jueves, 9 de octubre de 2025

"EL CHE Y EL ARTE", DE ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ, EN EL 58 ANIVERSARIO DE LA EJECUCIÓN DEL LÍDER GUERRILLERO


Nos reunimos hoy en esta Jornada para rendir homenaje a un hombre excepcional a los veinte años de su muerte. Pero, tratándose de quien –como El Che– murió por la vida misma o más exactamente, por afirmar una nueva vida este homenaje ha de consistir en subrayar lo que hay de vivo en su personalidad y su obra o también en lo que El Che –ganando batallas, como el Cid, después de muerto– proyecta, alienta o vivifica en nuestro tiempo.

Pero han pasado veinte años. Ciertamente no es fácil para nadie resistir en ese lapso a la acción corrosiva, demoledora del tiempo. ¿Cuántas figuras de perfil brillante se han vuelto borrosas, se han desdibujado y, en algunos casos, se han oscurecido en el curso de esos años? Y nada más corrosivo e implacable que el tiempo de la política. Pues bien ¿qué hay de vivo, de actual, de alentador en El Che, como político revolucionario que eso era él ante todo– y particularmente en esa esfera tan seductora y un compleja que, como una faceta de su rica personalidad revolucionaria, o sea, su actitud ante el arte, nos toca examinar?

No olvidemos algunos acontecimientos de estos dos decenios que como un telón de fondo se levanta con sus luces y sus sombras, y sobre el cual se destaca, con El Che la afirmación ejemplar, heroica, de esa nueva vida que reclama todavía tantos esfuerzos y sacrificios a los individuos y a los pueblos.

Forman parte de ese telón de fondo los movimientos estudiantiles del 68, tan pujantes como generosos, la epopeya del pueblo de Viet Nam, la grandeza y miseria de la Revolución Cultural China, la victoria del sandinismo en la Revolución Nicaragüense, pero también forman parte del mismo la ofensiva belicista desbocada del imperialismo yanqui, sus agresiones constantes contra los pueblos, la derrota de la Unidad Popular chilena y de la lucha guerrillera en América Latina. Y hay que registrar asimismo en ese telón de fondo, sobre todo en Occidente, con sus proyecciones en ciertas mentes colonizadas latinoamericanas, la deserción de algunos intelectuales que ayer exaltaban a El Che y que hoy se refugian en el individualismo pequeñoburgués, en la apología de la privacidad que incluye también la bendición de la propiedad privada. Son los mismos que, tratando de aprovechar para la “nueva derecha” los errores, deformaciones e injusticias cometidos en nombre del socialismo, proclaman la muerte del marxismo y tratan de descalificar no sólo al socialismo sino todo intento de emancipación nacional o social.

¿Cómo ha resistido la figura de El Che al paso ruidoso de estos complejos, contradictorios y tormentosos años? No basta ciertamente, remitirse a lo que El Che significaba para los revolucionarios en general y en especial para la juventud que hace 20 años alzaba orgullosamente su efigie en todas sus manifestaciones en el mundo entero. Pues bien, podemos afirmar hoy que el tiempo no ha hecho mella en su figura y que, por el contrario, ésta se ha engrandecido más y más al correr de los años, y ello pese a que no faltan los que han tratado de disminuirla haciendo hincapié imposibilitados de negarla de trente en su supuesto romanticismo, utopismo o sacrificio inútil.

Ahora bien, lo que perdura de El Che a los ojos de millones y millones de explotados y oprimidos, lo que hay de fascinante en él para la juventud, es su espíritu revolucionario ejemplar, su figura de luchador insobornable, su fidelidad inquebrantable a loa principios e ideales socialistas su constante concordar el pensamiento y la acción, y, finalmente, su repudio del pragmatismo o inmediatismo que sacrifica los fines emancipatorios que dan sentido a la acción misma, a la lucha revolucionaria contra la explotación, la opresión y la enajenación.

Que El Che haya cometido errores teóricos o prácticos, tácticos o estratégicos, no mella en modo alguno la grandeza revolucionaria que va unida a esos rasgos imborrables. Pero esto no significa en modo alguno que esa grandeza de El Che haya de reducirse a simple utopismo o romanticismo. El Che era marxista, aunque no un marxista libresco. Sabía que la transformación del mundo antiimperialista y socialista al que en definitiva sacrificó todo, requería de la reflexión, del análisis ya que la acción revolucionaria que permitiría realizarlo habría de ser y esto siempre estuvo claro para El Che– una acción conciente. De ahí sus reflexiones sobre los principios y organización de la lucha guerrillera, sobre la experiencia histórica de la Revolución Cubana, sobre el trabajo y la economía en la nueva sociedad socialista a la que aspiraba sobre las luchas del Tercer Mundo, sobre el socialismo y el hombre nuevo, etc. Es cierto que en algunos de sus escritos ha hecho estragos el tiempo, pero a lo largo de ellos se mantienen como firmes columnas varias tesis o posiciones fundamentales que enumeraremos brevemente antes de pasar, finalmente, a sus consideraciones sobre el arte.

Está en primer lugar, su posición inquebrantable sobre la naturaleza explotadora y opresora del capitalismo y, concretamente, sobre la fase contemporánea de éste el imperialismo El Che no hace nunca la menor concesión a los intentos de dulcificar en este punto el marxismo clásico y, en consecuencia, jamás cede en la necesidad de librar una lucha frontal, inconciliable con el imperialismo donde quiera que se proyecte y, en particular en este continente nuestro que tan directamente lo sufre en carne propia. Pero El Che no se alimenta tampoco de simples ilusiones al considerar las sociedades que surgen después de haber sido destruidas las relaciones capitalistas y poder burgués, ya que la emancipación humana y la liberación social no se dan automáticamente. El Che no olvida las advertencias de Marx en su Critica del programa de Gotha sobre el período de transición, advertencias que se hacen aún mas necesarias en las condiciones históricas de una transición que, en realidad, no es la que preveía Marx –al comunismo– sino al socialismo. Y por ello apunta su critica a uno de los obstáculos más graves que se interponen en la construcción de la nueva sociedad, o sea, el burocratismo.

Finalmente, El Che como marxista no se deja arrastrar por el utopismo y el idealismo que le atribuyen los que desfiguran, por ejemplo, su dialéctica de los estímulos morales y materiales, y procura estar atento a los latidos de la vida real. Por ello no presta atención alguna a las recetas infalibles ni tampoco a los cantos de sirena del “realismo” o de las ventajas del inmediatismo, al que opone el realismo en su sentido verdadero de atender desde hoy a lo que está más allá de lo inmediato, por lejano que pueda parecer, y que para El Che es el hombre nuevo, libre de la explotación del hombre por el hombre y de la enajenación. Y a dar este sentido profundo a los actos conscientes para construir la sociedad en la que se ha de hacer cae hombre nuevo –porque en verdad no nace sino que se hace– responde el texto de El Che, uno de los últimos suyos El hombre y el socialismo en Cuba, que en otra ocasión he llamado pequeña obra maestra del marxismo

Centrando ahora nuestra atención en la faceta de la personalidad y la obra que me ha correspondido examinar en esta Jornada, veamos cómo las consideraciones de El Che sobre el arte concuerdan con las posiciones suyas acerca del capitalismo, el burocratismo y el hombre nuevo que acabamos de señalar.

Ya hemos subrayado la posición firme, inconciliable. de El Che con respecto a la naturaleza del capitalismo el cual es, para él –siguiendo aquí de cerca al joven Marx, la consumación de la enajenación del hombre. Es por ello también el estrangulamiento a escala social del potencial creador del hombre, que, en palabras de El Che, “muere diariamente las ocho o más horas en que actúa como mercancía”. Es natural que en una sociedad que por su naturaleza es hostil a la creatividad esta hostilidad –como enajenación se extienda también al arte. Por ello, habla del arte del siglo XX como aquel “donde se transparenta la angustia del hombre enajenado”.

El Che no habla aquí de “arte enajenado” sino de arte que transparenta o testimonia al hombre enajenado. Ciertamente, habla de “arte decadente”, pero no debiéramos interpretar esta expresión en un sentido literal mecánico, o sea: en el sentido de que por hacerse en él transparente una realidad decadente, ese arte también lo sería. Ello equivaldría a interpretar, de un modo simplista –como se interpreta a veces la tesis marxiana de la “hostilidad del capitalismo al arte”, que El Che debió conocer y, por supuesto aceptar–, que todo el arte que se hace bajo el capitalismo si no rompe el marco ideológico burgués es decadente. De ser así no se explicaría la admiración de El Che por un poeta como León Felipe, cuyo pesimismo y escepticismo sobre el porvenir del hombre no le permitieron rebasar ese marco. El Che escribe a León Felipe para dejar constancia polémica de su distinta actitud hacia el hombre, al mismo tiempo que le dice que su poema ‘El ciervo’ es “uno de los dos o tres libros que tengo en mi cabecera”.

Pero El Che no se hace ilusiones sobre lo que el capitalismo significa para el arte y por ello trata de disipar la ilusión de ver en el capitalismo la esfera de la libertad en el arte. “Desde hace mucho tiempo –escribe– el hombre trata de liberarse de la enajenación mediante la cultura y el arte”. Ahora bien, el capitalismo es por esencia enajenación ¿como podría permanecer impasible ante el potencial creador del artista? La maquinaria ideológica y mercantil se impone dominando a los rebeldes, transformándolos en asalariados o triturándolos. “Sólo algunos talentos excepcionales –reconoce El Che– podrán crear su propia obra”. Hay, pues, en El Che una clara conciencia ce los limites de la libertad de creación, por más que sean imperceptibles para el artista hasta que éste choca con ellos. Ciertamente. El Che sabe que los artistas no se resignan fácilmente a esta situación: intentan su “fuga” defendiendo “su individualidad oprimida por el medio” y reaccionado “como un ser único”. El Che desnuda así implacablemente el mito burgués del artista como individuo excepcional que se cree libre en lo que él llama “la jaula invisible”. Desnuda asimismo el mito del apoliticismo y pone de relieve lo que él considera el “pecado originar del artista”, no ser auténticamente revolucionario. Ahora bien, lo es –así hay que entender el calificativo que le da El Che– cuando, al vincularse con la lucha por la creación de una nueva sociedad, contribuye por ello a devolver al arte toda su potencia creadora.

Pero El Che no cree que los problemas se resuelvan desde el primer momento con la abolición de las relaciones sociales capitalistas y la entrada en la primera fase de la transición, o construcción del socialismo. Y no lo cree porque sabe que el cambio no se produce automáticamente en la conciencia, como no se produce tampoco en la economía. Con este motivo, critica una política cultural y artística seguida en otros países que emprendieron hace tiempo el camino del socialismo, política caracterizada por un dirigismo estético del Estado y del partido que en Cuba nunca encontró terreno favorable para su aplicación. El Che rechaza abiertamente lo que llama el “mecanicismo realista”, que se caracteriza por proclamar “el sumum de la aspiración cultural una representación formalmente exacta de la naturaleza. Convirtiéndose esta, luego, en una representación mecánica de la realidad social que se quería hacer; la sociedad ideal, casi sin conflictos ni contradicciones, que se buscaba crear”.

Este realismo, nos viene a decir El Che, “no es sino un idealismo o idealización de la realidad, aunque se le llame realismo socialista». Y con relación a él, El Che señala agudamente dos características, a saber: una la simplificación que, a la postre, es lo que “entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios”, y, por otra parte, su nacimiento “sobre las bases del arte del siglo pasado”. En el fondo, esta critica del «realismo socialista» es la crítica de una falsa solución a los problemas del arte en las condiciones de la construcción de una nueva sociedad y, por tanto, es la crítica de una falsa alternativa al destino del arte bajo el capitalismo. En el fondo, critica al dirigismo estético que impone como “las formas congeladas del realismo socialista la única receta válida”.

La posición de El Che no admite paliativos: “No se pretenda condenar a todas las formas del arte posteriores a la primera mitad del siglo XIX desde trono pontificio del realismo a ultranza”, pues eso sería tanto como poner “camisa de fuerza a la expresión artística del hombre que nace y se construye hoy”.

Pero también advierte El Che que a esta camisa de fuerza no se puede oponer “la libertad”, y con ello apunta ciertamente a la ilusión de libertad de las vanguardias en la sociedad burguesa y que ha desembocado, al integrarse en el mercado, en las peores dependencias. La libertad sin comillas, precisa El Che, “no existe todavía, no existirá hasta el completo desarrollo de la sociedad nueva”. De donde se infiere claramente la estrecha vinculación que existe, para El Che, entre la formación del hombre nuevo, verdaderamente libre, y el arte como esfera de la libertad y la creatividad.

De aquí también la estrecha vinculación entre el revolucionario y el artista liberado, en la nueva sociedad, de lo que él llama “el pecado original”. Con esto se nos revela el sentido profundo de esta expresión de El Che: “Podemos intentar injertar el olmo para que de peras: pero simultáneamente hay que sembrar perales”. Aunque se trate de que el artista produzca un arte verdaderamente libre y creador, lo decisivo es crear el hombre nuevo que como artista ha de producir ese arte.

Las ideas de El Che sobre el arte impregnan la política artística de la Revolución Cubana pero, a la vez, pueden inspirar a todo artista que aspire a crear libremente para liberarse» él mismo y contribuir a que los demás se liberen de toda enajenación. Estas ideas fundamentales que conservan hoy toda su vitalidad y fecundidad son las siguientes:

1) la idea de que el capitalismo sólo puede ofrecer al artista una libertad ilusoria ya que, en definitiva como en el caso del obrero, es la libertad de vender su fuerza de trabajo en el mercado y, por tanto, la de moverse dentro de esta “jaula invisible”;

2) la idea de que el socialismo puede ofrecerle la libertad real pero a condición de no sustituir la sujeción que impone el capitalismo por la “formas congeladas” y las “recetas únicas” que imponen los funcionarios, y;

3) la idea de que el destino del arte, como esfera de la libertad y creatividad humanas, es inseparable de la formación, en un nueva sociedad, del hombre nuevo.

Nadie, pues, más alejado que El Che de una estética idealista, romántica, burguesa, que exalta la libertad omnipotente del artista como individuo excepcional en las condiciones sociales de explotación y enajenación, como alejado también de una estética normativa, cerrada, supuestamente marxista, que trata de justificar ideológicamente la imposición, dicho sea con sus propias palabras, de una “camisa de fuerza a la expresión artística del hombre que nace y se construye hoy”. Alejamiento que nos permite a su vez aproximarnos a la comprensión del verdadero destino del arte tanto en las condiciones de explotación y enajenación del capitalismo como en las de liberación de una y otra que constituye la meta y la razón de ser del socialismo.

1987

De Marx al marxismo en América latina, pp.171-180. Editorial Itaca. México. 1999.

Fuente: El Sudamericano 

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