Hristo Smírnenski (1898 – 1923) fue un poeta y prosista búlgaro del siglo XX. Comenzó su carrera literaria escribiendo en ediciones satíricas. Miembro del Partido Comunista Búlgaro, transmitió a través de su obra los ideales socialistas. Publicó principalmente en revistas y periódicos como Baraban, Mladezh, Cherven Smiah, Rabotnicheski Vestnik, Smiah i Salzi. Durante su corta vida, logró publicar dos libros, entre ellos Da bude den! (¡Que haya día!). Murió de tuberculosis a la edad de 24 años.
¡Que haya día!
Negra es la noche y siniestra,
la noche es helada como la muerte.
En el pecho desgarrado de la tierra
fluye lenta la sangre ardiente.
Entre el humo de las ruinas
el demonio sin ojos de la guerra
ondea feroz la bandera
espada contra espada sin cesar resuenan.
Entre tinieblas, opaca y espesa
se eleva la silueta siniestra
de una enorme cruz,
y el gentío desde todos lados
avanza, perseguido,
por la ira del dios áureo.
Y la oscuridad se hace más densa,
y la multitud lenta se agolpa.
De aire están sedientos los pechos;
los ojos piden luz,
un ansia, un único sueño
arde y se funde en las almas
y a través de las lágrimas y la sangrienta represión,
a través del horror de la fría oscuridad
un grito rebelde truena:
¡Que haya día! ¡Que haya día!
En la tormenta
Aguardo el festejo de mis hermanos
y su batir de alas
cuando en miles de frentes
trace su marca de muerte el destino
y la tormenta reclame tronando
a sus hijos sublevados.
Entre el tumulto del duro pesar e inquietud
entre el eterno rugir del trabajo
al alba brillará la estrella
y desde encorvadas chabolas sombrías
luchadores sin nombre se abalanzarán
por la empinada y sagrada senda de Espartaco.
Veré inéditas masas titánicas,
que hasta ayer gemían dolientes,
ante portales donde la calamidad siempre vela,
acechando pálida escasez,
y en las oscuras ventanas rotas
la Muerte golpetea sus heladas alas.
Veré el épico ataque del esclavo,
oiré el trueno furioso sacudir
las dormidas plazas y llevando
a lo largo y ancho el rojo augurio
de la humanidad oprimida,
roto ya su yugo.
Silencioso y lívido entre mis pobres hermanos,
cargaré mi negra cruz
y que un dedo ensangrentado marque
mi pecho el día de la victoria final
cuando Caín destroce mi frente
y mi sueño terrenal ametrallándome.
Pero tú, querida camarada – mi último consuelo,
valiente, exaltada, ve
al sol de los días primaverales.
Y besaré tu brillante prenda
y la mañana de nuestro primer festejo
con coralinas gotas de humeante sangre.
Nosotros
Todos somos hijos de la madre tierra,
aunque su pecho no nos amamante,
en la vertiginosa órbita del camino terrenal,
ansiando luz, nos disolvemos en la oscuridad:
nosotros, pobres hijos de la madre tierra.
Azotan látigos, nos pesa la opresión
y la ley esclava del metal amarillo;
en la escasez crecemos, de penas morimos
rociando en nuestro camino lágrimas y sangriento sudor:
nosotros, pálidos mortales - nacidos a la vida.
Pero somos océano de llamaradas,
épica marcha hacia cumbres de luz;
En nuestros corazones late el universo,
la vida se aferra a nuestros hombros,
pero somos océano de gemidos.
Somos eternos creadores de riqueza terrenal,
pero contra su pecho frío nos sofoca la pobreza.
Bajo las negras alas de la muerte acechante
inclinamos las frentes coronadas de espinas:
nosotros, eternos creadores, agotados luchadores.
¡Pero se acerca el día del Juicio! Sobre la madre Tierra
un huracán se cierne y en su atronador
reclamo se funden odio y amor
y la madre Tierra se estremece,
aplasta el pecado, zafada de la vergüenza.
Batallando en la esclava oscuridad
un océano de rebeldía se alza rugiendo
pues se desborda nuestra sagrada ira
y su grito en miles de voces truena:
¡Nosotros los hijos de la madre tierra!
Proletario
A media noche, ante puertas cerradas,
me yergo ignorado, no invitado
y en mis manos de ira tiembla
la furiosa y fatal maza.
En opulentas salas de mármol blanco
serpentean ondas luminosas:
indiferentes a la tristeza del esclavo
mujeres y hombres gozan bailando.
El banquete del ruin festejo
se colma de vil opulencia
y cada hora, a través del trémolo resplandor,
erizada avizora la noche.
Habiendo cruzado la gelidez abisal
y oleadas torrenciales de sangre
en pie, levanto mi mano de hierro:
soy hercúleo, porque fui esclavo.
A través de años de negra tristeza
me hice hombre, enardecí mi pecho;
desde las banderas de mi juventud
el espíritu de mis sufrimientos vela.
Indómito, irrefrenable,
astillaré la puerta atrancada,
esplendente como poderoso Mesías,
destruiré todo, crearé vida.
Ya al alba, entre canciones exaltadas,
alzaré estas curtidas manos
y alto, muy alto, brillará
la luz de un tierno corazón.
Traducción del búlgaro al español de Marco Vidal González
Fuente: La Tortuga búlgara
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