lunes, 5 de marzo de 2012

TEXTO DE PIER PAOLO PASOLINI EN EL 90 ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO


"EL GENOCIDIO" *

Quisiera excusarme de algunas imprecisiones o inexactitudes terminológicas. La materia (preestablecida) no es literaria, y por desgracia o por fortuna sucede que yo soy un literato y que por ello no poseo los términos de lenguaje para tratarla. Está también establecido que lo que diré no es fruto de una experiencia política en el sentido específico y, por así decirlo, profesional de la palabra, sino de una experiencia que llamaría existencial.
Diré en seguida y lo habréis ya intuido, que mi tesis es muy pesimista, más acre y dolorosamente crítica que la de Napolitano. Tiene como tema conductor el genocidio: señalo que la destrucción y sustitución de valores en la sociedad italiana de hoy lleva, aunque sin matanzas y fusilamientos en masa, a la supresión de vastas zonas de la sociedad misma. No es por otra parte una afirmación totalmente herética o heterodoxa. Existe ya en el Manifiesto de Marx un fragmento que describe con claridad y precisión extremas el genocidio que opera la burguesía con relación a determinados estratos de las clases dominadas, sobre todo no obreras, sino subproletarias o ciertas poblaciones coloniales. Hoy Italia está viviendo de manera dramática por primera vez este fenómeno: vastos estratos, que habían permanecido por así decir fuera de la historia — la historia del dominio burgués y de la revolución burguesa — han sufrido este genocidio, o sea esta asimilación al modo y a la calidad de vida de la burguesía.
¿Cómo sucede esta sustitución de valores? Yo sostengo que hoy ocurre clandestinamente, mediante una especie de persuasión oculta. Mientras que en los tiempos de Marx existía todavía la violencia explícita, abierta, la conquista colonial, la imposición violenta, hoy las fórmulas son más sutiles, hábiles y complejas, el proceso es mucho más maduro y profundo técnicamente. Los nuevos valores sustituyen a los antiguos a hurtadillas, quizá no es necesario siquiera decirlo dado que los grandes discursos ideológicos son casi desconocidos por las masas (la televisión, para dar un ejemplo sobre el cual volveré, no ha ciertamente difundido el discurso de Cefis a los alumnos de la Academia de Módena).
Me explicaré mejor volviendo a mi modo habitual de hablar, es decir, el del literato. En estos días estoy escribiendo una obra en la cual enfrento este tema de manera imaginativa, metafórica: imagino una especie de descenso a los infiernos, donde el protagonista, para hacer experiencia del genocidio del cual hablo, recorre la calle principal de una barriada de una gran ciudad meridional, probablemente Roma, y se le aparecen, una serie de visiones cada una de las cuales corresponde a una de las calles transversales que desembocan en la principal. Cada una de ellas es una especie de sima infernal, de círculo de la Divina Comedia, a la entrada hay un determinado modelo de vida puesto allí a hurtadillas por el poder, al cual sobre todo los jóvenes, y todavía más los muchachos, que viven en la calle, se adecúan rápidamente. Han perdido su antiguo modelo de vida, el que realizaban viviendo y del cual en algún modo estaban satisfechos y hasta orgullosos aunque implicara todas las miserias y aspectos negativos que existían y existen — estoy de acuerdo — como los que menciona Napolitano: y entonces tratan de imitar el nuevo modelo puesto allí por la clase dominante de manera oculta. Naturalmente, yo enumero toda una serie de modelos de conducta, una quincena, correspondientes a diez círculos y cinco Simas. Anotaré, brevemente sólo tres; pero anticipo todavía que la mía es una ciudad del centro-sur y el discurso vale sólo relativamente para la gente que vive en Milán, en Turín, en Bolonia, etc.
Por ejemplo, existe el modelo que preside un cierto hedonismo interclasista, el cual impone a los jóvenes que inconscientemente lo imitan, adecuarse en el coortamiento, en el vestir, en los zapatos, en el modo de peinarse o de sonreír, en la manera de moverse o gesticular de acuerdo con lo que ven en la publicidad de los grandes productos industriales: publicidad que se refiere, casi racialmente, al modo de vida pequeño burgués. Los resultados son evidentemente penosos, porque un joven pobre de Roma no está todavía en situación de realizar esos modelos y ello crea en él ansias y frustraciones que lo llevan al umbral de la neurosis. O existe el modelo de la tolerancia, de la permisibilidad. En las grandes ciudades y en el campo del centro-sur regía todavía un cierto tipo de moral popular, más bien libre, por cierto, pero con tabúes que eran suyos y no de la burguesía; no era hipocresía, por ejemplo, sino simplemente una especie de código al cual todo el pueblo se atenía. En un cierto momento el poder ha tenido necesidad de un tipo distinto de súbdito, que fuese antes que nada un consumidor, y no era un consumidor perfecto si no se le concedía una cierta permisividad en el campo sexual. Pero el joven de la Italia retrasada también trata de adecuarse a este modelo de manera tonta, desesperada y siempre neurotizante. O finalmente un tercer modelo, que yo llamo de la afasia, de la pérdida de la capacidad lingüística. Toda la Italia centromeridional tenía sus propias tradiciones regionales o ciudadanas, de una lengua viva, de un dialecto que era regenerado por la invención continua y en el interior de este dialecto, jergas ricas de invenciones casi poéticas: a la cual contribuían todos, día a día, cada noche nacía una frase nueva, un chispazo, una palabra imprevista, había una maravillosa vitalidad lingüística. El modelo instalado ahora allí por la clase dominante los ha bloqueado lingüísticamente. En Roma, por ejemplo, nadie es ya capaz de inventar, se ha caído en una especie de neurosis afásica; o se habla una lengua falsa, que no conoce dificultades ni resistencias, como si todo fuese fácilmente conversable —se expresan como en los libros— o en cambio se llega directamente a la verdadera afasia en el sentido clínico de la palabra. Se es incapaz de inventar metáforas y movimientos lingüísticos reales, casi se gruñe, o se dan empellones, o se ríen a carcajadas sin saber decir otra cosa.
Esto sólo para dar un breve resumen de mi visión infernal, que sin embargo yo vivo existencialmente. ¿Por qué esta tragedia aflige por lo menos a dos tercios de Italia? ¿Por qué este genocidio debido a la aculturación impuesta fraudulentamente por las clases dominantes? Porque la clase dominante ha dividido netamente «progreso» y «desarrollo». A ella le interesa sólo el desarrollo, porque sólo de allí extrae sus beneficios. Es necesario hacer de una buena vez una distinción drástica entre los dos términos: «progreso» y «desarrollo». Se puede concebir un desarrollo sin progreso, cosa monstruosa que es la que vivimos aproximadamente los dos tercios de Italia; pero en el fondo se puede concebir también un progreso sin desarrollo, como sucedería si en algunas zonas campesinas se aplicasen nuevos modos de vida culturales y civilizados aunque sin o con un mínimo de desarrollo material. Es necesario —y és éste en mi opinión el papel del partido comunista y de los intelectuales progresistas— tomar conciencia de esta disociación atroz y hacerla consciente en las masas populares para que precisamente desaparezca, y desarrollo y progreso coincidan.
¿Cuál es en cambio el desarrollo que este poder quiere? Si queremos comprenderlo mejor, leamos el discurso de Cefis a los alumnos de Módena que citaba antes y encontraremos una noción de desarrollo como poder multinacional —o transnacional como dicen los sociólogos — fundado, entre otras razones, sobre un ejército que ya no es nacional, tecnológicamente avanzadísimo, pero ajeno a la realidad del propio país. Todo esto borra de un golpe al fascismo tradicional, que se fundaba sobre el nacionalismo o sobre el clericalismo, viejos ideales, naturalmente falsos; pero en realidad se está asentando una forma de fascismo completamente nueva y todavía más peligrosa. Me explico mejor. Está en curso en nuestro país, como he dicho, una sustitución de valores y de modelos, sobre la cual han tenido gran peso los medios de comunicación de masas y en primer lugar la televisión. Con esto no sostengo para nada que estos medios sean en sí negativos: estoy por el contrario de acuerdo que podrían constituir un gran instrumento de progreso cultural. Pero hasta ahora, tal como han sido usados, son un medio de espantoso retroceso, de desarrollo precisamente sin progreso, de genocidio cultural para por lo menos dos tercios de italianos. Vistos en esta luz, también los resultados del 12 de mayo contienen un elemento de ambigüedad. Según me parece a los «no» ha contribuido poderosamente también la televisión que, por ejemplo, en estos veinte años ha devaluado todo contenido religioso: ¡oh sí!, hemos visto a menudo al Papa bendecir, los cardenales inaugurar, hemos visto procesiones innumerables, pero eran hechos contraproducentes a los fines de la conciencia religiosa. De hecho sucedía, en cambio, por lo menos a nivel inconsciente, un profundo proceso de laicidad, que consignaba las masas del centro-sur al poder de las mass-media y mediante éstas a la ideología del poder: al hedonismo del poder consumista.
Por esto se me ocurre decir —de manera demasiado violenta y exagerada, quizás— que en el «no» hay un doble sentido: por una parte un progreso real y consciente, en el cual los comunistas y la izquierda han tenido un gran papel; por otra un progreso falso, por el cual los italianos aceptan el divorcio debido a las exigencias laicas del poder burgués: porque quien acepta el divorcio es un buen consumidor. He aquí por qué, por amor a la verdad y por un sentido dolorosamente crítico, yo puedo agregar una predicción de tipo apocalíptico y es ésta: si debiera prevalecer en la masa de los «no», la parte que ha tenido el poder, sería el fin de nuestra sociedad. No sucederá, porque precisamente en Italia hay un fuerte partido comunista, hay una intelligenzia bastante avanzada y progresista; pero el peligro existe. La destrucción de los valores en curso no implica una inmediata sustitución de otros valores, con su bien y con su mal, con el necesario mejoramiento del tenor de vida y al mismo tiempo con un real progreso cultural. Existe, en medio, un momento de imponderabilidad y es precisamente el que estamos viviendo; y en esto reside el grande y trágico peligro. Pensad qué puede significar en estas condiciones una recesión y por cierto no se enfrenta sin estremecerse siquiera por un instante el paralelo —quizás arbitrario, quizás novelesco— con la Alemania de los años treinta. Existe alguna analogía entre nuestro proceso de industrialización de los últimos diez años y el alemán de aquella época: fue en estas condiciones que el consumismo abrió el camino, con la recesión de los años veinte, al nazismo.
He aquí la angustia de un hombre de mi generación, que ha visto la guerra, los nazis, los SS, que ha sufrido por ello un trauma que nunca olvidó completamente. Cuando veo a mi alrededor jóvenes que están perdiendo los antiguos valores populares y absorben los nuevos valores impuestos por el capitalismo, arriesgando así una forma de inhumanidad, una forma de atroz afasia, una brutal ausencia de capacidad crítica, una pasividad facciosa, recuerdo que estas eran precisamente las características típicas de los SS: y veo así extenderse sobre nuestra ciudad la sombra horrenda de la cruz gamada. Una visión apocalíptica, por cierto. Pero si junto a ella y a la angustia que la produce, no hubiera también un elemento de optimismo, la convicción de que existe la posibilidad de luchar contra todo esto, simplemente no estaría aquí, entre vosotros, para hablar.

* Se trata de una intervención en la Fiesta de la «Unidad» de Milán (verano de 1974). La versión escrita se debe a la redacción de «Rinacista». Se oye aquí mi «voz» y por ello no excluyo del volumen este escrito repetitivo y obstinado.

Fuente: Escritos corsarios. Monte Avila Editories (1978)

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