lunes, 8 de julio de 2019
PALACIO DE LOS SOVIETS, DE LE CORBUSIER
En 1931 el régimen de Josef Stalin decidió que era el momento de hacer un cambio (uno más) en la imagen que Moscú debía de tener. Para ello qué mejor que derribar un monumento del pasado, vinculado con los zares que promovieron su edificación (y además religioso) para edificar un coloso administrativo que albergase congresos y convenciones de gran envergadura. Por tanto se decidió la demolición de la Catedral de Cristo El Salvador y se convocó un concurso internacional para la construcción del Palacio de los Sóviets en su lugar. Fue el mayor concurso de la época con más de 160 participantes (sí, en esa época un concurso con 160 participantes era un hecho histórico; ahora es lo habitual). Participaron arquitectos de todos los estilos, desde Albert Kahn hasta Waltar Gropius. Uno de los participantes fue nada más y nada menos que Le Corbusier. El Corbu había valorado a la Unión Soviética por su concepto de “grande” y eso viniendo de alguien que opinaba que los rascacielos de EE.UU. eran pequeños es mucho decir. Así pues no pudo resistirse a participar en el concurso más grande convocado para el edificio más grande de un estado que lo hacía todo a lo grande.
Así pues se puso a proyectar y diseñó un complejo en el que predominaban dos grandes espacios, una sala de conferencias principal y otra menor, articuladas entre sí mediante edificaciones menores. Si os fijáis utiliza un concepto arquitectónico opuesto al ejemplo que hemos visto anteriormente. Aquí Le Corbusier huye de la creación de un edificio con una imagen unitaria articulado mediante patios y plantea dos piezas reconocibles dialogando entre sí.
El proyecto sigue gran parte de sus fundamentos teóricos, destacando la utilización del nivel de suelo para todo tipo de comunicaciones, tanto para automóviles como para peatones, elevando las edificaciones sobre pilotes. Pero si hay un elemento característico en el proyecto es el arco estructural de la sala principal.
Apunta Josep Quetglas otra posible referencia para el diseño de este arco tan impresionante; una referencia más asentada en las tradiciones del lugar (algo que a Le Corbusier le interesaba mucho), más arraigada en la cultura rusa. Un elemento que plasmó en este croquis que dibujó al llegar a la estación en Moscu:
No se trata del arco del triunfo conmemorativo de la victoria sobre Napoleón. Tampoco se trata de las cúpulas bulbosas de la Catedral de San Basilio. Se trata de algo más cercano. Efectivamente, el collar del caballo. Un sistema de collar, en forma de arco, que no entra en contacto con el animal, típico de Rusia. Si esa referencia es cierta o no nunca lo sabremos, pero la verdad es que apetece creerla.
Lamentablemente no fue considerado el mejor proyecto en el concurso por parte del jurado. Los intereses arquitectónicos soviéticos, al igual que en otros muchos aspectos, habían ido cambiando, quedándose apartadas aquellas propuestas de vanguardia constructivistas, suprematistas… etc. y fueron instalándose en las mentes del aparato del Estado visiones más figurativas y clasicistas. Lo que se acabó llamando “Gran Estilo” (recordad, es la Unión Sovietica, siempre grande). El concurso lo ganó Boris Iofan con un edifico clasicista de 400 metros de altura y coronado por una enorme estatua de Lenin.
El Palacio de los Sóviets no llegó nunca a terminarse debido, entre otras cosas, al estallido de la II Guerra Mundial. A comienzos de los 60 la Unión Soviética decidió abandonar oficialmente el proyecto y utilizó la excavación de la cimentación para hacer unas piscinas. En los 90 se decidió reconstruir la Catedral demolida.
Fuente: masdearte
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