En Intifada: los rizomas interminables de la revolución, Kader Attia construye una instalación que funciona como un sistema nervioso material de la revuelta. Compuesta por metal, caucho, cuero, alambre y piedra, la obra traza una red densa de conexiones físicas que remiten a dispositivos de contención o defensa. Su título ya propone una lectura rizomática —en el sentido de Deleuze y Guattari— de la revolución: no como evento aislado ni como línea ascendente, sino como multiplicidad en expansión, como fuerza que brota de manera impredecible desde lo subterráneo, desde los márgenes. Attia hace visible esa energía de la resistencia como algo corporal, visceral, hecho de materiales que han tocado el conflicto. El uso de elementos industriales, gastados, reciclados, remite a una estética del cuerpo reparado, de lucha, del objeto que ha sido sometido a tensión y que, sin embargo, persiste. Aquí, la reparación no se manifiesta como curación, sino como continuidad: la revuelta misma es una forma de reparar lo irreparable, de afirmar la vida en el mismo gesto con que se nombra el dolor. Intifada se inserta así en una genealogía de la resistencia donde la memoria ya no se deposita en archivos institucionales, sino en cuerpos colectivos que piensan, se adaptan y reaparecen una y otra vez, como rizomas que no cesan de crecer bajo la superficie de la historia.
REXISTENCIA
Kader Attia
Todas las letras del alfabeto tienen un origen que podemos reconocer. Cuando Victor Hugo, en su escrito Viajes a los Pirineos y los Alpes, publicados en 1843, compara la letra «Y» con un hombre que reza levantando los brazos al cielo, o con dos ríos que se encuentran al pie de una montaña, haciéndonos comprender que, aunque la fuerza reside en la unidad, ésta no puede existir sin diversificación. En la multiplicación de energías ramificadas que hallamos en la naturaleza, también existen los rizomas, que influyeron profundamente en el pensamiento de los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattari. Las plantas tuberosas se ramifican sin cesar bajo tierra, sus raíces conectándose en una inmensa red que estructura una fuerza colectiva subterránea, alternando multiplicidad y unión, lo que permite la supervivencia y el desarrollo de estas especies vegetales a lo largo del tiempo.
Las poderosas imágenes que Victor Hugo vio en la letra «Y» también se funden con la del combatiente de la resistencia, apuntado por soldados del Imperio napoleónico en la pintura El 3 de Mayo de 1808 en Madrid: los fusilamientos de patriotas madrileños (1814) de Francisco de Goya. Frente al pelotón de fusilamiento, el hombre levanta los brazos al cielo, formando la «Y» de la resistencia. Goya, artista inmenso, supo dirigirse tanto a la burguesía de su tiempo como a los oprimidos, ya fuera por un ejército invasor o por el poder local.
Deleuze y Guattari desvelaron y cuestionaron más tarde estas complejas formas de control y represión ejercidas por el capitalismo y el imperialismo sobre las libertades individuales y colectivas. Esta lógica letal de un poder unidireccional —lo que el historiador camerunés Achille Mbembe llama «necropolítica»¹— ha sido siempre enfrentada por intelectuales sensibles ante la insoportable subyugación de los pueblos por una estructura ciegamente explotadora; ciega, porque se consume en la certeza de un poder que se cree absoluto.
A mediados del siglo XVIII, el protestante Jean Calas fue ejecutado injustamente por los monarcas católicos, acusándolo de haber matado a su propio hijo para impedir que se convirtiera al catolicismo. Su memoria fue reivindicada por Voltaire, arquetipo del intelectual comprometido con la justicia durante la Ilustración. Más tarde, Émile Zola consagró toda su energía y ética a defender al capitán Alfred Dreyfus, degradado y condenado por espionaje en el más infame caso de antisemitismo del siglo XIX.
Estas figuras literarias y filosóficas se enfrentaron a crímenes que manipularon la opinión pública para incriminar a sectores enteros de la sociedad porque no tenían otra opción. La resistencia forma parte de nuestra naturaleza humana. Gracias a ella, el Homo sapiens pudo defenderse por primera vez de un entorno hostil, innovar técnicamente e inventar la agricultura, la rueda y tantas otras cosas. Resistir es existir.
Toda resistencia es una búsqueda de existencia. Esta idea me llevó a crear un neologismo, para continuar el legado de Félix Guattari, maestro en este terreno, inventor de «caosmosis» y otras fusiones extraordinarias de palabras y conceptos, porque creo que la resistencia es una forma de existencia, hablaré desde ahora de rexistencia.
La manera en que la «Y» puede compararse con el hombre que reza alzando los brazos, con el combatiente de la resistencia que se enfrenta al fusilamiento imperialista, con las raíces que se extienden como ramas de un árbol, está impulsada por una fuerza de existencia que implica que una vida nunca se detiene ni se borra completamente. Nunca morimos del todo: dejamos huellas que se reproducen hasta el infinito. Cuando Larbi Ben M’hidi, líder de la resistencia argelina en el maquis de Argel, fue arrestado el 16 de febrero de 1957 por el coronel Bigeard, este, convencido de la victoria inevitable de Francia, le propuso colaborar para salvar su vida. Ben M’hidi entonces citó las palabras del «Chant des partisans: Ami, si tu tombes, un ami sort de l’ombre à ta place» (Amigo, si caes, otro amigo saldrá de las sombras para ocupar tu lugar).
El general quedó profundamente conmovido. Nunca lo reconoció públicamente, pero su admiración por el «Señor» que fue Ben M’hidi —de quien diría al final de su vida que le habría gustado tenerlo como jefe en sus propias tropas— se refleja en sus escritos. Menciona que, en ese preciso instante, supo que la guerra solo podría ganarla Argelia, que lo que veía era una liberación. De hecho, en Argelia nunca se utiliza la palabra «guerra» para referirse a aquel periodo de lucha por la independencia, sino el término árabe thawra, que significa revolución.
Del mismo modo, las ideas de emancipación —en particular, la independencia— no mueren. No se fosilizan: hibernan, como semillas, y un día despiertan para multiplicarse nuevamente. Incluso cuando los herederos de los combatientes, ya liberados, no logran imaginar un nuevo proyecto de sociedad, llegará el momento en que brote una nueva generación que luchará por el cambio social. Negar esto es ignorar la fuerza metafísica de la existencia, quizás porque resulta más fácil convencerse de la aparente buena intención de un crimen, ya sea por razones económicas, religiosas o ideológicas.
Estamos hechos de huellas, y cada una de ellas termina siempre dando origen a energías resistentes que consolidan su existencia: impresiones inmutables y mnémicas, impulsadas por la fuerza vital, sin la cual no habría habido evolución en la Tierra ni existiría la vida. Todo ser vivo es un ser que se reproduce a sí mismo.
El misterio de las revoluciones siempre me ha fascinado desde múltiples perspectivas. Ya sea a través de la ciencia —con la teoría de la evolución de las especies de Darwin y Wallace—, la política y la economía, la historia del colonialismo o la lucha de clases, su lectura nos remite constantemente a una genealogía común de la especie humana y a su relación ambivalente con el entorno natural. Quizás también por haberme topado con La Nueva Era (1887), un poema de Louise Michel que, como el texto de Victor Hugo o las palabras de Ben M’hidi, me inspiró profundamente para Intifada: los rizomas infinitos de la revolución.
En el poema, la anarquista evoca la primavera tras el mes de mayo de la Comuna de París. En sus palabras, los cuerpos de los comuneros caídos yacían dormidos sobre los adoquines de París, germinando desde su moho, y de esa germinación nacía nueva vida. Louise Michel, que creció en una antigua mansión semiderruida donde «el viento silbaba como lo hace en los aparejos de un barco de vela»², describe la atmósfera primaveral, las flores que brotan, la naturaleza reclamando sus derechos.
Siempre he querido compartir, con quienes se encuentran anónimamente con una obra de arte, una experiencia artística física, simple y poética, la importancia del discurso emancipador que lucha contra la injusticia y su paradoja: esa ciega certeza de que no puede ser sacudida ni cuestionada. La agencia que define la vida, la capacidad de los seres humanos de no aceptar jamás el yugo de un poder que los oprime y explota —y que, sobre todo, busca perpetuarse—, es la respuesta más fundamental a esa fantasía que produce el desgaste del poder, por muy tecnológicamente superior que este sea. El uso de la honda, que existe desde la Antigüedad y resurgió durante la Intifada que comenzó en los años 80, es el símbolo mismo de la resistencia. Para mí, es esencial insistir en esta palabra: «rexistencia», porque creo que la resistencia de la Intifada debe leerse a través de la fuerza vital de la existencia. Porque, diga lo que diga el ciego mundo de la política, nada podrá detenerla jamás: ha fundido en sí misma una existencia-resistencia que extrae de la condición humana la serena fuerza de su supervivencia. Nadie puede eliminar a un pueblo que lucha por su libertad. Es así de simple.
Y más aún, en un tiempo en que tantos errores irreparables de la humanidad se han sucedido ante nuestros ojos: el Holocausto; los genocidios de los pueblos originarios de América, de los herero y nama en la actual Namibia, de los armenios y los tutsis en Ruanda. Creer que se puede borrar por completo a un pueblo es delirante, porque es irreal. Enterrarlos bajo toneladas de escombros bombardeándolos deliberadamente —como ocurrió en la región de Aurès, en Argelia, donde luego los campesinos fueron rematados por paracaidistas— nunca impidió que ese país se levantara por su thawra, su revolución.
Del horror de su exterminio, del entierro bajo los escombros, los pueblos oprimidos siempre terminan resurgiendo, levantándose una vez más, regresando a la superficie. De esa germinación de cuerpos putrefactos bajo tierra florece una nueva resistencia, que acompaña con serenidad ese instinto revolucionario que duerme en lo profundo de todo ser humano.
1. Mbembe, Achille. Necropolitics. Durham: Duke University Press, 2019
2. Louise Michel, The Red Virgin: Memoirs of Louise Michel. University, Ala.: University of Alabama Press, 1981
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