viernes, 27 de junio de 2025

EDICIONES ALTAMAREA PUBLICA "EL ESCRIBA SENTADO", UNA RECOPILACIÓN DE ARTÍCULOS Y ENSAYOS DEL ESCRITOR COMUNISTA CATALÁN

Autor: Manuel Vázquez Montalbán.
Título: El escriba sentado.
Editorial: Altamarea
Año: 2025 

Publicada en 1992, la Autobiografía del general Franco, del escritor y periodista Manuel Vázquez Montalbán (Barcelona, 1939-Bangkok, 2003), fue traducida a diferentes idiomas, como el italiano, francés, holandés y portugués; en el libro de 880 páginas, Vázquez Montalbán hace que el dictador se exprese con las siguientes palabras:

“Nací en El Ferrol, a las doce y media de la madrugada del 3 al 4 de diciembre de 1892, año del cuarto centenario del descubrimiento de América y de la unificación del territorio del estado español, mediante la conquista del reino árabe de Granada a cargo de los Reyes Católicos”.

En otro pasaje de la autobiografía, Franco Bahamonde pone de manifiesto sus ideas sobre la oposición política: “El espíritu antipatriótico disfrazado de antimilitarismo fue cultivado en España tanto por la masonería como por los movimientos de izquierda, muchas veces teledirigidos por la propia masonería hasta que apareció Moscú como centro de emisión de consignas desintegradoras de la civilización cristiana”.

El ensayista y poeta barcelonés, también gastrónomo, cultivó la novela negra, en la serie protagonizada por el detective Pepe Carvalho; por ejemplo en Tatuaje; La soledad del mánager; Asesinato en el comité central o Los pájaros de Bangkok.

Los mares del sur (1979) forma parte de la serie Carvalho; el detective privado ha de resolver el asesinato de un empresario influyente, Stuart Pedrell, a quien se le suponía de viaje por las islas de Polinesia; en conversación con su ayudante Biscuter, Pepe Carvalho explica cómo a los detectives se les considera el termómetro de la moral dominante; y que la sociedad se halla podrida, en parte por la falta de creencias.

Una perspectiva distinta es la que aporta El escriba sentado, libro editado por Altamarea en enero; se trata de una recopilación de artículos y ensayos de Manuel Vázquez Montalbán, sobre las obras y autores que marcaron –primero- su universo literario como lector; y después, el recorrido como escritor de narrativa y en los periódicos.

La editorial Altamarea destaca el estilo “analítico, ácido y sagaz” con el que el novelista aborda obras como El lazarillo de Tormes, autores como Dostoievski o -en el ámbito catalán- Juan Marsé, Josep Pla y el poeta Josep Maria de Sagarra; asimismo reflexiona en torno al dramaturgo Samuel Beckett, Franz Kafka, Alberto Moravia, Elias Canetti, Borges, Jonathan Swift, Agatha Christie, Shakespeare o Cervantes.

El escriba sentado incluye los artículos Diez años después de aquel Mayo florido; La pervertida sentimentalidad de Pío Baroja; 1984. La literatura del miedo; Sciascia y Sicilia o la metáfora de la postmodernidad; La saga de los Marx. La aventura ecuatorial de Juan Goytisolo y Juan García Hortelano: el mirón apasionado pero escéptico.

“Retengo de una nota de Caballero Bonald que la poesía de Benedetti refleja el amor como programación solidaria de la existencia y la historia como experiencia moral”, subraya Vázquez Montalbán en el texto Benedetti o el romanticismo ante el tercer milenio.

Y añade, sobre el escritor uruguayo: “Leer a Benedetti desde la simplificación de la escritura del compromiso es una de las muchas maneras de no leerle y, en los tiempos que corren, de situarlo más como caso de estudio antropológico que poético (…); todo escritor se compromete a través de lo que piensa, lo que escribe o lo que omite”.

Eduardo Mendoza ganó el Premio Cervantes en 2016, y este año el Premio Princesa de Asturias de las Letras; en 1978 publicó la novela El misterio de la cripta embrujada, en 1986 La ciudad de los prodigios y, antes, en 1976, otra de sus obras más relevantes: La verdad sobre el caso Savolta (ambientada en Barcelona -entre 1917 y 1919- en el contexto de las huelgas obreras y el pistolerismo empresarial).

En el artículo Algunas posibles verdades sobre la verdad sobre el caso Savolta, Vázquez Montalbán subraya que la obra representa “el primer manifiesto novelístico novísimo ratificado por la crítica con el premio anual. Este hecho, el fatídico 1975 y la circunstancia de que en aquellas fechas estuvieran acabando sus estudios universitarios buena parte de los hoy aún jóvenes catedráticos dominantes en la sociedad literaria española, otorgó un valor de referente exclusivo” a la novela.

Cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial, en 1945, el filósofo parisino Jean-Paul Sartre ya tenía escrita su primera novela, La Náusea, de 1938; esta sensación de absurdo y angustia, a la que hacía referencia la narración, cobraba pleno sentido en la posguerra.

Vázquez Montalbán interpreta que no se trata de la náusea ante los horrores (“concretos”) de la contienda mundial, sino más bien de la congoja intelectual ante una evidencia objetiva: el sinsentido de la vida y de la historia.

En su reflexión sobre Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura en 1982, el autor de Yo maté a Kennedy y La rosa de Alejandría empieza con una analogía del escritor mexicano, Carlos Fuentes: Cien años de soledad es como el Don Quijote de la Mancha de la literatura latinoamericana.

“Que la falsedad del espontaneísmo de Cien años de soledad sea su mejor virtud técnica habla de la sabiduría literaria de un hombre capaz de escribir piezas tan maestras como Relato de un náufrago o El coronel no tiene quien le escriba”, valora Vázquez Montalbán.

En cuanto a Federico García Lorca, murió fusilado por el bando fascista (español) el 18 de agosto de 1936, en el camino de Viznar a Alfacar, en Granada; tenía entonces 38 años y como poeta -de la Generación del 27- había publicado Romancero Gitano y Llanto por Ignacio Sánchez Mejías; no menos importante fue su obra teatral: Bodas de sangre; Yerma y La casa de Bernarda Alba.

En El escriba sentado figura el siguiente comentario: “Su estatura (de Federico) creció una vez muerto hasta ocupar el horizonte del mundo y seguir allí como un retrato de la poesía”.

Además, “los profesionales de la literatura dicen que lo mejor de Federico fue Poeta en Nueva York (…); y en cuanto a su teatro, representó la última posibilidad de tragedia simbólica sobre la crueldad individual y colectiva de los españoles (…)”. 

Enric Llopis 

Fuente: Rebelión

Reproducimos las primeras páginas de El escriba sentado (Altamarea), de Manuel Vázquez Montalbán.

***

Todo escriba sentado reúne un hieratismo añadido al presupuesto hieratismo de la estatuaria egipcia. Es como si, desde una entregada placidez, el escriba esperara la orden del señor, en la confianza de que su escritura le complace. Hay en ese escriba sentado una autosatisfacción de esclavo privilegiado y así lo razona uno de ellos en un fragmento del papiro dirigido a su hijo, joven aprendiz de escribidor en una escuela de escribas.

Yo he considerado que el trabajo manual es violento: entrega tu corazón a las letras. También he contemplado al hombre que se ha liberado del trabajo manual, y de seguro no hay nada más valioso que las letras. De la misma manera que un hombre se zambulle en el agua, igualmente debes descender a las profundidades de la literatura egipcia […]. He visto al herrero dirigiendo su fundición y al metalúrgico ante el horno encendido: sus dedos son como la piel del cocodrilo y huelen peor que los huevos de pescado. ¿Y el carpintero que trabaja o sierra la madera? ¿Acaso puede descansar más que el labriego? Sus campos son la madera, sus instrumentos de trabajo, el cobre. Al descansar por la noche sigue trabajando más que sus brazos durante el día. De noche enciende la lámpara […]. El destino del tejedor que trabaja en la habitación cerrada es peor que el de la mujer. Sus piernas están dobladas, encogido el pecho, sin que pueda respirar libremente. Si un solo día deja de producir la cantidad de tela que le corresponde, es golpeado como el lirio en el estanque. Solo comprando a los vigilantes de las puertas con sus dádivas puede llegar a ver la luz del sol […]. Te digo que el oficio de pescador es el peor de todos; realmente no puede subsistir con su trabajo en el río. Se mezcla con los cocodrilos y si le fallan los bloques de papiro, debe gritar para pedir socorro. Si no le dicen dónde se halla el cocodrilo, el miedo ciega sus ojos. Realmente no hay mejor ocupación que la del escriba, que es la mejor de todas. El hombre que conoce el arte de escribir es superior a los demás por ese simple hecho y eso no puede decirse de las otras ocupaciones de las que te he hablado. Realmente todo trabajador reniega de sus compañeros y en cambio nadie le dice al escriba: «Ara los campos de ese hombre» […]. Un día que pases en la clase es mejor para ti que una eternidad fuera de ella; los trabajos que hagas allí perdurarán como las montañas […]. Te he colocado en el camino de Dios. La fortuna del escriba está en sus hombros ya el día de su nacimiento. Alcanzará el puesto, la Sala del Consejo. Mira, no hay escriba que carezca de comida o bienes de palacio.

John D. Bernal, en su Historia social de la ciencia, apostilla:

Los trabajadores de cuello blanco, o por lo menos de falda blanca, se consideraban moral y prácticamente superiores, a pesar del intenso trabajo que representaba la escritura y los complicados sistemas de cálculo de la civilización primitiva.

En el instante en que el escriba sentado se preocupa por el porvenir de su hijo, que es el porvenir de su casta, ya han pasado suficientes siglos de organización social y de división social del trabajo para llegar a la lucidez individualista y corporativista del viejo escriba. Ha aprendido a escribir en cuclillas, a ver a sus señores y al mundo desde las cuclillas y conoce la ventaja que le otorga ser poseedor del lenguaje como instrumento, con una significación convenida por los señores o por los brujos. Ha de utilizar el código para perpetuar el sistema: en realidad, el escriba sentado es un reproductor de ideas y las palabras no le pertenecen. «Las palabras tienen dueño», aseguraría muchos años después un personaje de Alicia en el país de las maravillas.

En la Grecia antigua ya se convenía que la especialización del brujo de las palabras fuera peligrosa para los demás brujos y para los fines del poder. Temían que el escriba pudiera levantarse tras rechazar el mero papel de reproductor de ideología y creerse Prometeo, el que roba la palabra o el fuego o el saber a los dioses para dárselo a los hombres. El mito de Prometeo hace referencia exacta a la osadía del héroe robando el fuego a los dioses para dárselo a los hombres y dotarles así de un instrumento de transformación que les liberaba de la dependencia divina. Esconde el uso que del saber y de sus códigos herméticos hacían las castas privilegiadas para mantener sus privilegios: el saber y la posibilidad de transmitirlo o modificarlo; era un modo de perpetuar o no una determinada organización de la sociedad. Y no solo «el saber», sino la simple mirada sobre lo existente traducida en palabras mediante la literatura podía ser enemiga del orden establecido. Platón previene a los señores de la ciudad sobre las disidencias de los poetas y les incita a que, por las buenas o por las malas, entren en la razón de la ciudad-estado: «Cuando el poeta haya escrito bellos versos que provoquen nuestro entusiasmo y aplauso, el legislador ha de persuadirlo —y tiene que recurrir a la coacción si la persuasión no lo consigue— para que emplee sus rimas y sus acordes en hacer sabios los gestos y los cantos de la gente; virtuosos en todos los aspectos, para conseguir una obra de sana razón». Ya por entonces no todos los escribas están sentados, como Isócrates, que felicita a Alejandro porque no se presta a debate, ya que el jefe no debe discutir con los conciudadanos. Zoilo de Anfípolis fue condenado a la crucifixión por Ptolomeo Filadelfo, ya que había discutido la existencia de Homero, y otro tirano ordena quemar las obras de Protágoras, condenándole así al silencio histórico eterno.

Aunque la connotación del escriba disidente sea reciente, más o menos fijada durante la Ilustración prerrevolucionaria, la historia ha ofrecido un continuado espectáculo entre escribas sentados y no sentados, entre ese intelectual mero reproductor o avalador directo o indirecto de la ideología dominante y su contrario, el especialista de la liberación, al que se ha referido Marcuse. Sacerdotes, latines y campanas por una parte y, por la otra, el hereje tratando de convertir las ideas de cambio en energía histórica por el procedimiento de inocularlas a las masas. Los revolucionarios ingleses y franceses de los siglos XVII y XVIII demuestran el valor de la palabra subversiva de lo establecido y codifican el papel del intelectual crítico, o posibilista hasta que la guillotina no demuestre lo contrario. El romanticismo añadirá radicalidad al gesto mesiánico del intelectual crítico y los socialismos, utópicos o científicos, le dotarán de una definitiva racionalidad y emocionalidad histórica: la apuesta por el reino de la libertad, una vez superado el reino de la necesidad. Un nuevo cliente histórico legitimaba la función del escriba disidente, un cliente culturalmente desvalido, domesticado por las palabras de los escribas sentados al servicio del poder económico, político y religioso, y cuando las palabras no eran suficientes, cuando los escribas se mostraban impotentes para garantizar la integración de las masas proletarias en el sistema, entonces sobraban las palabras y entraban en función los sables y las descargas de fusilería. Ante esta obviedad obscena, la palabra vendida a los dueños de la tierra era tan culpable de las masacres como el sable de la tropa.

Fueron muchos los intelectuales que dieron el paso en busca de las filas de la vanguardia del movimiento obrero y se desclasaron, aunque Marx ya previniera sobre la versatilidad de aquellos intelectuales burgueses, transitoriamente desafectos de su propia clase por motivos éticos, estéticos o emocionales. El siglo XX hereda la polémica sobre el subjetivismo o el objetivismo del compromiso intelectual con el movimiento obrero, sujeto contemporáneo de cambio histórico; para unos es una toma de posición populista y redentorista, para otros, un acto de racionalidad por cuanto el intelectual se realiza en viaje hacia el progreso y ese viaje solo lo garantiza el salto cualitativo que representará la revolución socialista y el nuevo protagonismo histórico de la clase obrera. Es decir: un populista se resigna a ayudar a la nueva clase ascendente, aun a costa de perder sus propios privilegios; un intelectual socialista establece ese compromiso porque su propia realización como intelectual depende de esa nueva verdad que establecerá la clase ascendente.

[…]

Fuente: Zenda 

No hay comentarios: