítica española actual, junto a Belén Gopegui, Isaac Rosa, Alfons Cervera, Marta Sanz, Rafael Reig, Fernando Díaz, Javier Mestre, Eva Fernández, Fanny Rubio o Juan Francisco Ferré, entre otros. Novelistas y escritores que conciben la escritura, en general, y la novela, en particular, como respuesta en conflicto –esto es, como un fenómeno radicalmente antagónico– con la realidad de la coyuntura histórica en la que viven y producen sus textos.
Este es el valor sustancial de la obra novelística de Rafael Chirbes, su radical historicidad; el que, cuando otros novelistas no veían ningún conflicto social ni histórico que novelar en aquella España de la burbuja y de estúpidos nuevos ricos, pues vivíamos en un “mundo aburrido”, “al final de la historia”, en el que la novela “había muerto” y ya no merecía la pena siquiera intentarlo; por lo que el relato del mundo quedaba reducido tan solo a meras historietas “de amor” o “de hastío y frustración”, cuentos de individuos solitarios y aislados que se cocían en su propia salsa de aburrimiento y angustia existencial, ajenas por completo a su contexto material y a los conflictos históricos y de clase, pues ya ni siquiera había clases sociales –también habían desaparecido misteriosamente en medio de aquella mágica bonanza económica, todos revueltos en esa especie de cocido social de la denominada “clase media”–; cuando se renunció incluso al esfuerzo escritural, es decir, a la búsqueda de un lenguaje novelístico adecuado al tiempo y a la historia misma de la novela europea y española, quedando todo en una reproducción adocenada de las estrategias del “best seller” anglosajón o nórdico; o, como mucho, a las técnicas más rudimentarias del realismo idealista clásico; lo realmente trascendental es que, cuando todo era así, completa derrota y sumisión incondicional al mercado, a la industria editorial y a las prebendas asociadas con la “carrera literaria” mediática, Rafael Chirbes, junto con otros novelistas más jóvenes o cercanos a su generación, no se rindiesen y considerasen la escritura y la novela como un espacio dentro del campo literario en el que los conflictos personales se vinculasen a los conflictos históricos y materiales, en el que las vidas de los personajes se entendiesen en relación con la realidad material e histórica de la que surgían como representación crítica de la misma. Que intentase y consiguiese, con sus novelas, desde Mimoun (1988), o En la lucha final (1991), La buena letra (1992), Los disparos del cazador (1994), su primera etapa, según considera Ángel Basanta; hasta La larga marcha (1996), Los viejos amigos (2003), Crematorio (2007) y En la orilla (2013), con la que concluye su segunda y final etapa, en la que ha quedado sellada, por la muerte reciente, su obra; que consiguiese, como decimos, un fresco extraordinario y completo no sólo de la España/mundo que fuimos y que nos llevó a la España/mundo que explotó y se desmoronó con el ladrillo, sino también de esta España/mundo en la que justo ahora chapoteamos.
Este es el valor sustancial de la obra novelística de Rafael Chirbes, su radical historicidad; el que, cuando otros novelistas no veían ningún conflicto social ni histórico que novelar en aquella España de la burbuja y de estúpidos nuevos ricos, pues vivíamos en un “mundo aburrido”, “al final de la historia”, en el que la novela “había muerto” y ya no merecía la pena siquiera intentarlo; por lo que el relato del mundo quedaba reducido tan solo a meras historietas “de amor” o “de hastío y frustración”, cuentos de individuos solitarios y aislados que se cocían en su propia salsa de aburrimiento y angustia existencial, ajenas por completo a su contexto material y a los conflictos históricos y de clase, pues ya ni siquiera había clases sociales –también habían desaparecido misteriosamente en medio de aquella mágica bonanza económica, todos revueltos en esa especie de cocido social de la denominada “clase media”–; cuando se renunció incluso al esfuerzo escritural, es decir, a la búsqueda de un lenguaje novelístico adecuado al tiempo y a la historia misma de la novela europea y española, quedando todo en una reproducción adocenada de las estrategias del “best seller” anglosajón o nórdico; o, como mucho, a las técnicas más rudimentarias del realismo idealista clásico; lo realmente trascendental es que, cuando todo era así, completa derrota y sumisión incondicional al mercado, a la industria editorial y a las prebendas asociadas con la “carrera literaria” mediática, Rafael Chirbes, junto con otros novelistas más jóvenes o cercanos a su generación, no se rindiesen y considerasen la escritura y la novela como un espacio dentro del campo literario en el que los conflictos personales se vinculasen a los conflictos históricos y materiales, en el que las vidas de los personajes se entendiesen en relación con la realidad material e histórica de la que surgían como representación crítica de la misma. Que intentase y consiguiese, con sus novelas, desde Mimoun (1988), o En la lucha final (1991), La buena letra (1992), Los disparos del cazador (1994), su primera etapa, según considera Ángel Basanta; hasta La larga marcha (1996), Los viejos amigos (2003), Crematorio (2007) y En la orilla (2013), con la que concluye su segunda y final etapa, en la que ha quedado sellada, por la muerte reciente, su obra; que consiguiese, como decimos, un fresco extraordinario y completo no sólo de la España/mundo que fuimos y que nos llevó a la España/mundo que explotó y se desmoronó con el ladrillo, sino también de esta España/mundo en la que justo ahora chapoteamos.
Matías Escalera Cordero
Publicado en el Nº 288 de la edición impresa de Mundo Obrero septiembre 2015
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